El viejo local está medio derruido. La humedad , que siempre mantuvo el papel de peligrosa enemiga , ha podido con él.
Son casi quince años de ensayos, de noches enteras de música, de risas y discusiones. De anécdotas de Rock & Roll , de encuentros con amigos, y sesiones interminables. Quince años de soñar con el próximo concierto , o con una nueva canción. El lugar feliz, donde nacieron muchas ilusiones envueltas en papel de celofán.
Las paredes del local han visto pasar a los mejores músicos de la ciudad, a periodistas incansables. Una de las esquinas de nuestro sótano de sueños, hizo en su día las veces de despacho improvisado, donde recibíamos llamadas y noticias. Las fotos de Chema (nuestro manager todos estos años) cuando todavía tenía pelo, y los carteles de conciertos empapelaban el interior de la cajita de música. También algunas postales de vacaciones y un diagrama gigante del mástil de una guitarra.
Tiempos del Purnas, de dormir en colchones en el suelo y de ensayar todos los días, con público o en soledad, tardes de cervezas y borracheras, de broncas y de abandonos, de cambios en la banda, de idas y venidas, de amplificadores y micrófonos gastados por la voz. De gatos que se colaban por las rendijas y sesiones de fotos y grabaciones accidentadas. De humo y luces de colores, de cargar y descargar furgonetas enamoradas. De partidas al Trivial , y de gominolas. De visitas al Isabelo, y al Pijín . De inundaciones calculadas y de ensayos hasta la madrugada. De adolescentes entusiasmadas.
Por eso, el niño que hacía playbacks en su habitación con un palo de escoba imaginando escenarios y aplausos, sabe que ha sido en el viejo local del grupo donde más sueños se han cumplido. El espacio habitado en el que vivieron historias de Héroes silenciosos , de Mauricios risueños e inextinguibles, de Sopeñas grabando las primeras canciones para el Loco. La academia improvisada de clases de bajo para alumnos aventajados y el escondrijo secreto para las criticas anodinas que colgábamos en la pared , al ladito de nuestro primer contrato y de las anotaciones de nuestro primer productor conocido.
La humedad y el tiempo han ido desgastando los bancos de madera sobre los que levantamos el escenario de los sueños, dándoles forma cóncava y precipitándolos a un naufragio de pena entre el yeso y el corcho, entre el aislante acústico y el gran espejo frontal. El local Titanic más admirado y envidiado de la ciudad se está hundiendo, y todavía permanecen flotando ligeros en el aire, todos y cada uno de los acordes que inventamos en él, quizás a la espera de poder volver a tener un colchón donde aterrizar. Acordes que no quieren escapar de su cajita de música, y que cada noche silbarán melodías de viejo pop español. Aunque nadie vuelva a escuchar. Aunque el niño del palo de escoba se quede reflejado en la ventana de su cuarto , mientras hace sonar con su armónica , el blues más azul de todos.
Son casi quince años de ensayos, de noches enteras de música, de risas y discusiones. De anécdotas de Rock & Roll , de encuentros con amigos, y sesiones interminables. Quince años de soñar con el próximo concierto , o con una nueva canción. El lugar feliz, donde nacieron muchas ilusiones envueltas en papel de celofán.
Las paredes del local han visto pasar a los mejores músicos de la ciudad, a periodistas incansables. Una de las esquinas de nuestro sótano de sueños, hizo en su día las veces de despacho improvisado, donde recibíamos llamadas y noticias. Las fotos de Chema (nuestro manager todos estos años) cuando todavía tenía pelo, y los carteles de conciertos empapelaban el interior de la cajita de música. También algunas postales de vacaciones y un diagrama gigante del mástil de una guitarra.
Tiempos del Purnas, de dormir en colchones en el suelo y de ensayar todos los días, con público o en soledad, tardes de cervezas y borracheras, de broncas y de abandonos, de cambios en la banda, de idas y venidas, de amplificadores y micrófonos gastados por la voz. De gatos que se colaban por las rendijas y sesiones de fotos y grabaciones accidentadas. De humo y luces de colores, de cargar y descargar furgonetas enamoradas. De partidas al Trivial , y de gominolas. De visitas al Isabelo, y al Pijín . De inundaciones calculadas y de ensayos hasta la madrugada. De adolescentes entusiasmadas.
Por eso, el niño que hacía playbacks en su habitación con un palo de escoba imaginando escenarios y aplausos, sabe que ha sido en el viejo local del grupo donde más sueños se han cumplido. El espacio habitado en el que vivieron historias de Héroes silenciosos , de Mauricios risueños e inextinguibles, de Sopeñas grabando las primeras canciones para el Loco. La academia improvisada de clases de bajo para alumnos aventajados y el escondrijo secreto para las criticas anodinas que colgábamos en la pared , al ladito de nuestro primer contrato y de las anotaciones de nuestro primer productor conocido.
La humedad y el tiempo han ido desgastando los bancos de madera sobre los que levantamos el escenario de los sueños, dándoles forma cóncava y precipitándolos a un naufragio de pena entre el yeso y el corcho, entre el aislante acústico y el gran espejo frontal. El local Titanic más admirado y envidiado de la ciudad se está hundiendo, y todavía permanecen flotando ligeros en el aire, todos y cada uno de los acordes que inventamos en él, quizás a la espera de poder volver a tener un colchón donde aterrizar. Acordes que no quieren escapar de su cajita de música, y que cada noche silbarán melodías de viejo pop español. Aunque nadie vuelva a escuchar. Aunque el niño del palo de escoba se quede reflejado en la ventana de su cuarto , mientras hace sonar con su armónica , el blues más azul de todos.
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