miércoles, 25 de enero de 2006




Parecía que se detenía, el tiempo en primer lugar y todo lo demás después. Y se detenía, claro que se detenía. Recuerdo con claridad la intención de saltar y luego saltar, aunque de tarde en tarde las intenciones se quedaban sólo en eso: en intenciones. Luego alguien pegaba un grito y volvíamos a la realidad. Hacía el tonto hasta la hora de la merienda en la cocina de Alicia. Me gustaba de la merienda su significado de ritual casi iniciático y mojar el pan en el café con leche. Luego nos volvíamos a casa con las rodillas y la boca sucias. Qué risa nos daba.

Regresábamos al detenimiento, a tomar carrerilla y saltar desde donde fuera, hacia donde fuera, sólo por saltar, igual que cuando miraba a Alicia -sólo por mirar a Alicia- y así iban sucediendo las cosas, precipitándose y deteniéndose en el aire, como las palabras cuando se derraman desde lo alto de una verdad bien dicha, como la risa de Alicia, como la propia Alicia y aquellas luciérnagas que atrapaba para ella en tarros de cristal y que luego dejaba escapar porque le daban pena. Mucha pena. Tantas cosas que nos asustaban: la oscuridad, las tormentas, mirar debajo de la cama, el armario del desván o la idea (tan absurda entonces y tan deliciosa ahora) de crecer algún día y hacernos mayores. Claro que eso no lo pensábamos siempre.

Lo mejor era detenerse, los instantes quietos, los saltos desde cualquiera de esos lugares, el trampolín de la piscina vieja, los brazos fuertes del abuelo, el columpio que lloraba como un camello y esa manera que tenía Alicia de atravesar la habitación de puntillas diciendo que flotaba y a todos nos parecía que era exactamente eso lo que estaba ocurriendo. Nos enseñó el delicado secreto una tarde de luciérnagas: flotar, permanecer, transformar las intenciones en algo que pudiéramos palpar o acariciar para después quedarnos, aunque sólo fuera por un instante, tan elevados, tan alejados del suelo y de los miedos tontos que luego no podíamos parar de reír y nos dolía la tripa.

Publicado por Puzzle a las 23:15
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5 desvaríos:

Anónimo dijo...

Chapó amigo!, chapó!...a mí tambien me daba miedo mirar debajo de la cama y no te creas que se ha desvanecido del todo, no.

Un besazo.

Parche dijo...

Cuantos otros secretos se habran perdido en la niebla de la inevitable madurez?.
Cuando niños, sabiamos mucho.
Excelente texto.
Saludos Parchesianos.

Anónimo dijo...

a mí me duele la tripa pero de tanto llorar. hermosa historia.

Miss Mag dijo...

La luz me trajo hasta acá una vez más, perdón por la ausencia, le dejé una tareita en mi blog, ojalá puedas darte una vuelta por ahí y tomarla. Cariños.

Ana Carolina González dijo...

Ya se empiezan a extrañar tus escritos... Ojalá haya Puzzle para más tiempo.

 
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