Me leyeron tu vida en mis manos, aprovechando el rastro de las últimas caricias que dejaste olvidadas antes de marcharte al congreso aquel de Buscadores de Tesoros. Luego nunca más se supo. Alguien me dijo que habías encontrando un trébol de cuatro hojas, una caja de Pandora y alguien que te susurrara al oído cada cinco minutos lo bonita que estabas con tu vestidito y tu canesú.
Gasté mi última pregunta en querer saber si te iría bien: las líneas de mis manos tristes hablaron de edenes y de constelaciones con tu nombre, decían que llegarías lejos, tan lejos como para vivir en tu nube y no querer bajar al mundo otra vez, todos te echarían tanto de menos que les resultaría insoportable vivir sin tu risa fácil, esa que olvidaste en el cuarto de los secretos donde solías esconderte cuando todo se ponía feo y te entraban los miedos por debajo de la falda. Ya por aquel entonces acostumbrabas a decir que algún día crecerías y te harías grande, que dejarías de llorar por tonterías y aprenderías las lecciones más importantes. No dejabas de repetir lo distante que estaba todo lo que querías alcanzar y que tarde o temprano lo atraparías con tu cazamariposas azul.
Y tenías razón, toda la razón del mundo, aprendiste las lecciones, el hombre que vendía prismáticos en la plaza se hizo millonario, yo guardo los míos en un cajón - uno de ellos con visión nocturna- para poder mirarte en tu nube, ahora que sé que cuando lloras llueve a mares y que el cielo no resultó lo bastante lejano para ti.
(Ilustración: © Cecilia Varela)
Gasté mi última pregunta en querer saber si te iría bien: las líneas de mis manos tristes hablaron de edenes y de constelaciones con tu nombre, decían que llegarías lejos, tan lejos como para vivir en tu nube y no querer bajar al mundo otra vez, todos te echarían tanto de menos que les resultaría insoportable vivir sin tu risa fácil, esa que olvidaste en el cuarto de los secretos donde solías esconderte cuando todo se ponía feo y te entraban los miedos por debajo de la falda. Ya por aquel entonces acostumbrabas a decir que algún día crecerías y te harías grande, que dejarías de llorar por tonterías y aprenderías las lecciones más importantes. No dejabas de repetir lo distante que estaba todo lo que querías alcanzar y que tarde o temprano lo atraparías con tu cazamariposas azul.
Y tenías razón, toda la razón del mundo, aprendiste las lecciones, el hombre que vendía prismáticos en la plaza se hizo millonario, yo guardo los míos en un cajón - uno de ellos con visión nocturna- para poder mirarte en tu nube, ahora que sé que cuando lloras llueve a mares y que el cielo no resultó lo bastante lejano para ti.
(Ilustración: © Cecilia Varela)
5 desvaríos:
usted es bueno, Puzzle, no se le acaban los cuentos y los sueños. Que no se le olvide. Mary O'Clock.
Precioso.
Se que te lo he dicho más veces, pero esta visto que mi vocabulario es bastante mas corto que el tuyo. Casi dan ganas de tener una ex a quien mandarselo, lastima que ni yo, ni ellas estemos a la altura del texto.
Un abrazo.
Qué dulce...¡¡
Hay veces que llueve, hace sol, y hay nubes al mismo tiempo...
Hece tiempo busco dónde comprar un cazamariposas...aunque sería mejor un besamariposas. Cariños.
Hola, saludos desde la cálida España... Encontré esta página porque utilizo el alias de Puzzle y decidí buscar las webs con ese nombre...
Me alegra haberme encontrado con una página de este tipo y la verdad es que tiene unos textos tan bonitos... es curioso, tu manera de escribir es muy parecida a la mía, me ha recordado a alguno de mis escritos...
Dejo aquí mi dirección por si alguien quiere saludar... besos
Willblue46@hotmail.com
Suerte con la web...
LARA
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