miércoles, 29 de junio de 2005


- ¿En qué piensas?
- En nada
- No se puede no pensar, siempre se piensa en algo…
- No pienso en nada
- Venga, dímelo, ¿en qué piensas?
- En nada, ¿y tú?, ¿en qué piensas?
- En lo que estarás pensando tú…
- Yo, en nada
- No se puede no pensar…
- Sí se puede, yo lo hago, no pienso en nada...
- Vale, pero no se puede no pensar
- De acuerdo, no se puede...
- ...
- ...
- ¿Echas de menos estar vivo?
- A ratos, ¿y tú?
- A ratos, también
- ¿Echar de menos es pensar?
- No lo sé... ¿qué opinas?
- Nada, no opino...
- ... (sin pensar)
- ... (pensando)

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lunes, 27 de junio de 2005


Algunas cosas cambiaron, otras no. Las que cambiaron parecen una hojilla de papel de lija que desgasta y araña como la mirada de B desafiando, manteniendo floretes en alto, un reto, no merece la pena esforzarse si no queda nada por lo que esforzarse. Mensaje recibido. La casa, las paredes de la casa, permanecen pero más desconchadas, más desnudas si acaso, pero quedan altas como todo, abrigando, rodeando el patio, los cuadros que también permanecen y M igual que siempre, descumpliendo años, preparando el papel de fumar, aprendiendo de nuevo a escuchar a Verdi, defendiendo su vida con coherencia y lo que le dejaron de la jubilación. C casada con P, felices, nerviosos, y casi no los vi, olvidando la tarjeta de felicitación en la habitación del hotel y algún encuentro fugaz en la recepción, un abrazo, una sonrisa, pero apenas te pude hablar, si acaso unas fotos y un espero verte pronto, y yo que también lo espero, con tu nueva vida, vuestra nueva vida y ahora miro atrás y veo a C llorando, preguntando si algún día, y ese día que llegó y que ya fue, con los anillos que lleva A, que cada vez que le veo está más grande y que se emociona con los aplausos pero que parece un hombrecito y que será lo que quiera ser. Las calles permanecen, el paseo, el cielo cerrado, la brisa nocturna, J y L como siempre, locos y alegres, entusiasmados, haciendo de un momento cualquiera un instante perfecto, y luego D sin la bicicleta y sin el pelo corto, con su coche nuevo y media melena pero la misma sonrisa de buena gente, recordando cosas que había olvidado, aquellas conversaciones en el portal o en el cuarto, el día que llegó tarde por mi culpa, de nuevo Vegueta de noche y el restaurante con música africana y camarera argentina, de Mendoza según nos dice, pero no recuerdo y todo lo que permanece me sostiene un poco más en pie. Y queda en Santa Catalina B, sin volver la mirada, sin saber en realidad si la vuelve , porque tampoco miro, cuídate, recuerdos a la familia, lo mismo, y ella con media sonrisa, como disfrutando, como manteniendo el tipo y nada importa y no merece la pena si hay que buscar donde nada queda, y el avión que despega, mientras en Madrid cae una tormenta, o dos tormentas, y luego el retraso, y llegar tarde , y amanecer en Pamplona para llegar a Zaragoza en doce horas , y la mujer más guapa del mundo que se apaga, como una luz que después de temblar un poco deja de brillar para siempre , como todas las luces que se apagan , en todas las ciudades de noche, de toda una vida.

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sábado, 25 de junio de 2005


Vegueta de noche es magia y aceras empedradas, museos , la catedral de piedra oscura, la vieja iglesia donde Colón soñaba un nuevo mundo -o quien sabe si un nuevo mundo soñaba con ser descubierto- , cafés con encanto, tasquitas, bares de copas , calles y lugares donde todo transcurre con otro tempo, otro timing , y si la vida aquí en la isla late con otro pulso, en Vegueta de noche casi se detiene.

Uno se imagina mil cosas en la vida, que llegamos lejos, muy lejos, que aprendemos a volar, que visitamos esa exposición de Tintín en Bruselas o que descubrimos que en Londres existe una tienda de juguetes con un tiovivo que funciona 4 veces al día donde puedes cabalgar montado en un sueño, quizás que vendemos el alma a cambio de un beso robado en el mercado de las pulgas de Amsterdam , que escapamos de los malos siempre en el último momento, o que nos sonríe un niño porque le gustó el cuento que improvisamos para él, mil cosas que inventar en mil vidas , en mil calles como las de Vegueta, en las que siempre resulta imposible no imaginar que ocupamos un lugar, quizás frente al Café Real, donde el alma puede quedarse atrapada y la vida entera late a un ritmo tal que casi se detiene.

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jueves, 23 de junio de 2005


Yo querría tomar ese avión y olvidarme de todo. Despegar en Madrid y aterrizar en Las Palmas sin pensar en nada más. Ya sabes, que alguien me espere en llegadas nacionales, o que no me esperen, es lo mismo, yo me apaño con la guagua, yo me apaño con el equipaje, yo me apaño bajando en el Hoyo , cogiendo San Telmo y luego decidiendo si subo por Bravo Murillo , hacia Tomás Morales y entonces los institutos y el cine Capitol y Doris a la salida de clase con su bicicleta y el pelo corto, muy corto.

Y luego la casa, con el patio a la entrada, los techos más altos que todo, el olor a cuero, los ruidos en la noche, ruidos de otras casas, de tuberías que lloran o tuberías que crujen (nunca supe la diferencia), ruidos de televisores encendidos y cacerolas. Y cada habitación un mundo y cada mundo un recuerdo, o varios, o todos los recuerdos.

Más tarde las calles, el paseo marítimo , Vegueta, Triana y el centro, arriba y abajo de Mesa y López, Las Canteras, el club náutico , Santa Catalina y entonces los viejos jugando al ajedrez y el museo , el antiguo apartamento de estudiantes y la noche otra vez y las putas y el paseo de brisa y Luna.

Y quién sabe si el sur, las dunas y C que se casa con P y abrazos y yo sé que lágrimas, pero sin olvidarme del todo, pensando en algo más, un hospital y la mujer más guapa del mundo, a veces aquí conmigo, a veces sin saber quién soy y entonces lejos, lejos de todo y de todos y C que dice que sí, que quiere pasar su vida entera con P y P que la mira como sólo se miran los que se aman, y yo un poco aquí un poco allí, sin terminar de estar en un lugar o en otro, y ya pronto la vuelta, y yo sé que no debería pensar aún, si ni siquiera me fui, sabiendo que cuando llegue , tampoco me habré ido del todo, y ya quisiera tomar ese avión y olvidarme de todo, mientras C dice que toda una vida, y yo pensando en si algún día una vida entera con alguien, en lo bueno y lo malo y luego lágrimas y luego risas y abrazos y tengo que irme, pero antes San Juan, Santa Catalina, un concierto, con C , con P, y luego la casa y los techos altos y San Telmo y el mar, un poco aquí, sin irme del todo, esperando que nada cambie, no mañana, no el Domingo o el Lunes , cuando tome otro avión, el que sea, pero otro, de vuelta , sin ser una vuelta del todo porque no llegué a irme, no del todo, yo querría pero no puedo.

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martes, 21 de junio de 2005


Ya era difícil entender las integrales triples, como para que encima te las explicara un cubano, Juanito, el tipo hablaba de balones de rugby y de melones y nunca nadie se enteraba de nada. Juanito empatado con Elizabeth, Liz, también cubana y profesora de álgebra, explicaba los vectores como si fueran personajes de dibujos animados, tocaba el piano y era dueña de una simpatía a prueba de todo pesar. Donde mejor me entendía con ellos era fuera de clase, lejos de los espacios vectoriales y el cálculo infinitesimal, en alguna de esas fiestas que organizaban para cubanos residentes en Canarias, con el alma alegre y atrevida como un son y con historias tristes como para llenar una vida entera. Cuántos de ellos no dejaron todo y saltaron desde el Malecón en un neumático viejo de camión, cuántos de ellos reían contando historias tristes acerca de cómo aprendieron a destilar lo que ellos querían (necesitaban) creer que era ron, y que no era otra cosa que alcohol del 96 destilado con un calcetín. Parecía un chiste , solo que nunca lo era.

Luego, conforme pasaron los años, me iba encontrando con Juanito y con Liz, Juanito, flaco como un hilo y con ese gesto de medio galán y Liz, tremenda ella y con su vocecita fina que proyectaba desde aquella sonrisa infinita. Digo que me iba encontrando y siempre era agradable, encuentros breves, intensos, dulces, sobre todo si Liz preparaba arroz Congrí y tomábamos de postre guayaba con queso. Creo que quedamos que en la siguiente ocasión me tocaba a mí llevar las cervezas, y seguramente todo será igual, hablaremos de Tafira, de Cuba, de si volví a saber algo de Clemente (no he vuelto a saber nada) , de música o de Fidel.

Normalmente me pierdo llegando a su bloque de casas, en Vecindario, y Juan sale a mi encuentro, me da la mano y me pregunta cómo tú estás, y luego sonrisas, y luego Liz, y luego algo bueno, y un regustillo a cerveza o a ron, a historias contadas desde otro lugar, el lugar a salvo desde el que hablan los que un día dejaron todo para buscar un mañana mejor y lo encontraron. Por eso, cuando marqué su número, Juan al aparato, qué pasó, aquí Jorge, qué fue, cómo tú estás, Juan , voy unos días a la isla, qué bueno, pásate por la casa y hablamos, descuida, cómo estáis todos, bien bien, pásate por la casa y tomamos unas cervezas, tengo ganas, y Juan que sonríe, y ahora todo que está un poco mejor, y el Sábado o el Domingo arroz Congrí , escucharemos salsa, tomaremos cerveza o ron, y recordaremos (con esa manera de recordar que tienen ellos) , para poder seguir mirando al mundo en actitud valiente y decidida, con la alegría de los que deciden tomarse la vida con una sonrisa y un traguito de ron, o de algo que parece ron y no es otra cosa que alcohol del 96 destilado con alambique y calcetín.

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martes, 14 de junio de 2005


Doctor, el niño está agobiado porque el universo se expande, y digo yo si no podría usted quitarle de la cabeza todas esas historias que vienen en los libros que no son mas que tonterías y no hacen otra cosa que volverle loco, porque cuando no se queda embobado mirando mariposas (en las nubes que digo yo) pierde tardes enteras cerca del río o del bosque, recolectando insectos o tomando anotaciones en una libretilla azul, que ahora le ha dado por querer ser científico , que sintiéndolo mucho el fútbol no le llama, y que nada de trabajar con su padre en el taller cuando termine la escuela, y hasta en sueños dice que piensa en los ciclos de la luna o no sé qué de la fotosíntesis y los océanos, que eso no puede ser nada bueno, que el niño se está quedando chiquitajo y medio tonto, yo creo que de tanto subirse a los tamarindos (los guindos que dice su abuela) , doctor, ¿usted no podría ponerle en tratamiento?, que el niño está agobiado con que el universo se expande y la cigüeña negra se extingue y a mí me va a dar un disgusto. Que todo eso de los libros no puede ser nada bueno.

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domingo, 12 de junio de 2005


Alcancé la madurez sexual hace dos días y moriré dentro de tres, cuatro a lo sumo. Puedo oler la presa a setenta metros de distancia, sin que note mi presencia entre los arrozales o los pozos, aguardo excitada, describiendo órbitas en espiral, en busca del origen del aroma, ahora sé que coincide con mis gustos, cuestión de bouquet, espero en las aguas estancadas, el lugar donde las hembras vampiro siempre atacan, allí será la cópula, luego el ataque, me nutriré de su jugo vital, ceremonia apresurada , un haz de garfios atravesando su piel, segregando saliva para evitar la coagulación y enmascarar después el dolor, sólo una dulce sensación y luego algo que quema por dentro. Lo premeditado de la espera, del sacrificio, reside en la imperiosa necesidad de recibir el festín de sangre y como consecuencia mi peso corporal, mi volumen entero aumentando el doble o el triple, llenándose -llenándome- de él, de su cuerpo que comienza a experimentar una fiebre intensa, fiebre de pequeño hombre apetecible.

Nos especializamos en humanos en noches de verano. Luego llega inevitablemente la puesta, doscientos, quinientos huevos en el agua estancada, siete generaciones vendrán , larvas tras la cópula, entre pozos y arrozales, noches pegajosas, jugo vital, orgía de sangre y ellos sin saber, y cuando sepan puede que tarde, puede que sintiendo la fiebre de los que se vacían, escozor y luego larvas, larvas de hembra vampiro especializadas en humanos en noches de verano, ubicándose a setenta metros, a la espera, hembras en guardia, que vivirán cinco, diez días no más, navegando tras su olor, en busca del origen de la vida misma, llenando con dificultad un volumen entero de hembra que acaba de copular y que alza el vuelo para lanzarse a morir aplastada contra un cristal.

(Diario de hembra Anopheles Atroparvus que copula y muere después)

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martes, 7 de junio de 2005




En primero me gustaba la señorita Amparo; digo que me gustaba porque no hacía otra cosa que levantarme hasta su mesa para preguntarle cosas tontas en voz baja, me fijaba en su pelo y luego volvía a mi pupitre bajo. Imaginaba que de mayor tendría una novia con el pelo suave como el de la señorita Amparo, soñaba con frecuencia que crecía y me hacía grande, que ya no tenía pesadillas por las noches y que podía comer todos los bocadillos de mortadela que quisiera. En segundo nos daba clase don Felipe, que desde tiempos de Mari Castaña tenía el pelo blanco y un Citroen verde que aparcaba siempre en la puerta del colegio. En tercero tuve dos profesoras, María Pilar y Rosaura, eran primas y se parecían un montón, como si una fuera el reflejo de la otra o hubieran sido trazadas por el mismo pintor. Fue, además, el año en el que conocí a mi amigo de toda la vida, el mejor de todos. Ahora mi mejor amigo está pasando una mala racha pero intentamos que lo olvide saliendo a cenar o a pilotar ultraligeros. En realidad quien pilota es él y yo a veces tomo los mandos o hago fotos incomprensibles de algunas vistas aéreas. Siempre me han gustado los aviones y las turbulencias.

En cuarto, la señorita Isabel nos impresionaba mucho a todos porque tenía un brazo ortopédico que terminaba en una gran mano de plástico con la que me marcó la cara a final de curso. La silueta de la mano en la mejilla tuvo mucho éxito pero no aportó grandes cambios ni ventajas a mi vida. Recuerdo que al final, unos meses después, la señorita Isabel nos invitó a tomar a mamá y a mí, pastas y té en su casa, creo que para sentirse mejor por lo de la bofetada, pero yo ya no estaba enfadado, ni siquiera un poco. En quinto vino don Pedro con sus clases de música y de ciencias. El mejor día de todos fue cuando trajo en una urna de cristal el aparato respiratorio de un cerdo y nos dejó tocarlo -no nos daba nada de asco-. El segundo mejor día fue cuando don Pedro sacó de un maletín una flauta que desmontaba y montaba a su antojo. Parecía una de esas metralletas de película de gansters, la tocaba como de lado. Desde entonces creo que me gusta la música. Me pasaba horas imitando a músicos de rock con un palo de escoba frente el espejo del cuarto.

En sexto, séptimo y octavo, tuvimos muchos profesores, algunos con motes ancestrales que existían antes incluso de que llegáramos a conocer sus verdaderos nombres. A don Antonio le dejábamos chinchetas en el suelo y se quedaba dormido en los exámenes. No puedo decir cómo llamábamos a don Antonio porque estaría realmente feo. Don Antonio siempre me llamaba Gustavo y se llevaba muy bien con don David que tenía una regla de madera pintada de rojo y verde y nos mandaba páginas de copia como castigo cada vez que a él le parecía que hacíamos algo mal. Se ponía muy contento mandando páginas de copia. Un chico de la clase de al lado las vendía a cambio de cigarrillos o de revistas con chicas desnudas. De esa época aún guardo cierta antipatía por lo primero y afición por lo segundo. Un lunes por la mañana, don Jaime confiscó los cigarrillos y las revistas. Qué puedo decir de don Jaime: enseñaba Historia como nadie y ahora es el director del colegio, aún me recuerda y se alegra de verme. Me regaló una foto de sexto en la que aparecemos todos en el patio en tamaño gigante. Ya por esas fechas, el colegio era mixto y todas las chicas se enamoraban de don Valentín; era el profesor guaperas de Matemáticas, le quedaba muy bien el nombre, le hacía juego con todo, hasta con la forma de andar y de hablar. Un día me tiró tanto de las orejas que me levantó del suelo. El episodio aquel tuvo casi tanto éxito como el de la mano en la mejilla.

Luego estaban los curas, que no sé si por estar más cerca de Dios que el resto de las personas, nos enseñaban las asignaturas más etéreas: religión, manualidades y gimnasia. Aprendimos a hacer casitas con palillos, maceteros de macramé y Cristos con pinzas de tender la ropa. También aprendimos el Padre Nuestro y el Credo aunque los desaprendíamos con la misma rapidez. En cuanto al deporte, yo era el chico que tenía miedo de saltar obstáculos y mis habilidades gimnásticas brillaban por su ausencia. Nunca me admitieron en el equipo de futbito ni en el de baloncesto. Para ser honestos, nunca me admitieron en ningún equipo. Era pequeñito y poco resolutivo ante la portería contraria y lo único que realmente se me llegó a dar bastante bien fue el ajedrez y mirar a las chicas que aplaudían los goles de los otros compañeros.

Con respecto a la manera de organizarnos, hacíamos fila para entrar en clase y hacíamos fila para salir midiendo la distancia entre unos y otros con el brazo extendido. Si alguien cumplía años, llevaba caramelos y le colocaban el primero de la fila para que pudiera salir antes porque ese día era la persona más importante del colegio, luego repartía los caramelos como si fuera un chico estupendo y generoso. Don Jaime me regaló el año pasado una foto de toda la clase, aquella tarde de sexto en el patio, claro que eso ya lo he dicho antes. Recuerdo -como si fuera ese mismo día- que yo iba en la lista de asistencia después de González y antes de Eduardo Gracia. Ahora Eduardo tiene un garito donde cenamos todos los jueves por la noche cuando nos juntamos para hacer magia. Me gusta la magia porque tengo un tío que me enseñaba trucos y fotos de ilusionistas antiguos que actuaban en teatros a los que acudía la gente vestida de gala, como si fueran a la ópera. Eduardo, el del garito, tiene un crío con su misma cara. El día que su padre le enseñó la foto de sexto en el patio a tamaño gigante, su hijo enseguida reconoció al chaval con las orejas de soplillo y cara de ratón. Cerca de Eduardo, dos filas por debajo pero muy próximo, hay un niño flaco y pequeño con pantalones vaqueros, algo despeinado y camiseta azul con un Tintín a la altura del pecho, zapatillas blancas sin cordones y cara de susto. Por mucho que lo miro no lo reconozco. Me dicen que soy yo con gesto de preocupación, seguramente a causa del brazo ortopédico de la señorita Isabel o muy posiblemente porque aquella tarde de sexto en el patio, tocaba examen de gimnasia con saltos de potro y circuito de atletismo, con muchos, muchos obstáculos que saltar.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco" , Septiembre 2006)

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lunes, 6 de junio de 2005


Lo de Silvia escapaba a toda lógica. Se fijaba en el chico más guapo de clase y terminaba enamorándose del tipo con menos posibilidades del turno de noche. Lo cierto es que Silvia en sí misma escapaba a toda lógica. Cómo comenzaron a entenderse y más tarde a desentenderse no puede ser explicado con facilidad.

En todo caso, el mayor delito que cometieron fue el de soñar en voz alta (él) y el de escuchar todos sus desvaríos como si fueran certezas (ella). El resto se conoce de manera difusa. Él soñaba con ser miles de cosas, arquitecto o ingeniero, y contaba que vivirían en una casa con las paredes de cristal. Ella cruzaba el paso de peatones y le creía. Casi siempre le creía.

Llegaron las noches de concierto, las escapadas de clase de álgebra lineal y los ensayos. Las visitas clandestinas -estoy sola, mis padres se fueron al pueblo- y las servilletas de papel dibujadas en un bar de Delicias. Él no tenía mucho más que ofrecer excepto aquel montón de delirios y de edificios transparentes. A ella no parecía importarle y siempre se despedían puntuales los domingos en la parada del autobús. En realidad, Silvia simplemente escapaba y aquella tarde de domingo el padre de ella (que nunca vio con buenos ojos las paredes de cristal) fulminaría casi de disparo certero todo lo que habían levantado a escondidas en los pasillos del instituto. Cada uno por su lado escapó como pudo. Él hacia su barrio, ella en el asiento de atrás del coche de papá. Luego me dijeron que en un semáforo del centro se bajó y echó a correr, en busca del arquitecto o del ingeniero, en busca del tipo que le sacara un sueño de los bolsillos que le devolviera la sonrisa. El chico siguió corriendo , vaciando los bolsillos de monedas y billetes de autobús gastados, pero ni un solo sueño. Silvia simplemente escapó y aquella noche terminó rodeada de borrachos en la cafetería de una estación de tren , un soldado con destino Barcelona con el que estuvo a punto de coger el Talgo la rescató y, finalmente, perdió el tren y un papel protagonista.

El Miércoles llegó una carta que lo explicaba todo, Silvia no volvió a clase y su padre la puso a trabajar en una asesoría laboral . Dicen que ella escribió un diario durante los cien días que pasaron juntos. Se volvieron a encontrar y no funcionó. Ella aprobó unas oposiciones y él nunca pisó la escuela de arquitectura, aunque de vez en cuando se le puede ver lanzando piedras contra todos los cristales que encuentra a su paso. Creo que Silvia es feliz, se casó y trabaja en la universidad, detesta a los tipos soñadores con los bolsillos llenos de billetes de autobús gastados y además, hace tiempo que ya no escapa.

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domingo, 5 de junio de 2005


Violeta escribe todo lo que piensa desde que conoció a un gato despistado que le aseguró que no se puede dejar de pensar ni un solo instante, ni siquiera cuando duerme o cuando estornuda. Como las afirmaciones categóricas, en general, eran cosa que Violeta dejaba únicamente a políticos o pretendientes, no hizo mucho caso.

Con el tiempo Violeta notó que la cabeza le bullía como una olla express y comenzó a temer que el gato aquel pudiera tener algo de razón en sus planteamientos. Lo cierto es que sentía un cosquilleo en el hipotálamo, a la altura de las coletas, y enseguida resolvió que era un pensamiento. Pensó que sería una anécdota, un trenecito que pasa por la estación sin detenerse a recoger o a dejar pasajeros, un pájaro en vuelo migratorio. Se dio cuenta que, en realidad, lo de la anécdota, el trenecito y el pájaro eran pensamientos con toda la forma y el fondo de los pensamientos, pensó en la flor pensamiento y supo que seguía pensando y que casi con total certeza, no podría dejar de pensar tal y como le había dicho aquel gato despistado.

Como además, el asunto le parecía ciertamente inquietante, decidió escribir todo lo que pensaba. Acunar los pajaritos y los trenes, las anécdotas y las cosquillitas en las coletas. Y ahí sigue que sigue, dale que dale, amontonando tomos, gruesos cuadernos y Moleskines de todos los tamaños, sin dejar de escribir lo que piensa, no sea que un día, de puro cansancio se quede dormida y los trenes llenos de pájaros pasen a ser una anécdota olvidada de la que apenas quedó una cosquilla.

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sábado, 4 de junio de 2005


A principios de nuestra Era, las llaves de San Pedro se perdieron en los suburbios del Imperio Romano. Se suplica a la persona que las encuentre, tenga la bondad de devolverlas inmediatamente al Papa reinante, ya que desde hace más de quince siglos las Puertas de los Cielos no han podido ser forzadas con ganzúas.

(Juan José Arreola)

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viernes, 3 de junio de 2005


Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza...

- ¿Dónde está tu padre?- preguntó.
- Está en el cielo- susurró él.
- ¿Cómo? ¿Ha muerto?- preguntó asombrado el capitán.
- No-dijo el niño.- Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.

(José Leandro Urbina)

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jueves, 2 de junio de 2005


Que me perdone mi amigo Doc, pero hoy ando algo rebelde y romperé la cadena. Nunca me gustaron y alguna que otra vez sufro de indigestión o de empacho. El asunto viene de lejos, ya de cuando combatía ataques masivos de spam procedentes de universidades coreanas (caldo de cultivo de grandes cibersaqueadores) , o me llegaban una y otra vez fotos de gatitos persas atrapados en tarros de cristal. Soy el tipo antipático que siempre rompe las cadenas. Igual me da que sean mensajes que prometen la felicidad eterna, erecciones espectaculares (mientras la hidráulica aún funcione en mí, no probaré otros métodos) o que aparezca la persona amada portando una bolsa repleta de fajos de billetes o de artículos amatorios. En cierta manera, ya respondí a la propuesta del amigo Doc en su día, enlazándole además a él en el siguiente eslabón de la cadena. Quizás Doc sirve hoy la venganza en plato frío.

En mi PC tengo casi 400 canciones, no son muchas, apenas 2 gigas. De las 400, apenas 50 son imprescindibles y de las 50 a lo mejor 10 son parte de la banda sonora de mi vida. Otras quedaron fuera del disco duro, algunas sólo en la memoria acústica o en mi billetera. Quién sabe. Como dato anecdótico, sirva decir que nos llamamos "La Ley" en homenaje a Radio Futura y que toco el bajo porque cuando apenas levantaba unos palmos del suelo, descubrí a Mark King y a Jaco Pastorius. Confieso que cada vez compro menos música y sin embargo, no dejo de adquirir libros y lo que es peor: los leo.

La diferencia con respecto a la última (y casi única) vez que acepté el reto de Kalf, es que ahora mismo ando escuchando un recopilatorio de John Coltrane y Miles Davis , el último disco que compré fue “La noche americana” del gran Quique González y posiblemente, después de colgar este post, creo que voy a rescatar de la estantería un par de discos gloriosos de Maria Creuza y de mi buen amigo Gabriel Sopeña. El de la Creuza está producido por Gabo que de paso, firma algunas canciones. Además hace no mucho , hablaba con Violeta de otra canción de Gabriel (muchas veces hablamos de las canciones de Gabriel, de "Apuesta con el R&R", "Cass" o de tantas otras ) que siempre me pone la carne de gallina. Se llama “Por los ojos de Raquel” y me resulta difícil mantener el tipo cuando la escucho.

Por cierto Doc, me encantan Steely Dan y Donald Fagen. Espero que romper la cadena no sea obstáculo para seguir colaborando juntos, cultivar nuestra amistad y entusiasmarnos de manera recíproca. La culpa la tienen los universitarios coreanos y alguna que otra aventura que si quieres un día te explico.

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miércoles, 1 de junio de 2005



“Rubias de ciudad llegaban en el autobús, a pedir una oportunidad…”

Chicas de ciudad, reinas de la línea treinta y tres, de los garitos donde sirven el mejor gin-tonic, chicas de Jueves a Domingo con la vista puesta en los escaparates y en las terrazas de moda. Todo les queda bien, la sonrisa de encaje y las braguitas de plastilina, en realidad quisiera decir sonrisa de plastilina y braguitas de encaje pero todo es un poco lo mismo. Puedes verlas en el gimnasio recién inaugurado haciendo kick-boxing o relaciones sociales, poseedoras de esos conjuntitos plastidecor que hacen juego con la imagen desenfadada que proyectan sobre el gran espejo, desenfadada imagen siempre cool a veces con coletas y cintas de pelo. Chicas de ciudad que se distinguen porque solo se aparean con chicos de ciudad de sonrisa espantosamente blanca y tríceps de discóbolo. Montan sus orgías después de una sesión de UVA, la idea es restregar los cuerpos al tiempo que aplican la loción hidratante. No perder el tiempo.

El resto es más o menos conocido, uno se encuentra con ellas en el ascensor, o intenta encontrárselas sin que se note (ya se sabe , no todos los días uno tiene tentaciones de patio de escalera que destripar en la consulta), porque soñar que te quedas atrapado entre el tercero y el cuarto está todavía permitido por las autoridades locales, lo mismo que pulsar el botón de emergencia y que sea lo que Dios quiera. Con un poco de suerte, tu señora (tan comprensiva ella) , comparte tus mismas aficiones y se dedica de vez en cuando a contemplar o a pellizar a chicos de ciudad que suben la compra hasta el séptimo -un par de imbéciles quedaron atrapados en el ascensor y no se puede hacer nada aunque el portero diera el aviso- y que tan generosas propinas reciben.

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