domingo, 1 de mayo de 2005


Conozco a Carlota desde los quince o dieciséis. Por aquel entonces yo era un chaval acostumbrado a hablar bien poco, más por despistado que por tímido, así que nunca tuve premio alguno de popularidad. En realidad ella me encontró a mí, o mejor dicho, reparó en mí, en el chico del guardapolvo negro , flaco como un hilo y con el pelo de punta. Me gustó enseguida de ella que sabía escuchar y mirar, cualidades que siempre he admirado en los demás y he procurado afianzar en mí. Además, ella llevaba consigo un gran interrogante de neón azul y una cajita en la que guardaba secretos y miedos que nunca llegó a cerrar del todo.

Mi memoria es terriblemente volátil y hay fragmentos de vida de los que apenas guardo el envoltorio. De Carlota sigo amontonando papelitos de recuerdos que bailan y pegan saltitos , porque ella siempre andaba (y anda) con los pies un palmo por encima del suelo, dando cariño y sonrisas a cambio de nada. Por eso , a mí lo que me fascina es su capacidad para estar en mil cosas y lugares a la vez y además hacerlo bien. Recuerdo las fiestas de fin de curso en el instituto y Carlota (Ota) recorriendo los pasillos con una nariz de payaso o un trajecito de libélula a punto de aterrizar en un bosquecillo encantado, representando papeles de mujer fatal en obras de teatro o dirigiendo e inventando coreografías que sólo podían salir de su cabecita loca. Ota y sus mil detalles: una tarde aparecía con una camiseta pintada a mano por ella, con decenas de moscas (cada una con su propia personalidad, traje o disfraz) de lo más simpáticas y peculiares que había hecho para mí . Años más tarde, cuando empecé a hacer magia, yo quería conseguir un efecto de esferas que flotan en el aire , ella me acompañó a comprar todo el material que me hacía falta y al día siguiente pintó varias pelotitas de muestra que me trajo entusiasmada, pelotitas que por otra parte nunca llegaron a volar.

Con el tiempo nos alejamos, ni que decir tiene que por mi culpa. Ella mandaba cartas con cierta regularidad cuando me fui a vivir a Canarias , cartas que nunca o pocas veces fueron contestadas. Carlota no dejó de escribir ni de llamar cuando sabía que yo estaba de vuelta en la ciudad y siempre, siempre conseguía que me sintiera como si el tiempo no hubiera pasado. Y así podría seguir contando miles de cosas de Ota, de lo bonitos que tiene los hombros, de cómo zapatea cuando Alejandro se arranca por bulerías, de su vestido de cola y su bombín , de su manera de ser y estar, de conseguir lo que quiere y sueña y de ser la mejor de las amigas . Yo pocas veces supe estar a la altura de su generosidad y ella perdonó mi falta de tacto y de criterio una y otra vez. En vez de enfadarse , ella sigue bailando, intentando nuevos saltos y nuevos vuelos, describiendo trayectorias imposibles frente al espejo y proyectando sonrisas de lentejuelas con doble salto mortal. Carlota baila desde que es niña , diría incluso que mientras duerme , así que nadie se sorprenda si en plena madrugada el corazón le salta del pecho brincando a ritmo de claqué o de charlestón.

Publicado por Puzzle a las 6:40
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3 desvaríos:

franhilz dijo...

Bella historia
y vamos, cómo me gustaría ver y conocer
a esta Carlota - pájaro de fuego

Vero dijo...

Me sumo a los elogios...
bellos recuerdos, volátiles pero sobrevivientes.
saludos
Vero

Alphonse Zheimer dijo...

¡Qué suete tienes de conocerla puzzle!, y qué malos somos a veces ¿verdad?.

 
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