De la forma mas insospechada, descubrió que había mil maneras de sentir envidia. No solo de las personas que aparecieran en su vida, y quedaran prendadas de ella. Sino también de la ciudad y sus calles.
Envidia de las ramblas, de las playas, de las aceras que pisaba, de aquellas que la veían pasear cada tarde. Envidia de las plazas, de los kioskos de prensa, de su portal , del ascensor que tomaba cada día , de los rellanos y los chaflanes, de la estación de metro, de los autobuses. De los jardines y los bares.
De todos y cada uno de los espacios abiertos que disfrutaran de su presencia, de su olor y su sonrisa.
Envidia de cada parque, de cada banco, de cada uno de los rincones que pudiera llenar con sus andares descarados.
Celos de escaleras y pasillos, de balcones y terrazas, de su dormitorio y su almohada y en última instancia, de sus toallas y sábanas, de su horquilla para el pelo.
Comprendió que había mil maneras de sentir envidia. También de las calles.
Envidia de las ramblas, de las playas, de las aceras que pisaba, de aquellas que la veían pasear cada tarde. Envidia de las plazas, de los kioskos de prensa, de su portal , del ascensor que tomaba cada día , de los rellanos y los chaflanes, de la estación de metro, de los autobuses. De los jardines y los bares.
De todos y cada uno de los espacios abiertos que disfrutaran de su presencia, de su olor y su sonrisa.
Envidia de cada parque, de cada banco, de cada uno de los rincones que pudiera llenar con sus andares descarados.
Celos de escaleras y pasillos, de balcones y terrazas, de su dormitorio y su almohada y en última instancia, de sus toallas y sábanas, de su horquilla para el pelo.
Comprendió que había mil maneras de sentir envidia. También de las calles.
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