miércoles, 30 de marzo de 2005


Hace tiempo que no hablo de la Mujer más guapa del mundo. Hoy cumple 91 y ahí sigue, encogiéndose poco a poco dentro de su chaqueta azul y su mantita arco iris , vencida , despidiéndose de la vida con humildad , como saliendo por la puerta de atrás y de puntillas. Yo sigo sin tener prisa porque se vaya, por puro egoísmo, porque basta una sola de sus sonrisas para que se ilumine una ciudad entera, una sola de sus manos revoloteando sobre la mía para que mi niño malcriado proteste y patalee . Quédate un ratito más, aún es pronto . Ella no lo sabe, pero la miro de reojo, para darme cuenta y aprender, a hurtadillas, para asombrarme de su manera de mirar la vida tras esas gafotas (las únicas que tuvo) de mujer lista como ella sola que escucha sin decir nada. Después de tanto tiempo, no recuerdo haber oído nunca que se quejara o que levantara la voz, lo mismo que el abuelo, al que muchas veces le hicimos rabiar cuando se quedaba a cuidarnos siendo niños. Cómo nos gustaba que nos cuidara, le preparábamos la merienda (esas meriendas de abuelo con hogaza de pan, jamón , queso y vino) y me quedaba junto a él escuchando el partido y rellenando quinielas con la lógica del mocoso. El yayo, con su camisa remangada hasta el codo y el tatuaje de Pilar en el antebrazo, su porte de galancito y buen mozo que siempre fue.

Se conocieron en un entierro, el de la hija de unos amigos comunes, mal asunto si no fuera porque allí resolvieron pasar la vida entera el uno junto al otro, aunque Pilar se hiciera la difícil durante un tiempo Lorenzo no dejó de cortejarla. Luego llegaría la guerra, el viaje de novios en camioneta y mil historias de tiros , hambre y difuntos que la Mujer más guapa del mundo siempre nos cuenta. Porque ella dice que va perdiendo la memoria y sin embargo los enredos con el abuelo no se le borran jamás, como la sonrisa que se le dibuja cuando las cuenta. Chatica, le decía.

Todos sabemos , porque no deja de repetirlo, que apenas le queda por hacer aquí, que muy mal tenemos que quererla para que le deseemos que cumpla muchos más (eso lo dice como con retintín, medio en broma medio en serio) y que sigue hablando con el yayo en voz bajita. Yo, por si acaso, le cojo fuerte la mano o juego a despeinarla, para cuando nos falte y se marche con el abuelo a recuperar todo este tiempo que llevan apartados e incompletos el uno sin el otro. Para que puedan seguir siendo grandes. Muy grandes.

Publicado por Puzzle a las 22:20
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2 desvaríos:

Miss Mag dijo...

Lindo relato, esperanzador, gracias por la buena lectura.
También me gustó tu blog, tiene vida y eso siempre se agradece.

Anónimo dijo...

Yo apenas conocí a mis abuelas, las dos murieron hace tiempo sin haberme contado nunca sus historias. Ahora lo lamento, porque apenas sé nada de ellas, las conocí viejas, sumidas en el tiempo de los que se despiden de sus cosas sin demasiado interés. Mira a Pilar y habla con ella, llévate cada segundo y conserva siempre un trono con su nombre en tu memoria. Violetilla.

 
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