No le gustan los aplausos ni las palmaditas en la espalda. No le gustan , más que nada, porque no sabe dónde mirar cuando le felicitan o cuando le ríen las gracias. Es difícil ( yo lo sé) porque a veces sucede que no sabes dónde meterte y cualquier sitio o destino son insuficientes para ejercer el digno papel de avestruz que no tiene nada mejor que decir ni que hacer. No es cuestión de falta de coraje , sino de exceso de timidez.
Como casi todas las historias son ciertas tan solo en parte, tendríamos que precisar que el único aplauso admitido con gusto era el de ella cuando le miraba o le lanzaba una sonrisa al vuelo para ser cogida en el breve lapso de tiempo que dura una palmada. El resto del día se quedaba enterrando la cabeza en el suelo , practicando con prudencia la estrategia del avestruz.
Como casi todas las historias son ciertas tan solo en parte, tendríamos que precisar que el único aplauso admitido con gusto era el de ella cuando le miraba o le lanzaba una sonrisa al vuelo para ser cogida en el breve lapso de tiempo que dura una palmada. El resto del día se quedaba enterrando la cabeza en el suelo , practicando con prudencia la estrategia del avestruz.
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