Todo lo que puedo decir es que te hacía dibujos en servilletas de papel (yo, que nunca supe dibujar nada) y que te hice llorar en Nochevieja. Puedo verlo ahora que hace tiempo que dejaste de creer en nuestra casa de paredes de cristal, cuando me brotaban los delirios de la boca y a ti los sueños del ombligo, ¿recuerdas?, quería ser arquitecto de construcciones imposibles, tú una abogada famosa. Buscábamos escondites para estar juntos, hasta que una noche tu señor padre (con sus dos cojones y la pistola reglamentaria) me amenazó con volarme la tapa de los sesos si te seguía viendo. Quisiste dejar la ciudad, ir a cualquier lugar con tal de no estar buscando madrigueras a cada rato, puede que a Barcelona, un cabo primero te hizo compañía en la cafetería de la estación protegiéndote de las miradas sucias y los corazones calientes, hasta que perdió el tren por esperarte. Luego os mandasteis algunas cartas y nunca más se supo.
Me jodía que te gustara David. David era mucho más guapo, se sentaba en la primera fila y os tenía locas a todas, además era mucho más golfo. Él también te hubiera roto el corazón. El problema es que yo reincidía, te hacía dibujos en servilletas de papel y te hacía llorar en Nochevieja todo el tiempo. Aún así apareciste un año después en el portal, con dos copas y un mini de cava para brindar por tiempos mejores, ahí fue cuando supe que seguías siendo noble a pesar de mí.
Nos volvimos a ver años después en el Carrefour a la salida del trabajo, en Gran vía paseando a Greta, en algunos restaurantes de la ciudad, en tantos sitios, siempre volviéndome la cara, haciendo como que no me veías y a lo mejor no viéndome, incapaz de reconocer a la persona que había sido y en la que me transformé con el tiempo.
No hace mucho, en la fiesta del manager que decía que nunca se iba a casar pero que al final se casó, alguien me dio tu número. Lo guardé en una bolita de servilleta. Ten cuidado -me dijeron- ahora es madre y esposa, le va bien, es feliz. Estaba eufórico de noche, lo admito, me quedé con la mirada perdida en las luces de color, viendo nuestra historia en diapositivas, tú saltando de alegría en el sofá y devorando una bolsa de patatas fritas, escribiendo un libro que hablaba de nosotros o simplemente cuidando lo que teníamos, sintiéndote orgullosa de nuestra casita de cristal, esa que nunca llegamos a levantar.
Desde entonces, siempre te pongo como ejemplo, un ejemplo triste: la única mujer a la que le volé el corazón y con la que nunca tuve la delicadeza, ni siquiera, de preguntar en cuántos pedazos.
(Publicado en la revista cultural "El Desembarco" , Octubre 2006)
Me jodía que te gustara David. David era mucho más guapo, se sentaba en la primera fila y os tenía locas a todas, además era mucho más golfo. Él también te hubiera roto el corazón. El problema es que yo reincidía, te hacía dibujos en servilletas de papel y te hacía llorar en Nochevieja todo el tiempo. Aún así apareciste un año después en el portal, con dos copas y un mini de cava para brindar por tiempos mejores, ahí fue cuando supe que seguías siendo noble a pesar de mí.
Nos volvimos a ver años después en el Carrefour a la salida del trabajo, en Gran vía paseando a Greta, en algunos restaurantes de la ciudad, en tantos sitios, siempre volviéndome la cara, haciendo como que no me veías y a lo mejor no viéndome, incapaz de reconocer a la persona que había sido y en la que me transformé con el tiempo.
No hace mucho, en la fiesta del manager que decía que nunca se iba a casar pero que al final se casó, alguien me dio tu número. Lo guardé en una bolita de servilleta. Ten cuidado -me dijeron- ahora es madre y esposa, le va bien, es feliz. Estaba eufórico de noche, lo admito, me quedé con la mirada perdida en las luces de color, viendo nuestra historia en diapositivas, tú saltando de alegría en el sofá y devorando una bolsa de patatas fritas, escribiendo un libro que hablaba de nosotros o simplemente cuidando lo que teníamos, sintiéndote orgullosa de nuestra casita de cristal, esa que nunca llegamos a levantar.
Desde entonces, siempre te pongo como ejemplo, un ejemplo triste: la única mujer a la que le volé el corazón y con la que nunca tuve la delicadeza, ni siquiera, de preguntar en cuántos pedazos.
(Publicado en la revista cultural "El Desembarco" , Octubre 2006)