Cuando te sientas poco importante, apenas del tamaño de una lenteja, corre a la estantería y abrázate a un libro. Procura tener siempre un puñado de gente selecta a la que acudir en estos casos. Permite que Cortázar te lea uno de sus cuentos con acento francés. Que Nabokov te envuelva con su cazamariposas, déjate seducir por las maldades de Silvina. No renuncies a la Barcelona y a los charnegos entrañables del gran Marsé. Que la depre no te impida paladear el cáliz incomparable de Vallejo. Que la albada te encuentre compartiendo farra con Gil de Biedma. No apartes los ojos del helado de Gioconda y de sus labios golosos. Sálvate y perdona todos tus pecados, lee en voz alta si escuchas en las sienes el rumor amenazador de las lágrimas. Invócalos a todos y no pases pena, irán llenando tu sala de estar, te birlarán el mejor de los sillones, se beberán tu coñac. Monta una gran fiesta de gente que vivirá para siempre, que ame el lenguaje y sus juegos como debe hacerse, que se permita ser radical y hablar con pasión de los buenos libros. Si tienes un momento, en medio de tal orgía, asómate al balcón y mira hacia mi azotea. Acuérdate de mí y rézame un poema, llénalo de enanos enamorados y de cajas de bombones que no se acaben nunca. Dibújame mi cuerpo con palabras para que yo pueda saber qué veías en mí cuando mirabas desde tus pestañas sorprendidas. Promete una segunda entrega de nuestra historia, yo buscaré incansable en las librerías de viejo hasta encontrarla. Cierra luego la ventana, con el infinito cuidado del lector conmovido que ha visto caer fulminada a Ana Ozores en el tablero de ajedrez de un mundo que no la comprendía. Y vuélvete con tus invitados, que la noche promete.
(Patricia E. Erlés)
(Patricia E. Erlés)
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