sábado, 12 de abril de 2008





Como cada mañana de martes, —el día libre en la sinfónica— el director de orquesta y la concertino se citan clandestinamente en el parque. El director de orquesta lleva rosas recién cortadas, un gesto que a la concertino, pelirroja, metro setenta y cinco y veinticuatro años, le resulta ciertamente irritante. Como si a ella se la pudiera satisfacer con un método tan simplón. Como si quedar bien con una mujer —con cualquier mujer— fuera algo tan baladí. Recién cortadas además, no te fastidia, susurra la concertino, cuyo temperamento irlandés le resta por completo toda su delicadeza en momentos así. Si por lo menos fueran media docena de claveles chinos, o unas dalias secas. Pero no: rosas blancas. Recién cortadas. Menuda plancha.

La concertino irlandesa, formada en Alemania, Suiza y Austria, se presenta a la cita con uno de esos vestidos de volantes que le quedan tan bien y que sólo se pone para provocar al director de orquesta italiano, maduro y divorciado de su tercera esposa. Se dan un beso en la mejilla, demasiado formal, tan alejado del sexo furtivo que ambos practican en discretos hoteles europeos, tan lejos de la sed con que se buscan en mitad de alguna sinfonía.

El director de orquesta tropieza con algo parecido a un desafío en la mirada líquida, verde absenta, de la concertino, una invitación a resolver una incertidumbre. ¿Me quieres?, le pregunta desde el nacimiento de un temblor. Él, que siempre enarbola su batuta con el pulso firme de un mosquetero, enseguida se arrepiente de tamaña estupidez. Preguntar a una concertino pelirroja de veintipocos, y además irlandesa, si te ama es lanzar al aire una trampa en forma de boomerang que puede acabar rompiéndote la cara. Estúpido, piensa el director de orquesta, eres un completo estúpido. Tras un carraspeo suave, ella dirige la vista a la punta de sus pies, a sus uñas pintadas de malva, se acaricia presumida las rodillas y musita algo a medias entre un sí y un quizás. O al menos eso cree escuchar el pobre director de orquesta canoso y un tanto astigmático.

Pero, vamos, que sí.

Es un sí poco convincente, todo hay que decirlo, un poco cogido por los pelos. Un sí raquítico, desafinado, no el sí rotundo, como de ovación cerrada, que uno desea escuchar tras una pregunta de ese calado. Un sí más enclenque que el resto de síes del mundo.

No muy lejos de donde se encuentran, un chaval también pelirrojo deja escapar de sus manos algunos globos para hacer rabiar a la chica que le gusta. Después le tira del pelo y un poco más tarde le pone una zancadilla. Queda claro para el director de orquesta italiano que ya va siendo hora de comprarle a la concertino irlandesa otro tipo de flores o incluso un cactus expresionista si lo que pretende es poder seguir acariciando su cuello de arpa en alguna habitación de hotel.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", febrero 2010)

Imagen: © Manuel Da Ros

Publicado por Puzzle a las 15:09
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