martes, 16 de octubre de 2007




Se besan. Y no veas cómo. Dan ganas de saltar del coche y hacerles el corro de la patata. Junto a ellos se detiene también el tiempo y un poco todo lo demás: las calles, el tráfico, un banco de cúmulos que avanza en dirección Gran Vía y amenaza tormenta de febrero. Todo quieto y allí permanecen ensamblados el uno al otro, como piezas de Lego, no tendrán más de quince y ya comprenden que la vida consiste en devorar el tiempo, las bocas, las lenguas, masticarse adheridos por la cintura, cadera, coxis y rabadilla y el chaval que la sujeta como quien sujeta un mundo entero, un planeta, al tiempo que le cuenta al mismo mundo congelado en esa esquina, que esa chica es suya, o quiere que sea suya, una vida entera o esa vida que es la única que conoce y que entiende. Lejos de separarse, se juntan más, juraría que ni respiran y, si lo hacen, tiene a la fuerza que ser de manera invisible y precipitada, dejando pasar pequeñas cantidades de oxígeno entre el inexistente espacio que queda libre entre sus bocas disueltas, devastadas por todo ese mar de arrebato adolescente.

Pienso que nadie en su sano juicio quiere avisarles, avisarles de lo que viene después, con el tiempo, cuando tengan dieciocho o veintitrés o treinta y tantos, y ella conozca las fiestas de fin de curso, los viernes de cosquillas en el ombligo que terminan en domingos de resaca, las pruebas de embarazo en un retrete de escuela, para qué, para qué joderles con lo que viene, si tarde o temprano jugarán al Lego en otras cinturas, en otras caderas, en otras rabadillas, y quien sabe si olvidarán todos estos besos de esquina que ahora ocupan orgullosos una tarde de dos mil nueve. Nadie quiere avisarles, porque eso sería como lanzar piedras a dos perros que fornican en la calle y escapan aullando y desencajados.

Se besan, se mastican, y la vida se detiene en una esquina, junto a un semáforo que parpadea con desgana, también se detiene el tiempo y un poco todo lo demás: las calles, el tráfico y un banco de cúmulos que al alcanzar la vertical de sus cabezas, de sus bocas, de sus lenguas, comienza a descargar un espléndido temporal.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Febrero 2009)

Publicado por Puzzle a las 22:25
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11 desvaríos  

miércoles, 3 de octubre de 2007




1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

2. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

3. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

4. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

5. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!

6. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

7. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

8. Piensen en el punto número siete. Uno debe pensar en el siete. De ser posible: de rodillas.

9. Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, de Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.

10. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.

(Roberto Bolaño)

Publicado por Puzzle a las 18:43
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