El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas. Nada nuevo ocurrió.
Revisó la manera de flexionar las rodillas para tomar impulso, el ángulo correcto y la superficie que lo sostenía. Repasó mentalmente los últimos vuelos, y todos los tratados de ilusionismo que recordaba haber estudiado. Consultó con los otros magos, y buscó información en foros de noticias de Internet.
En un canal de chat, avisaban de una extraña dolencia que causaba vértigo a todos los ilusionistas ávidos de querer volar lejos. La doctora Parchís confirmó los rumores, y le comunicó que no se conocía cura alguna. En un laboratorio del planeta solitario estaban trabajando en la vacuna, pero no sería indolora.
El colectivo mágico, aconsejó que no tuviera miedo a las alturas, a pesar de que todos sabían que era una recomendación simple y poco probada.
Así que después de muchos intentos, muchas consultas y muchos despegues abortados, entregó su acreditación en el sindicato, y emprendió el camino de regreso en autobús. Le cedió el asiento a una viejecita y se bajó en la última parada. Tuvo tentaciones de comprar un libro de cartomagia, y dedicarse a otro tipo de efectos. Pero él quería seguir volando. Dejó que pasaran los días, intentando descubrir lo que fallaba. Un fabricante de grandes ilusiones revisó los planos de su aparato de levitación , un experto cartógrafo verificó sus mapas , y el mejor óptico certificó sus cristales de mirar el mundo. Nadie supo dar una respuesta certera.
Finalmente , decidió guardar su varita en un cajón y darse de alta en el gremio de aprendices de ilusionista. Una tarde de septiembre, delante de la pantalla de su portátil, buscó en Google todas las entradas para “ilusionistas que no pueden levitar”. Filtró el contenido por idioma y por entradas más recientes, y redujo notablemente el número de sitios con información relevante. De todos los que encontró , el buscador le remitió a una especie de rompecabezas cibernético, y fue entonces que no pudo dejar de leer :
“…El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas…”
Revisó la manera de flexionar las rodillas para tomar impulso, el ángulo correcto y la superficie que lo sostenía. Repasó mentalmente los últimos vuelos, y todos los tratados de ilusionismo que recordaba haber estudiado. Consultó con los otros magos, y buscó información en foros de noticias de Internet.
En un canal de chat, avisaban de una extraña dolencia que causaba vértigo a todos los ilusionistas ávidos de querer volar lejos. La doctora Parchís confirmó los rumores, y le comunicó que no se conocía cura alguna. En un laboratorio del planeta solitario estaban trabajando en la vacuna, pero no sería indolora.
El colectivo mágico, aconsejó que no tuviera miedo a las alturas, a pesar de que todos sabían que era una recomendación simple y poco probada.
Así que después de muchos intentos, muchas consultas y muchos despegues abortados, entregó su acreditación en el sindicato, y emprendió el camino de regreso en autobús. Le cedió el asiento a una viejecita y se bajó en la última parada. Tuvo tentaciones de comprar un libro de cartomagia, y dedicarse a otro tipo de efectos. Pero él quería seguir volando. Dejó que pasaran los días, intentando descubrir lo que fallaba. Un fabricante de grandes ilusiones revisó los planos de su aparato de levitación , un experto cartógrafo verificó sus mapas , y el mejor óptico certificó sus cristales de mirar el mundo. Nadie supo dar una respuesta certera.
Finalmente , decidió guardar su varita en un cajón y darse de alta en el gremio de aprendices de ilusionista. Una tarde de septiembre, delante de la pantalla de su portátil, buscó en Google todas las entradas para “ilusionistas que no pueden levitar”. Filtró el contenido por idioma y por entradas más recientes, y redujo notablemente el número de sitios con información relevante. De todos los que encontró , el buscador le remitió a una especie de rompecabezas cibernético, y fue entonces que no pudo dejar de leer :
“…El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas…”
0 desvaríos:
Publicar un comentario