lunes, 24 de marzo de 2008




El tipo, que no es otro que el mismísimo Jacobo Fuentes, sólo que mucho antes de darse a conocer como contrabajista de jazz en tugurios tristes -aunque esa es otra historia-, sale de su letargo justo cuando alguien le hace ver que va cantando en voz alta por la avenida. Canta canciones que inventa o compone sobre la marcha. Over the march, que diría él. Entonces sucede que empiezan a dejarle monedas en el bolsillo del abrigo. Suceden más cosas, por ejemplo: un grupo de gente le sigue desde hace un rato tarareando al unísono las mismas canciones, sus canciones recién paridas. Porque conviene aclarar que son canciones inventadas para la ocasión. Canciones felices, optimistas, llenas de un entusiasmo renovado. Así que no tarda en brotarle (plop) una guitarra de las manos y una armónica a la altura de los labios, lo que no impide tampoco que siga garabateando melodías. A ratos en algún semáforo o en algún paso de cebra vuelve la vista atrás para ver cómo va aumentando su cortejo de seguidores, momento que estos aprovechan para tomarle algunas fotografías o preguntar dónde se pueden encontrar las grabaciones de aquellas canciones tan estupendas.

La cosa no se le da nada mal, así que se atreve con un repertorio más arriesgado, canciones con textos que poco o más bien nada, tienen que ver con sus propias experiencias vitales, pero que con algo de sobreactuación apasionada, logran dar la impresión exacta de estar relatando su propia vida en ese instante, vida que por otra parte se asemeja a la de muchos otros, que se identifican con lo que el tipo canta y que provoca en ellos la emoción de quien escucha a alguien interpretando una pieza única y cercana.

El caso es que sucede de todo.

Más ejemplos: Una mujer le pide que repita un estribillo una y otra vez, una adolescente le declara su amor a gritos, después monta un club de fans que con el tiempo fracasa por falta de afiliados –y financiación. Conviene decir que es la misma chica que un párrafo más tarde organiza una buena.

El tipo, que como dijimos antes, no es otro que el tantas veces denostado Jacobo Fuentes, ajeno a lo que le espera, cruza la ciudad de un extremo a otro con cientos de admiradores siguiendo la estela sonora de sus pasos, sus bolsillos derraman monedas como cascadas felices y sería difícil decir en qué momento es consciente de las radiantes canciones que todavía le quedan atravesadas como conejillos en la garganta. Se detiene –se detienen todos- en otro semáforo, ahora conforman una multitud ordenada pero extensa, como una sábana recién desplegada. Un músico -de conservatorio, todo hay que decirlo- va anotando sus melodías en papel pautado para luego venderlas a una editorial y –atención- la adolescente del párrafo anterior, le acusa de estar embarazada: él y no otro es el padre. Según ella, todo aquello habría ocurrido en la última señal de stop, un aquí te pillo aquí te mato y santaspascuas. Nuestro hombre –Jacobo- dice que ni hablar del peluquín, se indigna, así que a modo de protesta se desprende del abrigo, de los pantalones, del resto de la ropa. Se desnuda sin disonancias, de manera armoniosa. Llegan los agentes y le toman preso, pero sigue trinando canciones inventadas. Se repone del asunto en una celda en la que –conviene resaltar- nunca, bajo ningún concepto, deja de cantar. Poco tiempo después se descubre, con una de esas pruebas genéticas tan modernas que hacen ahora, que la adolescente miente: en realidad ella se lo ha montado con un tahúr al que le falta un brazo. Le nacen tres hijos como tres cáscaras de nuez y todos ellos mancos. Al tipo que protagoniza esta historia le da todo un poco igual. Ya se esperaba algo así. Una vez que se demuestra su inocencia, su carrera se ve impulsada con más brío, como si el hecho mismo de demostrar su honradez y su no-afición a las jovencitas le purificara y le reafirmara a él y sus canciones.

Empieza a amanecer en la ciudad.

Con todo lo ocurrido últimamente, Jacobo se está pensando mejor lo de ser cantante y quizás se incline por probar suerte como contrabajista de jazz. Nadie repara nunca en los contrabajistas de jazz. Tendrá que recibir unas clases, o algo, se dice, porque no tiene ni idea de lo que es un contrabajo, pero le gusta como suena la palabra. Si tuviera que decir la verdad, el tipo, que no es otro que el vilipendiado Jacobo Fuentes, sale de su letargo cuando alguien le indica amablemente que va cantando en voz alta por la avenida a las nueve de la mañana y por eso, exactamente por eso, los afectuosos ciudadanos que se dirigen al trabajo a esa hora, comienzan a mirarle de forma extraña. Eso es lo único cierto de toda esta historia, eso y que cuando Jacobo llega a casa, su camiseta todavía guarda el perfume rancio de alguna adolescente embustera.

Imagen: © Holly Northrop
Banda Sonora: © Jellyfish - "Joining a fan club"

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Abril 2008)




Publicado por Puzzle a las 16:49
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3 desvaríos:

Anónimo dijo...

Dicen que el que canta su mal espanta.¿Que le pasaría a Jacobo Fuentes?

Anónimo dijo...

Avisa cuando tengas tú también un club de seguidores, que seguro que falta poco.

Siento ser tan pesada, pero para cuándo un libro tuyo??

Besos

Anónimo dijo...

Esto está muy parado. Echamos de menos leerte más a menudo.

Un beso

 
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