viernes, 29 de julio de 2005


Conozco a Fernando hace muchos años, más de diez, menos de quince, no sé, en realidad -es curioso- pero trataba con él mucho antes de que supiera que era escritor y mucho antes de que supiera que había publicado con cierta frecuencia. Tantas veces que hablábamos de cosas triviales, como si Fernando fuera dos personas diferentes, Fernando el marido de Mar, la socia de Cati, el tipo del gimnasio algo introvertido , tímido y flaco, y luego Fernando el escritor, cuando confieso que por aquel entonces , para mí, escribir o quien escribía quedaban un poco lejos de mis necesidades primarias. Tímido , como decía, quizás por eso se guardaba las palabras en la sala de musculación, para depositarlas luego en lugares mejores, y a lo mejor él también me veía como si fuera dos personas distintas, el chico que salía con la hija de Cati (y quizás ya ni salíamos) y el que tocaba en un grupo de rock más o menos conocido. Siempre coincidiendo en el parque de al lado de casa, cerca de Ruiseñores, o en las bicicletas del gimnasio Cuellar, guardando las palabras, siendo cordiales, hablando de asuntos banales, sus dos Fernandos y mis dos Jorges y en eso dejábamos que pasara el tiempo, a golpe de pedal o de mancuerna, cumpliendo nuestra misión personal de todos los años, rebajar un poco de cintura y no caer en el sedentarismo, hasta que alguno decidía romper el mero formalismo del saludo y la conversación de las seis de la tarde y nos íbamos los cuatro, sus dos Fernandos y mis dos Jorges, con nuestros temas intrascendentes y nuestras pesitas de dos kilos, porque dicho sea de paso, la genética no daba para mucho más y resultaba mejor guardar las fuerzas para sus libros o para mis canciones.

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martes, 26 de julio de 2005


María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga. Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo. Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.

Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante. ¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo? Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados, sino llenos de asombro, por no poder comprender un gesto tan absurdo.

Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.

(Vicente Huidobro)

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viernes, 22 de julio de 2005


Mi amigo era miope y como por coquetería donjuanesca se negaba a usar lentes le pasó que una mañana que iba por la calle advirtió de pronto en el suelo y al lado suyo una cosa blanca y larga y ondulante que fluía como un arroyuelo de leche y esto despertó su curiosidad y se puso a seguir tan curioso fenómeno y así recorrió y cruzó calles y más calles y finalmente entró bajo una gran puerta a un enorme ámbito en semioscuridad donde brillaban pequeñas luces en medio de una música majestuosa y allí parecía concluir aquel fluir de lo blanco que ahora se alzaba vertical y tomaba la forma de una figura femenina que lo cogió de la mano al tiempo que sonaba una grave y solemne voz que decía:

-Os declaro marido y mujer.

(José de la Colina)

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martes, 19 de julio de 2005


Podemos hacer tonterías, comprar natillas de chocolate y llevarlas a la cama , luego vaciar el contenido por las paredes blancas , que siempre necesitaron una manita de pintura y yo nunca encontré el tiempo para dársela porque prefería hacer tonterías, de esas que a usted tanto le gustan, porque nunca fui el más guapo, ni el más listo, pero hice tonterías, unas cuantas fueron, al principio solo en días pares, luego los impares y vísperas de festivo y usted se reía, y yo ampliaba mi repertorio con ánimo renovado , todo por su sonrisa de niña traviesa, porque una vez no sé dónde, creo que en las páginas centrales –casi más hacia el final- de una revista de sala de espera, un experto en relaciones decía que una mujer te ama si consigues que nunca deje de reír, y yo me apliqué, solo que a veces lloramos también por tonterías, porque a veces no entendemos nada y bebemos tequila y días enteros pasan, de tonterías, de taxis que se dejan llevar , superficiales , vanidosos, buscando extraños triunfos o coronas de laurel que no son esta ni aquella cosa, simplemente que no son, en todo caso porque usted ya sabe que dos días en la vida nunca vienen nada mal y por eso nos lanzamos desde un tobogán a piscinas de brazos equivocados y luego llegan las disculpas, usted perdone, yo no quise, este no es el brazo que yo buscaba, ni el brazo ni el abrazo, que me imagino que una cosa viene de la otra y además hace tiempo que no busco etimologías porque luego usted me reprende, y no sé que más quiere que le diga, si a mí en realidad, lo que me gusta es vaciar natillas en la cama, arrojar proyectiles chocolateados contra las paredes que antes eran blancas y ahora son un campo de batalla jaspeado, y que usted ría, que ría mucho, porque el experto aquel asegura que si una mujer ríe, en el fondo es porque ama , como cuando hago tonterías con natillas en su ombligo, los días pares e impares, vísperas de festivo compartidas y la vida tontería envasada en pack de cuatro y con uno de regalo.

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domingo, 17 de julio de 2005


Hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

(Juan Gelman)

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viernes, 15 de julio de 2005


Suele llorar en el ascensor, entre el segundo y el décimo, una vez que se asegura que hará el recorrido sin compañía. Ha desarrollado una habilidad especial para disimular las lágrimas, para saludar a quien le salga al paso ofreciendo una sonrisa luminosa como una mañana de sábado, aunque hace tiempo que olvidó la luz que despiden los sábados. Le gustan los nombres de los días, sabe que un lunes siempre será un día disgustado, que los martes todavía son el comienzo de algo que pronto doblará la esquina despidiéndose con un aleteo de pañuelo blanco. El miércoles comienza con el alma sobrecogida , porque mira la vida desde un tobogán desde el que salir disparada rumbo a una tarde de jueves que suena a jazz y a planes venideros. De viernes a domingo, prefiere perderse en unos brazos o en un libro, aunque hace tiempo que los brazos no son los adecuados y los libros, los libros barruntan tiempos mejores entre páginas arrugadas e historias imposibles.

Suele llorar a escondidas, inventando finales felices, derramándose por completo en cualquier avenida transitada en horario de oficina, esquivando empujones de semáforo y carteristas de corazones rotos. Hace calor y echa de menos un ascensor. Una vez, sólo una, hizo el amor entre el segundo y el décimo, pero le supo a poco, le supo a otra cosa y fue a partir de entonces que empezó a llorar sin motivo, aunque eso es lo que prefiere pensar , al menos de lunes a viernes, porque de resto, ni piensa , aunque suele llorar y esperar unos brazos mejores, un libro con final feliz leído de tirón una noche de sábado que se junta con mañanas de domingo, que lejos de lo acostumbrado, son mañanas de ascensores contentos, de churros con buñuelos , de desayunos y noticias que llegan de lejos, como un recuerdo lejano, como un rumor o un susurro a ritmo de bossa, con voz de mujer que calma o que cura y que canta bonito. Tan bonito que mata.

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lunes, 11 de julio de 2005


Caminaba pensando en lo que tenía que hacer. Dobló la esquina y le asaltaron las dudas que, de manera violenta e inesperada, le arrebataron la cartera, la cordura y todas las certidumbres.

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sábado, 9 de julio de 2005


Había que coger. Era necesario (obligado) coger. Caía el verano y los expertos aseguraban que durante las vacaciones se hacía el amor con más frecuencia, aunque nunca aclaraban si con uno mismo, con la pareja de uno o con la de otros. Algo relacionado con la serotonina y los relojes internos, con que las chicas se dan a conocer (y en definitiva, se muestran) más y mejor, algo en relación a la piel morena y con que a todos nos agrada gustar , un estímulo estrechamente vinculado a una teoría que sostiene que , en verano, el cuerpo y la mente se liberan.

Unos cuantos no tenían ni idea , ni sabían acerca de esa regla de tres que afirma que si conoces a más gente, haces más el amor. Los expertos tampoco aseguraban que la cosa fuera la bomba, de vez en cuando se centraban en el asunto de la profilaxis, pero no terminaban de definirse con el tema. Nadie garantizaba plena satisfacción. Para algunos no era su estilo aunque muchos hicieron caso a los expertos y cogieron de manera decidida, C también cogió, todo lo que pudo con P aunque no fuera verano en Salvador de Bahía , M lo mismo cogió en Buenos Aires que en Palermo, D en Santiago, J y S en Amsterdam, todos ellos hicieron el amor y explotaron su sensualidad, rieron y se dejaron llevar.

Nicolás le pidió a Violeta que le esperara aquella tarde o todas las tardes, tenían que coger porque nunca sería suficiente, aprovecharon que estaban morenos y copularon, cogieron todo lo necesario para no ser reprochados por los expertos, aunque Nicolás y Violeta sabían que a veces no importaban ni los solsticios ni los equinocios, mucho menos las estadísticas, y que si estabas bien con quien estabas, lo demás no contaba, y entonces hacías el amor y reías, paseabas y abrazabas, leías cuentos y comías helado, hablabas hasta las tantas de tonterías y hacías planes y los deshacías como sábanas en la madrugada, así que finalmente los expertos, que nadie nunca supo cuantas veces hacían el amor, se pasaron los veranos escribiendo artículos y elaborando teorías, o explicándolas, o las dos cosas, y a C a P a M a D a S a J a Nicolás y a Violeta les trajo sin cuidado lo que los expertos dijeron, porque ellos estaban bien así, y lo sabían, ¿Verdad que estaban bien? ¿Verdad que lo sabían? ¿Verdad que sí?.

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jueves, 7 de julio de 2005


Justo al mismo tiempo (no en otro) en el que sucede el impacto del gran proyectil contra el corazón del cometa, ya saben, a la vez, en el instante justo en el que los hombres de camisa azul aplauden o se abrazan al confirmarse la colisión, otro (otros) impactos menores pero sin duda más devastadores suceden en un planeta también azul con forma de mujer. Por una extraña –pero no desconocida- relación causa-efecto, cuerpos extraños que creíamos habituales, arañan de manera continua la superficie de un entorno frágil y asaltado previamente por todo tipo de injurias o reproches. Si el cráter producido en el cometa tiene las dimensiones de un edificio de veinte alturas, la fractura de una mujer herida (en comparación) equivale a millones de años de erosiones perpetuas.

Una gota de agua es capaz de penetrar una cordillera, del mismo modo que una mujer sometida a todo tipo de reproches, termina agotada y se apaga, pierde su estela de luz, deja de brillar, de esperar, lejos de los aplausos o los abrazos de los hombres de camisa azul en el planeta azul, que verifican que no hubo errores en el cálculo de la trayectoria, ajenos a su vez a los impactos sobre la mujer que recibe las descargas, ahora ya sin inmutarse, o pensando que no se inmuta, describiendo una línea infinitamente distinta a la precisada.

En una última medición, los hombres de camisa azul descubren por azar a una mujer satélite a la deriva, averiguan que todo se debe al impacto de un proyectil con forma de lavadora, posiblemente de material cobre (a falta de tener un análisis mas o menos preciso que lo confirme) y que contra todo pronóstico, cualquier fenómeno anterior no merece la pena ser destacado en comparación con aquel. Es entonces que deciden mandar una expedición de rescate, que según los cálculos más optimistas, alcanzará su destino dentro de doce millones de años luz.

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martes, 5 de julio de 2005


(Ella tenía un don que no llegó a descubrir, cuando acababa el show era la reina del baile...)

Me gustan los cuentos de Violeta. En realidad me gustan muchas cosas de Violeta. Recuerdo que una de las primeras discusiones que tuvimos se originó porque me empeñé en pedirle (casi exigirle) que me contara su secreto, el gran secreto que hace que ella pueda escribir de esa manera tan bonita e intensa. Por supuesto, no me contó el secreto ni ningún otro, me puse impertinente -tal y como suelo hacer cuando no obtengo lo que quiero- , Violeta se levantó sin mirar atrás (ella nunca mira atrás) y salió del bar dejando a medias su consumición y mi curiosidad. Y en esas que me quedé contemplando las tetas de aquellos cuadros que decoraban el lugar, todo el lugar, mitad pinturas mitad esculturas de madera, pensando en que esas tetas no eran ni podían ser o pertenecer a ningún modelo real y que de una forma o de otra, quien las hubiera creado tendría su propio gran secreto que permitía que todo lo que moldeaba o pintaba adquiriera aquella forma serena de unos pechos perfectos y casi de otro planeta, pechos que ciertamente el autor nunca vio y que, a pesar de eso, podía recrear de manera única como si tal cosa no hubiera ocurrido.

Siempre he sido un tipo curioso, incluso lo cotidiano me llama la atención como si de una lluvia de estrellas fugaces se tratara, ando buscando secretos, extrañas maniobras o trucos de ilusionista que permitan hacer algo de la mejor manera para perfeccionarme con ello. Sigo sin aprender o sin querer darme por enterado, porque conozco -lo confieso- la respuesta, la conozco desde hace tiempo: envidio lo que no tengo, lo que no se me dio por añadidura, busco secretos que expliquen lo inexplicable y pregunto impertinente acerca de cómo hace Violeta para escribir tan bonito cuando en realidad la respuesta está claramente escrita en algún lugar que no quiero reconocer o al que no quiero llegar, el lugar de los que por un motivo o por otro, nunca tendrán el don.

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domingo, 3 de julio de 2005


Temblar o recordar cómo se encoge la barriga de gusto, temblar de frío porque no estás o temblar como quien pide sopa caliente porque estás, el caso es temblar , ver que viene lo que hace tiempo que no llega y entonces quedarse esperando y mirar a las musarañas, que nunca supimos muy bien lo que eso significaba y que nadie -además- nos explicó qué tenía que ver un animalito tan pequeño con quedarse esperando tontamente algo tan grande.

Puestos a pedir, que todo ocurra en el cuarto, en un huequito bien abierto a tu lado, prometo aprender tan pronto delimitemos el perímetro, tú solo tienes que enseñarme a temblar, como cuando hubo una vez y fue la primera, y luego puede que vinieran otras que ya no recuerdo, y nadie supo, o nadie del mismo modo, ya sabes, temblar de ganas, de tanto abandono o tanto amontonarse un escalofrío tras de otro, prometo aplicarme, en realidad yo vine por el anuncio a gritos de unas pestañas asombradas que no saben dónde aterrizar.

Sé que no siempre fui del todo leal, quizás porque pensaba que temblar, lo que se dice temblar, se tiembla siempre, pero visto lo visto, creo que no estaría de más empezar de nuevo , aprender de cero a temblar, recordar (intuir) aquel abrazo , el primero, y esa forma de mirar que no supe ver después de aquella ocasión , aunque casi, y luego un acercamiento , un pedir permiso y tu manera de tantearlo todo, de darte a conocer, luego las ganas de estar a solas a pesar de la gente, y sí , lo sé, no siempre fui del todo sincera, no siempre, iba y venía, a veces creo que me escapaba lejos , escapar porque había que volver, lo mismo que perderse -ya sabes lo que dicen- para encontrarse, no sé, nunca fue fácil ni falta que hizo, pero yo sé que temblar, lo que se dice temblar , de aquella manera , como nosotros temblábamos, nunca más.

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viernes, 1 de julio de 2005


Me gusta hacer animalitos con el papel. Llamo a esto papiroplexia. Un juego lento y hermoso. Ayer o hace un siglo, quizá esta mañana, hice un animalito con un papel azul y otro blanco. Era un animalito porque tenía cuatro patas, un cuerpo y una cabeza. No sé qué clase. Fui ahí al lado y cuando volví le vi comiéndose el desayuno. No le recriminé, por el contrario le traje más leche y se la puse en el plato por saber si me aceptaba. Se acercó, y bebió de la leche, con unos chasquiditos menudos y satisfechos. Viéndole, pensé que debería hacer más animalitos de papel: muchos.

Pero luego, quizá ayer o hace un rato, quizá el año pasado, se me acabaron las cuartillas. Necesitaba seguir escribiendo. Deshice el animalito y escribí en él. Fue muy doloroso.

(Alberto Omar Walls)

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