La playa reclamaba atención. A vista de pájaro se veía hermosa. Formaron en escuadrón y buscaron las corrientes térmicas de la costa. Habían invertido muchas horas de adiestramiento en vuelo. Tenían el mejor instructor. Los más veteranos recordaban sus grandes hazañas, contadas por sus padres, y los padres de sus padres. Nadie sabía decir, cuánto tiempo llevaba volando, y enseñando a volar. Una auténtica leyenda viva.
Había llegado el momento de aplicar todo lo aprendido: aerodinámica, metereología, y técnicas de planeo. Tomas de tierra, amerizajes y barrenas. Caídas en picado y entradas en pérdida. Los diferentes tipos de nubes, y de orientación visual. Vuelo nocturno y en formación.
A la señal indicada, se lanzaron como flechas hacia la costa. El objetivo sería volar raso sobre la playa , y aguantar toda aquella aceleración sin la menor señal de titubeo. El sonido del viento resultó atronador. A esa velocidad, cualquier contacto con el suelo resultaría fatídico. Significaría posiblemente la muerte.
Ganaron altura , toda la que le permitió su envergadura y procedieron a realizar la más disparatada de las acrobacias. El instructor de vuelo no se inmutó. Voló más lejos y más rápido que los demás. Más alto, y más bello. Juan Salvador alabeó sus alas para modificar el rumbo, apenas una décima de segundo antes de estrellarse contra la arena. Siguió elevándose, hasta perderse en un banco de cirrocúmulos. El resto de gaviotas le siguieron entusiasmadas.
A vista de pájaro, la playa se veía hermosa.
Había llegado el momento de aplicar todo lo aprendido: aerodinámica, metereología, y técnicas de planeo. Tomas de tierra, amerizajes y barrenas. Caídas en picado y entradas en pérdida. Los diferentes tipos de nubes, y de orientación visual. Vuelo nocturno y en formación.
A la señal indicada, se lanzaron como flechas hacia la costa. El objetivo sería volar raso sobre la playa , y aguantar toda aquella aceleración sin la menor señal de titubeo. El sonido del viento resultó atronador. A esa velocidad, cualquier contacto con el suelo resultaría fatídico. Significaría posiblemente la muerte.
Ganaron altura , toda la que le permitió su envergadura y procedieron a realizar la más disparatada de las acrobacias. El instructor de vuelo no se inmutó. Voló más lejos y más rápido que los demás. Más alto, y más bello. Juan Salvador alabeó sus alas para modificar el rumbo, apenas una décima de segundo antes de estrellarse contra la arena. Siguió elevándose, hasta perderse en un banco de cirrocúmulos. El resto de gaviotas le siguieron entusiasmadas.
A vista de pájaro, la playa se veía hermosa.
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