lunes, 14 de febrero de 2005


Queridos pralines belgas:

Os juro que no quería. Lo cierto es que apenas recuerdo dónde os dejé al subir al tren. Todo sucedió de una manera un tanto desafortunada y difícil de relatar. La totalidad de mi equipaje fue distribuido en dos vagones diferentes y sin apenas recuperar el aliento reparé en vosotros de forma poco precisa. Alguien me dijo que estabais en la bolsa amarilla, la misma que compartíais con la gran foto panorámica de Rotterdam (seguramente tomada desde el EuroMast). Confié en que era cierto.

La llegada no fue menos dramática y aparatosa. Despedidas, algunas fotos, recuperar todo el equipaje y bajar a tiempo al andén. Me di cuenta de todo al cruzar la puerta de mi dormitorio, así que poco más puedo decir, excepto que aún me siento apesadumbrado.

Busco el consuelo en imaginar la infinita alegría de quien descubra la gran bolsa amarilla y los cofrecitos dorados (casi macizos) con su delicada forma de lingotes de oro dulce. Esa noche llegará de otro largo viaje y será aguardado con infinita paciencia en la terminal, con los ojos enormes como soles y el corazón agitado, portando la misma excitación de quien acaba de descubrir un tesoro o un amor eterno. Todo en uno, tras el abrazo, asegurará que por una vez no encontró orquídeas ni girasoles, ni esos centros tan bonitos de flores tropicales que tanto iluminan la estancia a mediodía, que siempre (tú lo sabes, amor) quiso celebrar una fecha así con los mejores bombones y que sin duda alguna, aquellos lo son porque lo dice el Sr. Director de Marketing, que sabe mucho de ciertos asuntos. Así que vuelven de la mano y se prometen locuras, lo único que necesitan es deshacer el equipaje, una buena ducha y meter los bombones en la nevera para que no se deshagan. Que son muy delicados.

Publicado por Puzzle a las 10:25
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