tag:blogger.com,1999:blog-62842242024-03-13T02:47:30.200+01:00PuzzleUnknownnoreply@blogger.comBlogger359125tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-57991555490122894582010-12-23T19:26:00.000+01:002010-12-23T19:26:02.255+01:00Aparición<div style="text-align: justify;">He dormido el resto de la noche sin desvelarme. Las pastillas que Clara me dio han cumplido su propósito. Sin embargo, no logro recordar ninguno de mis sueños. Mientras desayuno, busco en el prospecto los efectos secundarios. Clara, todavía con legañas en los ojos, me pregunta si he vuelto a soñar con aquella mujer, si todavía se me aparece desnuda en mitad de la noche. Le digo que no recuerdo nada, que no sé de qué mujer está hablando. Entonces, Clara sirve un poco más de zumo, mordisquea la esquina de una tostada y sonríe complacida. <br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-46996894549358511452010-10-31T14:12:00.003+01:002010-10-31T14:19:49.486+01:00Nunca me muero en viernes<div style="text-align: justify;">Nunca me muero en viernes. El lunes ya comienzo a ponerme un poco nervioso. Cierro los asuntos más urgentes en la oficina. No querría dejarle a Villuendas la pila de papeles y los clientes más difíciles. Así que me quedo hasta las tantas y adelanto el trabajo de toda la semana. El martes le intento explicar a Carmen que no pienso volver con ella, que quiero a mi mujer y que no sé manejar dos historias a la vez. Me preocupo por Carmen pero no como a ella le gustaría. Carmen parece que no lo entiende, no acepta mi negativa semanal. Le gusta gimotear una disculpa entre sollozo y sollozo, pero luego insiste con lo de volver. El miércoles invito a desayunar a mi padre, él lo considera una buena costumbre, sorbe el chocolate a través del hueco vacío que tiene entre dos dientes. Me pregunta por mamá, si ella está bien, si se está viendo con otro hombre. Papá siempre se come tres churros y deja dos en el plato. Me pide prestado algo de dinero. Nos despedimos con un apretón de manos y una palmada en el hombro. Conforme avanza la semana, no puedo evitarlo, estoy pendiente del teléfono, por si aquella voz desconocida vuelve a llamar para decirme que moriré otro día que no sea viernes. Pero no, lo dijo bien claro, morirás en viernes. Y colgó. El jueves es el día de mamá. Quedamos para comer un menú de esos baratos. Ella siempre llega antes que yo. Me espera en la barra mientras se toma un carajillo. No ha terminado de recuperarse de la operación de rodilla y esta semana le dan los resultados. Para no preocuparla con lo de mi muerte le digo que el domingo iré a comer a casa y que llevaré el postre. El viernes madrugo sin necesidad de despertador. Llamo entre susurros a la oficina y digo que no me encuentro bien, que no me esperen. Marisa duerme, o hace como que duerme, a mi espalda. Me doy una buena ducha y me afeito despacio. Vuelvo a meterme en la cama. A Marisa le encantan los viernes porque dice que hacemos el amor como si fuésemos a desaparecer del planeta. No tomamos precauciones porque a mí me encantaría dejarla embarazada de nuestro primer hijo. Después de remolonear un poco, hago el desayuno y pongo una lavadora. Nos ponemos cómodos en el sofá y miramos las fotos de cuando éramos jóvenes. Observo a Marisa de reojo, mientras hace algún comentario de lo flacos que estábamos y la formidable mata de pelo que sobresalía de mi cabeza. Qué guapo estabas, me dice. Saco a pasear al perro y recojo el correo del buzón. Nunca sé a qué hora se muere los viernes. Imagino que será después de la siesta. Pero no me muero y el sábado y el domingo no puedo evitar sentirme engañado. Noto que me cambia el carácter. Será la próxima semana, pienso. Aquella voz dijo que sería en viernes. Y yo le creí. Nadie te llama para decirte que vas a morir en viernes y miente. El lunes comienzo a ponerme un poco nervioso y adelanto el trabajo de toda la semana en la oficina. <br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-91988657301154089842010-06-25T17:37:00.004+02:002010-06-25T18:21:39.284+02:00Uñas<div style="text-align: justify;">El hombre que toma capuchinos en un café tranquilo mientras lee relatos de Cortázar o de Carver, y que ya lleva tres capuchinos con sus correspondientes tres aguas minerales, sonríe de vez en cuando ante alguna frase deliciosa que le llama la atención. “Qué cabrones” piensa, “qué cabrones”. También levanta la cabeza y mira a las mujeres del café tranquilo. Se pregunta si alguna de ellas podría ser la m-u-j-e-r —con todas las letras— que pondrá patas arriba su rutinaria vida. Piensa a su vez en lo hermosa que es la palabra mujer. Se recrea en esa palabra. La paladea. Se recrea en eso y en lo cabrones que eran Cortázar y Carver. Piensa en otros cabrones que escriben y que él nunca llegará a ser así de cabrón. Quien haya leído a Cortázar, Carver o Chéjov sabe a lo que se refiere el hombre que toma capuchinos. Sin duda se refiere a algo bueno, superlativo.<br />
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Una rubia de mirada lánguida —y que se muerde las uñas— cruza el café de una punta a otra como un buen presagio. Sabe que está siendo contemplada por el hombre del capuchino que lee. Se siente incluso deseada aunque esto último es una apreciación muy particular y que no se fundamenta en nada. A veces, nuestro hombre (establezcamos por convenio llamarlo X) imagina cómo sería hacer el amor con las mujeres desconocidas con las que se cruza a diario. Lo imagina con detalle y de manera intensa. Luego olvida a esas mujeres. En general tiene una clara tendencia a olvidar las cosas.<br />
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Pese a todo, recuerda con agrado a Laura. Una de las lecciones más importantes que aprendió de ella es la de cómo echar el azúcar al capuchino sin que se derrame por los bordes: haciendo primero un huequito con la cucharilla. Ese es el secreto. Después le viene a la cabeza Natalia, la camarera que dibujaba corazones de chocolate sobre la superficie cremosa del capuchino. Un día se intercambiaron el número de teléfono. Aunque él no quería nada con ella, reconocía sentirse halagado puesto que en cierta manera, nunca o casi nunca le ocurrían cosas de ese tipo. Le ocurrían a los demás, pero a él no. Con Natalia nunca imaginó cómo sería el asunto en la cama. Eso, según X, significaba algo, aunque no sabía muy bien el qué. <br />
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X siente en ese momento que no necesita nada más para estar bien. Así está todo bien, con un capuchino, un agua mineral y algunos libros de Cortázar o de Carver. Le gustan las tardes en cafés tranquilos, a ratos lee, a ratos mira a otras mujeres y anota algunas ideas en servilletas de papel. En ese momento piensa que son ideas estupendas pero poco después cambiará de idea. Satisfecho con su tarde y consigo mismo, se levanta, paga y sale del café tranquilo. La rubia de mirada lánguida que se muerde las uñas, cruza de nuevo el café de punta a punta, pero haciendo el recorrido de vuelta, como si buscara algo o a alguien. Sea lo que sea aquello que busca ya no está. Entonces su mirada se vuelve mucho más lánguida. Tanto que se le quitan las ganas de todo y se enciende un cigarro, justo ahora que se había prometido dejar de fumar y de comerse las uñas.<br />
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<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Julio 2010)</span><br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-78999157402061642952010-05-26T15:11:00.003+02:002010-05-26T16:41:47.737+02:00Método japonés<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/1365259756/" title="photo sharing"><img src="http://farm2.static.flickr.com/1247/1365259756_a9b92b6137_m.jpg" alt="" style="border: 2px solid rgb(0, 0, 0);" /></a><br />
</div><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/1365259756/"></a><a href="http://www.flickr.com/people/puzzle/"><br />
</a><div style="text-align: justify;">Como quien descubre de pronto en la boca del estómago el regusto agrio de una ración extra de cuernos, aparece ante él la visión espectral de una certeza: es un perdedor. Una mala racha, que diría alguien, pero que él interpreta como el más absoluto de los fracasos. Un perdedor en toda la extensión de la palabra. Desde la “pe” hasta la “erre”. Las certezas conllevan ese tipo de argumentos inapelables: se le aparecen a uno de repente y ya no hay quien te quite la idea de la cabeza. Está convencido de eso y de la existencia de un método japonés para cada cosa —bien es sabido que los japoneses desarrollan métodos insospechados para todo: para pelar un huevo, por ejemplo, o masajear los testículos, que es casi lo mismo—. Precisamente ahora, en medio de esa gran explanada abandonada que es su certeza, contempla sin perder detalle el vidrio helado de la televisión por cable, mientras un oriental enjuto y sonriente explica el método japonés para doblar camisetas en un anuncio que se repite una y otra vez. Analiza bien los movimientos. Le sorprende la aparente facilidad con la que sucede todo, el japonés extiende la camiseta sobre la mesa, la acaricia un poco, como si quisiera prepararla para lo que viene a continuación, pinza con los dedos dos puntos invisibles de tela, cruza las manos en el aire y con un movimiento de prestidigitador, ¡zas!, la coloca de nuevo ante los espectadores, perfectamente doblada, como si acabara de sacarla de su precinto original. No hay fisuras ni pliegues que rompan la estética del conjunto. Toda la maniobra sucede en menos de cuatro segundos. El anuncio se repite esta vez a cámara lenta, desafiando la inteligencia de quien contempla el prodigio. Los subtítulos garantizan que cualquiera puede hacerlo en sus casas si le pone empeño al asunto. Pero él no. Él es un fracasado. Por eso lleva toda la tarde intentando doblar sus camisetas mientras sigue, al pie de la letra, las directrices del método japonés. En todas las ocasiones ha tenido que retocar algún pliegue o rehacerlo por completo. Ha perdido la cuenta. Considera que si no es capaz de doblar una camiseta según lo establecido por un método existente, es posible que no sea capaz de dar pie con bolo en nada. No en estos días rancios. No ahora, cuando hace justo una semana que ella se marchó con su monitor de fitness. Así que permanece sentado frente al canal de televisión por cable, mientras la desidia de los últimos días, le pellizca en el codo, le anima —insidiosa— a cambiar de emisora, no vaya a ser que en el siguiente bloque de anuncios, aparezca un tipo amarillo e igual de enjuto, que haya inventado el método japonés para dejar de estar jodido.<br />
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<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Octubre 2007)</span><br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-10376287085842997742010-02-25T11:31:00.002+01:002010-02-25T11:32:22.406+01:00Los que se miran<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/2301571721/" title="photo sharing"><img alt="" src="http://farm3.static.flickr.com/2334/2301571721_7370701319_m.jpg" style="border-bottom: rgb(0,0,0) 1px solid; border-left: rgb(0,0,0) 1px solid; border-right: rgb(0,0,0) 1px solid; border-top: rgb(0,0,0) 1px solid;" /></a><br />
</div><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/2301571721/"></a><a href="http://www.flickr.com/people/puzzle/"><br />
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<div style="text-align: justify;">Pero claro que sí. Claro que supe ver enseguida la ausencia de mirada en Laura justo a vuestro regreso de Santander. La no-mirada de Laura en cuanto bajó del tren. Cómo no verlo, aquel enorme vacío de agujero negro instalado en el fondo turbio de sus pupilas. Y de las tuyas, Nacho, que nos conocemos desde hace tiempo y sé que no mirar es tu manera de ensayar la estrategia del avestruz. Me pregunto si tampoco miras a Sandra cuando llegas a casa, posiblemente agotado, si ahora Laura y tú habéis conformado un extraño clan de los que sólo se miran entre sí pero a nadie más.<br />
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El clan de los que se miran.<br />
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Yo sé cómo mira Laura, o mejor debería decir, cómo acostumbraba a mirar. Te sostiene la mirada como si fuera un florete en un lance de esgrima, la dócil contemplación de Laura, siempre con interrogantes de constelación antigua. Pero eso era antes, antes del congreso de Astronomía. Antes de Santander. En cualquier caso y para que no se me malinterprete, creo que lo justo aquí es agradecerte el cambio que se ha operado en ella. Veníamos de atravesar la peor de nuestras crisis, uno de esos pasadizos estelares que lo fagocitan todo en una relación y te dejan muerto de frío. Nos habíamos convertido en dos personajes anodinos que se reconocen por los pasillos pero que duermen gravitando en el extremo opuesto de la cama. En galaxias diferentes. Y que a veces, sólo a veces, hablan de cosas triviales o hacen el amor con acostumbrada desgana. Pero entonces Laura todavía me miraba, intentaba mandarme señales luminosas con su mirada terminada en punta, casi diría que me retaba, pero no pude ni supe descifrar su llamada de auxilio.<br />
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Y ahora, ahora ella se esmera tanto; es cierto que no mira, pero se esmera tanto, Nacho. Ahí fue cuando comencé a saber. En el cuidado que Laura pone para que no me percate de nada y, por encima de todo, en la ausencia de mirada. La sonrisa de Laura permanece, ha desarrollado incluso un modelo nuevo, una resplandeciente expresión de entusiasmo adolescente, esa sonrisa blanda que dibujamos cuando estamos a punto de ser descubiertos robando un paquete de chicles en el estanco o pasando un papelito arrugado por debajo de la mesa. Quizás sea la deliciosa manera de Laura de enfrentarse al remordimiento que significa descubrir que ahora nos necesita indefectiblemente a los dos. El efecto Macbeth en Laura, para quien entregarse ferozmente, es como lavarse las manos de culpa tras cometer un crimen, que si lo piensa mucho, le parece imperdonable.<br />
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Intenté ofenderme, te aseguro que lo intenté. Contigo primero, por haber dejado de mirarme antes que nadie, sincronizado con Laura en vuestra ausencia de muñequitos autómatas de factura suiza. No sabía qué era lo que habrías hecho esta vez para que tus ojos me dieran la espalda y enterraras la cabeza en la arena. Avestruz, más que avestruz. Cierto que lo intenté con ella después, pero cuando topé con la no-mirada de Laura fue que lo supe y, como una enorme carpa de circo desinflada, me sobrevino de inmediato la certeza de lo vuestro. Decía que intenté ofenderme, patalear, rebelarme contra algo de lo que, en cierta manera, yo también era responsable. Pero me gustaba esa sonrisa esquiva de universitaria recién salida del lavabo de chicos mientras se alisa la falda. Y quiero creer que ahora Laura vuelve a ser feliz. Se pone guapa para los dos, y mira Nacho, hacía tanto que Laura no se ponía guapa para mí, que tengo que reconocer que echaba en falta las cosquillas en el fondo del estómago, la electricidad de Laura, su mirada enfrentada a su mirada en el espejo mientras repasa el perfil de sus labios y prueba mil maneras de recogerse el pelo. Desde Santander no ha vuelto a mirarme. Tú tampoco Nacho. Y es raro, porque Laura ahora se esmera más en todo. Vuelve a ser cariñosa, a entregarse con la dulzura de siempre, no vayas a pensar que se ha alejado, al contrario, comenzó a acercarse después de Santander, quizás siguiendo unas instrucciones pactadas contigo, para que no me diera cuenta -imagino que le dirías- y eso también fue indicativo de algo, porque de la noche a la mañana Laura comenzó a oler distinto, más fresca, a perfume nuevo de jabón de jacinto, a abrazarme la espalda por sorpresa en el vestíbulo, a preguntarme qué tal había ido el día y buscarme a hurtadillas bajo la cúpula celeste de nuestras sábanas, aunque todo eso sin mirarme. Es inaudito estar dentro de Laura y que no me mire. Es como quien ama a un ciego.<br />
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Conforme ha ido pasando el tiempo, el amor de Laura crece con respecto a ti y disminuye con respecto a mí. Eso también es una evidencia que acepto mansamente. Yo sé que ella lo sobrelleva redoblando sus esfuerzos conmigo. De esa manera se siente menos culpable, pero lo cierto es que lo nuestro se está transformando en un amor microscópico que continua latiendo como un guisante mustio y cansado.<br />
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Envidio vuestra historia Nacho, que en el fondo es un poco mía. Vuestra historia de hotel céntrico, los encuentros de palacio de congresos, vuestra historia de amor francés o italiano o vienés vivido en la reserva. Vuestra historia de señales convenidas y besos clandestinos y la triste complicidad de unos ojos que sólo sirven para mirarse entre sí pero a nadie más. Lo demás son cabezas gachas y sonrisas destartaladas. Vuestra historia de montaña rusa o carrusel, y lo mío con Laura un simple amor desgastado de noria triste y velocidad inalterable, de pareja que se queda colgada en lo alto de la rueda, mirando el paisaje a lo lejos para no tener que hablar de lo que pasará allá abajo, cuando regresen a la rutina. La resignación puede ser a veces esta extraña felicidad compartida. La dicha de admirar los tobillos de Laura cuando se desliza fuera de la cama. Laura poniéndose guapa para los dos, regresando al hogar después de entregarse a ti para entregarse a mí y combatir su culpa de máscara de carnaval. Y vuestra historia detrás, como telón de fondo, en un continuo gesto de adiós proscrito.<br />
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Imagino que celebraréis algún aniversario cuando lo de Santander y tampoco tengo nada que objetar.<br />
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Mientras tanto, y si te sirve de algo, seguiré inventando reuniones de trabajo para que Laura pueda encontrarse contigo bajo el aire de una justificación nueva, continuaré persiguiendo discusiones tontas y sin sentido para arrojarla a tus brazos, en un viaje sin escalas. A veces creo que ella se da cuenta de eso, y percibo que está a punto de agradecérmelo con una mirada de estrella fugaz. Pero me equivoco. Ella no ha vuelto a mirarme desde Santander, así que no me hagas mucho caso, serán cosas mías.<br />
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No te vayas a preocupar ahora por nada. Yo no podría cansarme de Laura, no te haría esa putada, si eso sucediera, sería la caricatura de Laura recortada al trasluz la que ocuparía sin remedio tu lado de la almohada y ella lloraría –lo sé- más temprano que tarde, una fina lluvia de Perseidas por todos nosotros y nuestra extraña carambola a tres bandas.<br />
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Eso sí Nacho, una cosa te digo, no vayas a cansarte de Laura, de lo contrario -y la conozco bien- Laura ya no sería Laura después de la siesta sino su sombra instalada en algún recoveco. Así que sobre todo, no te canses de Laura. No la dejes. No soy quién para decirte cómo tienes que manejar esto Nacho, pero no te canses de Laura. Persiste. Claro que yo recuperaría esa mirada suya que tanto me gusta y añoro, la de antes del congreso de Astronomía, la de los días repetidos e insulsos. Y entonces seríamos nosotros los que se miran. Y tú serías el tipo que sigue practicando la estrategia del avestruz, más que avestruz. Aunque estoy convencido que echaría de menos otras cosas. Quién sabe. Como la entrega de Laura y la abnegada dedicación cada vez que regresa de estar contigo. Si tú te cansas Nacho, Laura se abandonaría de nuevo y con ella a todos, y todos somos los tres, o los cuatro si contamos a la bendita de Sandra, que no se entera de nada, caeríamos de nuevo en los días tristes. Regresaríamos a la calma, a esa apatía laxa de tantos años de convivencia. Volveríamos a no reconocernos en los pasillos, a instalarnos en el otro extremo de la cama, cada uno en nuestra galaxia, y ya sólo sería posible localizar la posición de Laura vagando errática por la casa con ayuda de un astrolabio o un sextante.<br />
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<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Marzo 2010)</span><br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-1538672475940603012009-12-25T16:24:00.005+01:002010-01-26T21:14:14.545+01:00Tradición familiar<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgsF4B9IGHk1qHfLNp-WqbsgtRK8G332yHQTh9krDs6jjVgcaA6ML6VF0OrFqMATUZpa_EZy97Rdgud40bNqtSMsVVbg_doOsp4d8qOrAsDJ9fa74VyyRmwQyyBuyCXQW1v2bv5/s1600-h/2342443368_96a59e7f63.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="1" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgsF4B9IGHk1qHfLNp-WqbsgtRK8G332yHQTh9krDs6jjVgcaA6ML6VF0OrFqMATUZpa_EZy97Rdgud40bNqtSMsVVbg_doOsp4d8qOrAsDJ9fa74VyyRmwQyyBuyCXQW1v2bv5/s320/2342443368_96a59e7f63.jpg" /></a><br />
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Habíamos hecho una porra a ver quién se moría antes de las uvas. Un año sin otro, alguien exhalaba el último suspiro por Navidad en alguna de las celebraciones familiares y aunque nadie parecía darse cuenta de las funestas estadísticas se mantenía la tradición pese a todo. Esta vez, el deceso se rifaba entre la tía Lala, el abuelo Anselmo y el nuevo novio de mamá, Germán, un cincuentón con tres infartos en su curriculum y no sé cuántas operaciones a corazón abierto. Cada uno de los hermanos hicimos nuestras apuestas en función de la manía que le teníamos a los candidatos y, todo hay que decirlo, si había o no herencia de por medio. <br />
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Con la cabeza gacha, sorbíamos la sopa de pescado, mientras simulábamos que nos interesaba lo que daban en la tele. En realidad, no hacíamos otra cosa que mirar a la tía, al abuelo y al novio de mamá. Nos comunicábamos con gestos clandestinos bajo la mesa y un sofisticado sistema de guiños que habíamos depurado para la ocasión a lo largo todos estos años. La noche pintaba bien: tía Lala no tardó en atragantarse con un pedazo de solomillo. Enseguida hicimos un reparto mental de lo que nos tocaría a cada uno en caso de que se quedara seca sobre la guarnición. No es que nos cruzásemos de brazos mientras la tía se daba puñetazos contra el pecho (como si eso fuera a servir de algo) pero justo en el instante en el que nos disponíamos a intervenir, el abuelo, no sabemos si de la impresión, tuvo uno de sus ataques epilépticos y comenzó a temblar como un flan sobre el asiento. Las gemelas se miraron como si acabaran de resolver una ecuación muy complicada y se volvieron de inmediato hacia el novio de mamá. Estaban a la expectativa. Al fin y al cabo, esa noche, él era la tercera incógnita por despejar. En principio, Germán guardó la compostura e intentó infundir la calma entre los asistentes, dividiendo sus atenciones a partes iguales entre la tía Lala (cada vez más colorada) y el abuelo, que a esas alturas empezaba a echar espuma por la boca. <br />
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Fue en uno de esos anuncios de cava, lo recuerdo bien, cuando Germán se detuvo en seco en mitad de la maniobra de Heimlich, soltó a la tía Lala (más bien la dejó caer), se llevó la mano al bolsillo de la camisa y juró por todas las vírgenes conocidas. Nos pareció que Germán tenía que ser un tipo con mucha clase si le daba por echarse un pitillo mientras gestionaba la crisis múltiple que se había desencadenado en el salón. Cuando nos quisimos dar cuenta, dijo algo de un marcapasos de fabricación defectuosa y se desplomó sobre mamá. En ese momento supimos que la noche iba a ser gloriosa. Al día siguiente, nuestra familia sería la protagonista de todos los titulares en los medios de comunicación y superaríamos, con creces, otras celebraciones pasadas.<br />
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Los del 112, no me lo explico, llegaron de inmediato. Tres ambulancias, tres, para cada una de las emergencias. Quise fotografiar mentalmente la escena antes de salir de casa: la última imagen que recuerdo son los platos de cartón púrpura con las uvas preparadas de antemano sobre la mesita auxiliar. Pedimos taxis para toda la familia y cruzamos la ciudad con el entusiasmo de los que van a presenciar un lanzamiento espacial. Algo extraño sucedió aquella noche: era fin de año y el servicio de urgencias no estaba colapsado. Llegué a pensar que estábamos en otra ciudad de otro planeta, o que todo aquello era un sueño del que íbamos a despertar de inmediato. Nos repartimos entre los diferentes boxes y nos preparamos para responder con disciplina y buenas maneras las preguntas de los doctores. Contaríamos al detalle los antecedentes médicos de la tía Lala, relataríamos el arsenal de achaques del abuelo Anselmo, lo del marcapasos achacoso y tan amigo de las interferencias de Germán. Seríamos minuciosos en cada detalle de la narración. Nos despediríamos de nuestros seres queridos y recordaríamos para siempre la luz verdosa de la sala de espera, el sabor rancio del café de máquina, sus últimos aspavientos antes de entrar en cada una de las tres ambulancias. Reviviríamos esa fecha un año más tarde apesadumbrados pero enteros. <br />
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Regresamos a casa al mediodía con la decepción dibujada en nuestros rostros y la familia al completo. Sin ninguna baja. Los médicos nos habían atendido enseguida y resolvieron la situación (las tres situaciones) en cuestión de horas. A nuestro regreso, los platos de cartón púrpura nos esperaban sobre la mesita auxiliar. La comida de año nuevo fue extraña. Contemplábamos el informativo en silencio mientras despachábamos las sobras recalentadas de la noche anterior. Nos tomamos las uvas mientras veíamos la repetición de las campanadas en la televisión. Nadie se atragantó. Tía Lala, el abuelo Anselmo y Germán parecían disfrutar de la situación, yo diría incluso que se hacían gestos clandestinos bajo la mesa, como si entre ellos se estuvieran diciendo: que se jodan, que este año no se ha muerto nadie. Decidimos guardar el dinero acumulado en la porra para elevar la apuesta en el siguiente encuentro navideño. Tan sólo faltaría añadir nuevos nombres en la lista cuando llegara el momento. <br />
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<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", enero 2010)</span><br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-51280318324665886622009-10-05T22:26:00.003+02:002009-10-06T23:11:34.579+02:00El chico no sabe<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKg3Afr9tpP2aHNKsgl9-ah74KGNm38OoS3yTHjAzdfCFO4H0BULsjusujvibsrHeUgRwEqmsR47xHXKCEX3l-41GrOwQug3p2aRTq1QDGcDEUPo0WOUb8-QMe92agtxznSCkw/s1600-h/2730944162_9364869d77.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKg3Afr9tpP2aHNKsgl9-ah74KGNm38OoS3yTHjAzdfCFO4H0BULsjusujvibsrHeUgRwEqmsR47xHXKCEX3l-41GrOwQug3p2aRTq1QDGcDEUPo0WOUb8-QMe92agtxznSCkw/s320/2730944162_9364869d77.jpg" /></a><br />
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<div style="text-align: justify;">El chico que no sabe escribir historias, no sabe escribir historias. Escribe otras cosas, pero nada que ver con las historias. Escribe, por ejemplo, escenas, y a lo mejor ni eso. Escribe (si es que algo así se puede escribir) acerca de estados de ánimo, de visiones muy concretas de las cosas o de personajes que, de vez en cuando, dejan algún tipo de poso. Escribe, pero nada que tenga que ver con historias. Cuando sale a la calle en busca de esas historias, los demás escritores le señalan con el dedo y se burlan de él: no sabes escribir historias, le dicen, no tienes ni idea. Y el chico que no sabe escribir historias baja la cabeza como dando a entender que sí, que lo sabe, que es consciente de ello y que no puede hacer otra cosa. Se lo hace mirar por un doctor especialista en patologías de escritores, que son unas cuantas, pero de momento a él sólo le han detectado la de no saber escribir historias. El doctor le dice que quizás, y sólo quizás, lo que tiene que hacer es asumir que lo suyo no son las historias, que posiblemente pueda dedicarse a otras empresas literarias menos ambiciosas, a escribir poesía en prosa o ensayo, por decir algo, pero nada que tenga que ver con las historias. A la larga podría ser algo contraproducente que deja secuelas. Pero el chico que no sabe escribir historias quiere escribir historias, y el caso es que tiene ideas, ideas que le gustan y le parecen adecuadas para una historia, pero luego se queda mustio y no avanza en la trama. Los demás escritores se jactan de manejar con destreza el conflicto, el cambio (el puto conflicto, el puto cambio, piensa el chico que no sabe escribir historias), y además escriben historias realmente estupendas. El chico que no sabe escribir historias le pide al doctor que se lo explique con manzanas, quizás así sea capaz de entender algo que ve lejano como una nebulosa. Pero los doctores no explican las cosas con manzanas, se ayudan de radiografías o electrocardiogramas, pero no de manzanas. Además, a todo esto hay que añadir que al chico que no sabe escribir historias, le dicen con cierta frecuencia que escribe bien, que una mujer por ejemplo, podría enamorarse de las cosas que él escribe porque si bien nunca nada de lo que mostramos a los demás es enteramente cierto, una mujer puede intuir el tipo de persona que escribe ciertas cosas y decidir, como una posibilidad más, enamorarse del chico aunque no sepa escribir historias. Eso, al chico que no sabe escribir historias, le toca un poco las narices, porque piensa que todo en este mundo es mentira y que los halagos son interesados o vacíos. Que nunca se puede conocer a nadie por lo que escribe. Y quizás ese es su conflicto, su puto conflicto, porque ahora se plantea dejar de escribir, o escribir de vez en cuando sólo cuando tenga alguna historia que lo sea, y no que parezca que lo sea. Piensa en abandonar las historias, en dejarlas atrás, huérfanas de alguien que las escriba, o mejor aún, libres para que alguien realmente preparado pueda darles forma. Pero él no, el no sabe escribir historias. Quizás todo pasa por comenzar de cero y rebajar sus pretensiones. El chico que no sabe escribir historias escucha con atención los consejos de la gente que aprecia sinceramente, le dicen cosas realmente coherentes, que tienen sentido, pero son palabras que no sirven, porque él tan solo espera quieto con esa sensación suya de barca a la deriva. Quiere creer que es cuestión de tiempo. Tampoco las tiene todas consigo si nadie se lo puede explicar de manera fácil, con manzanas, por ejemplo. Antes, los problemas complicados se resolvían con manzanas y todos tan contentos. Pero ahora, y mientras no se diga lo contrario, el chico que no sabe escribir historias, no encuentra la manera de aprender a escribir historias: ni siquiera la suya propia, y como no se le ocurre nada mejor, las deja abiertas o sin final o algo a medio camino entre lo uno y lo otro. Algo que es cualquier cosa, menos una historia.<br />
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Imagen: © Snailbooty<br />
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<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Octubre 2009)</span><br />
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</div>Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-971140010015605952009-09-16T17:40:00.001+02:002015-04-29T20:56:35.791+02:00El domador de besos<div style="text-align: center;">
<a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/1817593422/" title="photo sharing"><img alt="" src="http://farm3.static.flickr.com/2204/1817593422_644413d887_m.jpg" style="border: 2px solid rgb(0, 0, 0);" /></a></div>
<a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/1817593422/"></a><a href="http://www.flickr.com/people/puzzle/"><br />
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El domador de besos es conocido a este y al otro lado del mundo. Le dicen el Richard Faggioni de los besos. Bien es cierto que comenzó como domador de pulgas en algún circo olvidado. Las pulgas le hacían más bien poco o ningún caso. Luego se pasó a los peces, por su pasividad, no por otra cosa. Pero tampoco se hacía con ellos. Así que cuando estaba a punto de abandonarlo todo y dedicarse a la venta de enciclopedias, se hizo domador de besos y fue entonces que alcanzó fama mundial. Cuando le preguntan en las entrevistas cómo fue que llegó a hacerse domador de besos, siempre contesta lo mismo: un beso es algo a mitad de camino entre una pulga y un pez.<br />
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El domador de besos se gana bien la vida con su trabajo y comparte piso con un pez muy besucón que sobrevivió a la época de domador de peces. Envía los besos a cualquier lugar del mundo por mensajería postal, normalmente UPS o FedEx. Pongamos un ejemplo práctico: una mujer solicita un ramillete de besos en la página web del domador de besos y puede disfrutar de innumerables ventajas como un <span style="font-style: italic;">blister</span> de sonrojos de regalo, entrega inmediata y portes incluidos en el precio. A la hora de recibir el paquete de besos, lo único que tiene que hacer la destinataria es abrirlo como quien acude a una guateque. El resto se conoce, los besos del domador de besos le saltarán de inmediato a la frente, a las mejillas, al cuello, a los hombros, a la innegable excusa de unos omoplatos desnudos y perfectos, es posible que algún beso se cuele en lugares indebidos, hay besos con propensión a los escotes y la ropa interior, pero si una cosa tienen estos besos es que son obedientes y están garantizados por el domador de besos. Si los coge con las yemas de los dedos y los deposita suavemente en alguna zona más decorosa, por mucho que pataleen, los besos se comportarán como Dios manda, sin alzamientos. En caso -poco probable- de que el producto no sea de su agrado, el domador de besos le reembolsará el importe sin pedir explicación alguna. <br />
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Imagen: © Karto y yo<br />
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<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Septiembre 2009)</span><br />
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Unknownnoreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-58823788045336399292009-07-02T11:52:00.002+02:002009-07-02T11:55:08.522+02:00Contradicciones<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaNnKWIUjjLN8ZXsulFqCEHSFr6JUhjvLsY3VRloSizpCOvP124kOD1iEKVjEl8PibdMCO2JXyGr9gCbN2dAkL7V8U_-1G52xEk1Ey_xtaGauZy_vqsfzVk6t-kqAaS1hNnJtU/s1600-h/lolita.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 319px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaNnKWIUjjLN8ZXsulFqCEHSFr6JUhjvLsY3VRloSizpCOvP124kOD1iEKVjEl8PibdMCO2JXyGr9gCbN2dAkL7V8U_-1G52xEk1Ey_xtaGauZy_vqsfzVk6t-kqAaS1hNnJtU/s320/lolita.jpg" border="1" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5353799114121843042" /></a><div align="justify">Pascual es un pelma. Hasta aquí todos de acuerdo, el mundo está lleno de pelmas, y qué le vamos a hacer si resulta que Pascual es el único pelma del mundo que está casado con mi madre. Así que, oficialmente, yo soy la hijastra de un pelma. Carla es mi mejor amiga, nos contamos todo, no tenemos secretos. Ella sabe que no me gusta Pascual, creo que a mamá tampoco, pero así se siente menos sola, aunque a veces pone cara de estar en otro lado, como de seguir esperando que papá aparezca por la puerta con su sonrisa de sábado en una tarde de lunes, con mortadela de olivas para la cena.<br /><br />Desde ayer tengo un año más, dieciséis, y mamá dice que los días pasan empujándose unos a otros tan rápido que apenas te das cuenta. Pascual siempre está enfadado, no me gusta y no le gusto. Dice que cómo puede ser que lleve esa faldita tan corta, que las chicas estamos más guapas con la cara lavada (quizás por eso mamá tampoco se pinta para él) y que caramba con los tacones, que no son maneras esas de ir por la calle enseñando el ombligo, todo porque no entiende que un piercing que no se enseña con un poquito de descaro no sirve de nada. Él no sabe lo que es que no te miren los chicos. Ahora me miran y eso me gusta. Carla me regaló un tatuaje y Pascual dos semanas de castigo. Ella se hizo un diablito rojo en la cadera, yo un código de barras en el tobillo que a veces disimulo con pulseritas de nácar. Nos gusta ponernos guapas las noches de concierto en el parque, ahora que viene el buen tiempo se nos alegra la sangre y parece que la piel y la mirada nos brilla de otra manera. Al menos eso dice Carla. A Pascual le desespera mi ropa interior, dice que es demasiado pequeña y que un día de estos tendremos un disgusto. Qué sabrá él de disgustos si nunca está con nosotras. Pone la excusa del trabajo y cuando aparece por casa, se convierte en un periódico que gruñe desde el sofá. Pascual es el disgusto.<br /><br />Carla, como dije, es mi mejor amiga y nos contamos todo. Ella sabe que no me gusta Pascual y que no le gustan mis faldas, mi piercing y mi tatuaje, que no le agrada mi manera de andar —caramba con los tacones—, ni mi diminuta ropa interior. Lo cierto es que a Carla le extraña un poco la conducta de Pascual, porque según ella —y ella no miente nunca— Pascual es muy simpático y no deja de decirle lo guapa que está con esa falda tan pequeña y que tan bien le queda. El caso es que ahora le deben estar empezando a gustar los tatuajes porque se interesa mucho por el diablito rojo. Carla insiste en que Pascual es cariñoso y atento, pero a ella no le gusta Pascual, aunque le hace gracia ver cómo respira más fuerte si ella cruza las piernas. En ocasiones, Pascual le manosea las piernas y se pone como nervioso, es un poco raro, porque nunca acaricia a mamá, pero creo que a ella tampoco le hace mucha gracia la idea.<br />Un día de estos, de la manera más tonta, le digo a Pascual que Carla le manda recuerdos y que muy amable por su parte, pero que ya no hace falta que la recoja por las tardes, a la salida de clase, que ahora tiene un novio motorista y forzudo que se encarga de acercarla a casa y acariciarle los muslos.<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-13022537710064204742009-05-26T11:44:00.003+02:002009-06-24T16:34:54.928+02:00Tropecista<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUyXeQLEAetBh45UlsSCSv-b7Y5_XxpkBzw4lfn1yzwNIaqyWHsb1yZPasQbEsnZbIwyQhIIDygTE794pacrHeAAczNeCLbevme88GocDTcdVsDxnd79qIaZNIFFPEpfhyphenhyphenjKu6/s1600-h/168289636_a0fa1e23dc_o.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 264px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUyXeQLEAetBh45UlsSCSv-b7Y5_XxpkBzw4lfn1yzwNIaqyWHsb1yZPasQbEsnZbIwyQhIIDygTE794pacrHeAAczNeCLbevme88GocDTcdVsDxnd79qIaZNIFFPEpfhyphenhyphenjKu6/s320/168289636_a0fa1e23dc_o.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5340440014781296786" border="1" /></a><div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/168289636/" title="photo sharing"></a></div><div style="text-align: justify;">Yo era muchas cosas diferentes, vendía cosas a domicilio, representaba algunos papeles en un grupo de teatro local, aparcaba los coches del club social y acompañaba a mujeres desdentadas a las fiestas más decadentes de la ciudad. En una ocasión fui catapultado como hombre-bala en un circo de tres pistas. A ella la conocí haciendo malabares en Gran vía, se acercó y como susurrando mariposas me confesó tímidamente que era <span style="font-style: italic;">tropecista</span>. Recuerdo perfectamente la cara de pez que dibujé en los escaparates, resultaba delicioso el detalle de cambiar una vocal por otra. Ella insistía en lo de <span style="font-style: italic;">tropecista</span> y, decididamente, era lo que decía ser: tropezaba todo el tiempo. Salía a la calle y tropezaba con octogenarias despistadas, tomaba el ascensor y tropezaba con la puerta, se movía por la casa y tropezaba con las paredes y el somier, lo mismo tropezaba con antiguos amores poco procedentes y volvía a tropezar cuando cogía el autobús. Era un tropezar continuo.<br /><br />Me enamoré de <span style="font-style: italic;">Tropecista</span> en cuanto dio el primer traspié con un bordillo y tuve que sujetarla fuerte para que no le pasara por encima un tranvía azul. Fuimos a parar a un charco y así sucedió que nos miramos de esa manera que tienen de mirarse los que acaban de dar juntos una pirueta imposible.<br /><br />Salíamos a todas partes bien abrazados, tropezábamos juntos pero ella siempre con más gracia, había aprendido a caer como si fuera una patinadora olímpica y si lográbamos sortear un tropiezo, el siguiente era aún mayor. Caíamos juntos y eso nos hacía gracia. A veces me ayudaba en mi espectáculo callejero, me gustaba dejar caer al suelo mis mazas de malabarista para que ella las recogiera en un nuevo tropezón. Los aplausos aún eran mayores, no por burla sino por que nunca nadie ha tropezado con más dulzura que ella.<br /><br />Con el tiempo afianzamos una relación que fuimos levantando delicadamente a base de tropiezos, ella caía y yo después, hacíamos el amor y caíamos, veíamos películas francesas y caíamos también, tropezábamos con la mesita de estar y con el vendedor de enciclopedias. Igualmente caíamos. Tuvimos que hacer algunas modificaciones en la casa para evitar accidentes mayores: colgamos los muebles del techo y reforzamos las paredes con algodón de azúcar. Aún no hemos terminado de acostumbrarnos, así que de tarde en tarde, cuando añoramos los tropiezos de antaño y nos viene el ataque de nostalgia, le pido desde abajo que suelte sus bracitos y que se deje caer desde la araña de cristal.<br /><br />(Ilustración: © <a href="http://www.isol-isol.com.ar/" target="_blank">Isol</a>)<br /><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Junio 2009)</span><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-58849237907567397722009-05-11T11:41:00.009+02:002009-05-27T10:53:31.415+02:00Brigada de los corazones rotos<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibX3gbpd1kLGD1Ab4DkNWW0x6dOw0YA27lUntPhzJ6RIkzkwvHtumicxtu2yBxetftw_vTksazBQah0emGhf7YVMt6WfRTl93gk8T8uU8BpQEPzo8tBXOoGO3t46LO7QKVi0Mi/s1600-h/2231391078_e7fa33c771_o.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibX3gbpd1kLGD1Ab4DkNWW0x6dOw0YA27lUntPhzJ6RIkzkwvHtumicxtu2yBxetftw_vTksazBQah0emGhf7YVMt6WfRTl93gk8T8uU8BpQEPzo8tBXOoGO3t46LO7QKVi0Mi/s320/2231391078_e7fa33c771_o.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5334500386073570498" border="1" /></a><div style="text-align: justify;">Connie Selleca mide la distancia al suelo desde el piso diez. Lo hace mientras sostiene que las relaciones —las amorosas en particular— son como saltar a un vacío en el que finalmente terminas rompiéndote los huesos y el alma. Todo es cuestión de ver cuánto dura el trayecto hasta el impacto final. Lo compara con lanzarse desde un edificio, un edificio como el suyo, por ejemplo, de varias alturas: según la distancia, la relación acaba antes o después, pero siempre acaba. Mientras tanto, de lo que se disfruta es del dejarse llevar o caer, aunque luego todo es un mismo estallarse contra el suelo, un suelo que no es otra cosa que la propia realidad. Ella sostiene toda esa teoría porque sabe que le queda poco para el final, porque nunca le duró nada o nunca le duró bastante, porque se siente cómoda en esa idea de pérdida continua y, además o sobre todo, porque decidió comenzar otra relación con fecha de caducidad en busca de su gran héroe americano, ese que nunca encuentra.<br /><br />Connie Selleca hace una pausa, observa el movimiento de la ciudad desde su atalaya, medita bien las palabras que quiere emplear, arrastra el pensamiento primero, las palabras después, le cuenta todo ese asunto de las relaciones a Lucky Luke, que hace no tanto que se estrellaba por última vez —una de tantas— incluso con (o a causa de) la misma Connie Selleca, que ahora se siente extraña hablando con él del amor que siente por otro hombre, o que cree que siente por otro hombre, aunque le anima saber que puede hacerlo y que eso, de una manera o de otra, le ayuda aunque no le cura. Es más: le sirve el ejemplo de la historia vivida junto a Lucky Luke como muestra de un tiempo que pasa y aplaca las heridas. Lucky Luke escucha. Mantiene los ojos cerrados, el gesto grave, reconcentrado. Le importa el parecer de Connie Selleca y le entristece pensar que lleve razón. Le gusta pensar que todavía no es hora de perder la fe en la fórmula de dos, siendo que otros modelos de organización le convencen más bien poco. Atiende la explicación al tiempo que se imagina a sí mismo describiendo una trayectoria —no sabe si de tipo ascendente o descendente, ni la altura que sobrevuela en ese instante— aleatoria hacia alguna parte.<br /><br />Se interrumpe de manera brusca la reflexión de Lucky Luke cuando escucha el golpe seco, afuera, en la calle. No hace el gesto de salir a mirar porque descifra enseguida lo que ocurre, porque quizá se acomodó a los avisos y porque, además, intuye que enseguida comenzará a agolparse la gente alrededor, que no tardará en llegar la brigada del Servicio de Recogida de Corazones Rotos que el ayuntamiento pone en funcionamiento a comienzo de cada primavera, todo eso mientras se escuchan las primeras sirenas y el claxon de los que tienen prisa por llegar a la oficina. Intuye eso y otras cosas, como que abajo, seguramente, un agente se dispone a regular la circulación con la mirada perdida, clavada, en Connie Selleca.<br /><br />Imagen: © Márcia Novais<br /><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Mayo 2009)</span><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-23120016750927451312009-04-03T14:19:00.000+02:002009-04-28T13:38:58.784+02:00Mirlo blanco<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNIFZFoHMMN0eAMlsHL0hz6RRYwD9uLgvCxmRt-OnCqCI3plj-G1DgXO8V9xpE3M9FhLZ3xi87swRdLDU76-FElnrlq_pVea7EsMBFD25NBuSnJ3fpjBTUiwF5ZN4h88cHSRc8/s1600-h/church.jpg"><img style="display:block; margin:1px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNIFZFoHMMN0eAMlsHL0hz6RRYwD9uLgvCxmRt-OnCqCI3plj-G1DgXO8V9xpE3M9FhLZ3xi87swRdLDU76-FElnrlq_pVea7EsMBFD25NBuSnJ3fpjBTUiwF5ZN4h88cHSRc8/s320/church.jpg" border="1" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5319269123314546226" /></a><div style="text-align: justify;">La chica de la agencia me aseguró que, por fin, habían encontrado al candidato perfecto. Un auténtico mirlo blanco. Me citó a media noche, bajo la vieja iglesia. Se demoraba un poco, así que me entretuve canturreando su nombre. Wally, Wally, Wally... En cuanto en la agencia me susurraron aquellas cinco letras, supe que él sería el definitivo. Apareció en un Mustang sucio, pero aquella luz azulada de las noches memorables resaltaba su jersey a rayas. Tenía rostro de gárgola y las manos tras la espalda. Se sorprendió mucho cuando me dirigí hacia él por su nombre. Qué coño Wally, dijo, me llamo Freddy.<br /><br />Imagen: © <a href="http://www.myspace.com/pareeerica" target="_blank">Parée</a><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-11120251800558548802009-03-14T20:19:00.018+01:002009-03-30T20:15:47.924+02:00Canicas<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhh65VBCPyAUGkcj3i1lwXw2825UyuG6xfnF6CY0Ea1K0kBdpJ04AerY08XkBJYJgVZcbb1T6QN2_lXjDCFE62nEqNWTzEwFCxmEg3Q1hYt_uiXJD7ayt6NJz38dngy8BiSCovb/s1600-h/canicas.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhh65VBCPyAUGkcj3i1lwXw2825UyuG6xfnF6CY0Ea1K0kBdpJ04AerY08XkBJYJgVZcbb1T6QN2_lXjDCFE62nEqNWTzEwFCxmEg3Q1hYt_uiXJD7ayt6NJz38dngy8BiSCovb/s320/canicas.jpg" border="1" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318926406621085346" /></a>A mí me gusta la señorita Amparo. Creo que a ella también le gusto un poco porque me rasca la cabeza cuando me levanto a preguntarle si puedo ir al baño. Voy mucho al baño porque así tengo que pedirle permiso. Los otros niños no saben que ella huele a pan de leche y a camposanto. Mañana me acercaré a su mesa y le regalaré mi colección de canicas. Entonces me rascará la cabeza y me dirá todas esas cosas bonitas. A mí me gusta mucho la señorita Amparo, mucho más que cualquier otra cosa, más que mis canicas y que arrancarles el rabo a las lagartijas. Yo creo que a ella también le gusto un poco, así que de aquí a unos días, le tiraré del pelo y esconderé su estuche de lapiceros dentro de mi caja de gusanos de seda. Que no crea que lo va a tener tan fácil.<br /><br />Imagen: © <a href="http://www.flickr.com/people/94177846@N00/" target="_blank">Snailbooty</a><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-22707652527743439282009-03-09T08:37:00.000+01:002009-03-21T16:27:26.674+01:00Cuento dentro de cuento<div align="justify">Ya está aquí...<br /><br />Pregunten en sus librerías, pregunten por un cuento que viaja dentro de un cuento, un libro ilustrado exquisitamente por <a href="http://nubesrojas.blogspot.com/" target="_blank">Cecilia Varela</a> (otro magnífico regalo: la amistad de Cecilia y trabajar con ella en este proyecto) y editado por <a href="http://www.loguezediciones.com/index.php" target="_blank">Lóguez</a>. Pregunten a la chica de la bufanda roja, pregunten por un cuento para todas las edades que forma parte de una colección con un nombre tan bonito como evocador: <em>Rosa y Manzana</em>. Esperamos que os guste.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtCj84LTXYevW8KgYKw4kFCQ4Bz1p1ms_vjDDxVg3A3trHiHDKYnUveBBjS45wbeZX3Lk4BRNnOzXjB3My_5QiGk2Vz1uEN_jhTE4yeU6XAgxSmmcZz1X6oNXifHma4kwyo-qH/s1600-h/cubierta.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 315px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtCj84LTXYevW8KgYKw4kFCQ4Bz1p1ms_vjDDxVg3A3trHiHDKYnUveBBjS45wbeZX3Lk4BRNnOzXjB3My_5QiGk2Vz1uEN_jhTE4yeU6XAgxSmmcZz1X6oNXifHma4kwyo-qH/s320/cubierta.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5311459204941929442" border="1" /></a><em>Te regalo un cuento para que lo lleves contigo, dobladito en el bolsillo o entre las páginas de un libro...</em><br /><br />Dossier del libro: <a href="http://www.blablebli.com/docs/teregalouncuento.pdf" target="_blank">Te regalo un cuento.</a><br />36 pgs. a todo color, en cartoné<br />Formato: 16 x 16 cms<br />ISBN: 978-84-96646-38-4<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-58608702576955519312009-02-23T22:03:00.018+01:002009-05-11T12:56:11.958+02:00Langostas<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNDOQqzdoI_MZumkkhyphenhyphen2O9BNenjhVQNcbBY3KjHqKnpuJQewJIyPIslbuUJ6mhYZb72OMT_TkDtGDjb6dUIGEXJVslVl7GVU_jUr2FKFZm0fo9QHtxrXxoQWR5pabDbeLTsmuL/s1600-h/Jenene+Chesbrough.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNDOQqzdoI_MZumkkhyphenhyphen2O9BNenjhVQNcbBY3KjHqKnpuJQewJIyPIslbuUJ6mhYZb72OMT_TkDtGDjb6dUIGEXJVslVl7GVU_jUr2FKFZm0fo9QHtxrXxoQWR5pabDbeLTsmuL/s320/Jenene+Chesbrough.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5306335684074845890" border="0" /></a><div style="text-align: justify;">Robster es poco propenso a las etiquetas. En general, le fastidian bastante. Las etiquetas que suelen colgar con mayor frecuencia en la solapa de Robster son enamoradizo y blando. Como si las dos cosas fueran unidas. Enamoradizo, dicen, vamos hombre. La gente qué sabrá. Robster considera que todos los pensamientos relacionados con etiquetas que pueda expulsar de su cabeza, bien expulsados estarán. Si lo único que intenta Robster es rehacerse plácidamente en una terraza de Niza. Considerando que Niza es un buen punto de partida para sobreponerse de lo que sea, podríamos decir que a Robster tampoco le va tan mal. Lo que sucede es que es un poco pejigoso. Es más, para no faltar a la verdad, a Robster no le van nada mal las cosas, pero tiene esa inapropiada tendencia a pensar que sí, que todo le va mal y que nada es lo mismo desde que aquella o esa otra chica ya no están en su vida. Enamoradizo Robster. Quizás por eso tararea qué triste es Venecia en una terraza de Niza. Intenta rehacerse al tiempo que despacha una ensalada Nicosia y un Bellet, ¡oh benditos vinos provenzales!, piensa Robster mientras contempla los prolegómenos de una batalla de langostas dentro del gran acuario que preside la terraza.<br /><br />Las langostas son muy empecinadas y, sin embargo, nadie se dedica a etiquetarlas. Mira esa langosta, qué tozuda es. Mira esa otra, menudos ademanes de langosta prepotente. Si tuviese que decir algo inamovible de las langostas, algo que no se pueda retirar después, diría que son testarudas y empecinadas. Una langosta se empeña en pelear con otra en el acuario de la terraza. Chocan sus pinzas como corzos en celo. Dos corzos que ladran durante el cortejo. Esa langosta es feroz y enseguida gana terreno sobre su rival. Robster tampoco tiene muy claro qué es lo que sucede en el mundo de las langostas cuando una vence a la otra. Ambas están condenadas aunque eso es algo que ignoran. Las demás langostas contemplan la batalla desde un rincón del acuario. Como si con ellas no fuera la cosa. Configuran un arrecife perfecto. Qué manera de complicarse la vida, piensa Robster. Aparte de testarudas y empecinadas, saben abstraerse de su destino más inminente. Robster es capaz de imaginar el sonido de las pinzas chocando entre sí. Es un sonido de mandíbula rota o de alma a punto de quebrarse contra el pavimento. Enamoradizo, dicen. Serán cabrones. Ellos qué sabrán.<br /><br />Un camarero muy francés, muy de costa azul, captura las dos langostas luchadoras con un rastrillo metálico. Ahí se acaba la pelea, concluye Robster. Pero las langostas siguen agitando arriba y abajo sus pinzas en el aire, quizás porque consideran que no han dicho la última palabra. Si es lo que dice Robster. Son empecinadas de narices estas langostas francesas. Lo piensa convencido, mientras apura satisfecho un último trago de Bellet. Enamoradizo Robster. Qué manera más tonta de perder el tiempo etiquetando al personal. Él no es de esos. Robster no va diciendo de los provenzales que sólo piensan en jugar a la petanca, por ejemplo, o que sus mujeres han sido, son o serán infieles en algún momento de sus vidas por motivo doble: por francesas y por mujeres. Hay pocas cosas que desesperan de manera especial a Robster y lo de las etiquetas es una de ellas. Enseguida el resto de langostas se apelotonan en un rincón del acuario y comienzan a formar otra reyerta.<br /><br />Imagen: © <a href="http://www.genene.org/" target="_blank">Jenene Chesbrouh</a><br /><br /><span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Abril 2009)</span><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-84002947918871669942009-02-15T23:41:00.008+01:002013-03-19T11:43:35.430+01:00Pontiac<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijuJKpCaduGbXOb1IMU-tI9PT6cipAI3-qqRhFVvLN0uyaeLJYCwVoCqgYxnIUjwrQYclosqF0G9_qq_PBYPC5jEUhn6_GkOfnYpuwCiGzThczlY6vLb2Od5epCACyJU6KIQD6/s1600-h/163074383_08fea6128c.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img alt="" border="1" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijuJKpCaduGbXOb1IMU-tI9PT6cipAI3-qqRhFVvLN0uyaeLJYCwVoCqgYxnIUjwrQYclosqF0G9_qq_PBYPC5jEUhn6_GkOfnYpuwCiGzThczlY6vLb2Od5epCACyJU6KIQD6/s320/163074383_08fea6128c.jpg" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5303158656132218434" style="cursor: pointer; display: block; height: 318px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 320px;" /></a><br />
<div style="text-align: justify;">
Padre es un tipo con clase. Tiene problemas con el alcohol pero, al menos, se enfrenta al asunto con estilo. Es uno de esos tipos que únicamente beben malta en copa de balón. Sin hielo. El hielo estropea el malta. A Padre le falta un diente, uno de los dientes delanteros, de los de arriba. Imagino perfectamente cómo el malta atraviesa el espacio vacío que deja su diente, cómo siente el sabor en el fondo de la garganta, cómo le quema un poco más tarde la boca del estómago, ahí al lado de los problemas. Padre es un hombre triste que, al menos, bebe con clase. Una vez tuvo un Pontiac del color de las cerezas. Fue su momento de más clase. Conducía un Pontiac y bebía maltas caros. La puesta en escena de Padre cuando bebe malta es, más o menos, la misma. Agita con movimientos circulares su copa de balón, sin hielo, estudia el aroma, hace una pausa (la pausa típica de hombre bala antes de prender la mecha) y toma un trago suave. En ocasiones, para joder, Madre dice: “Eres igual que Padre”. Y claro, me jode, porque yo no sé muy bien a qué se refiere Madre cuando dice eso, pero me jode. Me jode mucho. Y yo no quiero tener nada que ver con eso.<br />
<br />
A veces, más de las que se pueden contar, Padre toma maltas en el bar de la esquina, con el resto de los chicos. Suelo contemplarlo desde fuera. Me quedo fuera, al otro lado del ventanal, preguntándome si debería entrar. Y ahí está él con su copa de balón y los chicos. Tantas veces que no entro a saludar. Y quizás debiera.<br />
<br />
En los días más extraños, entro en ese bar, sin implicarme mucho, ignoro a los chicos, hablo con Padre, en un tono aséptico le digo que tiene que cuidarse, que tiene que durarnos muchos años. Algún día no estará. Imagino que se irá antes que Madre. Y ese día habrá que preocuparse de los papeles de la mesita de noche y del tipo de entierro. Ese tipo de cosas. Presumiblemente,cuando eso ocurra, desearé haber entrado todos los días del mundo en el bar, haberle hecho compañía y ayudarle a olvidar que es un hombre triste.<br />
<br />
Madre dice: “Eres como él”. Ella también es una mujer triste, herida, por eso se revuelve y habla de ese modo. En realidad, creo que los dos tienen motivos para ser lo que son. “Tu Padre se quedará solo”, dice Madre. “Por esto, por lo otro”. Y es cierto, ella también tiene lo suyo, y yo nunca sé que decir en esos momentos. Así que, de tarde en tarde, me repito que la próxima vez que vea a Padre agitando su copa de balón, entraré a ese bar para hacerle compañía un rato. Entonces, casi con toda seguridad, saludaré a los chicos, pediré otro malta como el suyo, en copa de balón, sin hielo, como debe ser y haré algún brindis estúpido, por que se cuide, diré, por los buenos tiempos, cuando teníamos el Pontiac del color de las cerezas, porque nuestras mujeres no se queden viudas o alguna tontería de ese estilo. Porque nos dure muchos años. Sobre todo brindaré por eso. Y en ese momento, sé que, lejos de ayudarle a olvidar, será cierto que estaré siendo un poco como él. Y Madre, sin saberlo, tendrá razón. Toda la razón del mundo. <br />
<br />
<span style="font-style: italic;">(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Marzo 2009)</span><br />
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-5397253787511833412009-01-17T02:14:00.009+01:002009-02-26T17:22:16.803+01:00Próximamente...<div style="text-align: justify;">Esta va a ser la cubierta definitiva de "Te regalo un cuento". El libro asomará la cabecita en Marzo de este año y formará parte de la colección <a href="http://www.loguezediciones.com/index.php?cPath=1" target="_blank">Rosa y Manzana</a> de <a href="http://www.loguezediciones.com/%20" target="_blank">Lóguez Ediciones</a>. Cecilia Varela ha hecho unas ilustraciones preciosas para el texto. Tenéis que verlas.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPuAsieG34acmISNLLnBwytafn_O4BxaR27pz8yGv3xj7LEwNBM1Fd4kBRCIq_1Zu-IlAX2HTXkcgT64hLgRtGZamX6GB6uu-wc3eRnvGhJTD-v8TX_SlqSLO2VBpmSbaJcnFw/s1600-h/0Portada.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 221px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPuAsieG34acmISNLLnBwytafn_O4BxaR27pz8yGv3xj7LEwNBM1Fd4kBRCIq_1Zu-IlAX2HTXkcgT64hLgRtGZamX6GB6uu-wc3eRnvGhJTD-v8TX_SlqSLO2VBpmSbaJcnFw/s400/0Portada.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5307142081508140770" border="0" /></a><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-91816695521878957012009-01-06T02:17:00.007+01:002009-02-24T00:48:30.414+01:00Absenta en la bañera<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/458939044/" title="photo sharing"><img src="http://farm1.static.flickr.com/178/458939044_e91213c09b_m.jpg" alt="" style="border: 1px solid rgb(0, 0, 0);" /></a></div><br /><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/458939044/"></a><div style="text-align: justify;">Por aquel entonces, bebíamos casi cualquier cosa para entrar en calor, entre otros motivos porque nunca funcionaba la estufa del dichoso ático sin ascensor. Bebíamos, además, para mofarnos de algunas corrientes literarias cursis que hablaban de trincarse la vida a sorbos grandes o pequeños. Esas tonterías, <span style="font-style: italic;">you know</span>. Queríamos ser notables, destacar entre tanta vulgaridad acumulada en los despachos de catedráticos infames, queríamos ser metafóricos, tomar decisiones gratis. Lo mismo nos daba. Follábamos en la bañera después de practicar el ritual de la absenta: ella se colocaba el terrón de azúcar entre las piernas y lo demás se daba por añadidura. Leíamos a poetas urbanos de lamentable factura, feos, gordos y miopes, paladines tristes que nunca se afeitan y pinchan discos en garitos alternativos. Ella presumía de tetas y de tener un amigo que reunía esas características -quería ser su musa, eso es lo que ella quería-, un tipo, en definitiva, que escribía cosas tan horribles como las que yo le dejaba a traición en el cajón de las bragas. Enseguida dejó de incomodarle la presencia de mi cepillo rojo en el cuarto de baño y tuvimos una buena temporada, una buena racha que no duró más de tres días. No sabría decir cómo, pero un miércoles por la tarde, se mostró tan impertinente y tan hermosa a un tiempo, que no tuve más remedio que pasarla por la licuadora y bebérmela de un trago.<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-43806865445873673942008-12-16T23:08:00.000+01:002008-12-21T13:53:34.606+01:00La verdad<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/3121511472/" title="photo sharing"><img src="http://farm4.static.flickr.com/3214/3121511472_2fc1a9da13_m.jpg" alt="" style="border: 1px solid rgb(0, 0, 0);" /></a><br /></div><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/3121511472/"><br /></a><a href="http://www.flickr.com/people/puzzle/"></a><div style="text-align: justify;">No sé cómo tuve fuerzas para arrastrar el cuerpo y cubrir el agujero. Nate siempre había insistido en lo de cuidar de Maude y la niña. “Si algo me pasa: sea lo que sea” no dejaba de repetir. Y no podía decirle que no, tampoco que sí. Eso también es cierto. Me limitaba a escucharle con mirada grave entre trago y trago. Brindábamos por nosotros y por la familia, por la parte de mi vida que él envidiaba, por la parte de la suya que yo anhelaba y no quería reconocer -que no podía reconocer-, en definitiva, brindábamos por Maude. Ahí fue que tomé la decisión, al apurar el último trago, manteniendo la mirada en el brindis, y creo que él también lo supo. En honor a la verdad, debo decir que, quizás porque era mi hermano mayor apenas ofreció resistencia.<br /><br />Imagen: © <a href="http://www.gotreadgo.com/" target="_blank">Tread</a><br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-43582479216290170002008-11-29T12:34:00.003+01:002008-11-29T19:29:07.025+01:00Cuando los gatos se marchen<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/3068080628/" title="photo sharing"><img src="http://farm4.static.flickr.com/3055/3068080628_b4550056c5_m.jpg" alt="" style="border: 1px solid rgb(0, 0, 0);" /></a><br /></div><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/3068080628/"><br /></a><a href="http://www.flickr.com/people/puzzle/"></a><div align="justify">Cuando los gatos del callejón se marchen, y la noche rompa en un quejido nuevo, los ratones harán una fiesta para celebrar que has vuelto.<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-77983477315904174332008-11-10T21:41:00.001+01:002008-11-11T11:48:22.905+01:00Curvas<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/225551035/" title="photo sharing"><img src="http://static.flickr.com/72/225551035_e1762bef85_m.jpg" alt="" style="border: 1px solid rgb(0, 0, 0);" /></a><br /></div><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/225551035/"></a><br /><div style="text-align: justify;">Tantas curvas tenía y tan sinuosas todas, que no había manera alguna de acercarse a aquel cuerpo de hembra poderosa sin resbalar o caer malherido por cualquiera de sus pendientes.<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-23691249069790116662008-10-22T23:10:00.005+02:002008-11-11T11:42:38.537+01:00Circo<p align="center"><a title="photo sharing" href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/123054070/"><img style="BORDER-RIGHT: #000000 1px solid; BORDER-TOP: #000000 1px solid; BORDER-LEFT: #000000 1px solid; BORDER-BOTTOM: #000000 1px solid" alt="" src="http://static.flickr.com/34/123054070_d59c69b710_m.jpg" /></a></p><div align="justify">Levantábamos el circo todas las tardes en tu dormitorio: la carpa y la doble pista central, las sillitas plegables y el puesto de algodón de azúcar, justo entre tus muslos —en el repecho final— y tus caderas. Luego llegaban los payasos muertecitos de la risa, los malabaristas y el hombre bala, el más envidiado de todos porque era el único al que se le permitía acariciar tu colección de lunares. Luego nos contaba historias de cosmonautas perdidos en el final de tu espalda, que nos hacían romper en llanto.<br /><br />Tu número favorito era apilar los sueños y trepar hasta lo más alto de un balancín que coronaba la carpa, siempre dispuesta a dar piruetas imposibles, a mantener el equilibrio allí donde nadie era capaz, jugándote el tipo sólo por una risa o una exclamación. De ese modo se sucedieron las funciones una tras otra hasta que, un día de amanecida, la niña que llevabas dentro se marchó para siempre con el hombre bala, dejando una estela de aplausos y de bocas abiertas.<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-69695167052580081712008-10-01T09:39:00.001+02:002016-10-12T12:50:47.024+02:00Ella que espera<div align="center">
</div>
<div align="justify">
No sabría decir cómo llegó hasta arriba de la silla, pero le gusta estar bien lejos del suelo, para que los miedos no le coman los deditos de los pies. Por eso y porque la silla queda a la misma distancia del cielo, cuando en realidad el cielo no es otra cosa que el techo de la habitación decorado con estrellitas adhesivas, constelaciones enteras de estrellitas adhesivas que compra por catálogo y que suele poner, de vez en cuando, para tener dónde mirar cuando cae la noche. De todas las costumbres, la favorita siempre fue quedarse en la silla y esperar, esperar sin saber muy bien el qué, pero esperar, al fin y al cabo, hasta que le empiezan a doler las articulaciones y los pensamientos, y más tarde terminar encogida en la silla, llegando a la conclusión de que, a lo mejor, quién sabe, lo que espera queda al otro lado de la ventanita que hace de mirador de los sueños.<br />
<br />
En frente de ella, la ventanita queda alta, alta y lejos, lejos como el suelo, lejos como los miedos, apartada de su mundo como aquella constelación de estrellas adhesivas. Entonces el corazón de esponja se le escapa por debajo del vestido, encaramándose al dobladillo y saltando luego desde uno de los pliegues, para tomar impulso en las rodillas y dejarse caer, casi aterrizar, en el suelo y salir corriendo, sorteando los miedos, las hebras de pelo, el polvo. El caso es que ella quiere quedarse, se cuida de mantener intactos los deditos de los pies y, al mismo tiempo, el corazón a hurtadillas que sabe de fotosíntesis y de jardinería, toma la forma de semilla y se hace planta, con idea de llegar a ser enredadera, platanera o malvavisco.<br />
<br />
Desde la silla ella se pregunta cómo hacer para llegar hasta arriba, día tras otro, divisa el corazón que crece, que escapa, que ahora es un corazón aventurero que mira la ventana, como quien mira una caseta de feria llena de premios, y el corazón que se despide con el ánimo decidido y que promete que, en cuanto encuentre una oficina de correo, manda una postalita y algunas de líneas contando cómo es la vida allá afuera.<br />
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-74048615665123826532008-09-15T09:05:00.010+02:002008-09-15T10:13:59.727+02:00El diablo es un hombre ocupado<div style="text-align: center;"><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/2859201998/" title="photo sharing"><img src="http://farm4.static.flickr.com/3045/2859201998_18535b6c88_m.jpg" alt="" style="border: 1px solid rgb(0, 0, 0);" /></a><br /></div><a href="http://www.flickr.com/photos/puzzle/2859201998/"></a><a href="http://www.flickr.com/people/puzzle/"><br /></a><div style="text-align: justify;">(A continuación, un texto de David Foster Wallace, un tipo que escribía estupendamente y que decidió colgarse del pescuezo el pasado domingo)<br /><br />Y cuando encontraba algo que estaba nuevo o cuando limpiaba el cobertizo de las máquinas o la bodega a menudo papá descubría que tenía algún trasto que ya no quería y del que tenía que librarse y como estaba muy lejos para llevarlo en la camioneta hasta el vertedero o a la tienda Goodwill del pueblo llamaba por teléfono para poner un anuncio en el Trading Post del pueblo para regalarlo a quien lo quisiera. Porquerías como un sofá, una nevera o una caña vieja. El anuncio decía: Es gratis ven y llévatelo. Y aun así siempre pasaba un tiempo desde que lo ponía hasta que alguien llamaba y el trasto se quedaba en el porche molestando a papá hasta que uno o dos tipos del pueblo llegaban por fin a casa para echarle un vistazo. Y resultaba que se mostraban desconfiados y ponían una cara impenetrable como si estuvieran jugando cartas y daban vueltas alrededor del trasto y lo tocaban con la punta del zapato y decían: Dónde lo has encontrado qué le pasa cómo es que tienes tantas ganas de librarte de él. Negaban con la cabeza y hablaban con su parienta y dudaban todo el tiempo y sacaban a papá de sus casillas porque lo único que él quería era regalar una caña vieja a cambio de nada y sacarla del porche y en cambio allí seguían robándole su tiempo y obligándole a dar más y más rodeos con aquella gente para convencerlos de que se la llevaran. Hasta que se cansó y entonces cada vez que quería librarse de algo lo que hacía era colocar un anuncio en el Trading Post y poner cualquier precio idiota que se inventaba sobre la marcha cuando hablaba por teléfono con el tío de Trading Post. Cualquier precio idiota que fuera prácticamente nada. Rastra Vieja Con Dientes Un Poco Oxidados $5, Sofá Cama JC Penny Verde y Amarillo $10 y rollos por el estilo. Y entonces pasó que llamaba la gente el primer día que el Trading Post publicaba el anuncio y se acercaban desde el pueblo y hasta venían de otros pueblos más lejanos donde también se recibía el Trading Post y aparcaban removiendo toda la grava y apenas miraban el trasto e intentaban que papá se quedara con los cinco dólares o los diez dólares como fuera antes de que alguien más se lo pudiera quedar y si era algo pesado como el sofá yo les ayudaba a cargarlo y se lo llevaban en un santiamén. Ponían una cara distinta, igual que sus mujeres en la camioneta, estaban contentos y sonrientes y cogían a la parienta por la cintura y se despedían de papá con la mano cuando se alejaban. Muertos de felicidad por haberse llevado una rastra vieja por prácticamente nada. Le pedí a papá que me explicara cuál era la moraleja de aquello y me dijo que debía ser que no se podía enseñar a cantar a un cerdo y luego me dijo que fuera a sacar la grava de la zanja con el rastrillo antes de que se le jodiera el desagüe.<br /><br />Imagen: © Johnny Klemme<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6284224.post-43366706109124971312008-09-01T16:49:00.013+02:002009-01-18T21:01:26.130+01:00Jorge, profe<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1U5k-O80nH9vRCXDlv20aOtBxCJHfU5lR-yElYGlHKbtW4HqLsERflRne5yVryiGiX_qsRsDFwjvk-WHI_q8WdjXEFOhatXusplopTfL44Cv__MwjKFMlQoHmI02gvlEbzDi5/s1600-h/edeblog-784707.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1U5k-O80nH9vRCXDlv20aOtBxCJHfU5lR-yElYGlHKbtW4HqLsERflRne5yVryiGiX_qsRsDFwjvk-WHI_q8WdjXEFOhatXusplopTfL44Cv__MwjKFMlQoHmI02gvlEbzDi5/s320/edeblog-784707.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5292726268989886386" border="0" /></a><div style="text-align: justify;">En octubre empiezo una nueva aventura como profesor de <span style="font-style: italic;">Guión audiovisual</span>, por un lado, y <span style="font-style: italic;">Redacción y estilo</span>, por el otro. Será en la <a href="http://www.escueladeescritores.com/zaragoza" target="_blank">Escuela de Escritores de Zaragoza</a>, que dirige el poeta y novelista Julio Espinosa. Me alegra mucho que se me haya dado la oportunidad de poder compartir con otras personas tardes de lectura, de historias, de guiones, así como el hecho de contar con unos estupendos compañeros de trabajo: Julio Espinosa, Catalina Merino y Patricia Esteban Erlés. Ojalá nos veamos por allí…<br /><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com7