sábado, 1 de septiembre de 2007




Marla siempre quiso que acudiéramos a un terapeuta argentino en cuanto terminara el verano. A mí me gusta que Marla tenga todo lo que desee. Por eso me casé con ella. Ahora Marla dice que se siente sola cuando no estoy en casa, que un animal doméstico le haría compañía o en su defecto un amante, pero que de momento prefiere un animalito. También quiere que vuelva el tipo que yo solía ser, aquel hombre decidido y seguro que le nublaba los sentidos. El terapeuta argentino sugiere que haga cosas arriesgadas, que eso ayudará a combatir esa extraña y repentina crisis de inseguridad que me invade.

Es Septiembre. He hecho algunas llamadas. Quiero que Marla sea feliz y recuperar su admiración de antaño. Mañana perfilaré los detalles y le contaré mi plan: he decidido adquirir un cocodrilo. No concibo otro animal más apropiado para Marla. Por otra parte, el cocodrilo me permitirá recuperar al tipo que fui. Combatiré mi inseguridad con actos arriesgados al tiempo que Marla estará acompañada durante mis ausencias. Todo volverá a ser como antes.

Un cocodrilo lleva una vida bastante inactiva y yace inmóvil la mayor parte del día. Por la mañana el cocodrilo busca el calor del sol, así que podrá hacerle compañía a Marla en la terraza a la hora del desayuno. Le pondremos un nombre adecuado, un nombre de reptil o de político famoso, aunque a mí me resultan encantadores los cocodrilos. Un cocodrilo permanece en espera durante horas, no tiene prisa, no pasa el tiempo en su vida de cocodrilo. El nuestro podría vivir en la piscina.

Entonces imagino que regreso al final del día, justo cuando se pone el sol afuera en la casa. Marla me recibe amorosamente, hablamos de cómo nos fue la jornada y le pregunto por el cocodrilo. Después de la cena acostumbro a hacer mi número más arriesgado en el patio, junto a la piscina, preparamos algún cóctel y fumamos cigarrillos finos, comentamos lo lejos que queda la felicidad y lo poco que nos damos cuenta cuando la tenemos planeando sobre nuestra existencia. Luego me incorporo y pausadamente, con un gesto grave, introduzco mi cabeza en la mandíbula del cocodrilo. Permanezco quieto unos segundos. Cada día que pasa alargo el intervalo de tiempo dándole más emoción a la escena. Eso me acercará a Marla.

Ahora sé todo lo que hay que saber acerca de los cocodrilos. Los cocodrilos, por ejemplo, tienen cuerpos pesados y metabolismos generalmente lentos. Nuestro fiel compañero está bien adaptado a la vida en la piscina y solo de vez en cuando abandona la rutina de sus aguas siempre quietas, únicamente para nuestro número circense, deslizándose sobre el césped del jardín, arrastrando su estómago y empujándose con los pies. Luego se dirige hacia el velador que preparamos cada noche para celebrar el espectáculo. Ayer, lamentablemente, perdí una oreja cuando me disponía a sacar la cabeza de la boca del cocodrilo. Si hubieras visto la cara de infinita admiración que proyectó Marla contra la superficie azulada y mansa de la piscina, comprenderías que una oreja importa bien poco y que, ahora sí, todo volverá a ser como antes.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Septiembre 2007)

Publicado por Puzzle a las 11:07
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