jueves, 30 de diciembre de 2004


No daba tamaño. El soldadito de plomo se había quedado chiquito y modesto para ser soldadito. Vino al mundo contrahecho , lleno de rebabas y poco marcial en el paso. Lorenzo, el operario del turno de noche de la fábrica de juguetes lo mandó a la caja de desechos. De la caja de los desprecios saltó a la furgoneta que recorría el horno viejo cada madrugada y en apenas unas horas estaba licuándose a mil grados kelvin. Con la masa incandescente hicieron botones metálicos para gabardinas que empaquetaron en bolsas individuales. El operario encargado de revisar los botones desechó al botón que había sido soldadito y lo mandó refundir. En su tercera reencarnación adoptó la forma de fusible y pasó dos semanas en la sección de electricidad de unos grandes almacenes hasta que fue adquirido por un operario de la fábrica de juguetes. El operario Lorenzo cambió los viejos fusibles de la instalación doméstica y en el momento de accionar el interruptor saltaron los plomos quedando la casa entera sin luz y en silencio, justo cuando el corazón del soldadito se partía en dos al ser fulminado por un latigazo eléctrico . Y todo porque no daba la talla.

(Nota: Este relato se ha publicado hoy en Tentaciones del diario "El País" )

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lunes, 27 de diciembre de 2004


Cosas que hacen que la vida valga la pena: Una tarde de sesión doble de cine ( Luna de Avellaneda y Cosas que hacen que la vida valga la pena) , un paseo por Gran Vía, una sonrisa, una canción , un vuelo en ultraligero, tocar un instrumento, un viaje a un sitio desconocido, un buen libro, una Luna como la que brilla esta noche, el sonido del mar, caminar descalzo por la playa, un cuento de Cortázar, las chuches, un helado, un parque con patos, hacer deporte, mimarse , mimar a alguien, la mano de la mujer más guapa del mundo acariciando la mía, que alguien crea en mí, creer en alguien, tener cosas que no tienes con nadie más, hacer un regalo , Roma, escribir , un abrazo interminable, una buena charla delante de un café, gustar a alguien, que nos guste alguien, que me miren de forma especial, que me vean como nadie me ha visto antes, la complicidad, desayunar dos veces, tener ideas, soñar despierto, un tumbadito de piano, los puestos del mercado, esa falda que te queda tan bien, estar sólo y tomarlo con serenidad, los mapas , los trapecistas, que se interesen por nosotros, los solomillitos, mi ciudad , esperar siempre algo mejor, no dejar de andar pese a todo, los buenos recuerdos, aprender la lección, crecer , sentirse especial, que nos hagan sentir especial , marcar la diferencia, que alguien vea en mí lo que nadie nunca vió, la esperanza de un mañana mejor, mirarse a los ojos y no apartar la mirada, ilusionarse de nuevo (no vale sentirse culpable), las mariposas, las cosquillitas, una puesta de sol, mis islas , dormir con alguien que te gusta, que alguien cuente conmigo, todo lo bueno que he dejado atrás, todo lo bueno que me espera, aprender de lo que no esperamos, tener metas alcanzables y realistas, Melisa, los trucos de magia, la música, estudiar, trabajar en algo que te gusta, la gente que te trata bien, los amigos de siempre y los que vengan, un cielo despejado, las estrellas, los días de lluvia, enamorarse de nuevo, conocer gente interesante, un taller literario, los dibujos animados , entenderse con alguien de manera única y especial, dar una sorpresa, las cartas beso, una viñeta de Forges , acariciar. Vivir.

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sábado, 25 de diciembre de 2004


El ilusionista seguía sin poder levitar. Buscó en Google todas las entradas para "levitar" y obtuvo cerca de 20.000 descorazonadores resultados. Filtró el contenido y redujo notablemente el número de sitios con información relevante. Estrechó el círculo y buscó por "ilusionistas que no pueden levitar". Sólo 45 entradas. De todo los que encontró, el buscador le remitió a una especie de rompecabezas cibernético, y fue entonces que no pudo dejar de leer:

...El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas. Nada nuevo ocurrió...”

El ilusionista que no podía levitar buscó todas las maneras de seguir levantándose del suelo y no dejó de intentarlo. Nunca.

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miércoles, 22 de diciembre de 2004


Pinté la casa de azul añil tras la muerte de papá. Todavía hoy sorprende la singular arquitectura de los dos edificios de la esquina custodiados por un ramaje de cactus. Siempre me gustó la idea de vivir en casas separadas. Diego se sentía cómodo porque parecía -desde el punto de vista bohemio- una idea llamativa. La finca de Diego es de color rosa y más grande, con un amplio e iluminado estudio de techo alto donde entretenía a sus invitados, vendía cuadros y comía. La mía es azul, consta de tres pisos, también con mi propio estilo pero más pequeña. Están unidas por un puente en la azotea. En lo alto de los muros, de piedra volcánica del Pedregal, ollas de barro encajadas. En la pequeña azotea, sobre el ala vieja, caracoles marinos y un espejo. Para separar lo nuevo de lo antiguo, una tapia que divide en dos partes el jardín, en el que queda una fuente con un salto de agua, una pirámide escalonada y un cuartito independiente donde guardar la podadora. Si me enojaba con Diego, disponía de la posibilidad de cerrar la puerta que limitaba el puente de su lado de la casa y aislarme en mi propio mundo.

La mansión es grande, ocupa una cuadra y la mayor parte pertenece al jardín interior, donde tantas horas pasé sola o en compañía de Diego y su vasto círculo de amistades: alumnos, políticos, artistas, familiares o simples vecinos. Es un universo delicado, repleto, doliente y gozoso a la vez. En poco tiempo, mi actividad como profesora se vio interrumpida por problemas de salud. Confinada a guardar cama, recuerdo la habitación decorada con exvotos, juguetes de feria, abrecartas, figuritas de yeso, de alambre, de cartón, de azúcar, de papel de China, cartoncitos recortados, petates , huaraches, flores de cera, tocados, piñatas y máscaras; fotografías de seres queridos , armarios y repisas . A veces , me veo en el comedor presidiendo la mesa, vestida con galas para la ocasión, en reuniones de ambiente selecto. Flores, frutas y loza de barro adornan el resto de la estancia.

Me marchaba cuando descubría los engaños. Perdonaba a Diego y volvíamos a las casas rosa y azul. En aquellos años, yo también fui infiel y tuve por testigos silenciosos los espejos, el avioncito, las ventanas, los alcatraces, los colores y los muebles. Todos ellos ahora intactos; como los cuadros. Las puertas del inmenso estudio invitan a adentrarse y descubrir en un pequeño cuarto un bastón y un sombrero; subir las escaleras, entrar a la azotea, pasar el puente y cruzar ese otro universo: la casa azul y los pisos que ahora vuelven a ser amarillo congo.

En el estudio de pintura queda la silla de ruedas vacía frente a un caballete donde reposa inconcluso un retrato, el mío. Cuando se entra en la cocina, por las altas paredes, pegadas en filigrana, cadenas de diminutos pucheros van dibujando dos palomas de la paz con nuestros nombres entrelazados. Aunque caótica, siempre fui sumamente ordenada, llegando a convertirme poco a poco en una suerte de ordenador personal. Las vitrinas acristaladas del estudio dan prueba del cariño y fervor con el que archivaba cartas, facturas, recortes de prensa y cada recuerdo personal. Asimismo, libros de filosofía, poesía, arte y política, tanto en francés, español como inglés, se apilan en las estanterías junto a gruesos volúmenes de medicina, disciplina por la que Diego siempre se sintió atraído. Para contrarrestar la abundancia de objetos de todo tipo que conformaron mi mundo, nada mejor que respirar el aroma templado del patio interior, que es también un jardín tropical cuajado de flores y árboles con una fuente que arrulla. Un reino de sol, incluso a la sombra. Una siesta estival para días de alcatraces y tequila o de fiestas grandes con marcado sabor intelectual . Días de lágrimas, angustia y dolor.

Se dice que es una bendición nacer y morir en la misma casa. Yo tuve esa suerte, pues he nacido y he muerto mirando su jardín. El mismo jardín con un salto de agua, la pirámide escalonada y el cuartito independiente donde guardar la podadora.

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lunes, 20 de diciembre de 2004


"Estas galletas son menos dulces que las otras y no es que tenga ganas, pero me sientan bien. Como el zumo, que me sabe bueno y está fresquito. ¿Sabes?. La chica que se quedó la otra noche conmigo se quedó dormida en cuanto se fue tu padre. Se tumbó en la silla y cerró los ojos, no veas cómo roncaba. Al rato tuve frío y la llamé, pero nada. Tuve que insistir tres o cuatro veces lo menos hasta que se enteró y me ajustó la manta a mi gusto. Ay hijo mío, qué manera de soplar. El caldo me gusta menos, lo que te estaba contando, estas galletas son menos dulces y puedo masticarlas sin problema con mis tres dientes, aunque prefiero el zumo de piña. ¿Cuándo te vas a Holanda?. Ten cuidado con la carretera, que la gente va como loca pero yo se que tú no corres. ¿Verdad que no?. En fin, ¿qué estaba diciendo?, por la mañana cuando llegaron tus padres y los médicos, la enfermera dijo que se iba a descansar porque no había dormido en toda la noche. Pobrecica, yo qué iba a decir si ella es tan joven y guapa, necesitaría descansar con lo que trabajan. Ay hijico, no tienes ni idea de lo que es la tragedia de la viña : el que no come la diña. Ay si me dieras otra galletica más, que parece que me entran bien y no son tan dulces. Cariño mío".

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domingo, 19 de diciembre de 2004


Me gustan los Domingos, los que empiezan pronto y los de desayunar dos veces. Los de leer la prensa con detenimiento y los de echar de menos . Domingos de perreo y de morriña, los de escribir a ratos en la Moleskine y los de buscar fotos bonitas en Internet. Los de darse un descanso para pensar en la vida y los de otro cafecito más. Domingos para ir a ver a la mujer más guapa del mundo, los de jugar con Melisenda, Domingos para poder meterme contigo cuando te llegue otro mensaje al móvil de tu aprendiz de poeta. Domingos de callejear y de abrazos, de repensar y esperar, de canciones compartidas y de cuentos a media tarde . Me gustan lo que tienen los Domingos que no tienen otros días.

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sábado, 18 de diciembre de 2004


Entusiasmarse como niños es cosa fácil. Sal a pasear antes del taller literario, entra en Cálamo y pregunta por algún libro de cuentos de Roberto Arlt. Sorpréndete gratamente cuando León te muestra la antología completa medio escondida en la estantería de la letra A (colocada como para no ser descubierta) y demuestra agradecimiento. Aparta el libro como un tesoro sobre el mostrador y sigue buscando. Te quedan por descubrir colecciones completas de Moleskines, agendas con las tapas más bonitas que hayas visto, recortables de magos y Titanics y cartas-beso . Los libros siempre te encuentran a ti, nunca es al revés. Dirígete al taller con tu bolsa llena de cuentos y muestra el trofeo hinchado de orgullo. Entonces discute apasionadamente acerca de "Casa tomada" e inventa diálogos de encuentros ñoños. Sigue la conversación de los demás con los oídos bien abiertos. Acepta el ofrecimiento a una cerveza improvisada en el ascensor y enséñales un truco de magia. Busca la mejor compañía y desvanécete entre explicaciones de magos y prestidigitadores. Aún queda lo mejor del fin de semana. Vuelve a Cálamo el Sábado de mañana, las buenas costumbres han de repetirse . Te esperan más sorpresas, como esos libros de magia antigua, uno de ellos del Gran Robert-Houdin, las explicaciones de su Teatro Mágico bien merecen la mejor de tus entregas. Lo mismo un Vermout casero de sifón y esas papas con mojo del garito que encontró Patricia, comprar monedas de plata en los puestos de la plaza - ahora ya sabes distinguir las que son de Denver- y recorrer el paseo deteniéndose en los chiringuitos (esa bufanda te quedaría bien) y embobarte con barquitos de vapor y soldaditos de lata.

Pero espera, que aún te queda mucho que compartir, llama a tu mejor amigo (el de toda la vida) y resuelve el mundo mientras buscas sitio para aparcar. Un capuccino en el Café del Sur es un buen comienzo, un poco de comida hindú y unos quemadillos la mejor de las recetas para planear un día de vuelo a Santa Cilia y disfrutar de un bautismo en velero (y de vuelta a casa volando). Admíralo profundamente por cómo observa el mundo , programa una siguiente vez para visitar a ese compañero de escuela y degustar sus famosos solomillitos. No dejes de regarlos con un buen vino.

Conserva el niño que llevas dentro y sácalo a pasear por las calles de la ciudad, nota cómo te quema por dentro la vida y emborráchate de ella una vez más.

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jueves, 16 de diciembre de 2004


Ya va quedando menos de tí, de tus ganas de vivir, de tu luz y de tu sonrisa de ángel. Menos de tus manos arrugadas y de tus recuerdos dispersos, menos de tu coquetería y de tus batallitas con el abuelo. No encuentro la manera de decirte que no quiero que te vayas, que me encantaría (como te dije anoche) que vieras crecer a mis hijos y la parte de mí que no deja de ser cada día un poco más persona. La manera de soltarte la mano y decirte adiós, mientras te encargas de revivir las flores que encuentres a tu paso, ese paso del que también va quedando menos.

Va quedando menos tiempo, menos tardes para ver cómo te tomas la sopa y explicarte que no encuentro aún a la chica adecuada, para que vuelvas a decir que seguro que está cerca y yo no me doy cuenta. Y entonces bromeo y te digo una barbaridad que tú sigues con la cara desencajada por una mueca que termina en risa. Risa de la que va quedando menos. Todo es menos desde que sabemos que tienes prisa en partir.

Todo eso es lo que pienso mientras te miro, no puedes saberlo porque ya me encargo de que no me lo notes en la cara. Te saco la lengua y te despeino, te digo que pronto en casa volveremos a dejarte el pelo como a ti te gusta . Es posible que tú también nos engañes a tu modo, que te hagas la olvidadiza y que nos digas para consolarnos que te vas a quedar, pero yo creo que no, que no quieres quedarte porque ya lo has dado todo. Lo que siempre hiciste mejor, darte entera. Mientras tanto cuéntame otra vez esa historia, las de mi guardería y la de cómo te enamoraste del único hombre que amaste en tu vida, la de las veces que fuiste cocinera o enfermera, las aventuras de la guerra o lo malo que era mi padre a los quince. Yo no pienso dejarte, no podría, así que si me lo permites, esta noche volveré a tocar a la puerta de la 127 y te saludaré con mi mejor sonrisa, te besaré la frente y te diré que te quiero. Mil veces te quiero. Mil vidas te quiero.

Va quedando menos, hoy nos lo dijeron y se quedaron tan anchos. Están acostumbrados a las despedidas lentas y a las mismas caras de hermetismo de siempre. No entienden que cuando te vayas , mi parte de niño que iba a la guardería se quedará esperando en el patio a que me vengas a recoger y que , aún sabiendo que va quedando menos, te seguiré aguardando un poquito cada día.

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miércoles, 15 de diciembre de 2004


Se dio el caso nada común de que aquella noche de circo iba a ser la última de todas. Después de los biciclos y los trapecios no tardaron en aparecer los amantes bajo la formidable carpa.

Recorrer la distancia hasta el centro de la pista con cierta solemnidad no es asunto fácil. La dama de piel blanca se deslizó como sin quererlo hasta su galán de diseño oriental y el silencio pellizcó los palcos y las localidades más baratas. Dos saltimbanquis que miraban desde el gran telón se guardaron en el pecho dos quejidos de asombro y un grupito de varios niños malcriados dejó de lanzar palomitas a las señoras con cara de pez mientras que el más pecoso de todos se atragantó con el palo de una piruleta. Todo quedó en susto y reprimenda sin llegar más allá.

Para entonces sonaban cítaras y claves, un cuarteto de cuerda y un fagot. Los percusionistas danzaban en grupos organizados mientras improvisaban un ritmo imposible , desde el cielo vino a la pista una enorme serpiente roja de indescriptible textura, recia como una vela y vaporosa como una aparición, sobre la que se encaramó en un suspiro el galán de cuerpo trazado con tiralíneas. Se prendió de la enorme cortina roja y empezó a girar sobre ella hasta que fueron lo mismo, en ese instante describiría una trayectoria ascendente y circular, de paso que buscó con la mirada a la dama de piel blanca y ojos rasgados que esperaba como una bailarina preparada para su mejor salto. A mitad de la elipse atrapó a la mariposa que se dejó tomar. Alzaron el vuelo apresados el uno contra el otro, rodeado él de brazos al cuello y rodeada ella de manos a la cintura , describieron tantas piruetas inimaginables que los músicos dejaron de tocar y sólo se escuchó el sonido de aquel columpio de amantes oscilando y silbando sobre las cabezas y las bocas abiertas. Cimbreantes y serenos se olvidaron de la pista y de los focos, intuyeron que giraban y volaron lejos de toda previsión. Nunca el mismo vuelo cada noche, nunca la misma noche. A cincuenta pies de altura desplegaron sus alas permaneciendo en estado de ingravidez durante lo que a todos nos pareció eterno. Una vida entera enroscados el uno al otro y sin que nadie supiera la manera, tomaron la forma de un cometa rojo orbitando sobre la pista , atravesaron el espacio aéreo a la velocidad del rayo y se fundieron en uno abandonándose a la inequívoca forma de abrazo perfecto.

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lunes, 13 de diciembre de 2004


Todos los pasillos de hospital son el mismo pasillo de luz verde fluorescente y hormigas blancas entrando y saliendo de boxes y cajones con personas apagadas. Apagados los que están y los que van a ver a los que están. Luego se cuentan por cientos los que se rinden y los que no. Los que se ven en el papel de perfectos mercenarios del dolor y los que piensan enfrentarse a sus dragones de cada día.

La luz verde se hace blanca cuando Pilar sonríe. Cada vez sonríe menos, así que los momentos de luz son los menos. Las personas tienen la particularidad de encoger cuando están hospitalizadas, como si les quitaran el arrojo en el momento en el que entran por la puerta junto con las pertenencias y los anillos. Encogen de tamaño y de presencia. Les encoge la cara y el alma. Como a Pilar, que no parece Pilar porque no la recuerdo tan chiquita ni tan desfigurada, “Oigan , esta señora no es mi abuela”, pero si te fijas bien , si aprendes a mirarla, ves que sigue siendo la mujer más guapa del mundo y la reconoces. Siempre he dicho que Pilar es todo ternura, me cuesta contemplarla apagada sin sus enormes gafas de persona humilde y buena. Va empezando a tener el aspecto de alguien que está más en otro lado que aquí con nosotros, de alguien que ha emprendido ya el viaje y que va teniendo prisa por llegar. Al fin y al cabo, rendirse y dejarse querer requiere cierta humildad.

Así que me vuelvo más egoísta que nunca y hago mil fotografías mentales de su carita de tortuga arrugada, de sabiduría infinita y de bondad. La bondad que te da el paso de una vida entregada a amar incondicionalmente. Sus manos guardan la forma crispada de siempre, pero están encogidas, como agarrándose a una idea; la de marcharse con el abuelo. En realidad me gusta imaginarlos de nuevo juntos, como cuando ella le llamaba abuelo (nunca por su nombre) y él la llamaba chata . Chatica. Me gusta imaginarlos discutir con paciencia y aceptación mutua, conociéndose de nuevo por primera vez y dándose por entero el uno al otro. Echo de menos al yayo, los paseos por el parque recogiendo piñones caídos del cielo, su manera de andar las calles con su porte de galancito fino y delgado, sus lágrimas de impotencia cuando éramos traviesos en casa y su orgullo infinito cuando gané mi primer torneo de ajedrez. El mismo orgullo que sentí cuando supe que lo primero que hizo al salir del coma (que decían irreversible) fue preguntar por mí. La vida te muestra cierto tipo de milagros protagonizados por héroes verdaderos que no se pueden olvidar.

Por eso me quedo al lado de Pilar, besándole la frente mientras duerme y susurrándole un “te quiero mucho” al oído -no me oye- , así que guardo las sonrisas para cuando abra los ojos y me diga con un hilo de voz que ella también me quiere y apenas se le entienda porque le salen las palabras gastadas y rotsa. Le acaricio el pelo, nuestra manera particular de tener algo que es sólo nuestro. Se enfada a su manera. Le pongo el pelo de punta y protesta. “Abuela, pareces una bruja con esos pelos y los tres dientes que te quedan”. Abre los ojos buscando con la mirada y sonríe. Otra vez la luz que alumbra en ella a la hermosa mujer que cantaba en el patio mientras resucitaba flores y mañanas de posguerra. Es hermosa. Hermosa y noble. “Cuánto mal doy, hijo mío”. Sonrío y le susurro al oido que se quede un poquito más. Todavía es pronto.

Los pasillos se vacían de bullicio en el cambio de turno y los coches vuelven a la ciudad llenos de personas cansadas de ver a los suyos sufrir. No tengo prisa. Quiero llenar mis días de ella, de su hilillo de voz, de sus manos garfio y su carita de tortuga sabia, de todas las veces que decida sonreír y guiñarnos el ojo con gesto travieso. De su brillo y sus broncas cariñosas. Darle toda la risa que me quepa dentro para cuando deje de estar encogida entre las sábanas y se levante por su propio pie, el día en que el abuelo venga a buscarla y desaparezcan a la vuelta del pasillo, saludando con las manos y despidiéndose de todo el personal de planta mientras los ocupantes y las hormigas blancas rompen en un aplauso infinito y feliz.

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domingo, 12 de diciembre de 2004


Cuando te sientas poco importante, apenas del tamaño de una lenteja, corre a la estantería y abrázate a un libro. Procura tener siempre un puñado de gente selecta a la que acudir en estos casos. Permite que Cortázar te lea uno de sus cuentos con acento francés. Que Nabokov te envuelva con su cazamariposas, déjate seducir por las maldades de Silvina. No renuncies a la Barcelona y a los charnegos entrañables del gran Marsé. Que la depre no te impida paladear el cáliz incomparable de Vallejo. Que la albada te encuentre compartiendo farra con Gil de Biedma. No apartes los ojos del helado de Gioconda y de sus labios golosos. Sálvate y perdona todos tus pecados, lee en voz alta si escuchas en las sienes el rumor amenazador de las lágrimas. Invócalos a todos y no pases pena, irán llenando tu sala de estar, te birlarán el mejor de los sillones, se beberán tu coñac. Monta una gran fiesta de gente que vivirá para siempre, que ame el lenguaje y sus juegos como debe hacerse, que se permita ser radical y hablar con pasión de los buenos libros. Si tienes un momento, en medio de tal orgía, asómate al balcón y mira hacia mi azotea. Acuérdate de mí y rézame un poema, llénalo de enanos enamorados y de cajas de bombones que no se acaben nunca. Dibújame mi cuerpo con palabras para que yo pueda saber qué veías en mí cuando mirabas desde tus pestañas sorprendidas. Promete una segunda entrega de nuestra historia, yo buscaré incansable en las librerías de viejo hasta encontrarla. Cierra luego la ventana, con el infinito cuidado del lector conmovido que ha visto caer fulminada a Ana Ozores en el tablero de ajedrez de un mundo que no la comprendía. Y vuélvete con tus invitados, que la noche promete.

(Patricia E. Erlés)

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sábado, 11 de diciembre de 2004


Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible.

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viernes, 10 de diciembre de 2004


Le dijeron que Mari ya no está con nosotros, que ahora está en un lugar mejor. Mucho mejor. Le preguntaron si lo entendía y la mujer más guapa del mundo susurró que en cierta manera siempre lo supo, y todos nos dimos cuenta de su enfado con la vida. El día que se quebró un poquito más la corteza de su corazón y decidió seguir a su abandono, el justo instante en el que ella también deseó para sí misma volver junto al abuelo y que la encajonaran en los boxes de un hospital cualquiera para tomar la salida de una carrera que le llevara a un lugar mejor.

Su lugar mejor.

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jueves, 9 de diciembre de 2004


Mis fantasmas asustados se van dando con todas las puertas y tienen miedo a las tormentas y los animales de compañía. Anoche los sorprendí mirando debajo de la cama y dejando una luz encendida (azul o carmesí) por si las moscas. Ahora creo que son organismos más o menos agrupados pero capacitados para bien poco. Ya no son lo que eran. Uno de ellos ha venido tartamudeando hasta la cama, poco locuaz, venía a contarme que otro había cogido una indigestión con bombones y el más pequeño de todos no dejaba de estornudar. Se constipan con suma facilidad y se esconden en los armarios –entre los abrigos- para sentirse protegidos. El que me acompaña desde hace más tiempo, tiene crisis de identidad y se ha ido a un sicoanalista de métodos revolucionarios (con cámaras que graban detrás de los espejos) que fuma puros de manera muy molesta y en cuyo diván un ectoplasma apenas se siente cómodo. Le han detectado un complejo de inferioridad frente a otros fantasmas más distinguidos (véase la chica de la curva) pero apenas avanzan con la terapia. Al final mi fantasma acomplejado ha optado por el chocolate y el helado. Lo noto más descuidado que de costumbre y resulta evidente y notorio que ha caído en la más completa dejadez; sus sábanas están desteñidas y ya no resulta tan vaporoso como siempre. Parece una cortina temblorosa. Un espectro guiñapo.

Mis fantasmas asustados ya no resultan tan blancos ni ondulantes. Desafinan o se quedan afónicos con cada lamento y aparecen impuntuales pasada la media noche. A ratos se mueren del susto cuando alguien los fotografía con flash. Ya no arañan las puertas porque se han comido las uñas y ocupan sillas vacías sin que nadie les haga caso. Unos cuantos se metieron sin querer en el congelador y se han convertido en cubitos de hielo. El resto se escondió en la cesta de la ropa y han ido a parar a la lavadora para acabar en el tendedor, junto a la ropa interior de la abuela.

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miércoles, 8 de diciembre de 2004


Como últimamente ocurría que lloraba por todo, sólo le faltó que ella le pidiera que leyera un cuento en voz alta. Uno de Silvina al azar. Ojeó las páginas de color vainilla (acaso también era capaz de captar su aroma) , buscó entre los cuentos de funambulistas y cajas de bombones, los de fotografías y vestidos asesinos. Los de celos y dementes. Reparó en el título y empezó a leer. “Amé dieciocho veces pero recuerdo sólo tres”. Antes de concluir la primera página tuvo que buscar asiento, quizás porque recordaba las veces que amó y le daba vértigo mirar atrás en el tiempo desde semejante altura. Recién comenzada la segunda, tuvo que respirar fuerte y hondo, como queriendo llenarse del aire que notaba a faltar. Cuando la libélula preguntó qué ocurría se le quebró la voz. Silencio. El silencio que tiene un alma cuando cruje. No pudo terminar el cuento, porque cuando imaginó al enano horrible que canturreaba “Te quiero te quiero te quiero” le pareció cómico en primera instancia y tierno después. Se ahogó en sus palabras y tuvo que detenerse en todas ellas. Como últimamente ocurría que lloraba por todo, lloró de risa y de pena pero no necesariamente en ese orden.

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martes, 7 de diciembre de 2004


Desde el cielo un puzzle de piezas ocre y cobrizas. Un mosaico de serpientes de agua y autopistas que hacen zigzag rompiendo el paisaje en mitades distintas. Hoy he volado con Miguel. Mi amigo desde niños, el que más tiempo lleva en mi vida. El que se reía cuando le pegaba en el recreo , con el que descubrí los secretos de buen radioaficionado y nuestra primera emisora de radio pirata. El niño que creció y se volvió piloto.

No corren buenos tiempos y entonces decidimos cuidar más las cosas que valen la pena. La amistad es una de ellas. Por eso una opción como cualquier otra es encaramarse al cielo para mirar la vida desde las alturas, mirarla en tonos ocre y cobrizos, cuando el cielo está bajo y el sol se oculta cada vez más temprano. Es cierto que desde arriba el mundo se ve distinto. A mi me pasa, me pasa que me estoy vaciando, que estoy empezando de cero, que ando zigzagueando como un torrente revuelto que quiere desembocar y diluirse en algo más grande que uno mismo. Me pasa que la cartografía anda de capa caída. Por eso uno no puede rechazar volar nunca. Sobre todo si quien pilota es Miguel. Me cuesta hablar de las cosas que uno siente desde el aire, a mil pies de altura, con tu mejor amigo extendiendo los alerones y recogiendo el timón. “Coge tú los mandos” , me dice. Y me resulta imposible no meter morro y caer un poco en picado, quizás el reflejo de mi propio vuelo, de lo que ando viviendo estos días. Enseguida me enseña a enderezar el horizonte artificial, el rumbo. Joder, ojalá fuera tan fácil pilotar la vida. Girar 180 grados en el aire y dirigirte hacia otros lugares.

Desde el cielo , si piensas en los daños, siguen doliendo pero pesan menos. Son los daños a mil pies y subiendo. Luego pasa que aterrizas y pisas el mundo ocre y cobrizo, el de los días que zigzaguean rompiendo la vida en mitades distintas. Ahora que la meteorología no acompaña para el vuelo en tierra, queda confiar en otros vientos, en otros cielos y en otros mapas. Los daños pesan otra vez tal y como los recuerdo antes de despegar. Desde el cielo un puzzle de piezas ocres y cobrizas. Desde el suelo un jarrón roto en mil pedazos. Tiempo, tiritas, Loctite y un cazador de serpientes de lágrimas que reptan buscando unas alas.

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domingo, 5 de diciembre de 2004


Lo mejor para la tristeza, contestó Merlín, empezando a soplar y resoplar, es aprender algo. Es lo único que no falla nunca. Puedes envejecer y sentir toda tu anatomía temblorosa; puedes permanecer durante horas por la noche escuchando el desorden de tus venas; puedes echar de menos a tu único amor; ver el mundo a tu alrededor devastado por locos perversos, incluso saber que tu honor es pisoteado por inteligencias inferiores. Entonces, sólo hay una cosa posible: aprender. Aprender por qué se mueve el mundo y lo que hace que se mueva, por qué giran los planetas. Por qué sonríe un niño. Es lo único que la inteligencia no puede agotar ni alienar, que nunca le inspirará miedo ni desconfianza y que nunca soñará con lamentar. De la que nunca se arrepentirá. Aprender es lo que te conviene. Mira siempre la cantidad de cosas que puedes aprender: la ciencia pura, por ejemplo, la única pureza que existe en las cosas. Entonces puedes aprender astronomía en el espacio de una vida, historia natural en tres, literatura en seis. Y después de haber agotado un millón de vidas en biología y medicina, geografía e historia, economía y pensamiento humano, puedes empezar a hacer una rueda de carreta con la madera apropiada o pasar cincuenta años aprendiendo a empezar a vencer a tu contrincante en esgrima. Después de eso, puedes empezar otra vez con las matemáticas hasta que sea tiempo de aprender a arar la tierra o tocar un instrumento.

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sábado, 4 de diciembre de 2004


La ciudad se quema justo el día en el que decido alimentarme sólo con manzanas y buenas intenciones. No es niebla, es humo lo que devora las calles y lo que me impide ver más allá de todo. Resuelvo postergar mi ingesta de manzanas y mantengo lo de las buenas intenciones. Salgo a la calle en busca de las sirenas y las luces de ciudad. No quedan sirenas y las luces de ciudad se han declarado en estado de excepción. Decido escribir algo incierto que no implique nada concreto. Sin llegar a ser ambiguo, busco la manera de decir que se ha quemado un edificio cercano, que hoy sólo comeré fruta y que todo va a salir bien.

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viernes, 3 de diciembre de 2004


Te ves confusa en la cocina y miras alrededor. Hay más gente. Unos ríen, otros simplemente no hacen nada. Sales a la galería queriendo escapar, queriendo saltar y estrellar todos tus espantos contra el cemento. Me miras y tampoco entiendes nada. -¿ Qué nos ha pasado ?, no eres quien creí conocer- y vuelves a querer saltar al vacío, quizás el golpe haga menos daño que los propios daños, quizás aquí termine todo. Inicias el vuelo decidida, sin acrobacias, te arrojas sin describir más trayectoria que la de la propia caída , flotas por un momento , abres las alas y tensas los brazos, tu pecho se llena de aire y sólo escuchas una tonada que silba palabras inconexas, las voces lejanas de la cocina quedaron atrás y nada puede detenerte.

Antes de aplastarte contra el suelo , una alfombra extendida como sin querer te empuja de nuevo hacia arriba a modo de tobogán al revés. No pienses nada. Escucha, ahora que estás a punto de abrir los ojos déjame contarte mi último cuento. La última vez que he temblado. Mis insomnios. No es mi voz, es el sueño de mi voz. Ya va siendo hora de remontar el vuelo, de alejarnos de la cocina y los gritos, de que me des la mano y sonrías. Miras de nuevo, ahora ya soy quien crees conocer y te susurro mis miedos. Preguntas qué hora es y te digo que no importa, porque en un rato quedarás dormida y aparecerás en un sueño nuevo. Ronroneas que me quieres y comienzas a bailar mirando a la pared que ya no es tal, ahora es un campo de girasoles dibujado sobre un mapa en blanco en el que pintas todo lo que esperas encontrar.

De un carromato de circo aparece un niño ilusionista que te concede un deseo. Viajas a mil lugares con sólo cerrar los ojos, con abrazar fuerte la almohada. Hay una fiesta en tu honor y sigues bailando alrededor de un árbol viejo y noble, los más ancianos del lugar aplauden tu risa y las niñas te arreglan el cabello. Miras cómo baja el río y suena el agua que corre. No es el sonido del agua, es el sueño del sonido del agua. Te ves parada en la cocina y miras alrededor. El agua sale indecisa del grifo y terminas de aclarar la taza. Estoy en la galería recogiendo tu ropa interior, también puedo abrazarte a la vez, agazapado a tu espalda, tapándote los ojos con mis manos. Cu-cú soy yo. Ahora que estás a punto de abrir los ojos, bailemos un tango.

..está amaneciendo...

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jueves, 2 de diciembre de 2004


El viajero del asiento 23 me llamó la atención enseguida. Su cara pintaba una mueca gastada como su americana de piel . En las manos cobijaba un pájaro. Me quedé con las ganas de saber qué tipo de pájaro. De resto, no llevaba equipaje. Pasé las siguientes tres horas alternando mis propios pensamientos con miradas de reojo a los ocupantes del asiento 23. No era el único que había reparado en ambos y se adivinaban formas distintas de ver el asunto. Unos lo considerarían una crueldad, otros un ejercicio de confianza y conocimiento, de fe mutua (tu me cuidas , yo me dejo cuidar), pero quedaba claro que sin duda, la relación de convivencia venía de largo. Tampoco pasé por alto que el viajero -a ratos- hablara sólo (o quizás al pájaro) , y me confieso sorprendido por la ternura que me producía inventar una historia acerca de un hombre que como única compañía tenía un pájaro. Tampoco me extrañó al cabo de un tiempo , que el pájaro se quedara quieto con sólo ser acariciado o que contemplaran juntos el paisaje en formato cinemascope que iban dejando atrás. Como si supieran que el mundo real era lo que estaba al otro lado de la ventanilla y ellos estuvieran siempre en tránsito mirándolo desde dentro, ya fuera una jaula ya fuera un autobús. Por supuesto intenté no tomar partido, ni decidir si el pájaro debía ser liberado o por el contrario, el beneficio de aquella sociedad limitada era mutuo. Sólo lo intenté, porque al rato creí ver en la mirada del viajero del asiento 23, que en realidad, era él quien no era libre, que su jaula era el autobús y el pájaro , su carcelero.

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miércoles, 1 de diciembre de 2004


En cierta ocasión los niños soñaban con trenes eléctricos y las niñas con muñecas. Las muñecas soñaban que eran niñas que soñaban con muñecas . De todas las niñas-mujer, hubo una que soñaba con mantitas eléctricas de abrazos, que sólo de ponértelas te daban calor y abrazos de soldaditos de plomo, de galancitos soñados, destellos y fulgores de mimos y cariño. Era cuestión de cubrirse desde los pies a la cabeza y abrigarse tanto como fuera posible. De todos los regalos, ese era el mejor. La niña-mujer soñaba y pensaba en un niño-hombre que escalaba su cuerpo hasta el cuello y se encaramaba a él como el más arriesgado de los alpinistas. Luego se descolgaría para seguir abrazándola y aún con todo temblarían como la primera vez que se abrazaron y temblaron ; la noche que los trenes eléctricos quedaron quietos en el andén construido con piezas de Lego y las muñecas soñaron que eran niñas que soñaban con muñecas que soñaban que eran niñas.

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Lou

lunes, 29 de noviembre de 2004


Lou tiene nombre de detective de novela de Hammet , de bateador de baseball , de periodista de teleserie. Bajo su apodo se esconde un joven de no más de veinte, ingobernable y tierno, de esos que a ella tanto le gustan, medio niño medio hombre, con el cuerpo fresco y sin desgastar, casi nuevo. Cuerpo de kilómetro cero. Poco rodado. Porque a ella le gusta la mezcla de ingenuidad diluida en testosterona, el máximo deseo acumulado , la capacidad de poder ser a ratos solemne, a ratos impredecible. Quizás el mismo motivo (pero visto del otro lado) por el que a Lou le gusta ella, por que ella le gana en tiempo y escaramuzas, por el reto, por el trofeo, por el afán de sentirse capaz de embelesar a la chica inalcanzable vuelta de todo , con el cuerpo aprendido y sabio y el corazón mordido por la vida. Ella es hermosa y distinta y él se lo dice en cada paseo por Lavapiés, con su traje de galancito descarado, en cada uno de sus mensajes inconfesables al móvil que ella nunca borra, en cada conversación nocturna, en cada lance. Y planean más avenidas, más encuentros en ciudades diferentes, más conciertos y más sitios para estremecerse como si fuera la primera vez. A Lou le gusta soñar con su cuerpo de mujer completa , a ella le resulta entrañable y adulador , y juega y se deja querer en hostales cerca de Sol , en dormitorios de adolescente con fotos de Stipe. Y se van amontonando los mensajes indecentes, las maneras de seducir y dejarse seducir, los encuentros furtivos y los arrebatos, por eso él la imagina desnuda, caliente, en su cama, en su cuerpo. Ella se deja imaginar, desear y navegar. Porque ella es navegable como un río. Navegable y efímera. Y se navegan, se tientan, se esperan y se apetecen , buscando la manera de sentirse vivos y encendidos. Maneras de dejar huella y de volatilizarse en cada lance. Porque ella siempre deja huella y desaparece. Entonces el niño de Lou no podrá entender ni olvidar las fuentes en Agosto ni las ausencias de invierno, a pesar de que el hombre que habita en él , no volverá a pensar en ella mientras navega otros cuerpos. Y lo mismo pero al revés.

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viernes, 26 de noviembre de 2004


Bastaría bien poco para volar. Para dejar de pisar suelo firme y levantar el vuelo, aunque sólo fuera un palmo, dos a lo sumo. Apenas un momento de ingravidez para desocupar el espacio que habitamos y salir de la funda que nos envuelve, como frágiles muñecas dentro de otras muñecas, como personas con cremallera que se quitan el disfraz a media noche. Sin hilos, sin artificios ni poleas , sin otra fuerza de sustentación que la del mismo vuelo. Que las manos y los brazos hagan el papel de hélices perfectas rasgando fuerte el aire que ronda cerca. Bastaría bien poco para ser delicados y encaramarnos a la estela de una bandada de pájaros mojados y navegantes de ciudad , detener el impulso y mantenernos quietos entre las cornisas y los tejados, compartiendo las corazonadas de los amantes de azoteas que también aspiran a ser aeronautas urbanos y que no quieren volver a aterrizar. Nunca más.

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jueves, 25 de noviembre de 2004


Tú no lo sabes, pero decidí amarte la primera vez que dormí contigo. Las decisiones son unilaterales en la medida que no pueden tomar otra dirección posible. No lo sabes, pero decidí amurallar mi acuartelamiento para que nadie que no fuera tú pudiera entrar. Es cuestión del buen gourmet. Querer lo mejor y no ver otra salida.

Tú no lo sabes, pero decidí amarte sólo a ti, siempre que me lo permitieras, sin calcular los daños colaterales o el número de víctimas. Y así fue que no quise que nadie entrara, porque mis puertas, mis candados, mis islas y mis desvelos cerraron filas en torno a tu diminuta ropa interior, tus brazos y tus manos de acariciar.

Tú no lo sabes, pero levanté un monopolio de sueños y días de no querer salir de nuestras cuatro paredes. De querer crecer a tu lado, de ver cómo mis pantalones descansaban en el borde de tu cama, y de alimentar la esperanza de levantar un amor infinito. Tú no lo sabes, pero no pude dejar de amarte, aunque pensaras que perdimos los mapas. Porque no hay manera espacios ni escenarios en los que no me sienta perdido sin tu estela de abrazos.

Tú no lo sabes pero decidí amarte. A pesar nuestro.

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domingo, 21 de noviembre de 2004


A la mujer más guapa del mundo se le apaga la lumbre. No me cansaría nunca de tocarle el pelo, acariciarlo con las puntas de los dedos para hacer que rabie y me riña, para arrancar una de las sonrisas gastadas que ya no luce en su rostro. Se le apaga la luz y la vida, mientras me acurruco a su lado y la espío de reojo, que no sepa que la miro mientras guarda las manos encogidas bajo el chal porque ahora todo le da frío. El frío que uno siente en la piel y en los huesos cuando se va consumiendo. Yo creo que sospecha y que intuye, que sabe lo que pasa y lo que ha perdido, que se siente un mueble descascarillado cerca de la vieja estufa y que preferiría no estar. No para estar así.

Por eso le paso la mano por el hombro que pide permiso para aterrizar sobre su chaqueta de lana , a ver si así puedo alimentar un poco más la poca lumbre que le queda. Y a veces ocurre que protesta una conversación que escucha a destiempo y entonces le cambia la cara, y a mí se me enciende algo por dentro. Otras (las menos) hace como que no escucha, a lo mejor porque no quiere oír lo que tiene que oír, entonces, también le cambia la cara que se le pone de enfadada con la vida, pero es sólo un segundo porque levanta la vista, y me pregunta por mis viajes, mis amores y el trabajo. Y le contesto -como siempre- lo mismo, que quién me va a querer abuela, y ella , hoy por primera vez ya no ha sonreído ni me ha dicho lo de siempre, lo que tanto me gusta escuchar de su voz, de esa voz de la que ahora sólo quedan unos hilillos de ternura consumida.

Y me vuelvo con la promesa de ir a verla antes de mi viaje a Holanda, para poder tocarle el pelo e intentar atisbar en su mirada, un poquito de la lumbre que se le escapa y se le apaga , de la que ya sólo van quedando rescoldos.

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viernes, 19 de noviembre de 2004


Leí en la prensa que hacía falta sangre y salté rápido desde lo alto de aquella vertiginosa sensación de monotonía que revestía la habitación. Revisé mi tarjeta de donante y cogí un taxi. Era la aventura cotidiana más fascinante de la semana y asimilé toda la información que aquel taxista me soltó a bocajarro: Madrid – Dépor del Sábado, el anticiclón que venía de las Azores y que las Azores sin Aznar ya no eran las mismas. Porque lo primero que uno averigua del taxista que le toca en suerte es el equipo de fútbol de sus amores y su ideario político. Los taxistas son los perfectos tertulianos en los trayectos urbanitas de cada día.

Antes de que pudiera convencerme de que los que estaban antes eran mejores que los que están ahora ya estábamos cruzando el vestíbulo y rellenando un formulario para poder donar. El taxista y yo, los dos en el mismo pack , con los antebrazos dispuestos a todo y el comienzo de una bonita amistad. Tanta concordia se respiraba , que la ciudad entera acudió en grupos que se contaban por cientos a donar su sangre. Los que iban en taxi se presentaban con sus respectivos taxistas , los enamorados con sus amadas y los estudiantes con sus tutores. Un equipo de fútbol al completo apareció con su eterno rival, los grupos de música cancelaron las ruedas de prensa para acudir con sus fans, y un circo que presentaba su espectáculo en las afueras, desfiló por los pasillos del hospital con toda su trouppe al completo, orquesta y trapecistas incluidos. Un inspector de hacienda llevó a todos sus contribuyentes prometiendo hacer la vista gorda en la siguiente declaración y algunos adolescentes que habían tenido su primera cita a ciegas por Internet se dieron de alta en el banco de sangre con un ánimo fuera de lo común. Tripulaciones enteras de aviones y barcos, azafatas y marinos mercantes, artistas y políticos, hasta niños que sin poder entregar una sola gotita , llevaban caramelos para todos los que sí podían hacerlo. Así pasó que fue llegando gente de todos los confines de la ciudad (gente de lo más dispar) con el único propósito de dar un poquito de su sangre y sentirse algo más unidos a los demás.

Por supuesto, encabezábamos la comitiva, los demás se agolpaban en círculos concéntricos para poder acercarse a los pioneros de la iniciativa y enseguida se supo (de lo cual siempre nos habíamos sentido orgullosos) que algunos éramos donantes universales, lo que nos convertía sin duda alguna en unos privilegiados. Entre piruetas de unos y piruletas de otros, se rellenaron miles de formularios y el entusiasmo crecía junto con la idea de estar haciendo algo importante. Nunca antes se vio nada así y los lugareños no recordaban algo parecido en los últimos cien años. Total que descubrí que hay palabras realmente simpáticas disfrazadas de lo que no son, representando el papel de perfectas e inocuas compañeras de fatigas, palabras como triglicéridos, que son como los Fraguel pero en tu sangre, y que suenan divertidas pero que te hacen sospechoso de no poder donar si estás bajo tratamiento. Mis triglicéridos entusiasmados se han levantado en armas y mi formulario ha sido arrojado al montón de los no-aptos. Durante seis meses.

Menos mal que siguió llegando gente de todos los lugares con los antebrazos encogidos por las ganas y el alma un poquito más encendida. Hileras humanas de amor y ganas de darse, aunque sólo fuera un momento, una medio verdad, un deseo. Un sueño.

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martes, 16 de noviembre de 2004


Uno no se acostumbra a decir adiós. Sobre todo si es definitivo. Todos le prometimos que saldría adelante porque ella era fuerte y capaz de superar cualquier cosa. “Voy a salir de esta, verdad?”. “Claro que sí , no lo dudes”. Y no se rindió, siguió contando chistes a pesar de la morfina cada cuatro horas y de todo el dolor que le consumía cada día. Hay gente con casta que vive y apura la vida con un coraje inusitado hasta el último segundo. Ella era así a pesar de todos los palos.

Ese es el motivo por el que eliges quedarte con la última imagen, la de las bromas y los disparates, la de peleas fingidas a modo de comedia de situación. Esa es la imagen que nos hemos querido quedar todos. Y es que las piezas del puzzle de cada uno también son así. A veces toca. Y entonces no hay cuento que valga ni historias urbanas graciosas. La de hoy, también es una historia urbana pero jodida. Además de esta, vienen otras despedidas, otra vez cerrar círculos, acostumbrarse a las ausencias (¿ se puede acostumbrar uno a ciertas pérdidas ?) y enfrentarse a los duelos como mejor podamos manejarlos. Por eso , cada vez me resulta más difícil asumir que nos compliquemos tanto la vida y se la compliquemos a los demás, sin pararnos a pensar en lo frágil que resulta ser todo. Tenemos una vida de plastilina.

Me mata ver así a mi padre y me mata la idea de que no encontremos la forma de decírselo a la mujer más guapa del mundo. ¿ Cómo se le dice a alguien que se le ha muerto un hijo?. Hay cosas por las que nadie debería tener que pasar jamás. Me jode ver cómo se consume en vida tanta ternura. Disculpen el ejercicio lastimero de hoy, pero es mi manera de gritar que no me acostumbro a decir adiós. Ni de un tipo ni de otro.

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lunes, 15 de noviembre de 2004


Como en un cuento de una mañana de Lunes pero en tarde de Domingo, he chocado contra un autobús. De tanto pensar en ti o en vos o como gustes. Di que el mal ha sido menor y lo único aparatoso ha sido la bronca del conductor (chofer que dirían en Canarias), de resto nada grave. Como espero que este incidente no forme parte de ninguna trilogía y siendo que además veo complicado no seguir pensando en vos, tendré que formalizar algún tipo de seguro multi-riesgo en el cual si por alguna bendita razón me vuelvo a salir de la ciudad, a chocar con otro vehículo o aparezco intentando aparcar el coche en la plaza de garaje de otro, se me practique inmediatamente algún tipo de exorcismo o de zombificación (con el polvo de un veneno extraído de un pez-globo, se sopla sobre el rostro del sujeto que inmediatamente entrará en un estado de catarsis. Se aconseja enterrarlo vivo posteriormente bajo tierra o en una charca de barro) para evitar que el fenómeno aislado se convierta en un hábito frecuente. Ahora bien, cuánto mejor no hubiera sido que en vez de un autobús, hubiera sido una guagua amarilla de las que salen del Hoyo en Las Palmas y en vez de llevarme bronca del chofer le hubiera dicho que fue de tanto pensar en ti, en vos o como gustes, nos convidaríamos a unas cervezas y a una ración de pata con mojo y brindaríamos por las mujeres, por todas, por las de los otros también, pero sobre todo por las que nos quitan el sueño y nos desvelan, "mi niño, así es la cosa", y yo le diría que sí, que tiene razón jefe, que si hace otra Tropical y un poco de queso majorero y ya nos vendrían a buscar cuando nos echaran en falta. Como cuando te echo en falta a ti a vos o como gustes.

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domingo, 14 de noviembre de 2004


Cuando tomamos la decisión de hacernos navegantes aéreos (hace ya un par de años) todo parecía tan lejano que no caímos en la cuenta de que el tiempo juega a las carreras con nosotros apostando a ganador. Como además de sabio, el tiempo resulta ser ecuánime, Icaro ya pilota aeronaves a medida de aprendices de vuelo, aeronaves solitarias para volar los cielos y mirar el mundo con otra perspectiva. La misma perspectiva que siempre tuvo desde niño, el mismo niño que encajaba mis bofetadas a golpe de sonrisa. Como las otras bofetadas, las que te da la vida sin avisar, sin verlas venir, a traición y por la espalda. Creer en la bondad de las personas es creer en Icaro, y ese es el motivo por el que siempre supe que debía tener en la vida un amigo como él. Otra forma de apostar sobre seguro.

A Icaro le duele el alma de no entender cómo empezaron a perder altura sin poder remontar el vuelo . Mantiene el tipo, las alas extendidas y la mirada quebrada. También la firme decisión de no volver atrás. De no mirar atrás. Le quedó el tiempo justo para trazar la línea que ella cruzó. Tiempo de esperar otros vientos que se lleven los mensajes que vomitó aquella mañana el teléfono móvil. Huracanes que arrasen con todo el dolor. Por eso desde las alturas , cuando vuela proyecta la mirada en los edificios altos de la ciudad, avista su bloque y la casa, las calles y los coches , piensa en la mujer que ya no conoce y en las manos de alguien que no es él. Las ciudades están llenas de cuerpos extraños y de traiciones imposibles que ahora quedan lejos mientras son sobrevolados sin saberlo. “¿No tienes nada que contarme?” Nunca antes le dolió tanto hacer una pregunta, nunca tanto una respuesta. Dibujó otra línea un poco más allá que fue atravesada sin armisticio alguno y el ronroneo de la avioneta le devolvió al inicio de la maniobra de aterrizaje.

Para qué aterrizar, si no le gustaba la idea de tomar tierra. Barajó la posibilidad de estrellarse contra todas las habitaciones sórdidas de hotel llenas de amantes furtivos, contra la humanidad entera, la vida y sus bofetadas. Aplastar los recuerdos de los últimos quince años y arrojarlos en el contenedor más cercano. Discutimos las opciones menos malas delante de unas Coronitas y proyectamos un mañana mejor. Y yo me quedo pensando ,mirándole bien a la cara, deseándole ese mañana mejor y que todos los vientos que vengan soplen a su favor. Porque le tiembla la voz cuando me dice que no termina de imaginarse la vida sin ella pero que tendrá que hacerlo porque sabe que merece pilotar una vida llena de vuelos perfectos y de acrobacias hermosas, porque la humanidad se le sale por la boca al hablar.

Y sobre todo, porque Icaro es así aunque ese nunca fuera su verdadero nombre.

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sábado, 13 de noviembre de 2004


1.-Siéntase seguro todo el tiempo de sus posibilidades de éxito a pesar de que no haya nada que indique realmente que pueda conseguirlo.

2.-Deseche cualquier posibilidad de cambiar o mejorar. Que lo haga otro.

3.-Culpe siempre a los demás, a los factores externos y si se siente especialmente inspirado, a todo tipo de experiencias pasadas o complejos no-resueltos.

4.-Actúe con prepotencia y falsa seguridad, pero sin dejar de aparentar cercanía.

5.-Quéjese. Casi siempre funciona y resulta altamente contagioso.

6.-Mantenga relaciones superficiales y poco comprometidas. Nunca perderá nada.

7.-Emparéjese con alguien más atractivo que usted (y a poder ser del sexo contrario) pero menos inteligente. Considerando que usted piensa que es muy inteligente, tenga cuidado de no dar con una persona que realmente lo sea.

8.-Planifique objetivos imposibles de alcanzar y encuentre la manera de postergarlos.

9.-Eche a perder alguna relación importante en su vida y siga culpando al otro. Sea rencoroso: es más divertido.

10.-Lea todo tipo de decálogos que le ayuden a superar su imbecilidad extrema y tómelos como dogma de fe.

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viernes, 12 de noviembre de 2004


El mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien sencillo: golpeaba su galera con una varita azul y luego esperaba que apareciera una paloma. Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo resultado desalentador. La paloma no aparecía.

Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas. La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera magia. Y en cada actuación, en cada golpe de su varita azul estaba la fervorosa esperanza de un milagro. Él no se contentaba con las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redondamente. Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbidos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto confiaba.

Una noche se presentó en el club Fénix. Otros magos lo habían precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la varita azul. Y desde el fondo de la galera salió una paloma, una paloma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche. Apenas si lo aplaudieron. Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas aparatosas a los milagros puros. Rizzuto no volvió a los escenarios.

Tal vez siga haciendo aparecer palomas en forma particular.

(Alejandro Dolina)

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jueves, 11 de noviembre de 2004


A mi izquierda una hilera de hormigas rojas. A mi derecha una hilera de hormigas negras. Se dirigen al centro exacto de la habitación con un paso que adivino marcial , pero tendrán que sortear en apenas medio metro a Melisa que espera apostada sobre sus patas traseras , interpretando el papel de perfecto custodio del orden. Nunca ha sido amiga de las intrigas , así que declara el estado de excepción buscando con la mirada a sus cómplices los gatos. Para entonces, la avanzadilla roja se encuentra flanqueando la mesa con restos de la cena de anoche, eluden atravesarla por debajo y como si quisieran mostrar al mundo su arrojo, la bordean con entusiasmo. El aplomo también se manifiesta en el ejército de las hormigas negras que no tienen que rodear mesa alguna pero se detiene para poder capturar una pelusa y algo de miga de pan.

Los gatos deciden no participar en la contienda a pesar de la formidable simpatía que sienten por Melisa, pero acaban de tomar leche y no se sienten con ánimo. Ni siquiera un poco. Luna ronronea (honorable) sobre el Maria Moliner, como si estuviera disfrutando del proceso de adquisición de profundos conocimientos. Una hormiga despistada se columpia de un extremo de la página en la que ha quedado abierto y poco después será ajusticiada por un tribunal nada amistoso. La falta de disciplina se castiga entre las rojas con la muerte a manos de las suyas, y en las negras a manos de las otras. Suele ser más humillante lo segundo que lo primero, aunque todo depende del lado en el que estés.

En las noticias , el hombre de rostro inalterable comenta algo acerca de los movimientos migratorios y descubro que me resulta imposible acceder al mando a distancia, posiblemente porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Uno tiene la capacidad de discernir entre somnolencia y letargo la mayoría de las veces, sin embargo , aunque me resulta incómodo reconocer abiertamente mi falta de destreza para percibir alteración alguna en mis apreciaciones particulares , creo que estoy más cerca de sentirme mareado que desfallecido.

Quien piense que no puede ser devorado por un centenar de hormigas bien organizadas posiblemente peca de ignorante o de simple. En contra de lo que pueda parecer , la piel humana no representa barrera alguna para casi ningún elemento agresor, así que mis tobillos descansan flácidos y morados sobre el brazo del sillón , también mis muñecas y mis brazos. Me resulta complicado y doloroso ladear la cabeza para adivinar dónde anda Melisa, así que la intuyo, la intuyo curiosa y excitada. Me reconforta saber que no parece asustada y que se mantendrá firme en la contienda , aunque me preocupa su ingenuidad. Es curioso cómo la ausencia de miedos nos hace ser más temerarios arriesgando lo que no imaginamos, lo que en situaciones normales guardaríamos de todas las quemas.

El tercer destacamento , no menos importante y del que todavía no había hecho mención alguna, es el responsable de mis heridas. Ahora se dirige por el pasillo hasta el dormitorio principal, pero creo que eso es sólo una estrategia que oculta las verdaderas intenciones (mucho más enrevesadas y perjudiciales) . Se deslizarán bajo la puerta principal y en menos de siete minutos andarán subiendo por la pata de la cama de mi vecina que estará haciendo el amor probablemente con un tipo que conoció la pasada noche y con el que no tiene nada en común (ni podría tenerlo) pero con el que no se siente especialmente incómoda. No volverán a verse porque las hormigas así lo han decidido. Mientras tanto, Melisa acaba de aplastar un grupo de unas cincuenta y Luna, que finalmente decide colaborar en el ensañamiento mastica a otras tantas. Luego un poco de leche tibia y de vuelta al María Moliner. Las dos hileras ya no son tal y se ramifican en desbandada hacia la terraza quizás porque no esperaban encontrar semejante resistencia.

La escena no es menos grotesca por el hecho de saber que estoy a mitad de un sueño profundo y que nada de esto ocurre en verdad, pero podría serlo y eso es lo que más me inquieta. Despertaré y no quedarán hormigas ocultas entre las baldosas, ni siquiera Melisa reposará en mi regazo (Melisa es un personaje simpático pero imaginario al que me gusta recurrir cuando los duendes no están de mi lado). La vecina tampoco hará el amor y el tercer destacamento puede que ande bien lejos de las patas de mi cama o de la tuya, quizás lo único real sea el hombre inexpresivo de las noticias hablando de movimientos migratorios y mi incapacidad para alcanzar el mando a distancia porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Lo demás son estados más o menos perezosos y algo de imaginación desbordada. Creo que se llama sopor.

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miércoles, 10 de noviembre de 2004


Hemos decidido recuperar el viejo local . Al fin y al cabo son demasiados años y sueños encerrados en aquel sótano. Después de unas cervezas, uno se siente más dispuesto a todo. Lo que más nos alegra es saber que no podemos imaginar nuestras vidas sin los ratos de local. Es posible que no resulte tan complicado desligarnos del pasado, de viejas costumbres, de aquellos libros que leíamos en la facultad o de camisetas que renunciamos a meter en bolsas de plástico como si fueran cadáveres de juventud, incluso de alguna guitarra o de la colección de armónicas. Por eso Héctor hubiera renunciado a todo y sin embargo necesitábamos saber que aún tenemos una vida que hacer junto al viejo local.

Solamente nos hace falta un suelo nuevo y recuperar la maravillosa costumbre de levantarlo con nuestras propias manos. Queremos que en Diciembre esté todo listo para volver a juntarnos y decidir lo que queremos soñar para el futuro. Aunque no hablemos de grabaciones ambiciosas y de conciertos en salas de la ciudad, aunque simplemente hablemos de tocar una canción que nos gusta o que estamos componiendo. Sólo por tocar, sólo por brillar. Sólo por todos los niños que fuimos y aún viven en nosotros, con o sin palos de escoba. Sólo porque vuelvas a pisar el viejo local, aquel donde nos abrazamos.

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lunes, 8 de noviembre de 2004


Según la profesora, Zaire no quería tirarme cuando se desbocó. Me dijo que se había asustado y ya está. La verdad es que no me moví de la silla y después de calmarla le di dos vueltas al paso, un poco por ella y un poco por mí, pero luego me bajé temeroso de que pudiera lastimarme. Los caballos son como algunas personas, siempre te echan un pulso antes de empezar , miden tus fuerzas para saber si pueden "dominar" la situación y luego sin embargo, resultan ser asustadizos (también , como algunas personas) . Cuando les entra el miedo te intentan bajar. El susurrador sostiene que Zaire se asusta porque huele el miedo de la persona que debe guiarla y entonces , se afianza en la sospecha de que hay un buen motivo para salir trotando en huída hacia la cuadra, hacia lo conocido. Hacia casa.

Cuando me dijeron que era rebelde quise conocerla mejor. Más tarde descubriría que realmente es un animal indómito pero noble. Por eso mi amistad con Zaire va más allá de las tardes compartidas, de darnos cuerda mutuamente o de intentar adivinar quién lleva las riendas de quién. A ratos, creo que ella se da cuenta de lo que pienso, de que intuye todos mis desalientos y se apiada de mí , por eso echa a trotar río abajo, queriéndome tirar de su grupa para ver si del golpe espabilo y entonces me decido a tomar las riendas de verdad, sin miedos ni miramientos. Mientras tanto he decidido disimular y hacer como que no me incumbe, aunque temo que ella está adoptando la misma postura. Por eso cuando cepillo sus crines , jugamos a encontrarnos la mirada y a interrogarnos en silencio, me vuelve a tomar el pulso y si ese día amanece con ánimo suficiente , será la compañera ideal a quien contarle mis confidencias . Por eso tengo la certeza de que Zaire no quería tirarme cuando se desbocó, la profesora me dijo que se había asustado y ya está.

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domingo, 7 de noviembre de 2004


-Treinta y tres. Diga treinta y tres.
-Treinta y dos.
-No. Disculpe, he dicho treinta y tres. Es lo habitual en éstos casos.
-Treinta y dos.
- Si, ya veo, pero resulta que no es lo mismo, a veces el orden de los factores es determinante y en este caso , nos vendría muy bien un poco de colaboración.
-Treinta y dos. Treinta y dos…treinta y dos. Caramba, cómo pasa el tiempo.
-Bien , eso es cierto, el tiempo pasa rápido, pero eso no debería ser obstáculo para que usted me diga un treinta y tres. Ya sabe, usted lo dice, yo le miro bien las entrañas y todos tan contentos.
-El tiempo pasa rápido y no es obstáculo. No, no lo es. Treinta y dos.
-¿Alguien puede explicarme qué es lo que está ocurriendo aquí?
-Lleva así todo el día. Hoy cumple 32 y no deja de repetirlo.
-Pues hombre, tampoco es para tanto. A ver, Mr. Puzzle, diga treinta y tres, es muy sencillo; TRE-IN-TA-Y-TRES.
-Cómo pasa el tiempo. ¿ Sabe qué le digo?. Que si acaso ya vuelvo el año que viene justo para estas fechas.

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viernes, 29 de octubre de 2004


De todos los libros que tengo te has ido a comer a Rayuela, y mira que lo pensé, que lo pude esperar, dejándolo a tu alcance sobre nuestro sillón favorito de la siesta y abierto por el capítulo 138 (aquel en el que la Maga cuenta historias inverosímiles ) para que te resulte más fácil la captura. Posiblemente el asunto viniera de lejos, y establecieras un plan de acción ayudada por el gato, (aunque luego representeis el papel de los que se repudian) porque me resulta imposible imaginarte alcanzando ciertas alturas sin la colaboración infame de un cómplice más ágil y diestro. Es posible que sea una suerte de venganza por todas las mañanas que te quedas sola, haciendo como que dormitas sobre mis zapatillas y sin embargo maquinando el más horrible de los crímenes. Quizás son los celos por las horas que no te dedico cuando me atrapo en un libro (ya sospeché cierta actitud hostil con Borges) y reclamas para ti toda mi atención. Has ido a escoger la edición más rara de encontrar, la que me viste releer mil veces, la que ocupaba el mejor sitio de la sala de estar. Sin contemplaciones, empezando por las agónicas tapas y sin un orden preciso, aunque me queda la duda de que no hayas ido masticando las páginas en las dos direcciones posibles del relato. Tampoco has dejado vivos los capítulos prescindibles (acaso no lo serían) y tu labor de desperdigar los trocitos de papel por toda la casa ha sido minuciosa , de modo que seguramente todavía encontraremos restos del naufragio de aquí a la luna. Mi querida y fiel Melisa, en todo caso y para próximas cacerías ¿ no sería posible que te comieras a Gala o en su defecto a Bucay?.

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miércoles, 27 de octubre de 2004


Se acaba de desperezar la ciudad y empieza a caer la lluvia con desgana. La mañana pinta plomiza y fría, y mis dedos escupen emails incoloros e insípidos mientras la mirada se posa en los cristales empañados. Parte de mí estará aquí, apostado en la ergonomía de una silla funcional, la otra parte (la que nadie ve) se escapará atravesando los mismos cristales húmedos que nos separan de la ciudad desperezada. La planta once nos otorga una vista espléndida y eso, en cierta manera te hace tener cierto poder, cierta perspectiva lúdica del mundo y de las calles transitadas por personas-hormiga que también se desperezan. Y vendrán los apremios y las aceras estrechas, los improperios de atasco improvisado y las miradas que persiguen a rubias enfundadas en vestidos diminutos y tacones infinitos.

Lo que tienen las ciudades desperezadas es que te contagian la flojera y las ganas de proyectarse en otros lugares, ganas de siestas de mantas y abrazos , de amantes a media tarde y de terremotos imposibles.

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domingo, 24 de octubre de 2004


Nada al azar ni a los duendes, al menos no todo. Tomemos las manos y los pinceles, los lienzos en blanco y los poderosos argumentos de nuestros anhelos y lanzemos pozales de pintura contra el espacio en blanco. Una vez desparramados los mares de colores contra el vacío, tiremos los mismos pinceles por las pendientes más empinadas y usemos las manos desnudas como brochas que establecen los retazos de las primeras formas. Alejémonos a una distancia adecuada para ver los primeros latidos de nuestra pequeña obra maestra y fijemos la profundidad y el relieve adecuado. Es hora de escoger el grosor de los trazos y la escala cromática que mejor se adapte a nuestro estado de ánimo, la propuesta puede (debe) ser arriesgada y divertiva, considerando además que el azar y los duendes emborronarán parte de lo dibujado, con las mismas manos-brocha aplastaremos pegotes de pintura contra lo establecido para poder liberarnos de los que pretenden mostrarnos el camino adecuado.

Sólo nos está permitido soltar la paleta para ir en busca de un río y una cesta llena de piedras , podemos pintarlas de colores con las manos y bautizarlas con nombres de tormentas y desasosiegos, inmediatamente después las lanzaremos al río y nos olvidaremos de lo que nos impide conciliar el sueño. Volveremos a nuestra pequeña obra maestra con un aire renovado de artistas enloquecidos por la vida y acompañaremos los siguientes golpes de genio con una melodía que nos entusiasme y nos permita dibujar a ritmo de su cadencia. Con cada línea pensaremos en un lugar feliz conocido o por conocer, alargaremos el trazo tanto como nos permita el viaje virtual y cambiaremos de color y de textura empleando cualquier tipo de material y técnica. Todo vale menos el abandono.

Una vez concluída la primera versión de nuestro lienzo, no lo consideraremos definitivamente terminado. Lo situaremos en la estancia más iluminada y organizaremos una barbacoa para mostráserlo a conocidos y amigos. Tildaremos de necio a todo aquel que decida opinar gratuitamente acerca de la combinación de colores escogida y le proporcionaremos una buena ración de carne chamuscada que conviene tener siempre preparada para cierto tipo de personas. Excluiremos de próximas invitaciones a todos los aprendices de expertos de todo y una vez que la fiesta concluya abriremos una botella de vino y haremos el amor con la persona amada. Conviene embadurnar primero los cuerpos de pintura (o chocolate) y retozar sobre una sábana blanca y virgen hasta que amanezca.

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sábado, 23 de octubre de 2004


El príncipe tiene princesa y la princesa tiene una Moleskine. En la entrega de premios se quitó por momentos su vestidito real y se disfrazó de periodista (lo que resulta ciertamente curioso, porque casi nadie nunca supo que el sueño de la princesa era haber sido periodista y no reina) y mientras el cineasta francés hablaba de sus prismas y sus planteamientos, ella anotó y anotó en la Moleskine, así como de lado para que el príncipe no la viera.

Entre gaiteros y hombres de chaqué , entre flashes y pamelas fuera de temporada, alguien reparó en el cuaderno de bitácora pequeño y elegante, en cómo acariciaba las hojas color vainilla y apuntaba las ideas que más le entusiasmaban ; y lanzó la crónica al mundo. Y claro, los príncipes también tienen (como todos los matrimonios modernos) momentos para ellos, para hablar de cómo les ha ido el día y qué les ha parecido el tinglado y la comida con los premiados. Pero en realidad lo que el príncipe quiere saber es lo que la princesa escribe en su Moleskine cada día, y que ella a veces sí -pero otras no- le lee en voz bajita al oído , y el príncipe la mira embobado porque le encanta su voz y su aplomo, y las ideas que tiene. "Tienes que escribir más, dejar salir todo eso tan bonito que tienes dentro". Pero el protocolo es el mayor enemigo de las princesas que tienen moleskines. Así que se quedan dormidos y abrazados , ella soñando con cuando era niña y anotaba los sueños en su diario , con su primera Moleskine y el primer cuento que mandó a un concurso con seudónimo, con su deseo infinito de ser reportera de la vida para recorrer el mundo con una maleta siempre dispuesta y un busca echando humo prendido de la hebilla de su cinturón de exploradora, y el príncipe que también sueña, con sus ganas locas de ser futbolista y piloto, y a veces se despierta y la mira preguntándose qué vio la princesa para fijarse en él, sobre todo, siendo que él no sabe escribir tan lindo como ella.

Y cuando la princesa no mira, el príncipe lee su Moleskine a escondidas y aún se enamora más de ella. Si cabe.

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viernes, 22 de octubre de 2004


Alicia ya lo sabía desde hacía mucho tiempo. Conocía los tesoros y los portentosos milagros de muchos de los autores consagrados. No es que quisiera guardar su secreto, pero cierto resulta que nadie le preguntó y, por tanto, se limitó a mostrar sólo lo que los demás esperaban encontrar.

Después de tres semanas juntos en un curso subvencionado, él se atrevió a intuirla. Quiso imaginarla frágil y larga como sus pasos, y aprendió a mirarla de reojo justo para que ella se diera cuenta y pensara (a pesar de que fingiría desviar su atención a otro lado) que él era algo torpe como espía. Le gustaba su pelo rojizo y sus piernas medio torcidas e infinitas, su rostro pálido -pleno de lunares- y ese aire misterioso de mujer inhabitable por nadie. Le averiguó un amor de hace mucho tiempo, de esos que lo intentan miles de veces, que van y vuelven porque no encuentran espacios mejores (o al menos no tan permisibles) y que duelen un rato y curan al siguiente. Amor de “mi mejor amigo” y de “nadie me conoce como él”.

Como nunca tuvo nada que perder, continuó observándola detrás de un periódico agujereado para la ocasión, haciéndose el encontradizo y reclamando su atención de maneras inverosímiles. Consiguió una especie de venia no-pactada y su dirección de correo electrónico. Le mandó mensajes y poemas, también una colección de indicios dirigidos a que ella pudiera hacer sus propios vaticinios. En menos de dos semanas fueron al teatro y jugaron a seducirse, primero vendría el lado intelectual en el que ambos se sentían cómodos y cercanos, luego vendrían las cervezas y los abrazos. “Estoy nerviosa, no me gusta lo que siento cuando me abrazas, porque luego te echo de menos”. Empezó a verla como una mujer bella y completa capaz de llenarle sus muchas inquietudes. Planearon lo que no se planea y durmieron juntos un día cualquiera entre semana.

Esa noche no hicieron el amor y él se limitó a recorrer la superficie lunar con toda suerte de arrumacos y caricias. Se sorprendieron por lo íntimo de sus encuentros y la extraña facilidad con la que todo ocurría. No pasaron de tres noches hasta que ella le pidió que estuviera dentro. Estuvo un buen rato y formaron una enredadera de piernas y brazos, se navegaron sin prisa. Conforme fueron descubriendo maneras de acariciarse, él reparó en sus estanterías llenas de libros y en el montón que se acumulaba en un par de cajas de cartón. Ella le mostró a Borges y a Cortázar y después se navegaron de nuevo. El aprendió a leerle con acento porteño los fragmentos que ella escogía y se dormían navegando a través de kilómetros de piernas y sueños. Ella le aseguró que él era el chico más dulce, que le encantaba oírle recitar cuentos. Y él la miró como mujer habitable por pocos mientras siguió acariciando la superficie lunar en la que aterrizaba cada tarde. Pintaron las paredes del salón y bebieron vino, compartieron canciones de Marisa Monte y siguieron con el juego de la seducción. Ella le prestó "El Aleph" y le regaló "Rayuela", se lo dedicó (“Azar, búsqueda, locura…) y él los dejó caer sobre el viejo mueble de su habitación. Siguieron navegando, bebiendo y escuchando cuentos en boca del otro.

Una tarde de otoño, su “mejor amigo que mejor le conoce” tuvo un accidente y reapareció en su vida como una pieza de rompecabezas cojo. Como no podía ser de otra forma, ella le cuidó y le visitó para darse cuenta de que su rompecabezas también estaba cojo y fíjate tú qué sería de mi vida si te hubiera pasado algo. Por eso, y porque casi seguro que Alicia ya lo sabía, nunca se despidió del chico que contaba cuentos con acento sureño y que le navegó más dulce que nadie, posiblemente lo olvidó, y su navegante también. Pasaron los veranos y alguien encontró Rayuela y fue que no pudo dejar de leer, y lo mismo con Borges, y Arreola, Monterroso, Quiroga y Gabo, de modo que pasaron más veranos, y más mujeres inhabitables (en realidad Alicia lo era), más lecturas disfrazadas de señuelo entre copa de vino y relatos, agradeciendo el descubrimiento y el verdadero caudal de lo que había descubierto.

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miércoles, 20 de octubre de 2004


De toda la fauna que se congregaba en su casa, destacaba Melisa por su facilidad para teletransportarse. Con apenas tres meses de vida, tenía revolucionados a todos los que habitaban su nuevo entorno, incluyendo el trío de gatos, su dueña y los visitantes inesperados.

Al fondo del pasillo y a modo de puerta a otra dimensión desconocida, colgaba una de esas cortinas modernistas hecha de alambre y piezas de plástico rectangulares y anaranjadas. Le gustaba coger carrerilla (en realidad tenía que hacerlo por que sus patas eran demasiado cortas para avanzar todo el espacio que se le ponía por delante) y atravesar la cortina como una flecha. Flop. Y desaparecía al otro lado del pasillo para reaparecer segundos después con alguna prueba irrefutable de que acababa de regresar de un lugar maravilloso. Flop, y el gato-buho y el otro que tenía alergia de su propio pelo miraban no sin recelo la presencia de Melisa y sus preciados tesoros. Llegó a despertar tal interés con sus expediciones , que todo el mundo quería conocer el contenido de sus capturas en la otra dimensión, a veces era una pelota de goma, otras un hueso que sonaba cada vez que lo mordía y muy de vez en cuando unas braguitas con olor a melocotón.

Gracias al amplio surtido de gruñidos que era capaz de emitir estuvo a punto de superar un casting para la tercera parte de “Babe el cerdito valiente”. Además (debido a su formidable encanto personal) varias cadenas de televisión quisieron hacerse de sus servicios como mascota oficial, pero Melisa (dentro de su humilde condición canina) no dudó en rechazar una tras otra cada una de las ofertas. Y así fue que pasaron los días, y ella siguió cruzando de un lado a otro su otra dimensión, volviendo a veces con increíbles trofeos (desatascadores , zapatillas y bandejas de plástico devoradas con tenacidad) , y otras nada más que con esa mirada de susto-pregunta que te invitaba a acompañarla en sus recorridos a otros mundos.

Y aquí seguimos Melisa y yo, de vez en cuando saltando juntos a otras dimensiones (Flop) y aprendiendo a ver el mundo con su mirada de susto-pregunta que tanto nos gusta a todos, incluidos el gato-buho, el que tiene alergia de su propio pelo y todos los demás visitantes.

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sábado, 16 de octubre de 2004


El ayudante del ilusionista tenía todo controlado, los pañuelos de seda y la iluminación ajustada milimétricamente. Nada podía fallar y en el momento en el que se abrió el telón y la música empezó a sonar, los mil magos que presenciaban el espectáculo rugieron ansiosos.

El ilusionista apareció en lo alto y se lanzó al centro del escenario rodeado de bailarinas entre la exclamación inicial. A cada golpe de música le sucedía uno de luz, tal y como se había ensayado. Un giro en el aire a uno de los aparatos y se subió a lo alto, desafiando con la mirada al público y esperando el movimiento escénico indicado. Los segundos que pasaron entre que detectó que algo extraño pasaba y que tuviera que empezar a improvisar una nueva coreografía resultaron ser una eternidad para todos los miembros del equipo menos para uno: el asistente vagaba por el escenario con la mirada perdida y una de las piezas del aparato en las manos, queriendo buscar algo que no le correspondía encontrar. El grito de una de las bailarinas le despertó del trance y pudieron terminar el espectáculo no sin problemas para alcanzar el tiempo adecuado de ejecución. No obstante los asistentes aplaudieron.

Cuando el telón se cerró y la zona de backstage quedó iluminada, el ayudante del ilusionista se limitó a balbucear una disculpa y se desplomó sobre el gran baúl. Para entonces ya había recuperado la mirada.

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sábado, 9 de octubre de 2004


Me piro. Antes de que sea tarde y no pueda deshacer el entuerto, antes de que tenga que inventar una excusa o decirte que fue el vino. Antes de que te des cuenta de que todo éste tiempo he ido en plan amigo, precisamente porque sabía que no podías querer otra cosa y porque además , lo que más te asustaba era que yo fuera el típico chico que va en plan amigo para luego decir que se ha enamorado. Pero me he enamorado y no te lo he dicho. Por eso tengo que irme, antes de que se note que te miro embobado y te diga lo guapa que estás ésta noche, o de que escuches cómo me cruje el alma cuando me hablas de que te está empezando a gustar el abogado que te lleva la separación o tu monitor de fitness. Antes de que te des cuenta de que me invento nombres de mujeres para ver si consigo ponerte celosa, aunque te alegres y me digas que algún día una de esas chicas me merecerá y yo seré feliz. Para entonces tú estarás con tu monitor de fitness o con tu abogado matrimonialista y yo intentando dejar de inventar historias con mujeres que no existen, haciendo el papel de amigo que está siempre a tu lado y que nunca se enamorará de ti. Pero me he enamorado, así que me piro antes de que sea tarde y no pueda evitar saltar sobre tu boca para darte un millón de besos con sabor a Lambrusco.

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viernes, 8 de octubre de 2004


No es contigo, es conmigo que están mal las cosas y no termino de encontrarme. Quizás por eso me sientes quebrado y distante, pero no es contigo. Es conmigo. A veces son días, a veces semanas, a veces pequeños periplos de tiempo en los que uno no sabe cuándo se embarcó ni cómo fue que empezó todo. Días de no saberse distinguido ni notable, de querer devorar el mundo y la vida con avidez y no tener apetito, días de mala gana y desidia, pero créeme que no es por ti, ni es contigo. Es desgana de estar y de ser, de hacerse preguntas y de esperar que florezcan girasoles en la parada del autobús, de mirar el teléfono por si suena y eres tú, pero luego no suena o no eres tú. Días de extraviar la fe y no saber dónde la dejé, y la busco pero sólo encuentro unas viejas llaves que perdí junto con mi virginidad inocente, días de mirarte y preguntarme qué viste en mí cuando soy así y necesito que creas que no es contigo, es conmigo que olvidé cómo es la persona que una vez descubriste conquistando territorios lejanos en el mejor sitio de tu habitación. Días de ratos abandonados, de querer pedirte que si es posible, no me tengas en cuenta ni repares en mí, que quizás no sea mala idea que me vaya lejos y me tome un tiempo para ver si florecen los girasoles y pueda tocar a tu puerta una tarde de viernes con un ramillete en una mano y mi fe intacta en la otra.

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jueves, 7 de octubre de 2004


Me piro. Lo cierto es que el querer mantener las apariencias me ha llevado siempre a maltraer. Si no hubiera sido porque soy un artista y porque han herido mi orgullo no habría pasado nada. Por eso y porque he elogiado a Tamariz, y claro, ellos no lo entienden y te dicen que si hacer un truco con ases y reinas no tiene mérito, que si coge una carta que te la adivino, que si eso se hace con baraja trucada, que si esto o si lo otro. Pero ellos no lo entienden, prefieren al sofisticado y pedante de Copperfield y sus hermosas bailarinas que desaparecen y reaparecen entre el público en un suspiro. No, no lo entienden, y por eso les he plantado cara, por eso y porque el gran Juanito nos estaba mirando, porque la ayudante de aquel otro mago francés está como un queso y porque si salgo de ésta posiblemente podré invitarla a cenar. En realidad no he mentido, porque recuerdo que llegué a tener entre mis manos alguno de los libros en los que se explicaba cómo se evadía Houdini, aunque reconozco que nunca llegué a detenerme en los detalles. He aceptado el reto por eso, y porque no consiento que despectivamente nos llamen carteros a los que hacemos magia con los naipes. Ellos hacen un truco de cartas y yo a cambio me piro, vamos, que me escapo de ésta urna llena de agua perfectamente sellada, me piro a pesar de las cadenas, de los candados y de que llevo cerca de dos minutos conteniendo la respiración, aunque nadie me haya dicho dónde están las ganzúas, la puerta secreta y si la ayudante del mago francés me va a venir a sacar antes de que la cosa se ponga fea de verdad.

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lunes, 4 de octubre de 2004


Una mañana recién levantado, el hombre de ceño fruncido pudo observar como su frente se arrugaba más y más y decidió que empezaría a contar el número de pliegues que se formaran bajo el nacimiento del pelo. El Lunes contó diez vertientes principales con sus correspondientes ramificaciones, pero le pareció normal. El Martes, aunque en un principio pensó que el sueño y las legañas no le dejaban ver las cosas tal y como eran, agregó tres estrías más al cómputo total. El miércoles no le cogió desprevenido el hecho de ver una veintena de pliegues y entre jueves y viernes cincuenta. Así fue que pasaron los días y le resultó imposible contabilizar las dobleces de su rostro, pero no por ello dejó de mirarse en los espejos y escaparates. El fin de semana despertó con un gran relieve rugoso en el centro exacto de su cabeza.

De una manera no menos extraña, el conjunto de frunces comenzó a tomar una posición más que destacable y adoptó la forma de un amasijo de piel gigante. Tampoco quiso darle más importancia y siguió frunciendo el ceño. Y el ceño se hizo uno y se ancló al parietal y al occipital . Debido a que las cejas se arquearon interiormente hasta casi juntarse con la nariz , la cara misma comenzó a deformarse tomando la misma expresión que uno tiene cuando chupa un limón , y se contrajo entera hacia adentro con el gesto grave . La cosa no mejoró y el conjunto nariz-ceño-orejas se desplazó como una enorme placa tectónica hacia el interior de la cabeza tomando la apariencia de un enorme cráter. Para entonces, los pómulos y las mejillas que aguantaban una tensión desproporcionada ya iban tras la trayectoria descrita por la gran masa rugosa, del tal modo que llegaron a estar casi tan juntos que podrían haberse solapado y fundido en una sola superficie rosada y estirada. Las cuencas de los ojos se hundieron y las cejas quedaron ocultas por la pronunciada pendiente que iba desplazándose vertiginosamente de norte a sur de tan peculiar orografía.

Diez días después, la cabeza del hombre de ceño fruncido se había transformado en una bien redondeada forma rugosa atravesada por una enorme estría frontal , y de la que solo quedaba el recuerdo de unas orejas en punta y una barbilla perfecta. Para entonces, el hombre arrugado quiso darse cuenta de lo ocurrido y decidió poner mejor cara, relajar la expresión y tomarse la vida con más desenfado, pero nadie se atrevió a decirle que casi con toda seguridad, ya era demasiado tarde.

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martes, 21 de septiembre de 2004


Te hablo desde la Luna en calidad de enviado espacial. Estoy rodeado de asteroides y planetas solitarios, de dragones verdes y elefantes blancos, hermosos todos ellos pero sin duda nada comparables con los unicornios azules . Silvio no entendía de fauna mitológica, pero estaba enamorado.

Te hablo desde la Luna, desde mis ojos, desde el agujero negro y el punto de no-retorno. En la Luna no hay agua, sólo saltimbanquis diluidos en alcohol. Teniendo en cuenta la distancia real que nos separa, y lo lejos que hemos decidido estar, parece razonable desandar todos los kilómetros. Quizás , si pudiera aprender a inventar un “requerer” , podría aprender a desprenderme de todos los fantasmas. Aquí tengo uno. Le he invitado a un trago y hemos hablado de sus verdaderas intenciones. Lo único que he conseguido averiguar es que está de paso en la ciudad.

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domingo, 19 de septiembre de 2004


Y de repente tembló toda la casa. Un terremoto de 4,5 grados en la escala de Richter con epicentro en un pueblecito al norte de la ciudad se ha hecho notar en toda la comunidad. El subsuelo que recorre por debajo los valles más próximos a la frontera con Francia se ha vuelto a mover. La falla norpirenaica está cabreada, y se ha desplazado tres veces en el último mes.

A Merche y a mi nos ha cogido en casa , mientras esperábamos que volviera Pedro de una reunión. De repente el sofá se ha transformado en una cama de agua y la estructura entera del edificio se ha tambaleado . Tres segundos de movimiento mudo, una pausa y otros cuatro segundos de actividad. Después, calma.

El proceso mental ha sido curioso, primero piensas que puede ser Toy jugando detrás de los muebles, luego te planteas que los vecinos están de obras y te acuerdas de toda su familia, pero cuando he visto que Merche se incorporaba y comenzaba a tocar las paredes y a mirar las lámparas, nos hemos preguntado por primera vez si realmente sería otra cosa.

Por eso en algunos lugares, las lavadoras han centrifugado aún estando apagadas, las sillas han temblado y en las paredes se han abierto cicatrices de pintura resquebrajada y cal. Las figuritas de porcelana han hecho puenting desde lo alto de las estanterías, y las estructuras y los cimientos han despertado de la siesta estirándose como gatos desperezados en una tarde que ya acaricia el otoño. Una señora ha creído tener un mareo y ha necesitado recuperar su horizontalidad acostándose en un canapé desgastado por los años.

Puestos a imaginar historias para una tarde de terremotos, me ha dado por pensar en que a esa misma hora, todas las personas que estuvieran haciendo el amor , alcanzarían el clímax perfecto justo a las 14:52, y sin saberlo , tendrían el orgasmo más increíble de sus vidas. Ajenos al terremoto, ajenos a la realidad, una pareja de adolescentes se amaría por primera vez. A las tres menos ocho minutos se abrazarían fuerte , se comerían con la mirada y estallarían de placer justo con el segundo temblor. Tal y como siempre habían soñado que sería . Tal y como les contaron que sucedería.

Lo que no saben es que por muchas otras veces que hagan el amor y que se vuelvan a entregar, por muchas otras personas que ocupen los espacios vacíos que habitan sus sábanas, por muchos romances y por muchas promesas, nunca jamás volverán a temblar , como temblaron el uno con el otro aquella tarde a las 14:52.

Publicado por Puzzle a las 15:28
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sábado, 18 de septiembre de 2004


Los fantasmas cotidianos suelen manifestarse de la manera más inocente posible, aunque solo en apariencia. Pueden tomar la forma de joven estudiante (bellas artes o sicología) delgado y desaliñado, con aire bohemio y de vuelta de todo que sin haber cumplido los veinticinco , ya tiene en su haber un pasado proceloso. Este es el motivo, y no otro, por el cual si te fijas bien en ellos, nunca se reflejan en los espejos de los baños de la facultad.

Nota del autor: Es por todos sabido que un matemático o un ingeniero no suele resultar tan efectivo. Al grupo mencionado anteriormente de artistas y futuros sicólogos, con cada vez mayor frecuencia se pueden incorporar estudiantes de graduado social, magisterio y filosofía y letras. Son especialmente hábiles con ciertos instrumentos, entre los que indefectiblemente se encuentran la guitarra y todo tipo de percusión.

Luego están los otros, los distinguirás por su porte más maduro y por una holgada ventaja en edad y experiencia. Aparecen en lugares insospechados, ya sea en una expedición multiaventura o en la fila del banco. En el primero de los casos entablarán pronto una profunda amistad colmada de nuevos y estimulantes conocimientos. Te aportarán multitud de ventajas y tendrán muchas posibilidades de permanecer en tu vida a no ser que se enamoren de tu vitalidad y la mínima expresión de tu ropa interior. Entonces decidirás alejarte sin miramientos pero con la esperanza del reencuentro. Los segundos te dejarán avanzar hasta la ventanilla de ingresos a condición de que aceptes la invitación a un café o una comida en un restaurante de menú a diez euros. Si están casados, automáticamente serán descartados. En caso contrario dejarán caer en la conversación algún libro de Benedetti y el deseo de no querer ser lastimados porque acaban de salir de una relación prolongada y tormentosa.

En ambos casos, y siguiendo la tradición espectral, querrán aparecerse de noche en tu habitación e introducirse bajo las sábanas de la cama. El pretexto será que todos los fantasmas se tienen que envolver en unas. A modo de experimento científico puedes instalar un equipo de alta fidelidad , a la mañana siguiente envía la grabación a un programa de radio especializado en fenómenos paranormales y autoriza a que emitan la psicofonía.

No te estremezcas demasiado al escucharla.

Publicado por Puzzle a las 20:06
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lunes, 13 de septiembre de 2004


El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas. Nada nuevo ocurrió.

Revisó la manera de flexionar las rodillas para tomar impulso, el ángulo correcto y la superficie que lo sostenía. Repasó mentalmente los últimos vuelos, y todos los tratados de ilusionismo que recordaba haber estudiado. Consultó con los otros magos, y buscó información en foros de noticias de Internet.

En un canal de chat, avisaban de una extraña dolencia que causaba vértigo a todos los ilusionistas ávidos de querer volar lejos. La doctora Parchís confirmó los rumores, y le comunicó que no se conocía cura alguna. En un laboratorio del planeta solitario estaban trabajando en la vacuna, pero no sería indolora.

El colectivo mágico, aconsejó que no tuviera miedo a las alturas, a pesar de que todos sabían que era una recomendación simple y poco probada.

Así que después de muchos intentos, muchas consultas y muchos despegues abortados, entregó su acreditación en el sindicato, y emprendió el camino de regreso en autobús. Le cedió el asiento a una viejecita y se bajó en la última parada. Tuvo tentaciones de comprar un libro de cartomagia, y dedicarse a otro tipo de efectos. Pero él quería seguir volando. Dejó que pasaran los días, intentando descubrir lo que fallaba. Un fabricante de grandes ilusiones revisó los planos de su aparato de levitación , un experto cartógrafo verificó sus mapas , y el mejor óptico certificó sus cristales de mirar el mundo. Nadie supo dar una respuesta certera.

Finalmente , decidió guardar su varita en un cajón y darse de alta en el gremio de aprendices de ilusionista. Una tarde de septiembre, delante de la pantalla de su portátil, buscó en Google todas las entradas para “ilusionistas que no pueden levitar”. Filtró el contenido por idioma y por entradas más recientes, y redujo notablemente el número de sitios con información relevante. De todos los que encontró , el buscador le remitió a una especie de rompecabezas cibernético, y fue entonces que no pudo dejar de leer :

“…El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas…”

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domingo, 12 de septiembre de 2004


El viejo local está medio derruido. La humedad , que siempre mantuvo el papel de peligrosa enemiga , ha podido con él.

Son casi quince años de ensayos, de noches enteras de música, de risas y discusiones. De anécdotas de Rock & Roll , de encuentros con amigos, y sesiones interminables. Quince años de soñar con el próximo concierto , o con una nueva canción. El lugar feliz, donde nacieron muchas ilusiones envueltas en papel de celofán.

Las paredes del local han visto pasar a los mejores músicos de la ciudad, a periodistas incansables. Una de las esquinas de nuestro sótano de sueños, hizo en su día las veces de despacho improvisado, donde recibíamos llamadas y noticias. Las fotos de Chema (nuestro manager todos estos años) cuando todavía tenía pelo, y los carteles de conciertos empapelaban el interior de la cajita de música. También algunas postales de vacaciones y un diagrama gigante del mástil de una guitarra.

Tiempos del Purnas, de dormir en colchones en el suelo y de ensayar todos los días, con público o en soledad, tardes de cervezas y borracheras, de broncas y de abandonos, de cambios en la banda, de idas y venidas, de amplificadores y micrófonos gastados por la voz. De gatos que se colaban por las rendijas y sesiones de fotos y grabaciones accidentadas. De humo y luces de colores, de cargar y descargar furgonetas enamoradas. De partidas al Trivial , y de gominolas. De visitas al Isabelo, y al Pijín . De inundaciones calculadas y de ensayos hasta la madrugada. De adolescentes entusiasmadas.

Por eso, el niño que hacía playbacks en su habitación con un palo de escoba imaginando escenarios y aplausos, sabe que ha sido en el viejo local del grupo donde más sueños se han cumplido. El espacio habitado en el que vivieron historias de Héroes silenciosos , de Mauricios risueños e inextinguibles, de Sopeñas grabando las primeras canciones para el Loco. La academia improvisada de clases de bajo para alumnos aventajados y el escondrijo secreto para las criticas anodinas que colgábamos en la pared , al ladito de nuestro primer contrato y de las anotaciones de nuestro primer productor conocido.

La humedad y el tiempo han ido desgastando los bancos de madera sobre los que levantamos el escenario de los sueños, dándoles forma cóncava y precipitándolos a un naufragio de pena entre el yeso y el corcho, entre el aislante acústico y el gran espejo frontal. El local Titanic más admirado y envidiado de la ciudad se está hundiendo, y todavía permanecen flotando ligeros en el aire, todos y cada uno de los acordes que inventamos en él, quizás a la espera de poder volver a tener un colchón donde aterrizar. Acordes que no quieren escapar de su cajita de música, y que cada noche silbarán melodías de viejo pop español. Aunque nadie vuelva a escuchar. Aunque el niño del palo de escoba se quede reflejado en la ventana de su cuarto , mientras hace sonar con su armónica , el blues más azul de todos.

Publicado por Puzzle a las 1:50
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