lunes, 14 de junio de 2004


Me gusta mi ciudad. Me gusta llenar de canciones la mochila del alma, y salir al mundo, escuchando mi banda sonora personal. Y que me echen lo que venga.

Hay canciones que te alegran cualquier momento. Tienen ese poder. Canciones que te encienden el alma. Y que no dejas de oir. No puedes.

Quiero abrazarte tanto.

Asi que canturreando canciones, mientras cruzaba las calles de la ciudad, con una mano en el volante, y la otra tamborileando ritmos en la ventanilla, he pensado en las cosas que me ilusionan, en lo sorprendente que puede ser la vida. Y como no, en ti.

Y pensando, pensando, canturreando , canturreando, he olvidado mi destino, poner el intermitente a la izquierda, y el carril que me llevaria al lugar adecuado.

Total, que casi me salgo de la ciudad. Solo de pensar en ti.

Publicado por Puzzle a las 13:02
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domingo, 13 de junio de 2004


Pilar te mira y te sientes en paz -en calma con todo-, habla con voz bajita y dulce y te sientes cómo te envuelve con toda su ternura.

Quizás sea ese el motivo por el cual es capaz de resucitar flores y plantas. Desde siempre, desde muy niño, recuerdo que si venía a casa o visitaba a cualquiera de sus nietos se preocupaba de las macetas que peor aspecto tenían. Era capaz de devolverles la vida sólo con mirarlas, con hablarles con el mismo cariño que a nosotros, con cantar a media voz. Hoy recordábamos eso y sonreía cómplice, como no queriendo darse importancia.

Me hace la misma pregunta cada vez que me ve: que cómo voy de amores y siempre -sea cierto o no- le contesto lo mismo: "Pero Abuela, a mí quién me va a querer!..." , luego contesta que con lo bueno que soy seguro que me tienen que querer muchas buenas mozas. Pregunta por el trabajo y por la música, también por la magia y por las tatas.

Me coge la mano, y entonces jugamos al juego de siempre, le toco el pelo y se lo acaricio, como queriendo aplastar todo su volumen, para hacerla rabiar un poquito y que manifieste su coqueteria. Confiesa que siempre se acuerda de mí, pero que cuando se peina o se lava la cabeza, mucho más y adoro ese detalle porque esos son los lazos que uno crea con alguien, justo aquellos que hace que te recuerden por algo en concreto que nadie más asociaría contigo. Le pregunto si sabe lo que es Internet y me dice que sí y me lo explica, le digo que le escribo cuentos, que algunos hablan de ella y me pide que algún día se los lea.

Y también como casi siempre vuelve a la cantinela de querer irse con el abuelo, que sólo está aquí para molestar y para que le duelan las piernas o el alma, que tiene muchas ganas de encontrarse con su marido. Me pide, que cuando la entierren, ponga a su lado los cuentos que le estoy escribiendo, para que se los pueda leer con tranquilidad siempre que quiera, entonces que tendrá más tiempo. Le dejo hablar, le dejo que siga siendo ella misma y aunque me encantaría echarle una bronca cariñosa, sólo la miro y le digo que, de momento, sería buena cosa que se quedara aquí con nosotros, porque nos encanta que esté a nuestro lado. Le hago arañitas en la mano y un truco de magia: hago desaparecer una moneda que reaparece en su pelo.Es en ese momento que suele hacer el comentario de que seguramente a las chicas no les tocaré el pelo de la cabeza, le contesto que toco lo que se puede. Lo que se puede y lo que me dejan. Nos hace mucha gracia todo eso y sonreímos mientras me despido.

Se asoma por la ventana (todavía puede hacerlo) para ver cómo me alejo con el coche. Se queda agitando el brazo, llamándome con la misma dulzura con la que lo hacía cuando tenía apenas unos años. La sonrisa le alcanza hasta donde estoy.

Entonces se me mueve todo por dentro porque me vuelvo egoista y deseo en voz baja que aún no se vaya con el abuelo.

Publicado por Puzzle a las 1:06
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sábado, 12 de junio de 2004


Te regalo un cuento. Podía haber sido un paseo por el parque o una canción a medio hacer. Un capuccino en tu plaza favorita o un truco de magia sin ensayar apenitas.

Pero no. Quería que fuera un cuento. No para después de hacer el amor ni para que nos echemos de menos. No para que suene el Adaggieto de la quinta de Mahler, ni nada por el estilo. Te regalo un cuento para que puedas hacerlo tuyo dibujándole una narizota, para que lo compartas con tu vecina de escalera o con tu gato. Para que elijas la banda sonora que te apetece que suene de fondo mientras lo lees.

Yo tengo mis canciones para escribirte. Tú las tuyas para leerme.

Te regalo un cuento para que puedas llevarlo contigo, dobladito en el bolso o entre las páginas de un libro de Benedetti. Para que cuando te enfades conmigo puedas estrujarlo y hacer con él una pelota de papel, arrojarlo por la ventana y mirar complacida cómo lo atropella un autobús. Para que lo fotocopies mil veces y le entregues un ejemplar a quien más te apetezca. Para que envuelvas con él una manzana o para colgarlo en tu pared. Para que le claves alfileres los días en los que me matarías. O para apuntar encima del título el teléfono de tu banco.

Te regalo un cuento improvisado. De esos que empiezas a escribir sin pensar y que no sabes cuándo acaban. Te regalo esta noche y todas las demás. Te ofrezco mi sonrisa non stop, sin conservantes ni colorantes. Aún a riesgo de poder ser acusado de alevosía y nocturnidad y aunque puedan encontrar muchos más agravantes.

Te dejo abierta la ventana para que te cueles, para que me espíes ésta noche. Para que me veas sin que te vea. Para que me cuides un poco sin que yo lo sepa.

Te regalo una idea. El concepto más hermoso de complicidad, un escenario vacío en el que buscar la manera de encontrarse. Te regalo un cuento que habla de amigos y de sueños, de noches de verano pegajosas, de mí mismo mientras imagino tu cuarto desde lo alto del cielo antes de lanzarme en picado sobre tu almohada. De kamikazes que se estrellan en tus brazos y que no vuelven a despegar, ni falta que les hace.

Te regalo el kit completo de cariño, el maletín mágico con el que jugabas de niña a maquillar muñecas y cocinar guisos de plastilina mientras yo fabricaba dinamita con el Quimicefa.

Te regalo un cuento indeterminado sin pies ni cabeza, sin trama ni desenlace final, sin argumentos y sin actores de reparto. Sin moraleja, y si la tiene, que sólo tú la conozcas. Lo único que necesitas es apagar la luz, cerrar los ojos y la puerta de tu habitación, no necesariamente en ese orden. Dejar que te lea al oído, olvidarte de las facturas y del telediario. Quererme un poco más que hace cinco minutos y hacérmelo saber, de alguna manera.

Te regalo un deseo. Llenarte de unas ganas locas de reír y de que salgas corriendo en busca de una diadema bonita para el pelo. Que necesites llamarme y te encuentres pidiéndome que apague la luz, que cierre mi puerta y entonces, empieces a leer el mismo cuento que estás leyendo ahora. Y ojalá no podamos dejar de llamarnos cada noche, para contarnos el mismo cuento. Toda una vida.

Un cuento para llevarte de viaje, y para leerle a tus hijos y a los míos, a tus nietos y a mi abuela. A las calles y a los parques.

Te regalo un cuento sin papel de colores ni un "espero que te guste". Sin aplicar el IVA y sin descuento por pronto pago. Un cuento que habla de ti y de mí, que pueda leerse cualquier día del año, a cualquier hora, sea cual sea tu estado de ánimo o tu sabor favorito de helado.

Te regalo este cuento.

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Cuento finalista (segundo clasificado) del IV Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor de Escuela de Escritores. (www.escueladeescritores.com)

Relato finalista de la edición IV del concurso de cuento Yoescribo.com (2005). Mención especial. (www.yoescribo.com)

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Julio-Agosto 2006)

Existen diferentes versiones de este relato en Internet, algunas de ellas reconocen la autoría del mismo, otras no. Esta es la versión original.


Publicado por Puzzle a las 1:29
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