Lou

lunes, 29 de noviembre de 2004


Lou tiene nombre de detective de novela de Hammet , de bateador de baseball , de periodista de teleserie. Bajo su apodo se esconde un joven de no más de veinte, ingobernable y tierno, de esos que a ella tanto le gustan, medio niño medio hombre, con el cuerpo fresco y sin desgastar, casi nuevo. Cuerpo de kilómetro cero. Poco rodado. Porque a ella le gusta la mezcla de ingenuidad diluida en testosterona, el máximo deseo acumulado , la capacidad de poder ser a ratos solemne, a ratos impredecible. Quizás el mismo motivo (pero visto del otro lado) por el que a Lou le gusta ella, por que ella le gana en tiempo y escaramuzas, por el reto, por el trofeo, por el afán de sentirse capaz de embelesar a la chica inalcanzable vuelta de todo , con el cuerpo aprendido y sabio y el corazón mordido por la vida. Ella es hermosa y distinta y él se lo dice en cada paseo por Lavapiés, con su traje de galancito descarado, en cada uno de sus mensajes inconfesables al móvil que ella nunca borra, en cada conversación nocturna, en cada lance. Y planean más avenidas, más encuentros en ciudades diferentes, más conciertos y más sitios para estremecerse como si fuera la primera vez. A Lou le gusta soñar con su cuerpo de mujer completa , a ella le resulta entrañable y adulador , y juega y se deja querer en hostales cerca de Sol , en dormitorios de adolescente con fotos de Stipe. Y se van amontonando los mensajes indecentes, las maneras de seducir y dejarse seducir, los encuentros furtivos y los arrebatos, por eso él la imagina desnuda, caliente, en su cama, en su cuerpo. Ella se deja imaginar, desear y navegar. Porque ella es navegable como un río. Navegable y efímera. Y se navegan, se tientan, se esperan y se apetecen , buscando la manera de sentirse vivos y encendidos. Maneras de dejar huella y de volatilizarse en cada lance. Porque ella siempre deja huella y desaparece. Entonces el niño de Lou no podrá entender ni olvidar las fuentes en Agosto ni las ausencias de invierno, a pesar de que el hombre que habita en él , no volverá a pensar en ella mientras navega otros cuerpos. Y lo mismo pero al revés.

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viernes, 26 de noviembre de 2004


Bastaría bien poco para volar. Para dejar de pisar suelo firme y levantar el vuelo, aunque sólo fuera un palmo, dos a lo sumo. Apenas un momento de ingravidez para desocupar el espacio que habitamos y salir de la funda que nos envuelve, como frágiles muñecas dentro de otras muñecas, como personas con cremallera que se quitan el disfraz a media noche. Sin hilos, sin artificios ni poleas , sin otra fuerza de sustentación que la del mismo vuelo. Que las manos y los brazos hagan el papel de hélices perfectas rasgando fuerte el aire que ronda cerca. Bastaría bien poco para ser delicados y encaramarnos a la estela de una bandada de pájaros mojados y navegantes de ciudad , detener el impulso y mantenernos quietos entre las cornisas y los tejados, compartiendo las corazonadas de los amantes de azoteas que también aspiran a ser aeronautas urbanos y que no quieren volver a aterrizar. Nunca más.

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jueves, 25 de noviembre de 2004


Tú no lo sabes, pero decidí amarte la primera vez que dormí contigo. Las decisiones son unilaterales en la medida que no pueden tomar otra dirección posible. No lo sabes, pero decidí amurallar mi acuartelamiento para que nadie que no fuera tú pudiera entrar. Es cuestión del buen gourmet. Querer lo mejor y no ver otra salida.

Tú no lo sabes, pero decidí amarte sólo a ti, siempre que me lo permitieras, sin calcular los daños colaterales o el número de víctimas. Y así fue que no quise que nadie entrara, porque mis puertas, mis candados, mis islas y mis desvelos cerraron filas en torno a tu diminuta ropa interior, tus brazos y tus manos de acariciar.

Tú no lo sabes, pero levanté un monopolio de sueños y días de no querer salir de nuestras cuatro paredes. De querer crecer a tu lado, de ver cómo mis pantalones descansaban en el borde de tu cama, y de alimentar la esperanza de levantar un amor infinito. Tú no lo sabes, pero no pude dejar de amarte, aunque pensaras que perdimos los mapas. Porque no hay manera espacios ni escenarios en los que no me sienta perdido sin tu estela de abrazos.

Tú no lo sabes pero decidí amarte. A pesar nuestro.

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domingo, 21 de noviembre de 2004


A la mujer más guapa del mundo se le apaga la lumbre. No me cansaría nunca de tocarle el pelo, acariciarlo con las puntas de los dedos para hacer que rabie y me riña, para arrancar una de las sonrisas gastadas que ya no luce en su rostro. Se le apaga la luz y la vida, mientras me acurruco a su lado y la espío de reojo, que no sepa que la miro mientras guarda las manos encogidas bajo el chal porque ahora todo le da frío. El frío que uno siente en la piel y en los huesos cuando se va consumiendo. Yo creo que sospecha y que intuye, que sabe lo que pasa y lo que ha perdido, que se siente un mueble descascarillado cerca de la vieja estufa y que preferiría no estar. No para estar así.

Por eso le paso la mano por el hombro que pide permiso para aterrizar sobre su chaqueta de lana , a ver si así puedo alimentar un poco más la poca lumbre que le queda. Y a veces ocurre que protesta una conversación que escucha a destiempo y entonces le cambia la cara, y a mí se me enciende algo por dentro. Otras (las menos) hace como que no escucha, a lo mejor porque no quiere oír lo que tiene que oír, entonces, también le cambia la cara que se le pone de enfadada con la vida, pero es sólo un segundo porque levanta la vista, y me pregunta por mis viajes, mis amores y el trabajo. Y le contesto -como siempre- lo mismo, que quién me va a querer abuela, y ella , hoy por primera vez ya no ha sonreído ni me ha dicho lo de siempre, lo que tanto me gusta escuchar de su voz, de esa voz de la que ahora sólo quedan unos hilillos de ternura consumida.

Y me vuelvo con la promesa de ir a verla antes de mi viaje a Holanda, para poder tocarle el pelo e intentar atisbar en su mirada, un poquito de la lumbre que se le escapa y se le apaga , de la que ya sólo van quedando rescoldos.

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viernes, 19 de noviembre de 2004


Leí en la prensa que hacía falta sangre y salté rápido desde lo alto de aquella vertiginosa sensación de monotonía que revestía la habitación. Revisé mi tarjeta de donante y cogí un taxi. Era la aventura cotidiana más fascinante de la semana y asimilé toda la información que aquel taxista me soltó a bocajarro: Madrid – Dépor del Sábado, el anticiclón que venía de las Azores y que las Azores sin Aznar ya no eran las mismas. Porque lo primero que uno averigua del taxista que le toca en suerte es el equipo de fútbol de sus amores y su ideario político. Los taxistas son los perfectos tertulianos en los trayectos urbanitas de cada día.

Antes de que pudiera convencerme de que los que estaban antes eran mejores que los que están ahora ya estábamos cruzando el vestíbulo y rellenando un formulario para poder donar. El taxista y yo, los dos en el mismo pack , con los antebrazos dispuestos a todo y el comienzo de una bonita amistad. Tanta concordia se respiraba , que la ciudad entera acudió en grupos que se contaban por cientos a donar su sangre. Los que iban en taxi se presentaban con sus respectivos taxistas , los enamorados con sus amadas y los estudiantes con sus tutores. Un equipo de fútbol al completo apareció con su eterno rival, los grupos de música cancelaron las ruedas de prensa para acudir con sus fans, y un circo que presentaba su espectáculo en las afueras, desfiló por los pasillos del hospital con toda su trouppe al completo, orquesta y trapecistas incluidos. Un inspector de hacienda llevó a todos sus contribuyentes prometiendo hacer la vista gorda en la siguiente declaración y algunos adolescentes que habían tenido su primera cita a ciegas por Internet se dieron de alta en el banco de sangre con un ánimo fuera de lo común. Tripulaciones enteras de aviones y barcos, azafatas y marinos mercantes, artistas y políticos, hasta niños que sin poder entregar una sola gotita , llevaban caramelos para todos los que sí podían hacerlo. Así pasó que fue llegando gente de todos los confines de la ciudad (gente de lo más dispar) con el único propósito de dar un poquito de su sangre y sentirse algo más unidos a los demás.

Por supuesto, encabezábamos la comitiva, los demás se agolpaban en círculos concéntricos para poder acercarse a los pioneros de la iniciativa y enseguida se supo (de lo cual siempre nos habíamos sentido orgullosos) que algunos éramos donantes universales, lo que nos convertía sin duda alguna en unos privilegiados. Entre piruetas de unos y piruletas de otros, se rellenaron miles de formularios y el entusiasmo crecía junto con la idea de estar haciendo algo importante. Nunca antes se vio nada así y los lugareños no recordaban algo parecido en los últimos cien años. Total que descubrí que hay palabras realmente simpáticas disfrazadas de lo que no son, representando el papel de perfectas e inocuas compañeras de fatigas, palabras como triglicéridos, que son como los Fraguel pero en tu sangre, y que suenan divertidas pero que te hacen sospechoso de no poder donar si estás bajo tratamiento. Mis triglicéridos entusiasmados se han levantado en armas y mi formulario ha sido arrojado al montón de los no-aptos. Durante seis meses.

Menos mal que siguió llegando gente de todos los lugares con los antebrazos encogidos por las ganas y el alma un poquito más encendida. Hileras humanas de amor y ganas de darse, aunque sólo fuera un momento, una medio verdad, un deseo. Un sueño.

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martes, 16 de noviembre de 2004


Uno no se acostumbra a decir adiós. Sobre todo si es definitivo. Todos le prometimos que saldría adelante porque ella era fuerte y capaz de superar cualquier cosa. “Voy a salir de esta, verdad?”. “Claro que sí , no lo dudes”. Y no se rindió, siguió contando chistes a pesar de la morfina cada cuatro horas y de todo el dolor que le consumía cada día. Hay gente con casta que vive y apura la vida con un coraje inusitado hasta el último segundo. Ella era así a pesar de todos los palos.

Ese es el motivo por el que eliges quedarte con la última imagen, la de las bromas y los disparates, la de peleas fingidas a modo de comedia de situación. Esa es la imagen que nos hemos querido quedar todos. Y es que las piezas del puzzle de cada uno también son así. A veces toca. Y entonces no hay cuento que valga ni historias urbanas graciosas. La de hoy, también es una historia urbana pero jodida. Además de esta, vienen otras despedidas, otra vez cerrar círculos, acostumbrarse a las ausencias (¿ se puede acostumbrar uno a ciertas pérdidas ?) y enfrentarse a los duelos como mejor podamos manejarlos. Por eso , cada vez me resulta más difícil asumir que nos compliquemos tanto la vida y se la compliquemos a los demás, sin pararnos a pensar en lo frágil que resulta ser todo. Tenemos una vida de plastilina.

Me mata ver así a mi padre y me mata la idea de que no encontremos la forma de decírselo a la mujer más guapa del mundo. ¿ Cómo se le dice a alguien que se le ha muerto un hijo?. Hay cosas por las que nadie debería tener que pasar jamás. Me jode ver cómo se consume en vida tanta ternura. Disculpen el ejercicio lastimero de hoy, pero es mi manera de gritar que no me acostumbro a decir adiós. Ni de un tipo ni de otro.

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lunes, 15 de noviembre de 2004


Como en un cuento de una mañana de Lunes pero en tarde de Domingo, he chocado contra un autobús. De tanto pensar en ti o en vos o como gustes. Di que el mal ha sido menor y lo único aparatoso ha sido la bronca del conductor (chofer que dirían en Canarias), de resto nada grave. Como espero que este incidente no forme parte de ninguna trilogía y siendo que además veo complicado no seguir pensando en vos, tendré que formalizar algún tipo de seguro multi-riesgo en el cual si por alguna bendita razón me vuelvo a salir de la ciudad, a chocar con otro vehículo o aparezco intentando aparcar el coche en la plaza de garaje de otro, se me practique inmediatamente algún tipo de exorcismo o de zombificación (con el polvo de un veneno extraído de un pez-globo, se sopla sobre el rostro del sujeto que inmediatamente entrará en un estado de catarsis. Se aconseja enterrarlo vivo posteriormente bajo tierra o en una charca de barro) para evitar que el fenómeno aislado se convierta en un hábito frecuente. Ahora bien, cuánto mejor no hubiera sido que en vez de un autobús, hubiera sido una guagua amarilla de las que salen del Hoyo en Las Palmas y en vez de llevarme bronca del chofer le hubiera dicho que fue de tanto pensar en ti, en vos o como gustes, nos convidaríamos a unas cervezas y a una ración de pata con mojo y brindaríamos por las mujeres, por todas, por las de los otros también, pero sobre todo por las que nos quitan el sueño y nos desvelan, "mi niño, así es la cosa", y yo le diría que sí, que tiene razón jefe, que si hace otra Tropical y un poco de queso majorero y ya nos vendrían a buscar cuando nos echaran en falta. Como cuando te echo en falta a ti a vos o como gustes.

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domingo, 14 de noviembre de 2004


Cuando tomamos la decisión de hacernos navegantes aéreos (hace ya un par de años) todo parecía tan lejano que no caímos en la cuenta de que el tiempo juega a las carreras con nosotros apostando a ganador. Como además de sabio, el tiempo resulta ser ecuánime, Icaro ya pilota aeronaves a medida de aprendices de vuelo, aeronaves solitarias para volar los cielos y mirar el mundo con otra perspectiva. La misma perspectiva que siempre tuvo desde niño, el mismo niño que encajaba mis bofetadas a golpe de sonrisa. Como las otras bofetadas, las que te da la vida sin avisar, sin verlas venir, a traición y por la espalda. Creer en la bondad de las personas es creer en Icaro, y ese es el motivo por el que siempre supe que debía tener en la vida un amigo como él. Otra forma de apostar sobre seguro.

A Icaro le duele el alma de no entender cómo empezaron a perder altura sin poder remontar el vuelo . Mantiene el tipo, las alas extendidas y la mirada quebrada. También la firme decisión de no volver atrás. De no mirar atrás. Le quedó el tiempo justo para trazar la línea que ella cruzó. Tiempo de esperar otros vientos que se lleven los mensajes que vomitó aquella mañana el teléfono móvil. Huracanes que arrasen con todo el dolor. Por eso desde las alturas , cuando vuela proyecta la mirada en los edificios altos de la ciudad, avista su bloque y la casa, las calles y los coches , piensa en la mujer que ya no conoce y en las manos de alguien que no es él. Las ciudades están llenas de cuerpos extraños y de traiciones imposibles que ahora quedan lejos mientras son sobrevolados sin saberlo. “¿No tienes nada que contarme?” Nunca antes le dolió tanto hacer una pregunta, nunca tanto una respuesta. Dibujó otra línea un poco más allá que fue atravesada sin armisticio alguno y el ronroneo de la avioneta le devolvió al inicio de la maniobra de aterrizaje.

Para qué aterrizar, si no le gustaba la idea de tomar tierra. Barajó la posibilidad de estrellarse contra todas las habitaciones sórdidas de hotel llenas de amantes furtivos, contra la humanidad entera, la vida y sus bofetadas. Aplastar los recuerdos de los últimos quince años y arrojarlos en el contenedor más cercano. Discutimos las opciones menos malas delante de unas Coronitas y proyectamos un mañana mejor. Y yo me quedo pensando ,mirándole bien a la cara, deseándole ese mañana mejor y que todos los vientos que vengan soplen a su favor. Porque le tiembla la voz cuando me dice que no termina de imaginarse la vida sin ella pero que tendrá que hacerlo porque sabe que merece pilotar una vida llena de vuelos perfectos y de acrobacias hermosas, porque la humanidad se le sale por la boca al hablar.

Y sobre todo, porque Icaro es así aunque ese nunca fuera su verdadero nombre.

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sábado, 13 de noviembre de 2004


1.-Siéntase seguro todo el tiempo de sus posibilidades de éxito a pesar de que no haya nada que indique realmente que pueda conseguirlo.

2.-Deseche cualquier posibilidad de cambiar o mejorar. Que lo haga otro.

3.-Culpe siempre a los demás, a los factores externos y si se siente especialmente inspirado, a todo tipo de experiencias pasadas o complejos no-resueltos.

4.-Actúe con prepotencia y falsa seguridad, pero sin dejar de aparentar cercanía.

5.-Quéjese. Casi siempre funciona y resulta altamente contagioso.

6.-Mantenga relaciones superficiales y poco comprometidas. Nunca perderá nada.

7.-Emparéjese con alguien más atractivo que usted (y a poder ser del sexo contrario) pero menos inteligente. Considerando que usted piensa que es muy inteligente, tenga cuidado de no dar con una persona que realmente lo sea.

8.-Planifique objetivos imposibles de alcanzar y encuentre la manera de postergarlos.

9.-Eche a perder alguna relación importante en su vida y siga culpando al otro. Sea rencoroso: es más divertido.

10.-Lea todo tipo de decálogos que le ayuden a superar su imbecilidad extrema y tómelos como dogma de fe.

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viernes, 12 de noviembre de 2004


El mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien sencillo: golpeaba su galera con una varita azul y luego esperaba que apareciera una paloma. Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo resultado desalentador. La paloma no aparecía.

Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas. La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera magia. Y en cada actuación, en cada golpe de su varita azul estaba la fervorosa esperanza de un milagro. Él no se contentaba con las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redondamente. Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbidos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto confiaba.

Una noche se presentó en el club Fénix. Otros magos lo habían precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la varita azul. Y desde el fondo de la galera salió una paloma, una paloma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche. Apenas si lo aplaudieron. Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas aparatosas a los milagros puros. Rizzuto no volvió a los escenarios.

Tal vez siga haciendo aparecer palomas en forma particular.

(Alejandro Dolina)

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jueves, 11 de noviembre de 2004


A mi izquierda una hilera de hormigas rojas. A mi derecha una hilera de hormigas negras. Se dirigen al centro exacto de la habitación con un paso que adivino marcial , pero tendrán que sortear en apenas medio metro a Melisa que espera apostada sobre sus patas traseras , interpretando el papel de perfecto custodio del orden. Nunca ha sido amiga de las intrigas , así que declara el estado de excepción buscando con la mirada a sus cómplices los gatos. Para entonces, la avanzadilla roja se encuentra flanqueando la mesa con restos de la cena de anoche, eluden atravesarla por debajo y como si quisieran mostrar al mundo su arrojo, la bordean con entusiasmo. El aplomo también se manifiesta en el ejército de las hormigas negras que no tienen que rodear mesa alguna pero se detiene para poder capturar una pelusa y algo de miga de pan.

Los gatos deciden no participar en la contienda a pesar de la formidable simpatía que sienten por Melisa, pero acaban de tomar leche y no se sienten con ánimo. Ni siquiera un poco. Luna ronronea (honorable) sobre el Maria Moliner, como si estuviera disfrutando del proceso de adquisición de profundos conocimientos. Una hormiga despistada se columpia de un extremo de la página en la que ha quedado abierto y poco después será ajusticiada por un tribunal nada amistoso. La falta de disciplina se castiga entre las rojas con la muerte a manos de las suyas, y en las negras a manos de las otras. Suele ser más humillante lo segundo que lo primero, aunque todo depende del lado en el que estés.

En las noticias , el hombre de rostro inalterable comenta algo acerca de los movimientos migratorios y descubro que me resulta imposible acceder al mando a distancia, posiblemente porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Uno tiene la capacidad de discernir entre somnolencia y letargo la mayoría de las veces, sin embargo , aunque me resulta incómodo reconocer abiertamente mi falta de destreza para percibir alteración alguna en mis apreciaciones particulares , creo que estoy más cerca de sentirme mareado que desfallecido.

Quien piense que no puede ser devorado por un centenar de hormigas bien organizadas posiblemente peca de ignorante o de simple. En contra de lo que pueda parecer , la piel humana no representa barrera alguna para casi ningún elemento agresor, así que mis tobillos descansan flácidos y morados sobre el brazo del sillón , también mis muñecas y mis brazos. Me resulta complicado y doloroso ladear la cabeza para adivinar dónde anda Melisa, así que la intuyo, la intuyo curiosa y excitada. Me reconforta saber que no parece asustada y que se mantendrá firme en la contienda , aunque me preocupa su ingenuidad. Es curioso cómo la ausencia de miedos nos hace ser más temerarios arriesgando lo que no imaginamos, lo que en situaciones normales guardaríamos de todas las quemas.

El tercer destacamento , no menos importante y del que todavía no había hecho mención alguna, es el responsable de mis heridas. Ahora se dirige por el pasillo hasta el dormitorio principal, pero creo que eso es sólo una estrategia que oculta las verdaderas intenciones (mucho más enrevesadas y perjudiciales) . Se deslizarán bajo la puerta principal y en menos de siete minutos andarán subiendo por la pata de la cama de mi vecina que estará haciendo el amor probablemente con un tipo que conoció la pasada noche y con el que no tiene nada en común (ni podría tenerlo) pero con el que no se siente especialmente incómoda. No volverán a verse porque las hormigas así lo han decidido. Mientras tanto, Melisa acaba de aplastar un grupo de unas cincuenta y Luna, que finalmente decide colaborar en el ensañamiento mastica a otras tantas. Luego un poco de leche tibia y de vuelta al María Moliner. Las dos hileras ya no son tal y se ramifican en desbandada hacia la terraza quizás porque no esperaban encontrar semejante resistencia.

La escena no es menos grotesca por el hecho de saber que estoy a mitad de un sueño profundo y que nada de esto ocurre en verdad, pero podría serlo y eso es lo que más me inquieta. Despertaré y no quedarán hormigas ocultas entre las baldosas, ni siquiera Melisa reposará en mi regazo (Melisa es un personaje simpático pero imaginario al que me gusta recurrir cuando los duendes no están de mi lado). La vecina tampoco hará el amor y el tercer destacamento puede que ande bien lejos de las patas de mi cama o de la tuya, quizás lo único real sea el hombre inexpresivo de las noticias hablando de movimientos migratorios y mi incapacidad para alcanzar el mando a distancia porque mis dedos están perdiendo sensibilidad. Lo demás son estados más o menos perezosos y algo de imaginación desbordada. Creo que se llama sopor.

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miércoles, 10 de noviembre de 2004


Hemos decidido recuperar el viejo local . Al fin y al cabo son demasiados años y sueños encerrados en aquel sótano. Después de unas cervezas, uno se siente más dispuesto a todo. Lo que más nos alegra es saber que no podemos imaginar nuestras vidas sin los ratos de local. Es posible que no resulte tan complicado desligarnos del pasado, de viejas costumbres, de aquellos libros que leíamos en la facultad o de camisetas que renunciamos a meter en bolsas de plástico como si fueran cadáveres de juventud, incluso de alguna guitarra o de la colección de armónicas. Por eso Héctor hubiera renunciado a todo y sin embargo necesitábamos saber que aún tenemos una vida que hacer junto al viejo local.

Solamente nos hace falta un suelo nuevo y recuperar la maravillosa costumbre de levantarlo con nuestras propias manos. Queremos que en Diciembre esté todo listo para volver a juntarnos y decidir lo que queremos soñar para el futuro. Aunque no hablemos de grabaciones ambiciosas y de conciertos en salas de la ciudad, aunque simplemente hablemos de tocar una canción que nos gusta o que estamos componiendo. Sólo por tocar, sólo por brillar. Sólo por todos los niños que fuimos y aún viven en nosotros, con o sin palos de escoba. Sólo porque vuelvas a pisar el viejo local, aquel donde nos abrazamos.

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lunes, 8 de noviembre de 2004


Según la profesora, Zaire no quería tirarme cuando se desbocó. Me dijo que se había asustado y ya está. La verdad es que no me moví de la silla y después de calmarla le di dos vueltas al paso, un poco por ella y un poco por mí, pero luego me bajé temeroso de que pudiera lastimarme. Los caballos son como algunas personas, siempre te echan un pulso antes de empezar , miden tus fuerzas para saber si pueden "dominar" la situación y luego sin embargo, resultan ser asustadizos (también , como algunas personas) . Cuando les entra el miedo te intentan bajar. El susurrador sostiene que Zaire se asusta porque huele el miedo de la persona que debe guiarla y entonces , se afianza en la sospecha de que hay un buen motivo para salir trotando en huída hacia la cuadra, hacia lo conocido. Hacia casa.

Cuando me dijeron que era rebelde quise conocerla mejor. Más tarde descubriría que realmente es un animal indómito pero noble. Por eso mi amistad con Zaire va más allá de las tardes compartidas, de darnos cuerda mutuamente o de intentar adivinar quién lleva las riendas de quién. A ratos, creo que ella se da cuenta de lo que pienso, de que intuye todos mis desalientos y se apiada de mí , por eso echa a trotar río abajo, queriéndome tirar de su grupa para ver si del golpe espabilo y entonces me decido a tomar las riendas de verdad, sin miedos ni miramientos. Mientras tanto he decidido disimular y hacer como que no me incumbe, aunque temo que ella está adoptando la misma postura. Por eso cuando cepillo sus crines , jugamos a encontrarnos la mirada y a interrogarnos en silencio, me vuelve a tomar el pulso y si ese día amanece con ánimo suficiente , será la compañera ideal a quien contarle mis confidencias . Por eso tengo la certeza de que Zaire no quería tirarme cuando se desbocó, la profesora me dijo que se había asustado y ya está.

Publicado por Puzzle a las 16:50
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domingo, 7 de noviembre de 2004


-Treinta y tres. Diga treinta y tres.
-Treinta y dos.
-No. Disculpe, he dicho treinta y tres. Es lo habitual en éstos casos.
-Treinta y dos.
- Si, ya veo, pero resulta que no es lo mismo, a veces el orden de los factores es determinante y en este caso , nos vendría muy bien un poco de colaboración.
-Treinta y dos. Treinta y dos…treinta y dos. Caramba, cómo pasa el tiempo.
-Bien , eso es cierto, el tiempo pasa rápido, pero eso no debería ser obstáculo para que usted me diga un treinta y tres. Ya sabe, usted lo dice, yo le miro bien las entrañas y todos tan contentos.
-El tiempo pasa rápido y no es obstáculo. No, no lo es. Treinta y dos.
-¿Alguien puede explicarme qué es lo que está ocurriendo aquí?
-Lleva así todo el día. Hoy cumple 32 y no deja de repetirlo.
-Pues hombre, tampoco es para tanto. A ver, Mr. Puzzle, diga treinta y tres, es muy sencillo; TRE-IN-TA-Y-TRES.
-Cómo pasa el tiempo. ¿ Sabe qué le digo?. Que si acaso ya vuelvo el año que viene justo para estas fechas.

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