El viajero del asiento 23 me llamó la atención enseguida. Su cara pintaba una mueca gastada como su americana de piel . En las manos cobijaba un pájaro. Me quedé con las ganas de saber qué tipo de pájaro. De resto, no llevaba equipaje. Pasé las siguientes tres horas alternando mis propios pensamientos con miradas de reojo a los ocupantes del asiento 23. No era el único que había reparado en ambos y se adivinaban formas distintas de ver el asunto. Unos lo considerarían una crueldad, otros un ejercicio de confianza y conocimiento, de fe mutua (tu me cuidas , yo me dejo cuidar), pero quedaba claro que sin duda, la relación de convivencia venía de largo. Tampoco pasé por alto que el viajero -a ratos- hablara sólo (o quizás al pájaro) , y me confieso sorprendido por la ternura que me producía inventar una historia acerca de un hombre que como única compañía tenía un pájaro. Tampoco me extrañó al cabo de un tiempo , que el pájaro se quedara quieto con sólo ser acariciado o que contemplaran juntos el paisaje en formato cinemascope que iban dejando atrás. Como si supieran que el mundo real era lo que estaba al otro lado de la ventanilla y ellos estuvieran siempre en tránsito mirándolo desde dentro, ya fuera una jaula ya fuera un autobús. Por supuesto intenté no tomar partido, ni decidir si el pájaro debía ser liberado o por el contrario, el beneficio de aquella sociedad limitada era mutuo. Sólo lo intenté, porque al rato creí ver en la mirada del viajero del asiento 23, que en realidad, era él quien no era libre, que su jaula era el autobús y el pájaro , su carcelero.
1 desvaríos:
Precioso...
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