jueves, 19 de abril de 2007


La situación es la siguiente: él se mira la entrepierna por debajo de las sábanas y descubre que ha perdido su habitual y formidable erección. Lo de formidable es un calificativo que acostumbran a usar algunas de las mujeres con las que mantiene la nada desagradable costumbre de compartir confidencias y algo más que complicidad, en realidad algo mucho más cercano a la lujuria que a la ternura. Conviene aclararlo. Se palpa un poco, primero en un movimiento suave y delicado, como si estuviera pidiendo permiso a su propio pito, después emprende un movimiento más mecánico y carente de toda sutileza. Conoce bien los principios hidráulicos de la erección y le sorprende aquella ausencia. No está acostumbrado a echar de menos una erección, es más, en ocasiones suele pensar que padece del mismísimo mal de Priapo y le gusta imaginarse obscenamente fálico, en una erección perpetua, despertándose en medio de la noche y erecto, colocando las manos protectoras sobre su dureza como el niño que quiere conciliar el sueño mientras coquetea con el lóbulo de su oreja, habituado a la misma firmeza de siempre cuando amanece, a hacer cualquier cosa cotidiana en permanente estado de erección, a tener que disimular en el autobús o en el metro, en la fila del banco y en la oficina, supeditado a hacer lo imposible para ocultar su inoportuna manifestación eréctil y permanecer alejado de las miradas sorprendidas y morbosas que parecen darse cuenta de todo lo que ocurre bajo su bragueta.

Intenta recordar la última vez que vio su erección, hace un esfuerzo considerable, visualiza imágenes poco definidas de las últimas horas, intentando encontrar el momento y el lugar exacto donde la extravió, todo ello al tiempo que inicia una oscilación pélvica que le permita encontrar el estímulo adecuado para recuperarla. Se acaricia, busca una postura más cómoda y piensa en calzoncillos y en lo poco que le gusta la palabra calzoncillo, piensa en eso porque le resulta familiar -por reciente y continuada- la imagen cada vez más cercana de su presunta última erección bajo la ropa interior hace una o dos noches, en esa misma habitación, esperando visita y notablemente excitado.

Salta de la cama y busca en el cajón de los calcetines. Tampoco le gusta cómo suena la palabra “calcetines”. Revuelve en todos los cajones , quizás con las prisas dejó olvidada su erección entre las prendas que tienen los nombres más feos de la casa. Enseguida le asalta una duda: es posible que su última erección no fuera solitaria sino compartida, lo peor del asunto es que no le gustaría tener que llamar a la última mujer con la que se acostó, puesto que no quedaron nada bien. Como si no quisiera aceptar esa posibilidad, busca también en el sitio de las toallas y bajo el somier. Chasquea la lengua contrariado. Se arma de coraje y marca el número de la chica con la que no desea hablar, ¿qué pensará ella de una llamada así?, seguro que la imagen que ella tiene de él no mejora en absoluto, posiblemente empeore. Escucha la voz desencantada de la mujer, intenta ser breve y conciso,-¿te suena si me dejé la otra noche mi erección en algún lugar?, en la mesita quizás, o en el baño, o en el sofá, la echo en falta y no sé dónde la he dejado-. No le da tiempo a terminar la frase porque ella le insulta y termina la llamada con un golpe seco de auricular, como quien deja caer una guillotina sobre la garganta de alguien. Después el tono de ocupado y después de eso, nada.

Cierra los ojos. Intenta pensar en cosas agradables: por ejemplo en mujeres dándole placer, en él dando placer a mujeres, a una sola, a varias, en diferentes lugares y posturas, con diferentes grados de perversión, mujeres jóvenes y aún medio hechas, mujeres maduras y vueltas de todo, mujeres pistacho con el sexo cerrado, mujeres sandía, redondas y jugosas. Recuerda como en una moviola todos los encuentros posibles, imagina situaciones extremas, relaciones prohibidas (casi incestuosas), encuentros en locales oscuros donde todo el mundo termina follando con todo el mundo, también utiliza la ternura y evoca a todas las mujeres que fueron sensibles y dulces con él. Nada de todo aquello es suficiente para encontrar de nuevo su erección. Decide distraerse, no darle más importancia por el momento, decide leer algún libro o escuchar la radio: eso le calmará y le ayudará a pensar en otras cosas. Quizás al día siguiente recupere su erección. Piensa, o quiere pensar, que las cosas mejoran siempre mañana.

El informativo de las nueve informa del asunto de su erección. Parece ser que la noticia a estas horas se está extendiendo por toda la ciudad como un río que se desborda. Al principio no acierta a comprender el fondo grave de la situación. Tampoco es capaz de reaccionar. Sin duda es lo peor que le puede suceder: pronto las mujeres con las que mantiene la nada desagradable costumbre de compartir confidencias y algo más que complicidad, querrán averiguar (más bien comprobar) por sí mismas lo que en estos momentos se anuncia como una tragedia infame. Sus sospechas se materializan cuando comienza a escuchar el susurro apagado, cada vez más creciente, de alguien o algo que araña la estancia desde fuera. El susurro pronto se transformará en un murmullo molesto y el murmullo en un clamor inextinguible. Ellas están preparando el asalto al otro lado, se aproximan por la calle de aceras húmedas y mal alumbradas, toman el zaguán, la escalera principal, reptan, rascan la pared con la espalda, golpean la puerta. Él sabe que no se detendrán hasta tirarla abajo.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Abril 2007)

Publicado por Puzzle a las 22:12
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6 desvaríos:

Anónimo dijo...

Nunca dejarás de sorprenderme...
Un abrazo, más tierno que perverso, aunque con un poco de todo.

Anónimo dijo...

um, este sí, un cuento generoso, enhorabuena

Anónimo dijo...

ansioso espero nuevos relatos...
es un placer pasar por aqui y descubrir la elegancia de transformar ideas en preciosos relatos.

Anónimo dijo...

nunca me atrevo a contarte que te leo, nunca me atrevo a dejarte mensajes (hasta hoy), nunca me atrevo a decirte que me tienes fascinada, sobre todo tu manera de escribir e imaginar historias cotidianas, nunca me atrevo (ni me atreveré) a darme a conocer, nunca llegará el momento de cansarme de leerte.

(alguien que te lee al otro lado del espejo)

Anónimo dijo...

Relatas tan bien y con tanta elegancia que te hago entrega de las condecoraciones "llegas incluso a dar asco" y "Podrías publicar: yo te compraría".

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Bueno, vale ya de tanto halago. Al fin y al cabo, aunque casi todos digan lo contrario, ¿quién no ha perdido nunca una erección?
A este no le cojo el punto, lo siento.

 
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