Cuando tomamos la decisión de hacernos navegantes aéreos (hace ya un par de años) todo parecía tan lejano que no caímos en la cuenta de que el tiempo juega a las carreras con nosotros apostando a ganador. Como además de sabio, el tiempo resulta ser ecuánime, Icaro ya pilota aeronaves a medida de aprendices de vuelo, aeronaves solitarias para volar los cielos y mirar el mundo con otra perspectiva. La misma perspectiva que siempre tuvo desde niño, el mismo niño que encajaba mis bofetadas a golpe de sonrisa. Como las otras bofetadas, las que te da la vida sin avisar, sin verlas venir, a traición y por la espalda. Creer en la bondad de las personas es creer en Icaro, y ese es el motivo por el que siempre supe que debía tener en la vida un amigo como él. Otra forma de apostar sobre seguro.
A Icaro le duele el alma de no entender cómo empezaron a perder altura sin poder remontar el vuelo . Mantiene el tipo, las alas extendidas y la mirada quebrada. También la firme decisión de no volver atrás. De no mirar atrás. Le quedó el tiempo justo para trazar la línea que ella cruzó. Tiempo de esperar otros vientos que se lleven los mensajes que vomitó aquella mañana el teléfono móvil. Huracanes que arrasen con todo el dolor. Por eso desde las alturas , cuando vuela proyecta la mirada en los edificios altos de la ciudad, avista su bloque y la casa, las calles y los coches , piensa en la mujer que ya no conoce y en las manos de alguien que no es él. Las ciudades están llenas de cuerpos extraños y de traiciones imposibles que ahora quedan lejos mientras son sobrevolados sin saberlo. “¿No tienes nada que contarme?” Nunca antes le dolió tanto hacer una pregunta, nunca tanto una respuesta. Dibujó otra línea un poco más allá que fue atravesada sin armisticio alguno y el ronroneo de la avioneta le devolvió al inicio de la maniobra de aterrizaje.
Para qué aterrizar, si no le gustaba la idea de tomar tierra. Barajó la posibilidad de estrellarse contra todas las habitaciones sórdidas de hotel llenas de amantes furtivos, contra la humanidad entera, la vida y sus bofetadas. Aplastar los recuerdos de los últimos quince años y arrojarlos en el contenedor más cercano. Discutimos las opciones menos malas delante de unas Coronitas y proyectamos un mañana mejor. Y yo me quedo pensando ,mirándole bien a la cara, deseándole ese mañana mejor y que todos los vientos que vengan soplen a su favor. Porque le tiembla la voz cuando me dice que no termina de imaginarse la vida sin ella pero que tendrá que hacerlo porque sabe que merece pilotar una vida llena de vuelos perfectos y de acrobacias hermosas, porque la humanidad se le sale por la boca al hablar.
Y sobre todo, porque Icaro es así aunque ese nunca fuera su verdadero nombre.
A Icaro le duele el alma de no entender cómo empezaron a perder altura sin poder remontar el vuelo . Mantiene el tipo, las alas extendidas y la mirada quebrada. También la firme decisión de no volver atrás. De no mirar atrás. Le quedó el tiempo justo para trazar la línea que ella cruzó. Tiempo de esperar otros vientos que se lleven los mensajes que vomitó aquella mañana el teléfono móvil. Huracanes que arrasen con todo el dolor. Por eso desde las alturas , cuando vuela proyecta la mirada en los edificios altos de la ciudad, avista su bloque y la casa, las calles y los coches , piensa en la mujer que ya no conoce y en las manos de alguien que no es él. Las ciudades están llenas de cuerpos extraños y de traiciones imposibles que ahora quedan lejos mientras son sobrevolados sin saberlo. “¿No tienes nada que contarme?” Nunca antes le dolió tanto hacer una pregunta, nunca tanto una respuesta. Dibujó otra línea un poco más allá que fue atravesada sin armisticio alguno y el ronroneo de la avioneta le devolvió al inicio de la maniobra de aterrizaje.
Para qué aterrizar, si no le gustaba la idea de tomar tierra. Barajó la posibilidad de estrellarse contra todas las habitaciones sórdidas de hotel llenas de amantes furtivos, contra la humanidad entera, la vida y sus bofetadas. Aplastar los recuerdos de los últimos quince años y arrojarlos en el contenedor más cercano. Discutimos las opciones menos malas delante de unas Coronitas y proyectamos un mañana mejor. Y yo me quedo pensando ,mirándole bien a la cara, deseándole ese mañana mejor y que todos los vientos que vengan soplen a su favor. Porque le tiembla la voz cuando me dice que no termina de imaginarse la vida sin ella pero que tendrá que hacerlo porque sabe que merece pilotar una vida llena de vuelos perfectos y de acrobacias hermosas, porque la humanidad se le sale por la boca al hablar.
Y sobre todo, porque Icaro es así aunque ese nunca fuera su verdadero nombre.
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