miércoles, 22 de octubre de 2008


Levantábamos el circo todas las tardes en tu dormitorio: la carpa y la doble pista central, las sillitas plegables y el puesto de algodón de azúcar, justo entre tus muslos —en el repecho final— y tus caderas. Luego llegaban los payasos muertecitos de la risa, los malabaristas y el hombre bala, el más envidiado de todos porque era el único al que se le permitía acariciar tu colección de lunares. Luego nos contaba historias de cosmonautas perdidos en el final de tu espalda, que nos hacían romper en llanto.

Tu número favorito era apilar los sueños y trepar hasta lo más alto de un balancín que coronaba la carpa, siempre dispuesta a dar piruetas imposibles, a mantener el equilibrio allí donde nadie era capaz, jugándote el tipo sólo por una risa o una exclamación. De ese modo se sucedieron las funciones una tras otra hasta que, un día de amanecida, la niña que llevabas dentro se marchó para siempre con el hombre bala, dejando una estela de aplausos y de bocas abiertas.

Publicado por Puzzle a las 23:10
Etiquetas:

8 desvaríos  

miércoles, 1 de octubre de 2008


No sabría decir cómo llegó hasta arriba de la silla, pero le gusta estar bien lejos del suelo, para que los miedos no le coman los deditos de los pies. Por eso y porque la silla queda a la misma distancia del cielo, cuando en realidad el cielo no es otra cosa que el techo de la habitación decorado con estrellitas adhesivas, constelaciones enteras de estrellitas adhesivas que compra por catálogo y que suele poner, de vez en cuando, para tener dónde mirar cuando cae la noche. De todas las costumbres, la favorita siempre fue quedarse en la silla y esperar, esperar sin saber muy bien el qué, pero esperar, al fin y al cabo, hasta que le empiezan a doler las articulaciones y los pensamientos, y más tarde terminar encogida en la silla, llegando a la conclusión de que, a lo mejor, quién sabe, lo que espera queda al otro lado de la ventanita que hace de mirador de los sueños.

En frente de ella, la ventanita queda alta, alta y lejos, lejos como el suelo, lejos como los miedos, apartada de su mundo como aquella constelación de estrellas adhesivas. Entonces el corazón de esponja se le escapa por debajo del vestido, encaramándose al dobladillo y saltando luego desde uno de los pliegues, para tomar impulso en las rodillas y dejarse caer, casi aterrizar, en el suelo y salir corriendo, sorteando los miedos, las hebras de pelo, el polvo. El caso es que ella quiere quedarse, se cuida de mantener intactos los deditos de los pies y, al mismo tiempo, el corazón a hurtadillas que sabe de fotosíntesis y de jardinería, toma la forma de semilla y se hace planta, con idea de llegar a ser enredadera, platanera o malvavisco.

Desde la silla ella se pregunta cómo hacer para llegar hasta arriba, día tras otro, divisa el corazón que crece, que escapa, que ahora es un corazón aventurero que mira la ventana, como quien mira una caseta de feria llena de premios, y el corazón que se despide con el ánimo decidido y que promete que, en cuanto encuentre una oficina de correo, manda una postalita y algunas de líneas contando cómo es la vida allá afuera.

Publicado por Puzzle a las 9:39
Etiquetas: ,

10 desvaríos  

 
>