Por aquel entonces, bebíamos casi cualquier cosa para entrar en calor, entre otros motivos porque nunca funcionaba la estufa del dichoso ático sin ascensor. Bebíamos, además, para mofarnos de algunas corrientes literarias cursis que hablaban de trincarse la vida a sorbos grandes o pequeños. Esas tonterías, you know. Queríamos ser notables, destacar entre tanta vulgaridad acumulada en los despachos de catedráticos infames, queríamos ser metafóricos, tomar decisiones gratis. Lo mismo nos daba. Follábamos en la bañera después de practicar el ritual de la absenta: ella se colocaba el terrón de azúcar entre las piernas y lo demás se daba por añadidura. Leíamos a poetas urbanos de lamentable factura, feos, gordos y miopes, paladines tristes que nunca se afeitan y pinchan discos en garitos alternativos. Ella presumía de tetas y de tener un amigo que reunía esas características -quería ser su musa, eso es lo que ella quería-, un tipo, en definitiva, que escribía cosas tan horribles como las que yo le dejaba a traición en el cajón de las bragas. Enseguida dejó de incomodarle la presencia de mi cepillo rojo en el cuarto de baño y tuvimos una buena temporada, una buena racha que no duró más de tres días. No sabría decir cómo, pero un miércoles por la tarde, se mostró tan impertinente y tan hermosa a un tiempo, que no tuve más remedio que pasarla por la licuadora y bebérmela de un trago.
2 desvaríos:
Jolines señor Gonzalvo, para cuándo relatos nuevos?. Entro cada día a ver si hay cosas recientes y echo de menos tus novedades.
Espero que hayas empezado bien el año.
Besos
me encanto, jorge...
saudades!
Publicar un comentario