martes, 21 de agosto de 2007




Hoy quiero que me hables de ti. No hay prisa: tenemos tiempo. Cuéntame algunos secretos, eso me apetece. Podrías empezar por hablarme de aquellas canciones que tienes casi olvidadas y te hacían sentir cosas. Cosas que ahora no sabrías explicar. Eso es lo que me gustaría, que me hables de cómo te imaginabas que sería el futuro cuando fueras mayor y ya no te diera miedo lo que hubiera debajo de la cama. De cómo fue que creciste y has llegado a ser una personita grande, un proyecto de vida. Cuéntame, eso me interesa, la vez que soñaste que te brotaban alas de la espalda y volabas.

Háblame de las cosas que te importaban, por ejemplo de tus peluches, tus peluches y tus pulseras. Háblame de cuando no podías hablar de tanta risa que te entró y te atragantabas, de la amiga que más envidiabas porque te sentías pequeña y feucha a su lado y aún asi la adorabas. Háblame de si te gustaba tu nombre -si todavía te gusta- y si llevabas caramelos a clase el día de tu cumpleaños, de jugar en el patio y los moratones en las rodillas, de si tenías una mochila llena de sueños y tu primera excursión. Háblame de todo eso, no hay prisa, quiero saber de tus vacaciones y lo que pensaste la primera vez que viste la nieve o el mar o la sonrisa de aquel chaval que te miraba distinto pero bien.

Hoy quiero que me hables de esas cosas, tenemos tiempo. Háblame de la mujer que tengo frente a mí, de si todavía te recoges el pelo y si sabrás reconocerme entre tanta gente.

Publicado por Puzzle a las 10:50
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sábado, 4 de agosto de 2007




Aquel día, la playa reclamaba atención meciendo las olas con una cadencia suave pero eficaz. Proyectaba un sonido de mar que bien podía entenderse como un rugido o un ronroneo. Todo dependía de quien escuchara.

La playa hizo todo lo que pudo, todo lo necesario para poder acunar aquella botella hasta depositarla plácidamente en la arena. Al fin y al cabo era una playa mensajera: su única misión era lanzar y recibir todas las botellas portadoras de mensajes. Sin hacer preguntas. Únicamente se conocía el punto de partida. Era desconocido el lugar de llegada. Sería elegido al azar. Todas las playas mensajeras se sentían orgullosas de serlo y cumplían su cometido a la perfección. Una autentica maraña de costas y ensenadas, una red organizada de kilómetros de dunas salpicadas por el océano, capaces de catapultar mensajes secretos, de amor y de auxilio, interconectadas entre sí, de un extremo a otro del planeta. Miles de botellas en tránsito y todas llegarían siempre a un destino. A algún destino.

Ese es el motivo por el cual la playa no esperaba caricias ni manos moldeando sus orillas en forma de castillos y fortalezas. No esperaba sonrisas de domingo, sonrisas de enamorados jurándose amores eternos que no duran más de un verano. La playa, sencillamente, reclamaba atención, así que hizo todo lo que pudo. Depositó la botella junto a un bulldog francés que jugueteaba con su dueña y se aseguró de que la entrega fuera perfecta.

Al fin y al cabo, era una playa mensajera.


Ilustración: © Cecilia Varela

(Nota: La primera versión de este relato se publicó en el País de las Tentaciones, el 2 de Julio de 2004, bajo el título: "Playas Mensajeras")

Publicado por Puzzle a las 10:03
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