Era de noche y confundió el camino. Aunque no lo sabía, fue lo mejor que le pudo pasar.
Partió con la idea determinada de abandonarlo todo, de alejarse para siempre de aquel lugar. Lo decidió con la misma velocidad con la que dejó de fumar. De repente.
Se alegró de no tener nada más en común con el. Ni hijos, ni perros, ni una casita en la playa. Se dio cuenta de que había imaginado mil veces ese momento, y lo que le asustaba, aunque ahora pareciera todo mas fácil.
Sintió vértigo. Nauseas. Miró al otro lado de la cama, y observó el cuerpo desnudo de quien era su gran desconocido. Repasó mentalmente todos esos años de rutina y vulgaridad. Prepararía a primera hora de la mañana el último desayuno, y le daría los buenos días como si nada. Después se iría para siempre, en busca de un mañana mejor.
Se abrazó a su desconocido y cerró los ojos.
A la mañana siguiente, le despertó el olor a café recién hecho, y una mano acariciando su pecho. “Estás preciosa cuando duermes”, le dijo. “ A veces me pregunto, qué es lo que viste en mi, pero sin duda alguna, eres lo mejor que me ha pasado nunca”. Y nunca, era el número de veces que el le había dicho algo así. Pero sonaba sincero.
Le sorprendió que él hubiera decidido tomarse el día libre. La llevó al mercado de flores y compraron girasoles. Pasearon por todos los parques de la ciudad, y dieron de comer a los patos. La invitó al cine y rieron juntos. El le dio las gracias por estar en su vida, y la abrazó en medio de un semáforo. “Quiero merecer estar en tu vida”. Y la volvió a abrazar, mientras un taxista tuvo que frenar en seco para no atropellarlos.
Lloraron en la Gran Vía y ella decidió quedarse, al menos un día mas, con su gran desconocido.
Partió con la idea determinada de abandonarlo todo, de alejarse para siempre de aquel lugar. Lo decidió con la misma velocidad con la que dejó de fumar. De repente.
Se alegró de no tener nada más en común con el. Ni hijos, ni perros, ni una casita en la playa. Se dio cuenta de que había imaginado mil veces ese momento, y lo que le asustaba, aunque ahora pareciera todo mas fácil.
Sintió vértigo. Nauseas. Miró al otro lado de la cama, y observó el cuerpo desnudo de quien era su gran desconocido. Repasó mentalmente todos esos años de rutina y vulgaridad. Prepararía a primera hora de la mañana el último desayuno, y le daría los buenos días como si nada. Después se iría para siempre, en busca de un mañana mejor.
Se abrazó a su desconocido y cerró los ojos.
A la mañana siguiente, le despertó el olor a café recién hecho, y una mano acariciando su pecho. “Estás preciosa cuando duermes”, le dijo. “ A veces me pregunto, qué es lo que viste en mi, pero sin duda alguna, eres lo mejor que me ha pasado nunca”. Y nunca, era el número de veces que el le había dicho algo así. Pero sonaba sincero.
Le sorprendió que él hubiera decidido tomarse el día libre. La llevó al mercado de flores y compraron girasoles. Pasearon por todos los parques de la ciudad, y dieron de comer a los patos. La invitó al cine y rieron juntos. El le dio las gracias por estar en su vida, y la abrazó en medio de un semáforo. “Quiero merecer estar en tu vida”. Y la volvió a abrazar, mientras un taxista tuvo que frenar en seco para no atropellarlos.
Lloraron en la Gran Vía y ella decidió quedarse, al menos un día mas, con su gran desconocido.
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