Una mañana recién levantado, el hombre de ceño fruncido pudo observar como su frente se arrugaba más y más y decidió que empezaría a contar el número de pliegues que se formaran bajo el nacimiento del pelo. El Lunes contó diez vertientes principales con sus correspondientes ramificaciones, pero le pareció normal. El Martes, aunque en un principio pensó que el sueño y las legañas no le dejaban ver las cosas tal y como eran, agregó tres estrías más al cómputo total. El miércoles no le cogió desprevenido el hecho de ver una veintena de pliegues y entre jueves y viernes cincuenta. Así fue que pasaron los días y le resultó imposible contabilizar las dobleces de su rostro, pero no por ello dejó de mirarse en los espejos y escaparates. El fin de semana despertó con un gran relieve rugoso en el centro exacto de su cabeza.
De una manera no menos extraña, el conjunto de frunces comenzó a tomar una posición más que destacable y adoptó la forma de un amasijo de piel gigante. Tampoco quiso darle más importancia y siguió frunciendo el ceño. Y el ceño se hizo uno y se ancló al parietal y al occipital . Debido a que las cejas se arquearon interiormente hasta casi juntarse con la nariz , la cara misma comenzó a deformarse tomando la misma expresión que uno tiene cuando chupa un limón , y se contrajo entera hacia adentro con el gesto grave . La cosa no mejoró y el conjunto nariz-ceño-orejas se desplazó como una enorme placa tectónica hacia el interior de la cabeza tomando la apariencia de un enorme cráter. Para entonces, los pómulos y las mejillas que aguantaban una tensión desproporcionada ya iban tras la trayectoria descrita por la gran masa rugosa, del tal modo que llegaron a estar casi tan juntos que podrían haberse solapado y fundido en una sola superficie rosada y estirada. Las cuencas de los ojos se hundieron y las cejas quedaron ocultas por la pronunciada pendiente que iba desplazándose vertiginosamente de norte a sur de tan peculiar orografía.
Diez días después, la cabeza del hombre de ceño fruncido se había transformado en una bien redondeada forma rugosa atravesada por una enorme estría frontal , y de la que solo quedaba el recuerdo de unas orejas en punta y una barbilla perfecta. Para entonces, el hombre arrugado quiso darse cuenta de lo ocurrido y decidió poner mejor cara, relajar la expresión y tomarse la vida con más desenfado, pero nadie se atrevió a decirle que casi con toda seguridad, ya era demasiado tarde.
De una manera no menos extraña, el conjunto de frunces comenzó a tomar una posición más que destacable y adoptó la forma de un amasijo de piel gigante. Tampoco quiso darle más importancia y siguió frunciendo el ceño. Y el ceño se hizo uno y se ancló al parietal y al occipital . Debido a que las cejas se arquearon interiormente hasta casi juntarse con la nariz , la cara misma comenzó a deformarse tomando la misma expresión que uno tiene cuando chupa un limón , y se contrajo entera hacia adentro con el gesto grave . La cosa no mejoró y el conjunto nariz-ceño-orejas se desplazó como una enorme placa tectónica hacia el interior de la cabeza tomando la apariencia de un enorme cráter. Para entonces, los pómulos y las mejillas que aguantaban una tensión desproporcionada ya iban tras la trayectoria descrita por la gran masa rugosa, del tal modo que llegaron a estar casi tan juntos que podrían haberse solapado y fundido en una sola superficie rosada y estirada. Las cuencas de los ojos se hundieron y las cejas quedaron ocultas por la pronunciada pendiente que iba desplazándose vertiginosamente de norte a sur de tan peculiar orografía.
Diez días después, la cabeza del hombre de ceño fruncido se había transformado en una bien redondeada forma rugosa atravesada por una enorme estría frontal , y de la que solo quedaba el recuerdo de unas orejas en punta y una barbilla perfecta. Para entonces, el hombre arrugado quiso darse cuenta de lo ocurrido y decidió poner mejor cara, relajar la expresión y tomarse la vida con más desenfado, pero nadie se atrevió a decirle que casi con toda seguridad, ya era demasiado tarde.
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