A mi izquierda una hilera de hormigas rojas. A mi derecha una hilera de hormigas negras. Se dirigen al centro exacto de la habitación con un paso que adivino marcial , pero tendrán que sortear en apenas medio metro a Melisa que espera apostada sobre sus patas traseras , interpretando el papel de perfecto custodio del orden. Nunca ha sido amiga de las intrigas , así que declara el estado de excepción buscando con la mirada a sus cómplices los gatos. Para entonces, la avanzadilla roja se encuentra flanqueando la mesa con restos de la cena de anoche, eluden atravesarla por debajo y como si quisieran mostrar al mundo su arrojo, la bordean con entusiasmo. El aplomo también se manifiesta en el ejército de las hormigas negras que no tienen que rodear mesa alguna pero se detiene para poder capturar una pelusa y algo de miga de pan.
Los gatos deciden no participar en la contienda a pesar de la formidable simpatía que sienten por Melisa, pero acaban de tomar leche y no se sienten con ánimo. Ni siquiera un poco. Luna ronronea (honorable) sobre el Maria Moliner, como si estuviera disfrutando del proceso de adquisición de profundos conocimientos. Una hormiga despistada se columpia de un extremo de la página en la que ha quedado abierto y poco después será ajusticiada por un tribunal nada amistoso. La falta de disciplina se castiga entre las rojas con la muerte a manos de las suyas, y en las negras a manos de las otras. Suele ser más humillante lo segundo que lo primero, aunque todo depende del lado en el que estés.
En las noticias , el hombre de rostro inalterable comenta algo acerca de los movimientos migratorios y descubro que me resulta imposible acceder al mando a distancia, posiblemente porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Uno tiene la capacidad de discernir entre somnolencia y letargo la mayoría de las veces, sin embargo , aunque me resulta incómodo reconocer abiertamente mi falta de destreza para percibir alteración alguna en mis apreciaciones particulares , creo que estoy más cerca de sentirme mareado que desfallecido.
Quien piense que no puede ser devorado por un centenar de hormigas bien organizadas posiblemente peca de ignorante o de simple. En contra de lo que pueda parecer , la piel humana no representa barrera alguna para casi ningún elemento agresor, así que mis tobillos descansan flácidos y morados sobre el brazo del sillón , también mis muñecas y mis brazos. Me resulta complicado y doloroso ladear la cabeza para adivinar dónde anda Melisa, así que la intuyo, la intuyo curiosa y excitada. Me reconforta saber que no parece asustada y que se mantendrá firme en la contienda , aunque me preocupa su ingenuidad. Es curioso cómo la ausencia de miedos nos hace ser más temerarios arriesgando lo que no imaginamos, lo que en situaciones normales guardaríamos de todas las quemas.
El tercer destacamento , no menos importante y del que todavía no había hecho mención alguna, es el responsable de mis heridas. Ahora se dirige por el pasillo hasta el dormitorio principal, pero creo que eso es sólo una estrategia que oculta las verdaderas intenciones (mucho más enrevesadas y perjudiciales) . Se deslizarán bajo la puerta principal y en menos de siete minutos andarán subiendo por la pata de la cama de mi vecina que estará haciendo el amor probablemente con un tipo que conoció la pasada noche y con el que no tiene nada en común (ni podría tenerlo) pero con el que no se siente especialmente incómoda. No volverán a verse porque las hormigas así lo han decidido. Mientras tanto, Melisa acaba de aplastar un grupo de unas cincuenta y Luna, que finalmente decide colaborar en el ensañamiento mastica a otras tantas. Luego un poco de leche tibia y de vuelta al María Moliner. Las dos hileras ya no son tal y se ramifican en desbandada hacia la terraza quizás porque no esperaban encontrar semejante resistencia.
La escena no es menos grotesca por el hecho de saber que estoy a mitad de un sueño profundo y que nada de esto ocurre en verdad, pero podría serlo y eso es lo que más me inquieta. Despertaré y no quedarán hormigas ocultas entre las baldosas, ni siquiera Melisa reposará en mi regazo (Melisa es un personaje simpático pero imaginario al que me gusta recurrir cuando los duendes no están de mi lado). La vecina tampoco hará el amor y el tercer destacamento puede que ande bien lejos de las patas de mi cama o de la tuya, quizás lo único real sea el hombre inexpresivo de las noticias hablando de movimientos migratorios y mi incapacidad para alcanzar el mando a distancia porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Lo demás son estados más o menos perezosos y algo de imaginación desbordada. Creo que se llama sopor.
Los gatos deciden no participar en la contienda a pesar de la formidable simpatía que sienten por Melisa, pero acaban de tomar leche y no se sienten con ánimo. Ni siquiera un poco. Luna ronronea (honorable) sobre el Maria Moliner, como si estuviera disfrutando del proceso de adquisición de profundos conocimientos. Una hormiga despistada se columpia de un extremo de la página en la que ha quedado abierto y poco después será ajusticiada por un tribunal nada amistoso. La falta de disciplina se castiga entre las rojas con la muerte a manos de las suyas, y en las negras a manos de las otras. Suele ser más humillante lo segundo que lo primero, aunque todo depende del lado en el que estés.
En las noticias , el hombre de rostro inalterable comenta algo acerca de los movimientos migratorios y descubro que me resulta imposible acceder al mando a distancia, posiblemente porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Uno tiene la capacidad de discernir entre somnolencia y letargo la mayoría de las veces, sin embargo , aunque me resulta incómodo reconocer abiertamente mi falta de destreza para percibir alteración alguna en mis apreciaciones particulares , creo que estoy más cerca de sentirme mareado que desfallecido.
Quien piense que no puede ser devorado por un centenar de hormigas bien organizadas posiblemente peca de ignorante o de simple. En contra de lo que pueda parecer , la piel humana no representa barrera alguna para casi ningún elemento agresor, así que mis tobillos descansan flácidos y morados sobre el brazo del sillón , también mis muñecas y mis brazos. Me resulta complicado y doloroso ladear la cabeza para adivinar dónde anda Melisa, así que la intuyo, la intuyo curiosa y excitada. Me reconforta saber que no parece asustada y que se mantendrá firme en la contienda , aunque me preocupa su ingenuidad. Es curioso cómo la ausencia de miedos nos hace ser más temerarios arriesgando lo que no imaginamos, lo que en situaciones normales guardaríamos de todas las quemas.
El tercer destacamento , no menos importante y del que todavía no había hecho mención alguna, es el responsable de mis heridas. Ahora se dirige por el pasillo hasta el dormitorio principal, pero creo que eso es sólo una estrategia que oculta las verdaderas intenciones (mucho más enrevesadas y perjudiciales) . Se deslizarán bajo la puerta principal y en menos de siete minutos andarán subiendo por la pata de la cama de mi vecina que estará haciendo el amor probablemente con un tipo que conoció la pasada noche y con el que no tiene nada en común (ni podría tenerlo) pero con el que no se siente especialmente incómoda. No volverán a verse porque las hormigas así lo han decidido. Mientras tanto, Melisa acaba de aplastar un grupo de unas cincuenta y Luna, que finalmente decide colaborar en el ensañamiento mastica a otras tantas. Luego un poco de leche tibia y de vuelta al María Moliner. Las dos hileras ya no son tal y se ramifican en desbandada hacia la terraza quizás porque no esperaban encontrar semejante resistencia.
La escena no es menos grotesca por el hecho de saber que estoy a mitad de un sueño profundo y que nada de esto ocurre en verdad, pero podría serlo y eso es lo que más me inquieta. Despertaré y no quedarán hormigas ocultas entre las baldosas, ni siquiera Melisa reposará en mi regazo (Melisa es un personaje simpático pero imaginario al que me gusta recurrir cuando los duendes no están de mi lado). La vecina tampoco hará el amor y el tercer destacamento puede que ande bien lejos de las patas de mi cama o de la tuya, quizás lo único real sea el hombre inexpresivo de las noticias hablando de movimientos migratorios y mi incapacidad para alcanzar el mando a distancia porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Lo demás son estados más o menos perezosos y algo de imaginación desbordada. Creo que se llama sopor.
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