El espantapájaros se asomó a las ventanas. Primero a la ventana de todos los días para ver que la flor seguía creciendo. Es cierto que vio cómo la flor se ramificaba, cómo desplegaba unas alitas que con el tiempo serían poderosas, de la misma forma que vio que la flor era cada vez más visitada y admirada, como si fuera un pequeño mundo en sí misma que ofrecía nuevos lados a cada rato. Y era normal porque la flor era de una rara especie en extinción. También se dio cuenta de que a veces la gente hablaba de la flor y del espantapájaros. Se quedó un tiempo pensando y jugando con la idea de no volver a abrir esa ventana, quiso decir algo, pero un cristal invisible se lo impedía, quería opinar, darse a entender, hablar de lo que era cierto y lo que no con respecto a la flor y el espantapájaros, al menos de su forma de sentir desde la ventana, y se transformó un poco en espantapájaros-escaparate, un poco extraño ante los ojos de los demás, un poco en medio de algo donde no quería estar. O no de esa manera. Hubiera preferido no oír hablar del espantapájaros, si acaso sólo de la flor y de sus otros mundos, pero no de sí mismo, porque no se sentía más que un espantapájaros en el que a veces, de tarde en tarde, alguien reparaba desde fuera. Se alegró por las flores que crecen (siempre es hermoso ver crecer una flor) fuera de la ventana, justo en el momento en el que un viento nuevo acarició las calles.
Se asomó a otras ventanas y vio otros rincones que también eran visitados. En la ventana de una mujer enamorada de un libro , descubrió que las flores acudían a opinar acerca de los espantapájaros cuando no tenían que hacerlo, cuando la cosa no iba con el. La impotencia en forma de gotita salada se lanzó en tobogán por la ladera oeste de su rostro. Quiso cerrar todas las ventanas. Volvió a la flor y a contemplar como a veces seguían hablando de él mismo y de aquella vez que fue árbol. Esperó nada en concreto y esperó a encontrar la manera de esperar. A esperar nada, simplemente a que llegara el día en el que se asomara a cualquier ventana y no se viera reflejado en ninguno de los cristales. Venció las ganas de gritar, de protestar, de dar también las gracias por todo lo que tenía de bueno haber sido árbol, espantapájaros y escaparate. Pensó que siempre resulta sencillo visitar otros mundos y opinar acerca de la mejor forma de vivirlos cuando se miran desde fuera, cuando se están descubriendo nuevas flores o cuando está germinando una nueva semilla. Se alegró también de tener su propia semilla creciendo en torno al perímetro de aquella habitación habitada por certezas y nuevos espacios abiertos. Se alegró de ser un espantapájaros con la virtud de convertirse en árbol y en flor. No dejó de asomarse a las ventanas (cada vez menos) y abrió muchas otras nuevas, a veces se sintió extraño y otras en desacuerdo , olvidado y juzgado. Solo que sabía que era normal y se entregó a la tarea de cultivar sus propias semillas. Nunca nadie le escuchó una palabra de las que pensó ni le vio una lágrima de las que lloró, (pero las pensó y las lloró) y se dedicó a remendar su viejo traje gastado.
Brindó por los espantapájaros, las semillas y las flores ; y una vez más se alegró de ser quien era.
Se asomó a otras ventanas y vio otros rincones que también eran visitados. En la ventana de una mujer enamorada de un libro , descubrió que las flores acudían a opinar acerca de los espantapájaros cuando no tenían que hacerlo, cuando la cosa no iba con el. La impotencia en forma de gotita salada se lanzó en tobogán por la ladera oeste de su rostro. Quiso cerrar todas las ventanas. Volvió a la flor y a contemplar como a veces seguían hablando de él mismo y de aquella vez que fue árbol. Esperó nada en concreto y esperó a encontrar la manera de esperar. A esperar nada, simplemente a que llegara el día en el que se asomara a cualquier ventana y no se viera reflejado en ninguno de los cristales. Venció las ganas de gritar, de protestar, de dar también las gracias por todo lo que tenía de bueno haber sido árbol, espantapájaros y escaparate. Pensó que siempre resulta sencillo visitar otros mundos y opinar acerca de la mejor forma de vivirlos cuando se miran desde fuera, cuando se están descubriendo nuevas flores o cuando está germinando una nueva semilla. Se alegró también de tener su propia semilla creciendo en torno al perímetro de aquella habitación habitada por certezas y nuevos espacios abiertos. Se alegró de ser un espantapájaros con la virtud de convertirse en árbol y en flor. No dejó de asomarse a las ventanas (cada vez menos) y abrió muchas otras nuevas, a veces se sintió extraño y otras en desacuerdo , olvidado y juzgado. Solo que sabía que era normal y se entregó a la tarea de cultivar sus propias semillas. Nunca nadie le escuchó una palabra de las que pensó ni le vio una lágrima de las que lloró, (pero las pensó y las lloró) y se dedicó a remendar su viejo traje gastado.
Brindó por los espantapájaros, las semillas y las flores ; y una vez más se alegró de ser quien era.
2 desvaríos:
Me da mucho gusto que este espantapájaros se diese cuenta de cúan especial era...
Quizás no sólo los espantapájaros admiraban a las flores... y estoy segura de que algunas flores saben y sabrán ver la belleza de aquellos espantapájaros verdaderamente admirables...
Fdo. Una pequeña flor admiradora*
Hola Jorge. Hace días que no te pongo ningún comentario, pero estoy de acuerdo en una cosa, y es en que eres admirable. No se si el "cuento" tiene que ver contigo, pero estoy segura de que ese espantapájaros se asomará a otras ventanas y será muy feliz.
Cuidate , alli tan lejos.
Vero
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