viernes, 29 de octubre de 2004


De todos los libros que tengo te has ido a comer a Rayuela, y mira que lo pensé, que lo pude esperar, dejándolo a tu alcance sobre nuestro sillón favorito de la siesta y abierto por el capítulo 138 (aquel en el que la Maga cuenta historias inverosímiles ) para que te resulte más fácil la captura. Posiblemente el asunto viniera de lejos, y establecieras un plan de acción ayudada por el gato, (aunque luego representeis el papel de los que se repudian) porque me resulta imposible imaginarte alcanzando ciertas alturas sin la colaboración infame de un cómplice más ágil y diestro. Es posible que sea una suerte de venganza por todas las mañanas que te quedas sola, haciendo como que dormitas sobre mis zapatillas y sin embargo maquinando el más horrible de los crímenes. Quizás son los celos por las horas que no te dedico cuando me atrapo en un libro (ya sospeché cierta actitud hostil con Borges) y reclamas para ti toda mi atención. Has ido a escoger la edición más rara de encontrar, la que me viste releer mil veces, la que ocupaba el mejor sitio de la sala de estar. Sin contemplaciones, empezando por las agónicas tapas y sin un orden preciso, aunque me queda la duda de que no hayas ido masticando las páginas en las dos direcciones posibles del relato. Tampoco has dejado vivos los capítulos prescindibles (acaso no lo serían) y tu labor de desperdigar los trocitos de papel por toda la casa ha sido minuciosa , de modo que seguramente todavía encontraremos restos del naufragio de aquí a la luna. Mi querida y fiel Melisa, en todo caso y para próximas cacerías ¿ no sería posible que te comieras a Gala o en su defecto a Bucay?.

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miércoles, 27 de octubre de 2004


Se acaba de desperezar la ciudad y empieza a caer la lluvia con desgana. La mañana pinta plomiza y fría, y mis dedos escupen emails incoloros e insípidos mientras la mirada se posa en los cristales empañados. Parte de mí estará aquí, apostado en la ergonomía de una silla funcional, la otra parte (la que nadie ve) se escapará atravesando los mismos cristales húmedos que nos separan de la ciudad desperezada. La planta once nos otorga una vista espléndida y eso, en cierta manera te hace tener cierto poder, cierta perspectiva lúdica del mundo y de las calles transitadas por personas-hormiga que también se desperezan. Y vendrán los apremios y las aceras estrechas, los improperios de atasco improvisado y las miradas que persiguen a rubias enfundadas en vestidos diminutos y tacones infinitos.

Lo que tienen las ciudades desperezadas es que te contagian la flojera y las ganas de proyectarse en otros lugares, ganas de siestas de mantas y abrazos , de amantes a media tarde y de terremotos imposibles.

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domingo, 24 de octubre de 2004


Nada al azar ni a los duendes, al menos no todo. Tomemos las manos y los pinceles, los lienzos en blanco y los poderosos argumentos de nuestros anhelos y lanzemos pozales de pintura contra el espacio en blanco. Una vez desparramados los mares de colores contra el vacío, tiremos los mismos pinceles por las pendientes más empinadas y usemos las manos desnudas como brochas que establecen los retazos de las primeras formas. Alejémonos a una distancia adecuada para ver los primeros latidos de nuestra pequeña obra maestra y fijemos la profundidad y el relieve adecuado. Es hora de escoger el grosor de los trazos y la escala cromática que mejor se adapte a nuestro estado de ánimo, la propuesta puede (debe) ser arriesgada y divertiva, considerando además que el azar y los duendes emborronarán parte de lo dibujado, con las mismas manos-brocha aplastaremos pegotes de pintura contra lo establecido para poder liberarnos de los que pretenden mostrarnos el camino adecuado.

Sólo nos está permitido soltar la paleta para ir en busca de un río y una cesta llena de piedras , podemos pintarlas de colores con las manos y bautizarlas con nombres de tormentas y desasosiegos, inmediatamente después las lanzaremos al río y nos olvidaremos de lo que nos impide conciliar el sueño. Volveremos a nuestra pequeña obra maestra con un aire renovado de artistas enloquecidos por la vida y acompañaremos los siguientes golpes de genio con una melodía que nos entusiasme y nos permita dibujar a ritmo de su cadencia. Con cada línea pensaremos en un lugar feliz conocido o por conocer, alargaremos el trazo tanto como nos permita el viaje virtual y cambiaremos de color y de textura empleando cualquier tipo de material y técnica. Todo vale menos el abandono.

Una vez concluída la primera versión de nuestro lienzo, no lo consideraremos definitivamente terminado. Lo situaremos en la estancia más iluminada y organizaremos una barbacoa para mostráserlo a conocidos y amigos. Tildaremos de necio a todo aquel que decida opinar gratuitamente acerca de la combinación de colores escogida y le proporcionaremos una buena ración de carne chamuscada que conviene tener siempre preparada para cierto tipo de personas. Excluiremos de próximas invitaciones a todos los aprendices de expertos de todo y una vez que la fiesta concluya abriremos una botella de vino y haremos el amor con la persona amada. Conviene embadurnar primero los cuerpos de pintura (o chocolate) y retozar sobre una sábana blanca y virgen hasta que amanezca.

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sábado, 23 de octubre de 2004


El príncipe tiene princesa y la princesa tiene una Moleskine. En la entrega de premios se quitó por momentos su vestidito real y se disfrazó de periodista (lo que resulta ciertamente curioso, porque casi nadie nunca supo que el sueño de la princesa era haber sido periodista y no reina) y mientras el cineasta francés hablaba de sus prismas y sus planteamientos, ella anotó y anotó en la Moleskine, así como de lado para que el príncipe no la viera.

Entre gaiteros y hombres de chaqué , entre flashes y pamelas fuera de temporada, alguien reparó en el cuaderno de bitácora pequeño y elegante, en cómo acariciaba las hojas color vainilla y apuntaba las ideas que más le entusiasmaban ; y lanzó la crónica al mundo. Y claro, los príncipes también tienen (como todos los matrimonios modernos) momentos para ellos, para hablar de cómo les ha ido el día y qué les ha parecido el tinglado y la comida con los premiados. Pero en realidad lo que el príncipe quiere saber es lo que la princesa escribe en su Moleskine cada día, y que ella a veces sí -pero otras no- le lee en voz bajita al oído , y el príncipe la mira embobado porque le encanta su voz y su aplomo, y las ideas que tiene. "Tienes que escribir más, dejar salir todo eso tan bonito que tienes dentro". Pero el protocolo es el mayor enemigo de las princesas que tienen moleskines. Así que se quedan dormidos y abrazados , ella soñando con cuando era niña y anotaba los sueños en su diario , con su primera Moleskine y el primer cuento que mandó a un concurso con seudónimo, con su deseo infinito de ser reportera de la vida para recorrer el mundo con una maleta siempre dispuesta y un busca echando humo prendido de la hebilla de su cinturón de exploradora, y el príncipe que también sueña, con sus ganas locas de ser futbolista y piloto, y a veces se despierta y la mira preguntándose qué vio la princesa para fijarse en él, sobre todo, siendo que él no sabe escribir tan lindo como ella.

Y cuando la princesa no mira, el príncipe lee su Moleskine a escondidas y aún se enamora más de ella. Si cabe.

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viernes, 22 de octubre de 2004


Alicia ya lo sabía desde hacía mucho tiempo. Conocía los tesoros y los portentosos milagros de muchos de los autores consagrados. No es que quisiera guardar su secreto, pero cierto resulta que nadie le preguntó y, por tanto, se limitó a mostrar sólo lo que los demás esperaban encontrar.

Después de tres semanas juntos en un curso subvencionado, él se atrevió a intuirla. Quiso imaginarla frágil y larga como sus pasos, y aprendió a mirarla de reojo justo para que ella se diera cuenta y pensara (a pesar de que fingiría desviar su atención a otro lado) que él era algo torpe como espía. Le gustaba su pelo rojizo y sus piernas medio torcidas e infinitas, su rostro pálido -pleno de lunares- y ese aire misterioso de mujer inhabitable por nadie. Le averiguó un amor de hace mucho tiempo, de esos que lo intentan miles de veces, que van y vuelven porque no encuentran espacios mejores (o al menos no tan permisibles) y que duelen un rato y curan al siguiente. Amor de “mi mejor amigo” y de “nadie me conoce como él”.

Como nunca tuvo nada que perder, continuó observándola detrás de un periódico agujereado para la ocasión, haciéndose el encontradizo y reclamando su atención de maneras inverosímiles. Consiguió una especie de venia no-pactada y su dirección de correo electrónico. Le mandó mensajes y poemas, también una colección de indicios dirigidos a que ella pudiera hacer sus propios vaticinios. En menos de dos semanas fueron al teatro y jugaron a seducirse, primero vendría el lado intelectual en el que ambos se sentían cómodos y cercanos, luego vendrían las cervezas y los abrazos. “Estoy nerviosa, no me gusta lo que siento cuando me abrazas, porque luego te echo de menos”. Empezó a verla como una mujer bella y completa capaz de llenarle sus muchas inquietudes. Planearon lo que no se planea y durmieron juntos un día cualquiera entre semana.

Esa noche no hicieron el amor y él se limitó a recorrer la superficie lunar con toda suerte de arrumacos y caricias. Se sorprendieron por lo íntimo de sus encuentros y la extraña facilidad con la que todo ocurría. No pasaron de tres noches hasta que ella le pidió que estuviera dentro. Estuvo un buen rato y formaron una enredadera de piernas y brazos, se navegaron sin prisa. Conforme fueron descubriendo maneras de acariciarse, él reparó en sus estanterías llenas de libros y en el montón que se acumulaba en un par de cajas de cartón. Ella le mostró a Borges y a Cortázar y después se navegaron de nuevo. El aprendió a leerle con acento porteño los fragmentos que ella escogía y se dormían navegando a través de kilómetros de piernas y sueños. Ella le aseguró que él era el chico más dulce, que le encantaba oírle recitar cuentos. Y él la miró como mujer habitable por pocos mientras siguió acariciando la superficie lunar en la que aterrizaba cada tarde. Pintaron las paredes del salón y bebieron vino, compartieron canciones de Marisa Monte y siguieron con el juego de la seducción. Ella le prestó "El Aleph" y le regaló "Rayuela", se lo dedicó (“Azar, búsqueda, locura…) y él los dejó caer sobre el viejo mueble de su habitación. Siguieron navegando, bebiendo y escuchando cuentos en boca del otro.

Una tarde de otoño, su “mejor amigo que mejor le conoce” tuvo un accidente y reapareció en su vida como una pieza de rompecabezas cojo. Como no podía ser de otra forma, ella le cuidó y le visitó para darse cuenta de que su rompecabezas también estaba cojo y fíjate tú qué sería de mi vida si te hubiera pasado algo. Por eso, y porque casi seguro que Alicia ya lo sabía, nunca se despidió del chico que contaba cuentos con acento sureño y que le navegó más dulce que nadie, posiblemente lo olvidó, y su navegante también. Pasaron los veranos y alguien encontró Rayuela y fue que no pudo dejar de leer, y lo mismo con Borges, y Arreola, Monterroso, Quiroga y Gabo, de modo que pasaron más veranos, y más mujeres inhabitables (en realidad Alicia lo era), más lecturas disfrazadas de señuelo entre copa de vino y relatos, agradeciendo el descubrimiento y el verdadero caudal de lo que había descubierto.

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miércoles, 20 de octubre de 2004


De toda la fauna que se congregaba en su casa, destacaba Melisa por su facilidad para teletransportarse. Con apenas tres meses de vida, tenía revolucionados a todos los que habitaban su nuevo entorno, incluyendo el trío de gatos, su dueña y los visitantes inesperados.

Al fondo del pasillo y a modo de puerta a otra dimensión desconocida, colgaba una de esas cortinas modernistas hecha de alambre y piezas de plástico rectangulares y anaranjadas. Le gustaba coger carrerilla (en realidad tenía que hacerlo por que sus patas eran demasiado cortas para avanzar todo el espacio que se le ponía por delante) y atravesar la cortina como una flecha. Flop. Y desaparecía al otro lado del pasillo para reaparecer segundos después con alguna prueba irrefutable de que acababa de regresar de un lugar maravilloso. Flop, y el gato-buho y el otro que tenía alergia de su propio pelo miraban no sin recelo la presencia de Melisa y sus preciados tesoros. Llegó a despertar tal interés con sus expediciones , que todo el mundo quería conocer el contenido de sus capturas en la otra dimensión, a veces era una pelota de goma, otras un hueso que sonaba cada vez que lo mordía y muy de vez en cuando unas braguitas con olor a melocotón.

Gracias al amplio surtido de gruñidos que era capaz de emitir estuvo a punto de superar un casting para la tercera parte de “Babe el cerdito valiente”. Además (debido a su formidable encanto personal) varias cadenas de televisión quisieron hacerse de sus servicios como mascota oficial, pero Melisa (dentro de su humilde condición canina) no dudó en rechazar una tras otra cada una de las ofertas. Y así fue que pasaron los días, y ella siguió cruzando de un lado a otro su otra dimensión, volviendo a veces con increíbles trofeos (desatascadores , zapatillas y bandejas de plástico devoradas con tenacidad) , y otras nada más que con esa mirada de susto-pregunta que te invitaba a acompañarla en sus recorridos a otros mundos.

Y aquí seguimos Melisa y yo, de vez en cuando saltando juntos a otras dimensiones (Flop) y aprendiendo a ver el mundo con su mirada de susto-pregunta que tanto nos gusta a todos, incluidos el gato-buho, el que tiene alergia de su propio pelo y todos los demás visitantes.

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sábado, 16 de octubre de 2004


El ayudante del ilusionista tenía todo controlado, los pañuelos de seda y la iluminación ajustada milimétricamente. Nada podía fallar y en el momento en el que se abrió el telón y la música empezó a sonar, los mil magos que presenciaban el espectáculo rugieron ansiosos.

El ilusionista apareció en lo alto y se lanzó al centro del escenario rodeado de bailarinas entre la exclamación inicial. A cada golpe de música le sucedía uno de luz, tal y como se había ensayado. Un giro en el aire a uno de los aparatos y se subió a lo alto, desafiando con la mirada al público y esperando el movimiento escénico indicado. Los segundos que pasaron entre que detectó que algo extraño pasaba y que tuviera que empezar a improvisar una nueva coreografía resultaron ser una eternidad para todos los miembros del equipo menos para uno: el asistente vagaba por el escenario con la mirada perdida y una de las piezas del aparato en las manos, queriendo buscar algo que no le correspondía encontrar. El grito de una de las bailarinas le despertó del trance y pudieron terminar el espectáculo no sin problemas para alcanzar el tiempo adecuado de ejecución. No obstante los asistentes aplaudieron.

Cuando el telón se cerró y la zona de backstage quedó iluminada, el ayudante del ilusionista se limitó a balbucear una disculpa y se desplomó sobre el gran baúl. Para entonces ya había recuperado la mirada.

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sábado, 9 de octubre de 2004


Me piro. Antes de que sea tarde y no pueda deshacer el entuerto, antes de que tenga que inventar una excusa o decirte que fue el vino. Antes de que te des cuenta de que todo éste tiempo he ido en plan amigo, precisamente porque sabía que no podías querer otra cosa y porque además , lo que más te asustaba era que yo fuera el típico chico que va en plan amigo para luego decir que se ha enamorado. Pero me he enamorado y no te lo he dicho. Por eso tengo que irme, antes de que se note que te miro embobado y te diga lo guapa que estás ésta noche, o de que escuches cómo me cruje el alma cuando me hablas de que te está empezando a gustar el abogado que te lleva la separación o tu monitor de fitness. Antes de que te des cuenta de que me invento nombres de mujeres para ver si consigo ponerte celosa, aunque te alegres y me digas que algún día una de esas chicas me merecerá y yo seré feliz. Para entonces tú estarás con tu monitor de fitness o con tu abogado matrimonialista y yo intentando dejar de inventar historias con mujeres que no existen, haciendo el papel de amigo que está siempre a tu lado y que nunca se enamorará de ti. Pero me he enamorado, así que me piro antes de que sea tarde y no pueda evitar saltar sobre tu boca para darte un millón de besos con sabor a Lambrusco.

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viernes, 8 de octubre de 2004


No es contigo, es conmigo que están mal las cosas y no termino de encontrarme. Quizás por eso me sientes quebrado y distante, pero no es contigo. Es conmigo. A veces son días, a veces semanas, a veces pequeños periplos de tiempo en los que uno no sabe cuándo se embarcó ni cómo fue que empezó todo. Días de no saberse distinguido ni notable, de querer devorar el mundo y la vida con avidez y no tener apetito, días de mala gana y desidia, pero créeme que no es por ti, ni es contigo. Es desgana de estar y de ser, de hacerse preguntas y de esperar que florezcan girasoles en la parada del autobús, de mirar el teléfono por si suena y eres tú, pero luego no suena o no eres tú. Días de extraviar la fe y no saber dónde la dejé, y la busco pero sólo encuentro unas viejas llaves que perdí junto con mi virginidad inocente, días de mirarte y preguntarme qué viste en mí cuando soy así y necesito que creas que no es contigo, es conmigo que olvidé cómo es la persona que una vez descubriste conquistando territorios lejanos en el mejor sitio de tu habitación. Días de ratos abandonados, de querer pedirte que si es posible, no me tengas en cuenta ni repares en mí, que quizás no sea mala idea que me vaya lejos y me tome un tiempo para ver si florecen los girasoles y pueda tocar a tu puerta una tarde de viernes con un ramillete en una mano y mi fe intacta en la otra.

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jueves, 7 de octubre de 2004


Me piro. Lo cierto es que el querer mantener las apariencias me ha llevado siempre a maltraer. Si no hubiera sido porque soy un artista y porque han herido mi orgullo no habría pasado nada. Por eso y porque he elogiado a Tamariz, y claro, ellos no lo entienden y te dicen que si hacer un truco con ases y reinas no tiene mérito, que si coge una carta que te la adivino, que si eso se hace con baraja trucada, que si esto o si lo otro. Pero ellos no lo entienden, prefieren al sofisticado y pedante de Copperfield y sus hermosas bailarinas que desaparecen y reaparecen entre el público en un suspiro. No, no lo entienden, y por eso les he plantado cara, por eso y porque el gran Juanito nos estaba mirando, porque la ayudante de aquel otro mago francés está como un queso y porque si salgo de ésta posiblemente podré invitarla a cenar. En realidad no he mentido, porque recuerdo que llegué a tener entre mis manos alguno de los libros en los que se explicaba cómo se evadía Houdini, aunque reconozco que nunca llegué a detenerme en los detalles. He aceptado el reto por eso, y porque no consiento que despectivamente nos llamen carteros a los que hacemos magia con los naipes. Ellos hacen un truco de cartas y yo a cambio me piro, vamos, que me escapo de ésta urna llena de agua perfectamente sellada, me piro a pesar de las cadenas, de los candados y de que llevo cerca de dos minutos conteniendo la respiración, aunque nadie me haya dicho dónde están las ganzúas, la puerta secreta y si la ayudante del mago francés me va a venir a sacar antes de que la cosa se ponga fea de verdad.

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lunes, 4 de octubre de 2004


Una mañana recién levantado, el hombre de ceño fruncido pudo observar como su frente se arrugaba más y más y decidió que empezaría a contar el número de pliegues que se formaran bajo el nacimiento del pelo. El Lunes contó diez vertientes principales con sus correspondientes ramificaciones, pero le pareció normal. El Martes, aunque en un principio pensó que el sueño y las legañas no le dejaban ver las cosas tal y como eran, agregó tres estrías más al cómputo total. El miércoles no le cogió desprevenido el hecho de ver una veintena de pliegues y entre jueves y viernes cincuenta. Así fue que pasaron los días y le resultó imposible contabilizar las dobleces de su rostro, pero no por ello dejó de mirarse en los espejos y escaparates. El fin de semana despertó con un gran relieve rugoso en el centro exacto de su cabeza.

De una manera no menos extraña, el conjunto de frunces comenzó a tomar una posición más que destacable y adoptó la forma de un amasijo de piel gigante. Tampoco quiso darle más importancia y siguió frunciendo el ceño. Y el ceño se hizo uno y se ancló al parietal y al occipital . Debido a que las cejas se arquearon interiormente hasta casi juntarse con la nariz , la cara misma comenzó a deformarse tomando la misma expresión que uno tiene cuando chupa un limón , y se contrajo entera hacia adentro con el gesto grave . La cosa no mejoró y el conjunto nariz-ceño-orejas se desplazó como una enorme placa tectónica hacia el interior de la cabeza tomando la apariencia de un enorme cráter. Para entonces, los pómulos y las mejillas que aguantaban una tensión desproporcionada ya iban tras la trayectoria descrita por la gran masa rugosa, del tal modo que llegaron a estar casi tan juntos que podrían haberse solapado y fundido en una sola superficie rosada y estirada. Las cuencas de los ojos se hundieron y las cejas quedaron ocultas por la pronunciada pendiente que iba desplazándose vertiginosamente de norte a sur de tan peculiar orografía.

Diez días después, la cabeza del hombre de ceño fruncido se había transformado en una bien redondeada forma rugosa atravesada por una enorme estría frontal , y de la que solo quedaba el recuerdo de unas orejas en punta y una barbilla perfecta. Para entonces, el hombre arrugado quiso darse cuenta de lo ocurrido y decidió poner mejor cara, relajar la expresión y tomarse la vida con más desenfado, pero nadie se atrevió a decirle que casi con toda seguridad, ya era demasiado tarde.

Publicado por Puzzle a las 7:22
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