viernes, 29 de octubre de 2004
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miércoles, 27 de octubre de 2004
Lo que tienen las ciudades desperezadas es que te contagian la flojera y las ganas de proyectarse en otros lugares, ganas de siestas de mantas y abrazos , de amantes a media tarde y de terremotos imposibles.
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domingo, 24 de octubre de 2004
Sólo nos está permitido soltar la paleta para ir en busca de un río y una cesta llena de piedras , podemos pintarlas de colores con las manos y bautizarlas con nombres de tormentas y desasosiegos, inmediatamente después las lanzaremos al río y nos olvidaremos de lo que nos impide conciliar el sueño. Volveremos a nuestra pequeña obra maestra con un aire renovado de artistas enloquecidos por la vida y acompañaremos los siguientes golpes de genio con una melodía que nos entusiasme y nos permita dibujar a ritmo de su cadencia. Con cada línea pensaremos en un lugar feliz conocido o por conocer, alargaremos el trazo tanto como nos permita el viaje virtual y cambiaremos de color y de textura empleando cualquier tipo de material y técnica. Todo vale menos el abandono.
Una vez concluída la primera versión de nuestro lienzo, no lo consideraremos definitivamente terminado. Lo situaremos en la estancia más iluminada y organizaremos una barbacoa para mostráserlo a conocidos y amigos. Tildaremos de necio a todo aquel que decida opinar gratuitamente acerca de la combinación de colores escogida y le proporcionaremos una buena ración de carne chamuscada que conviene tener siempre preparada para cierto tipo de personas. Excluiremos de próximas invitaciones a todos los aprendices de expertos de todo y una vez que la fiesta concluya abriremos una botella de vino y haremos el amor con la persona amada. Conviene embadurnar primero los cuerpos de pintura (o chocolate) y retozar sobre una sábana blanca y virgen hasta que amanezca.
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sábado, 23 de octubre de 2004
Entre gaiteros y hombres de chaqué , entre flashes y pamelas fuera de temporada, alguien reparó en el cuaderno de bitácora pequeño y elegante, en cómo acariciaba las hojas color vainilla y apuntaba las ideas que más le entusiasmaban ; y lanzó la crónica al mundo. Y claro, los príncipes también tienen (como todos los matrimonios modernos) momentos para ellos, para hablar de cómo les ha ido el día y qué les ha parecido el tinglado y la comida con los premiados. Pero en realidad lo que el príncipe quiere saber es lo que la princesa escribe en su Moleskine cada día, y que ella a veces sí -pero otras no- le lee en voz bajita al oído , y el príncipe la mira embobado porque le encanta su voz y su aplomo, y las ideas que tiene. "Tienes que escribir más, dejar salir todo eso tan bonito que tienes dentro". Pero el protocolo es el mayor enemigo de las princesas que tienen moleskines. Así que se quedan dormidos y abrazados , ella soñando con cuando era niña y anotaba los sueños en su diario , con su primera Moleskine y el primer cuento que mandó a un concurso con seudónimo, con su deseo infinito de ser reportera de la vida para recorrer el mundo con una maleta siempre dispuesta y un busca echando humo prendido de la hebilla de su cinturón de exploradora, y el príncipe que también sueña, con sus ganas locas de ser futbolista y piloto, y a veces se despierta y la mira preguntándose qué vio la princesa para fijarse en él, sobre todo, siendo que él no sabe escribir tan lindo como ella.
Y cuando la princesa no mira, el príncipe lee su Moleskine a escondidas y aún se enamora más de ella. Si cabe.
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viernes, 22 de octubre de 2004
Después de tres semanas juntos en un curso subvencionado, él se atrevió a intuirla. Quiso imaginarla frágil y larga como sus pasos, y aprendió a mirarla de reojo justo para que ella se diera cuenta y pensara (a pesar de que fingiría desviar su atención a otro lado) que él era algo torpe como espía. Le gustaba su pelo rojizo y sus piernas medio torcidas e infinitas, su rostro pálido -pleno de lunares- y ese aire misterioso de mujer inhabitable por nadie. Le averiguó un amor de hace mucho tiempo, de esos que lo intentan miles de veces, que van y vuelven porque no encuentran espacios mejores (o al menos no tan permisibles) y que duelen un rato y curan al siguiente. Amor de “mi mejor amigo” y de “nadie me conoce como él”.
Como nunca tuvo nada que perder, continuó observándola detrás de un periódico agujereado para la ocasión, haciéndose el encontradizo y reclamando su atención de maneras inverosímiles. Consiguió una especie de venia no-pactada y su dirección de correo electrónico. Le mandó mensajes y poemas, también una colección de indicios dirigidos a que ella pudiera hacer sus propios vaticinios. En menos de dos semanas fueron al teatro y jugaron a seducirse, primero vendría el lado intelectual en el que ambos se sentían cómodos y cercanos, luego vendrían las cervezas y los abrazos. “Estoy nerviosa, no me gusta lo que siento cuando me abrazas, porque luego te echo de menos”. Empezó a verla como una mujer bella y completa capaz de llenarle sus muchas inquietudes. Planearon lo que no se planea y durmieron juntos un día cualquiera entre semana.
Esa noche no hicieron el amor y él se limitó a recorrer la superficie lunar con toda suerte de arrumacos y caricias. Se sorprendieron por lo íntimo de sus encuentros y la extraña facilidad con la que todo ocurría. No pasaron de tres noches hasta que ella le pidió que estuviera dentro. Estuvo un buen rato y formaron una enredadera de piernas y brazos, se navegaron sin prisa. Conforme fueron descubriendo maneras de acariciarse, él reparó en sus estanterías llenas de libros y en el montón que se acumulaba en un par de cajas de cartón. Ella le mostró a Borges y a Cortázar y después se navegaron de nuevo. El aprendió a leerle con acento porteño los fragmentos que ella escogía y se dormían navegando a través de kilómetros de piernas y sueños. Ella le aseguró que él era el chico más dulce, que le encantaba oírle recitar cuentos. Y él la miró como mujer habitable por pocos mientras siguió acariciando la superficie lunar en la que aterrizaba cada tarde. Pintaron las paredes del salón y bebieron vino, compartieron canciones de Marisa Monte y siguieron con el juego de la seducción. Ella le prestó "El Aleph" y le regaló "Rayuela", se lo dedicó (“Azar, búsqueda, locura…) y él los dejó caer sobre el viejo mueble de su habitación. Siguieron navegando, bebiendo y escuchando cuentos en boca del otro.
Una tarde de otoño, su “mejor amigo que mejor le conoce” tuvo un accidente y reapareció en su vida como una pieza de rompecabezas cojo. Como no podía ser de otra forma, ella le cuidó y le visitó para darse cuenta de que su rompecabezas también estaba cojo y fíjate tú qué sería de mi vida si te hubiera pasado algo. Por eso, y porque casi seguro que Alicia ya lo sabía, nunca se despidió del chico que contaba cuentos con acento sureño y que le navegó más dulce que nadie, posiblemente lo olvidó, y su navegante también. Pasaron los veranos y alguien encontró Rayuela y fue que no pudo dejar de leer, y lo mismo con Borges, y Arreola, Monterroso, Quiroga y Gabo, de modo que pasaron más veranos, y más mujeres inhabitables (en realidad Alicia lo era), más lecturas disfrazadas de señuelo entre copa de vino y relatos, agradeciendo el descubrimiento y el verdadero caudal de lo que había descubierto.
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miércoles, 20 de octubre de 2004
Al fondo del pasillo y a modo de puerta a otra dimensión desconocida, colgaba una de esas cortinas modernistas hecha de alambre y piezas de plástico rectangulares y anaranjadas. Le gustaba coger carrerilla (en realidad tenía que hacerlo por que sus patas eran demasiado cortas para avanzar todo el espacio que se le ponía por delante) y atravesar la cortina como una flecha. Flop. Y desaparecía al otro lado del pasillo para reaparecer segundos después con alguna prueba irrefutable de que acababa de regresar de un lugar maravilloso. Flop, y el gato-buho y el otro que tenía alergia de su propio pelo miraban no sin recelo la presencia de Melisa y sus preciados tesoros. Llegó a despertar tal interés con sus expediciones , que todo el mundo quería conocer el contenido de sus capturas en la otra dimensión, a veces era una pelota de goma, otras un hueso que sonaba cada vez que lo mordía y muy de vez en cuando unas braguitas con olor a melocotón.
Gracias al amplio surtido de gruñidos que era capaz de emitir estuvo a punto de superar un casting para la tercera parte de “Babe el cerdito valiente”. Además (debido a su formidable encanto personal) varias cadenas de televisión quisieron hacerse de sus servicios como mascota oficial, pero Melisa (dentro de su humilde condición canina) no dudó en rechazar una tras otra cada una de las ofertas. Y así fue que pasaron los días, y ella siguió cruzando de un lado a otro su otra dimensión, volviendo a veces con increíbles trofeos (desatascadores , zapatillas y bandejas de plástico devoradas con tenacidad) , y otras nada más que con esa mirada de susto-pregunta que te invitaba a acompañarla en sus recorridos a otros mundos.
Y aquí seguimos Melisa y yo, de vez en cuando saltando juntos a otras dimensiones (Flop) y aprendiendo a ver el mundo con su mirada de susto-pregunta que tanto nos gusta a todos, incluidos el gato-buho, el que tiene alergia de su propio pelo y todos los demás visitantes.
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sábado, 16 de octubre de 2004
El ilusionista apareció en lo alto y se lanzó al centro del escenario rodeado de bailarinas entre la exclamación inicial. A cada golpe de música le sucedía uno de luz, tal y como se había ensayado. Un giro en el aire a uno de los aparatos y se subió a lo alto, desafiando con la mirada al público y esperando el movimiento escénico indicado. Los segundos que pasaron entre que detectó que algo extraño pasaba y que tuviera que empezar a improvisar una nueva coreografía resultaron ser una eternidad para todos los miembros del equipo menos para uno: el asistente vagaba por el escenario con la mirada perdida y una de las piezas del aparato en las manos, queriendo buscar algo que no le correspondía encontrar. El grito de una de las bailarinas le despertó del trance y pudieron terminar el espectáculo no sin problemas para alcanzar el tiempo adecuado de ejecución. No obstante los asistentes aplaudieron.
Cuando el telón se cerró y la zona de backstage quedó iluminada, el ayudante del ilusionista se limitó a balbucear una disculpa y se desplomó sobre el gran baúl. Para entonces ya había recuperado la mirada.
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sábado, 9 de octubre de 2004
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viernes, 8 de octubre de 2004
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jueves, 7 de octubre de 2004
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lunes, 4 de octubre de 2004
De una manera no menos extraña, el conjunto de frunces comenzó a tomar una posición más que destacable y adoptó la forma de un amasijo de piel gigante. Tampoco quiso darle más importancia y siguió frunciendo el ceño. Y el ceño se hizo uno y se ancló al parietal y al occipital . Debido a que las cejas se arquearon interiormente hasta casi juntarse con la nariz , la cara misma comenzó a deformarse tomando la misma expresión que uno tiene cuando chupa un limón , y se contrajo entera hacia adentro con el gesto grave . La cosa no mejoró y el conjunto nariz-ceño-orejas se desplazó como una enorme placa tectónica hacia el interior de la cabeza tomando la apariencia de un enorme cráter. Para entonces, los pómulos y las mejillas que aguantaban una tensión desproporcionada ya iban tras la trayectoria descrita por la gran masa rugosa, del tal modo que llegaron a estar casi tan juntos que podrían haberse solapado y fundido en una sola superficie rosada y estirada. Las cuencas de los ojos se hundieron y las cejas quedaron ocultas por la pronunciada pendiente que iba desplazándose vertiginosamente de norte a sur de tan peculiar orografía.
Diez días después, la cabeza del hombre de ceño fruncido se había transformado en una bien redondeada forma rugosa atravesada por una enorme estría frontal , y de la que solo quedaba el recuerdo de unas orejas en punta y una barbilla perfecta. Para entonces, el hombre arrugado quiso darse cuenta de lo ocurrido y decidió poner mejor cara, relajar la expresión y tomarse la vida con más desenfado, pero nadie se atrevió a decirle que casi con toda seguridad, ya era demasiado tarde.
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