jueves, 21 de abril de 2005


Mentiría si dijera que no lloré con aquel sobrecito de azúcar. Quien me conoce sabe que soy tipo de lágrima fácil, sin llegar a extremos , pero fácil. No me sobran las lágrimas, así que cuando decido darlas intento ser generoso.

La doctora Fernández tiene (en parte) la culpa de tanta emotividad. Llevo 32 años (digo 32 porque no recuerdo verme sin gafas o sin lentes de contacto) viendo la vida recortada por los lados, a veces nublada o de malas maneras, perdiéndome cosas o detalles al alcance de los demás y que yo no era capaz de apreciar. Sabía que toda cuenta atrás tiene un antes y un después, un momento perdido que pertenece a lo que tenías y a lo que tendrás a partir de ahora. Todo el mundo sabe lo que pasa en la cuenta atrás de un beso, de un primer beso, todos los segundos apuntan al mismo instante y cuando por fin sucede, todo el tiempo se marcha alejándose del beso. El beso fue un fogonazo y el resto una sucesión de instantes que te acercan o te apartan de una boca.

Todo esto para decir que siempre habrá un antes y un después de mi nebulosa roja, la que me devolvió 32 años de miradas perdidas, de detalles que no sospechaba, de dibujos en las aceras o diminutas listas de ingredientes en el envoltorio de un helado. Sólo con mirar aquella nube de luz puedo ser capaz de tener cosas que nunca tuve. Por eso mentiría si dijera que no lloré, que no me emocioné la primera vez que veía el mundo detrás de mis flamantes gafas de sol, que no me tembló la voz cuando leí la fila de letras más canija de todas o repasando aquel sobrecito de azúcar , tan pequeño y tan poquita cosa.

Publicado por Puzzle a las 21:12
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2 desvaríos:

Anónimo dijo...

Qué bonito y que manera más linda de explicar lo de tu nueva mirada.

Eres muy peculiar, lo sabiás?

Anónimo dijo...

Me ha hecho sonreir profundamente tus relatos sobre tu cambio de ¿visión? Es una suerte ser miope. SUERTE por muchas cosas.

He tenido noches maravillosas y tardes de café impresionantemente divertidas hablando de los episodios que esta "tara" me ha hecho pasar y los sustos que he dado a más de uno.

Aún recuerdo el dia que como siempre esperaba a un compañero para que me recogiera en coche en un semaforo. Y como cada mañana abrí la puerta del coche, dije: Helloooooooo! y me fui a darle dos besos de buenos dias y me encontré la cara de un hombre que le iba a dar un infarto... y yo le pregunté que hace usted ¿aqui?. Daba por supuesto que el error era suyo. No olvidaré el gesto de su cara mientras viva. Ahora tengo más cuidado cuando abro las puertas.

Luego también es bueno, porque aprendes a fijarte cuando no llevas las gafas: en olores, en las formas de andar, en cosas que te hagan reconocer a tus amigos o familiares de lejos.

Y por supuesto es la sensación mas agradable, de no ver nada a... ponerse las lentillas y verlo todo con la definición absoluta. Como pasar de una tv en blanco y negro a un monitor de pantalla plana de alta definición.

 
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