lunes, 11 de mayo de 2009


Connie Selleca mide la distancia al suelo desde el piso diez. Lo hace mientras sostiene que las relaciones —las amorosas en particular— son como saltar a un vacío en el que finalmente terminas rompiéndote los huesos y el alma. Todo es cuestión de ver cuánto dura el trayecto hasta el impacto final. Lo compara con lanzarse desde un edificio, un edificio como el suyo, por ejemplo, de varias alturas: según la distancia, la relación acaba antes o después, pero siempre acaba. Mientras tanto, de lo que se disfruta es del dejarse llevar o caer, aunque luego todo es un mismo estallarse contra el suelo, un suelo que no es otra cosa que la propia realidad. Ella sostiene toda esa teoría porque sabe que le queda poco para el final, porque nunca le duró nada o nunca le duró bastante, porque se siente cómoda en esa idea de pérdida continua y, además o sobre todo, porque decidió comenzar otra relación con fecha de caducidad en busca de su gran héroe americano, ese que nunca encuentra.

Connie Selleca hace una pausa, observa el movimiento de la ciudad desde su atalaya, medita bien las palabras que quiere emplear, arrastra el pensamiento primero, las palabras después, le cuenta todo ese asunto de las relaciones a Lucky Luke, que hace no tanto que se estrellaba por última vez —una de tantas— incluso con (o a causa de) la misma Connie Selleca, que ahora se siente extraña hablando con él del amor que siente por otro hombre, o que cree que siente por otro hombre, aunque le anima saber que puede hacerlo y que eso, de una manera o de otra, le ayuda aunque no le cura. Es más: le sirve el ejemplo de la historia vivida junto a Lucky Luke como muestra de un tiempo que pasa y aplaca las heridas. Lucky Luke escucha. Mantiene los ojos cerrados, el gesto grave, reconcentrado. Le importa el parecer de Connie Selleca y le entristece pensar que lleve razón. Le gusta pensar que todavía no es hora de perder la fe en la fórmula de dos, siendo que otros modelos de organización le convencen más bien poco. Atiende la explicación al tiempo que se imagina a sí mismo describiendo una trayectoria —no sabe si de tipo ascendente o descendente, ni la altura que sobrevuela en ese instante— aleatoria hacia alguna parte.

Se interrumpe de manera brusca la reflexión de Lucky Luke cuando escucha el golpe seco, afuera, en la calle. No hace el gesto de salir a mirar porque descifra enseguida lo que ocurre, porque quizá se acomodó a los avisos y porque, además, intuye que enseguida comenzará a agolparse la gente alrededor, que no tardará en llegar la brigada del Servicio de Recogida de Corazones Rotos que el ayuntamiento pone en funcionamiento a comienzo de cada primavera, todo eso mientras se escuchan las primeras sirenas y el claxon de los que tienen prisa por llegar a la oficina. Intuye eso y otras cosas, como que abajo, seguramente, un agente se dispone a regular la circulación con la mirada perdida, clavada, en Connie Selleca.

Imagen: © Márcia Novais

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Mayo 2009)

Publicado por Puzzle a las 11:41
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5 desvaríos:

Anónimo dijo...

Parece que huelo tus relatos. Entro muy poco ahora, la verdad, pero las contadas ocasiones en las que lo he hecho, he encontrado un cuento tuyo aún calentito.
De corazón deseo que este no sea autobiográfico. Hay personas que merecen conseguir que funcionen sus fórmulas de dos por el corazón que ponen en ello. Lástima de un mundo tan injusto...
Un beso,J.

Mar_eo - Gorogoo dijo...

Un cuento cargado de realidad y del que hoy me siento especialmente cerca...
y del que espero sentirme lejos, aunque tenga que ser en otro momento.

A ver si presentas tu libro de cuentos en Madrid. Algun@s iríamos a ver como lo recomiendas, aunque no nos conocieras...

Anónimo dijo...

hola, soy como aquella Connie Selleca que trabajaba en aquel Hotel..aquí estoy en mi atalaya mirando hacia abajo. Un beso Lucky Luke.

La Maga dijo...

Me encantó, es lo único que te puedo decir.

carmen jiménez dijo...

Pues después de leer las mediciones de Connie Selleca, todavía me estoy preguntando si la próxima vez que cambie de piso lo haré a un rascacielo o directamente alquilaré un bajo con patio. A lo más un primero. Lo justito para pasarlo bien y no sufrir demasiado.
Lo de la brigada de corazones rotos, ¡genial! Seguro que contigo al mando se acababa el paro en dos días.
Besos y lo intentaré por on-line. Aunque la verdad, ya me hubiera gustado ponerme en una de esas filas interminables y ver tu cara firmando libros. Mi libro.
Hasta siempre.

 
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