viernes, 29 de julio de 2005
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martes, 26 de julio de 2005
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante. ¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo? Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados, sino llenos de asombro, por no poder comprender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.
(Vicente Huidobro)
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Vicente Huidobro
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viernes, 22 de julio de 2005
-Os declaro marido y mujer.
(José de la Colina)
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martes, 19 de julio de 2005
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domingo, 17 de julio de 2005
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/
(Juan Gelman)
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Poemas de otros
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viernes, 15 de julio de 2005
Suele llorar a escondidas, inventando finales felices, derramándose por completo en cualquier avenida transitada en horario de oficina, esquivando empujones de semáforo y carteristas de corazones rotos. Hace calor y echa de menos un ascensor. Una vez, sólo una, hizo el amor entre el segundo y el décimo, pero le supo a poco, le supo a otra cosa y fue a partir de entonces que empezó a llorar sin motivo, aunque eso es lo que prefiere pensar , al menos de lunes a viernes, porque de resto, ni piensa , aunque suele llorar y esperar unos brazos mejores, un libro con final feliz leído de tirón una noche de sábado que se junta con mañanas de domingo, que lejos de lo acostumbrado, son mañanas de ascensores contentos, de churros con buñuelos , de desayunos y noticias que llegan de lejos, como un recuerdo lejano, como un rumor o un susurro a ritmo de bossa, con voz de mujer que calma o que cura y que canta bonito. Tan bonito que mata.
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lunes, 11 de julio de 2005
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Hiperbreve
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sábado, 9 de julio de 2005
Unos cuantos no tenían ni idea , ni sabían acerca de esa regla de tres que afirma que si conoces a más gente, haces más el amor. Los expertos tampoco aseguraban que la cosa fuera la bomba, de vez en cuando se centraban en el asunto de la profilaxis, pero no terminaban de definirse con el tema. Nadie garantizaba plena satisfacción. Para algunos no era su estilo aunque muchos hicieron caso a los expertos y cogieron de manera decidida, C también cogió, todo lo que pudo con P aunque no fuera verano en Salvador de Bahía , M lo mismo cogió en Buenos Aires que en Palermo, D en Santiago, J y S en Amsterdam, todos ellos hicieron el amor y explotaron su sensualidad, rieron y se dejaron llevar.
Nicolás le pidió a Violeta que le esperara aquella tarde o todas las tardes, tenían que coger porque nunca sería suficiente, aprovecharon que estaban morenos y copularon, cogieron todo lo necesario para no ser reprochados por los expertos, aunque Nicolás y Violeta sabían que a veces no importaban ni los solsticios ni los equinocios, mucho menos las estadísticas, y que si estabas bien con quien estabas, lo demás no contaba, y entonces hacías el amor y reías, paseabas y abrazabas, leías cuentos y comías helado, hablabas hasta las tantas de tonterías y hacías planes y los deshacías como sábanas en la madrugada, así que finalmente los expertos, que nadie nunca supo cuantas veces hacían el amor, se pasaron los veranos escribiendo artículos y elaborando teorías, o explicándolas, o las dos cosas, y a C a P a M a D a S a J a Nicolás y a Violeta les trajo sin cuidado lo que los expertos dijeron, porque ellos estaban bien así, y lo sabían, ¿Verdad que estaban bien? ¿Verdad que lo sabían? ¿Verdad que sí?.
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jueves, 7 de julio de 2005
Una gota de agua es capaz de penetrar una cordillera, del mismo modo que una mujer sometida a todo tipo de reproches, termina agotada y se apaga, pierde su estela de luz, deja de brillar, de esperar, lejos de los aplausos o los abrazos de los hombres de camisa azul en el planeta azul, que verifican que no hubo errores en el cálculo de la trayectoria, ajenos a su vez a los impactos sobre la mujer que recibe las descargas, ahora ya sin inmutarse, o pensando que no se inmuta, describiendo una línea infinitamente distinta a la precisada.
En una última medición, los hombres de camisa azul descubren por azar a una mujer satélite a la deriva, averiguan que todo se debe al impacto de un proyectil con forma de lavadora, posiblemente de material cobre (a falta de tener un análisis mas o menos preciso que lo confirme) y que contra todo pronóstico, cualquier fenómeno anterior no merece la pena ser destacado en comparación con aquel. Es entonces que deciden mandar una expedición de rescate, que según los cálculos más optimistas, alcanzará su destino dentro de doce millones de años luz.
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martes, 5 de julio de 2005
Me gustan los cuentos de Violeta. En realidad me gustan muchas cosas de Violeta. Recuerdo que una de las primeras discusiones que tuvimos se originó porque me empeñé en pedirle (casi exigirle) que me contara su secreto, el gran secreto que hace que ella pueda escribir de esa manera tan bonita e intensa. Por supuesto, no me contó el secreto ni ningún otro, me puse impertinente -tal y como suelo hacer cuando no obtengo lo que quiero- , Violeta se levantó sin mirar atrás (ella nunca mira atrás) y salió del bar dejando a medias su consumición y mi curiosidad. Y en esas que me quedé contemplando las tetas de aquellos cuadros que decoraban el lugar, todo el lugar, mitad pinturas mitad esculturas de madera, pensando en que esas tetas no eran ni podían ser o pertenecer a ningún modelo real y que de una forma o de otra, quien las hubiera creado tendría su propio gran secreto que permitía que todo lo que moldeaba o pintaba adquiriera aquella forma serena de unos pechos perfectos y casi de otro planeta, pechos que ciertamente el autor nunca vio y que, a pesar de eso, podía recrear de manera única como si tal cosa no hubiera ocurrido.
Siempre he sido un tipo curioso, incluso lo cotidiano me llama la atención como si de una lluvia de estrellas fugaces se tratara, ando buscando secretos, extrañas maniobras o trucos de ilusionista que permitan hacer algo de la mejor manera para perfeccionarme con ello. Sigo sin aprender o sin querer darme por enterado, porque conozco -lo confieso- la respuesta, la conozco desde hace tiempo: envidio lo que no tengo, lo que no se me dio por añadidura, busco secretos que expliquen lo inexplicable y pregunto impertinente acerca de cómo hace Violeta para escribir tan bonito cuando en realidad la respuesta está claramente escrita en algún lugar que no quiero reconocer o al que no quiero llegar, el lugar de los que por un motivo o por otro, nunca tendrán el don.
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domingo, 3 de julio de 2005
Puestos a pedir, que todo ocurra en el cuarto, en un huequito bien abierto a tu lado, prometo aprender tan pronto delimitemos el perímetro, tú solo tienes que enseñarme a temblar, como cuando hubo una vez y fue la primera, y luego puede que vinieran otras que ya no recuerdo, y nadie supo, o nadie del mismo modo, ya sabes, temblar de ganas, de tanto abandono o tanto amontonarse un escalofrío tras de otro, prometo aplicarme, en realidad yo vine por el anuncio a gritos de unas pestañas asombradas que no saben dónde aterrizar.
Sé que no siempre fui del todo leal, quizás porque pensaba que temblar, lo que se dice temblar, se tiembla siempre, pero visto lo visto, creo que no estaría de más empezar de nuevo , aprender de cero a temblar, recordar (intuir) aquel abrazo , el primero, y esa forma de mirar que no supe ver después de aquella ocasión , aunque casi, y luego un acercamiento , un pedir permiso y tu manera de tantearlo todo, de darte a conocer, luego las ganas de estar a solas a pesar de la gente, y sí , lo sé, no siempre fui del todo sincera, no siempre, iba y venía, a veces creo que me escapaba lejos , escapar porque había que volver, lo mismo que perderse -ya sabes lo que dicen- para encontrarse, no sé, nunca fue fácil ni falta que hizo, pero yo sé que temblar, lo que se dice temblar , de aquella manera , como nosotros temblábamos, nunca más.
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viernes, 1 de julio de 2005
Pero luego, quizá ayer o hace un rato, quizá el año pasado, se me acabaron las cuartillas. Necesitaba seguir escribiendo. Deshice el animalito y escribí en él. Fue muy doloroso.
(Alberto Omar Walls)
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