Ella dijo: No te hubiera mirado. En su descargo le gustaba quitarse importancia afirmando que no entendía (no sabía) de sutilidad o cuidados y que para qué se iba a andar con rodeos.
–No te hubiera mirado- y se quedó flotando como en un mal sueño.
Entonces él supo entender -más bien recordar- la sensación aquella que colgaba del reflejo de todos y cada uno de los espejos de su vida, del hombre apocopado que era o había sido –y que a veces se seguía sintiendo- de su porte más bien poco o nada atlético. Una vez, sólo una, había adquirido una fisonomía tal, que le hubiera permitido seducir a cualquier mujer que hubiera deseado, pero que nunca supo o quiso aprovechar.
-No te hubiera mirado- decía, porque no eras esbelto o alto, porque no eras el tipo de hombre en el que hubiera puesto los ojos o el punto de mira. No un hombre para un arrebato ni el hombre que una mujer elige para tener un affair una noche, un fin de semana de jacuzzi y porno duro, o quién sabe si un hombre para lo que en definitiva y sin saberlo, sirva para mejorar la raza, capaz de transmitir el código genético perfecto y al que poder exhibir ante las demás hembras de la especie.
-No te hubiera mirado-
Y ella reflexiona acerca del motivo por el que su amiga de más tiempo le pregunta qué hace con un tipo así, bajito y rechoncho y si, finalmente, podrá llegar a algo serio y duradero siendo como él es. Se extraña pero lo piensa y lo mastica en su interior. Sabe que nunca antes hubiera mirado a ese hombre, que no hubiera reparado en él porque se mantiene envuelto en un halo de insignificancia, el estigma de los desconocidos que tropiezan con ella en el semáforo o el ascensor y luego la desean. El arquetipo de lo vulgar, de lo socialmente considerado vulgar. Ella que sí resulta ser esbelta, que acaba de terminar una relación larga con otro de los de su especie, un hombre esbelto de aristas contundentes, un hombre al que mostrar orgullosa ante la manada. Hombre, por otro lado, creativo e intenso.
Ella repite como liberándose o justificándose: No te hubiera mirado, al tiempo que aquel hombre pequeño se quiebra en zigzag, recoge apesadumbrado sus dos mitades y abandona el local dejando a medias un martini y algo bastante importante que estaba a punto de decir.
(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Mayo 2007)
–No te hubiera mirado- y se quedó flotando como en un mal sueño.
Entonces él supo entender -más bien recordar- la sensación aquella que colgaba del reflejo de todos y cada uno de los espejos de su vida, del hombre apocopado que era o había sido –y que a veces se seguía sintiendo- de su porte más bien poco o nada atlético. Una vez, sólo una, había adquirido una fisonomía tal, que le hubiera permitido seducir a cualquier mujer que hubiera deseado, pero que nunca supo o quiso aprovechar.
-No te hubiera mirado- decía, porque no eras esbelto o alto, porque no eras el tipo de hombre en el que hubiera puesto los ojos o el punto de mira. No un hombre para un arrebato ni el hombre que una mujer elige para tener un affair una noche, un fin de semana de jacuzzi y porno duro, o quién sabe si un hombre para lo que en definitiva y sin saberlo, sirva para mejorar la raza, capaz de transmitir el código genético perfecto y al que poder exhibir ante las demás hembras de la especie.
-No te hubiera mirado-
Y ella reflexiona acerca del motivo por el que su amiga de más tiempo le pregunta qué hace con un tipo así, bajito y rechoncho y si, finalmente, podrá llegar a algo serio y duradero siendo como él es. Se extraña pero lo piensa y lo mastica en su interior. Sabe que nunca antes hubiera mirado a ese hombre, que no hubiera reparado en él porque se mantiene envuelto en un halo de insignificancia, el estigma de los desconocidos que tropiezan con ella en el semáforo o el ascensor y luego la desean. El arquetipo de lo vulgar, de lo socialmente considerado vulgar. Ella que sí resulta ser esbelta, que acaba de terminar una relación larga con otro de los de su especie, un hombre esbelto de aristas contundentes, un hombre al que mostrar orgullosa ante la manada. Hombre, por otro lado, creativo e intenso.
Ella repite como liberándose o justificándose: No te hubiera mirado, al tiempo que aquel hombre pequeño se quiebra en zigzag, recoge apesadumbrado sus dos mitades y abandona el local dejando a medias un martini y algo bastante importante que estaba a punto de decir.
(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Mayo 2007)
2 desvaríos:
Me gusta mucho como escribes. Y la historia, buena.
Saludos
Yo me quedaría mil veces con cualquiera de las dos mitades del hombre de tu relato, le cuidaría y llegaríamos a tener algo de verdad. Lo demás es todo espejo.
Besos
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