Hace falta poco para tener un buen día. Me basta con ver a la mujer más guapa del mundo sonriendo de esa manera, con tantas ganas de contar cosas y mostrándome cómo es capaz de andar por el pasillo casi sin ayuda. Tenía miedo de ver a Pilar, de encontrarme con aquella otra mujer que dejé hace un mes tan apagada y débil, tan cansada de la vida. Miedo de derramar tantas lágrimas que no tuviera mejillas para albergarlas. Hoy, sin embargo, era dueña de una luz que tantas veces lo ha llenado todo , de unos ojos enormes que aún se asombran cuando ven a alguien querido, de una sonrisa de Rayos X que atraviesa todos los muros de la casa y salta al parque desde el que miramos al río y la catedral. -¿Quieres ver cómo ando?,- me dice y se pone en pie y me ofrece el brazo. Me pide que no la suelte aunque ella sabe que no la dejaría ir por nada de mundo, que me quedaré a su lado siempre, dando pasitos de hormiga por el pasillo y haciendo del viaje hasta la cocina toda una aventura de exploradores. - ¿Ves qué bien voy, hijico?. Quién me iba a decir hace un mes que estaría andando otra vez- . Y poquito a poco vamos en busca de la merienda, como casi siempre, terminará convenciéndome para que le consiga un par de galletas extra (ahora que no está la tía) y que me agradecerá guiñándome un ojo o con una sonrisa infinita. Hoy Pilar está mimosa, muy mimosa, así que se asegura antes de que me vaya , de recibir una buena ración de besos y te quieros.
La luna se está empezando a poner el pijama detrás del puente de Santiago y un taxista recoge a una pareja que bosteza y se abraza . La ciudad se recoge poco a poco, radiante y luminosa. Casi tanto como la sonrisa de Pilar.
La luna se está empezando a poner el pijama detrás del puente de Santiago y un taxista recoge a una pareja que bosteza y se abraza . La ciudad se recoge poco a poco, radiante y luminosa. Casi tanto como la sonrisa de Pilar.