miércoles, 27 de octubre de 2004


Se acaba de desperezar la ciudad y empieza a caer la lluvia con desgana. La mañana pinta plomiza y fría, y mis dedos escupen emails incoloros e insípidos mientras la mirada se posa en los cristales empañados. Parte de mí estará aquí, apostado en la ergonomía de una silla funcional, la otra parte (la que nadie ve) se escapará atravesando los mismos cristales húmedos que nos separan de la ciudad desperezada. La planta once nos otorga una vista espléndida y eso, en cierta manera te hace tener cierto poder, cierta perspectiva lúdica del mundo y de las calles transitadas por personas-hormiga que también se desperezan. Y vendrán los apremios y las aceras estrechas, los improperios de atasco improvisado y las miradas que persiguen a rubias enfundadas en vestidos diminutos y tacones infinitos.

Lo que tienen las ciudades desperezadas es que te contagian la flojera y las ganas de proyectarse en otros lugares, ganas de siestas de mantas y abrazos , de amantes a media tarde y de terremotos imposibles.

Publicado por Puzzle a las 6:50
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