Fue abandonado en toda suerte de lugares insospechados y -todo hay que decirlo- cuando menos preparado estaba: paseos, parques, bares y aeropuertos (justo antes de tomar el avión). La última vez que ocurrió fue en una vieja estación de autobuses (el día de su aniversario) y sin ánimo de ofender, prefería aquel otro aeropuerto por motivos que no resulta conveniente revelar aquí. Como ciertamente supondrán, a ella no la volvió a ver nunca más.
Desde entonces, cada vez que toma un avión, o accede a la terminal de viajeros de una estación de autobuses o de tren (ya sea vieja, moderna o flamante) tiene que aprender a manejarse con los pinchazos del alma, con su manía de mirarlo todo en busca de otras personas que también puedan estar siendo abandonadas en ese momento y si la ocasión lo permite, remover entre las papeleras no sea que dé con algún corazón roto que rescatar del peor de los finales.
(Relato publicado en la Antología "Acompáñanos" de la Editorial Egido. Zaragoza. Junio 2005)
Desde entonces, cada vez que toma un avión, o accede a la terminal de viajeros de una estación de autobuses o de tren (ya sea vieja, moderna o flamante) tiene que aprender a manejarse con los pinchazos del alma, con su manía de mirarlo todo en busca de otras personas que también puedan estar siendo abandonadas en ese momento y si la ocasión lo permite, remover entre las papeleras no sea que dé con algún corazón roto que rescatar del peor de los finales.
(Relato publicado en la Antología "Acompáñanos" de la Editorial Egido. Zaragoza. Junio 2005)
1 desvaríos:
Jorge, una vez más, precioso.
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