Como últimamente ocurría que lloraba por todo, sólo le faltó que ella le pidiera que leyera un cuento en voz alta. Uno de Silvina al azar. Ojeó las páginas de color vainilla (acaso también era capaz de captar su aroma) , buscó entre los cuentos de funambulistas y cajas de bombones, los de fotografías y vestidos asesinos. Los de celos y dementes. Reparó en el título y empezó a leer. “Amé dieciocho veces pero recuerdo sólo tres”. Antes de concluir la primera página tuvo que buscar asiento, quizás porque recordaba las veces que amó y le daba vértigo mirar atrás en el tiempo desde semejante altura. Recién comenzada la segunda, tuvo que respirar fuerte y hondo, como queriendo llenarse del aire que notaba a faltar. Cuando la libélula preguntó qué ocurría se le quebró la voz. Silencio. El silencio que tiene un alma cuando cruje. No pudo terminar el cuento, porque cuando imaginó al enano horrible que canturreaba “Te quiero te quiero te quiero” le pareció cómico en primera instancia y tierno después. Se ahogó en sus palabras y tuvo que detenerse en todas ellas. Como últimamente ocurría que lloraba por todo, lloró de risa y de pena pero no necesariamente en ese orden.
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