sábado, 23 de diciembre de 2006




Hay que darse la vuelta. Es aconsejable situarse totalmente del revés los días pares y repetir esto mismo los impares. Si uno no es muy dado a las volteretas o las maniobras imposibles, puede solicitar ayuda en el teléfono que a continuación le ofrecemos en sus pantallas.

Previamente usted habrá llenado los bolsillos de todas las cosas que le sobran o no hacen falta. Casi nada hace falta, o casi nada que entre en un bolsillo. De paso se aprovecha y se mete lo inservible, lo que quedó viejo, lo gastado, incluído el teléfono de aquel tipo que le mira raro desde la fila de atrás y que se insinúa de manera descarada, día sí, día también. Es necesario darse la vuelta como a un jersey antes de echar a lavar, perder la cabeza, vomitar incluso los miedos. Uno se queda mejor cuando caen al suelo los domingos trabajados y las declinaciones conjugadas a lo largo de toda una vida. Si usted es una mujer presumida, también dese la vuelta, deje caer las barras de carmín gastado.

¿Escucharon alguna vez el tintinear de un manojo de pesares?, ya lo creo que sí, suenan como llaves, pero son sólo eso: pesares. El caso es dejar un charco de pesares alrededor y perder la orientación, mirar al suelo desde la postura del murciélago, cuando los tejados quedan lejos y a desmano. El mosaico de baldosas bien descifrado es un pequeño mapamundi con señales que dicen que todo hay que tomarlo -que mirarlo- del revés, sólo hay que dejar que caigan las bolitas de naftalina y los billetes de lotería que nunca tuvieron premio, el contenido entero de una vida resumida en dos o tres capítulos pésimos.

Conviene, eso sí, despedirse con elegancia de lo que a continuación desecharemos para siempre. Usted no volverá a ver las cosas del mismo modo.

Publicado por Puzzle a las 6:49
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viernes, 15 de diciembre de 2006




Un corazón que palpita pero casi reposando, que parece que no late, un corazón a punto de detenerse, no necesariamente un corazón enfermo o malherido, simplemente un corazón cansado o pasado por agua. Un corazón aplastado contra el suelo que acaba de ser barrido por la brigada de limpieza de una ciudad cualquiera en el turno de mañana, que una vez en el contenedor se junta con otros corazones de desecho, palpitando todos ellos pero casi reposando, que parece que no laten y a punto de detenerse o de ser prensados. Un corazón coagulado, con parches aquí y allá, ventrículos de segunda mano y remiendos a la altura del miocardio que quedó tocado hace años por exceso de excesos o de ausencias. Un corazón que salta en un semáforo y se escapa por los pelos de ser atropellado por un autobús escolar que nunca llega a la hora, un corazón recogido por un agente del orden público que tiene que decidir entre grúa o ambulancia, ambas en camino en lo que será su primer servicio del día. Alguien conectará el corazón a los bornes de una batería oxidada, un niño con mocos que mira desde el paso de cebra pensando que nunca antes vio un corazón estrujado, luego recuerda que el de su madre se le parece un poco, ella se lo quita cada noche y lo deja sobre la mesita, lo contempla cómo aletea despacio durante un rato, el tiempo justo que dura el recuerdo de un hombre que ya no está, entonces apaga la lamparita y el corazón, quedando a oscuras y sin sentir. El niño que sigue mirando, el agente que desvía el tráfico, el corazón agitado como un pez japonés fuera del acuario.

Lo que dura un corazón, un instante o una vida, es difícil de saber o predecir. Lo cierto es que los corazones rotos y los aburridos se sobreponen tarde o temprano y viven más que los que no recibieron jamás el impacto de una bala de plata o un mordisco en la yugular, quizás porque aprenden a seguir latiendo, bien sea por despecho o por desdén, sólo para no tener que contar a los otros corazones lo que en realidad están pensando o sintiendo, que para el caso es lo mismo.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Marzo 2008)

Publicado por Puzzle a las 13:54
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