jueves, 30 de diciembre de 2004
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lunes, 27 de diciembre de 2004
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sábado, 25 de diciembre de 2004
...El ilusionista no podía levitar. A pesar de que seguía alimentando la vaga esperanza de volver a elevarse unos centímetros del suelo, intentó extender los brazos en el aire y las manos bien abiertas. Nada nuevo ocurrió...”
El ilusionista que no podía levitar buscó todas las maneras de seguir levantándose del suelo y no dejó de intentarlo. Nunca.
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miércoles, 22 de diciembre de 2004
La mansión es grande, ocupa una cuadra y la mayor parte pertenece al jardín interior, donde tantas horas pasé sola o en compañía de Diego y su vasto círculo de amistades: alumnos, políticos, artistas, familiares o simples vecinos. Es un universo delicado, repleto, doliente y gozoso a la vez. En poco tiempo, mi actividad como profesora se vio interrumpida por problemas de salud. Confinada a guardar cama, recuerdo la habitación decorada con exvotos, juguetes de feria, abrecartas, figuritas de yeso, de alambre, de cartón, de azúcar, de papel de China, cartoncitos recortados, petates , huaraches, flores de cera, tocados, piñatas y máscaras; fotografías de seres queridos , armarios y repisas . A veces , me veo en el comedor presidiendo la mesa, vestida con galas para la ocasión, en reuniones de ambiente selecto. Flores, frutas y loza de barro adornan el resto de la estancia.
Me marchaba cuando descubría los engaños. Perdonaba a Diego y volvíamos a las casas rosa y azul. En aquellos años, yo también fui infiel y tuve por testigos silenciosos los espejos, el avioncito, las ventanas, los alcatraces, los colores y los muebles. Todos ellos ahora intactos; como los cuadros. Las puertas del inmenso estudio invitan a adentrarse y descubrir en un pequeño cuarto un bastón y un sombrero; subir las escaleras, entrar a la azotea, pasar el puente y cruzar ese otro universo: la casa azul y los pisos que ahora vuelven a ser amarillo congo.
En el estudio de pintura queda la silla de ruedas vacía frente a un caballete donde reposa inconcluso un retrato, el mío. Cuando se entra en la cocina, por las altas paredes, pegadas en filigrana, cadenas de diminutos pucheros van dibujando dos palomas de la paz con nuestros nombres entrelazados. Aunque caótica, siempre fui sumamente ordenada, llegando a convertirme poco a poco en una suerte de ordenador personal. Las vitrinas acristaladas del estudio dan prueba del cariño y fervor con el que archivaba cartas, facturas, recortes de prensa y cada recuerdo personal. Asimismo, libros de filosofía, poesía, arte y política, tanto en francés, español como inglés, se apilan en las estanterías junto a gruesos volúmenes de medicina, disciplina por la que Diego siempre se sintió atraído. Para contrarrestar la abundancia de objetos de todo tipo que conformaron mi mundo, nada mejor que respirar el aroma templado del patio interior, que es también un jardín tropical cuajado de flores y árboles con una fuente que arrulla. Un reino de sol, incluso a la sombra. Una siesta estival para días de alcatraces y tequila o de fiestas grandes con marcado sabor intelectual . Días de lágrimas, angustia y dolor.
Se dice que es una bendición nacer y morir en la misma casa. Yo tuve esa suerte, pues he nacido y he muerto mirando su jardín. El mismo jardín con un salto de agua, la pirámide escalonada y el cuartito independiente donde guardar la podadora.
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lunes, 20 de diciembre de 2004
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domingo, 19 de diciembre de 2004
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sábado, 18 de diciembre de 2004
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jueves, 16 de diciembre de 2004
Va quedando menos tiempo, menos tardes para ver cómo te tomas la sopa y explicarte que no encuentro aún a la chica adecuada, para que vuelvas a decir que seguro que está cerca y yo no me doy cuenta. Y entonces bromeo y te digo una barbaridad que tú sigues con la cara desencajada por una mueca que termina en risa. Risa de la que va quedando menos. Todo es menos desde que sabemos que tienes prisa en partir.
Todo eso es lo que pienso mientras te miro, no puedes saberlo porque ya me encargo de que no me lo notes en la cara. Te saco la lengua y te despeino, te digo que pronto en casa volveremos a dejarte el pelo como a ti te gusta . Es posible que tú también nos engañes a tu modo, que te hagas la olvidadiza y que nos digas para consolarnos que te vas a quedar, pero yo creo que no, que no quieres quedarte porque ya lo has dado todo. Lo que siempre hiciste mejor, darte entera. Mientras tanto cuéntame otra vez esa historia, las de mi guardería y la de cómo te enamoraste del único hombre que amaste en tu vida, la de las veces que fuiste cocinera o enfermera, las aventuras de la guerra o lo malo que era mi padre a los quince. Yo no pienso dejarte, no podría, así que si me lo permites, esta noche volveré a tocar a la puerta de la 127 y te saludaré con mi mejor sonrisa, te besaré la frente y te diré que te quiero. Mil veces te quiero. Mil vidas te quiero.
Va quedando menos, hoy nos lo dijeron y se quedaron tan anchos. Están acostumbrados a las despedidas lentas y a las mismas caras de hermetismo de siempre. No entienden que cuando te vayas , mi parte de niño que iba a la guardería se quedará esperando en el patio a que me vengas a recoger y que , aún sabiendo que va quedando menos, te seguiré aguardando un poquito cada día.
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miércoles, 15 de diciembre de 2004
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lunes, 13 de diciembre de 2004
La luz verde se hace blanca cuando Pilar sonríe. Cada vez sonríe menos, así que los momentos de luz son los menos. Las personas tienen la particularidad de encoger cuando están hospitalizadas, como si les quitaran el arrojo en el momento en el que entran por la puerta junto con las pertenencias y los anillos. Encogen de tamaño y de presencia. Les encoge la cara y el alma. Como a Pilar, que no parece Pilar porque no la recuerdo tan chiquita ni tan desfigurada, “Oigan , esta señora no es mi abuela”, pero si te fijas bien , si aprendes a mirarla, ves que sigue siendo la mujer más guapa del mundo y la reconoces. Siempre he dicho que Pilar es todo ternura, me cuesta contemplarla apagada sin sus enormes gafas de persona humilde y buena. Va empezando a tener el aspecto de alguien que está más en otro lado que aquí con nosotros, de alguien que ha emprendido ya el viaje y que va teniendo prisa por llegar. Al fin y al cabo, rendirse y dejarse querer requiere cierta humildad.
Así que me vuelvo más egoísta que nunca y hago mil fotografías mentales de su carita de tortuga arrugada, de sabiduría infinita y de bondad. La bondad que te da el paso de una vida entregada a amar incondicionalmente. Sus manos guardan la forma crispada de siempre, pero están encogidas, como agarrándose a una idea; la de marcharse con el abuelo. En realidad me gusta imaginarlos de nuevo juntos, como cuando ella le llamaba abuelo (nunca por su nombre) y él la llamaba chata . Chatica. Me gusta imaginarlos discutir con paciencia y aceptación mutua, conociéndose de nuevo por primera vez y dándose por entero el uno al otro. Echo de menos al yayo, los paseos por el parque recogiendo piñones caídos del cielo, su manera de andar las calles con su porte de galancito fino y delgado, sus lágrimas de impotencia cuando éramos traviesos en casa y su orgullo infinito cuando gané mi primer torneo de ajedrez. El mismo orgullo que sentí cuando supe que lo primero que hizo al salir del coma (que decían irreversible) fue preguntar por mí. La vida te muestra cierto tipo de milagros protagonizados por héroes verdaderos que no se pueden olvidar.
Por eso me quedo al lado de Pilar, besándole la frente mientras duerme y susurrándole un “te quiero mucho” al oído -no me oye- , así que guardo las sonrisas para cuando abra los ojos y me diga con un hilo de voz que ella también me quiere y apenas se le entienda porque le salen las palabras gastadas y rotsa. Le acaricio el pelo, nuestra manera particular de tener algo que es sólo nuestro. Se enfada a su manera. Le pongo el pelo de punta y protesta. “Abuela, pareces una bruja con esos pelos y los tres dientes que te quedan”. Abre los ojos buscando con la mirada y sonríe. Otra vez la luz que alumbra en ella a la hermosa mujer que cantaba en el patio mientras resucitaba flores y mañanas de posguerra. Es hermosa. Hermosa y noble. “Cuánto mal doy, hijo mío”. Sonrío y le susurro al oido que se quede un poquito más. Todavía es pronto.
Los pasillos se vacían de bullicio en el cambio de turno y los coches vuelven a la ciudad llenos de personas cansadas de ver a los suyos sufrir. No tengo prisa. Quiero llenar mis días de ella, de su hilillo de voz, de sus manos garfio y su carita de tortuga sabia, de todas las veces que decida sonreír y guiñarnos el ojo con gesto travieso. De su brillo y sus broncas cariñosas. Darle toda la risa que me quepa dentro para cuando deje de estar encogida entre las sábanas y se levante por su propio pie, el día en que el abuelo venga a buscarla y desaparezcan a la vuelta del pasillo, saludando con las manos y despidiéndose de todo el personal de planta mientras los ocupantes y las hormigas blancas rompen en un aplauso infinito y feliz.
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domingo, 12 de diciembre de 2004
(Patricia E. Erlés)
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sábado, 11 de diciembre de 2004
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viernes, 10 de diciembre de 2004
Su lugar mejor.
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jueves, 9 de diciembre de 2004
Mis fantasmas asustados ya no resultan tan blancos ni ondulantes. Desafinan o se quedan afónicos con cada lamento y aparecen impuntuales pasada la media noche. A ratos se mueren del susto cuando alguien los fotografía con flash. Ya no arañan las puertas porque se han comido las uñas y ocupan sillas vacías sin que nadie les haga caso. Unos cuantos se metieron sin querer en el congelador y se han convertido en cubitos de hielo. El resto se escondió en la cesta de la ropa y han ido a parar a la lavadora para acabar en el tendedor, junto a la ropa interior de la abuela.
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miércoles, 8 de diciembre de 2004
Como últimamente ocurría que lloraba por todo, sólo le faltó que ella le pidiera que leyera un cuento en voz alta. Uno de Silvina al azar. Ojeó las páginas de color vainilla (acaso también era capaz de captar su aroma) , buscó entre los cuentos de funambulistas y cajas de bombones, los de fotografías y vestidos asesinos. Los de celos y dementes. Reparó en el título y empezó a leer. “Amé dieciocho veces pero recuerdo sólo tres”. Antes de concluir la primera página tuvo que buscar asiento, quizás porque recordaba las veces que amó y le daba vértigo mirar atrás en el tiempo desde semejante altura. Recién comenzada la segunda, tuvo que respirar fuerte y hondo, como queriendo llenarse del aire que notaba a faltar. Cuando la libélula preguntó qué ocurría se le quebró la voz. Silencio. El silencio que tiene un alma cuando cruje. No pudo terminar el cuento, porque cuando imaginó al enano horrible que canturreaba “Te quiero te quiero te quiero” le pareció cómico en primera instancia y tierno después. Se ahogó en sus palabras y tuvo que detenerse en todas ellas. Como últimamente ocurría que lloraba por todo, lloró de risa y de pena pero no necesariamente en ese orden.
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martes, 7 de diciembre de 2004
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domingo, 5 de diciembre de 2004
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sábado, 4 de diciembre de 2004
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viernes, 3 de diciembre de 2004
Antes de aplastarte contra el suelo , una alfombra extendida como sin querer te empuja de nuevo hacia arriba a modo de tobogán al revés. No pienses nada. Escucha, ahora que estás a punto de abrir los ojos déjame contarte mi último cuento. La última vez que he temblado. Mis insomnios. No es mi voz, es el sueño de mi voz. Ya va siendo hora de remontar el vuelo, de alejarnos de la cocina y los gritos, de que me des la mano y sonrías. Miras de nuevo, ahora ya soy quien crees conocer y te susurro mis miedos. Preguntas qué hora es y te digo que no importa, porque en un rato quedarás dormida y aparecerás en un sueño nuevo. Ronroneas que me quieres y comienzas a bailar mirando a la pared que ya no es tal, ahora es un campo de girasoles dibujado sobre un mapa en blanco en el que pintas todo lo que esperas encontrar.
De un carromato de circo aparece un niño ilusionista que te concede un deseo. Viajas a mil lugares con sólo cerrar los ojos, con abrazar fuerte la almohada. Hay una fiesta en tu honor y sigues bailando alrededor de un árbol viejo y noble, los más ancianos del lugar aplauden tu risa y las niñas te arreglan el cabello. Miras cómo baja el río y suena el agua que corre. No es el sonido del agua, es el sueño del sonido del agua. Te ves parada en la cocina y miras alrededor. El agua sale indecisa del grifo y terminas de aclarar la taza. Estoy en la galería recogiendo tu ropa interior, también puedo abrazarte a la vez, agazapado a tu espalda, tapándote los ojos con mis manos. Cu-cú soy yo. Ahora que estás a punto de abrir los ojos, bailemos un tango.
..está amaneciendo...
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jueves, 2 de diciembre de 2004
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miércoles, 1 de diciembre de 2004
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