La mujer más guapa del mundo se llama Pilar.
Me gusta ir a recogerla a casa y darle la mano para que se agarre fuerte a mí, andar a su paso y abrirle la puerta del coche como un perfecto caballero. Me gusta escuchar sus anécdotas y su sonrisa de tortuga venerable. Es fascinante cuando se anima a cantar.
Me gusta hacerle rabiar, tocándole el pelo y despeinándola, me dice que sólo a mí me lo deja hacer. Se ríe y se pinta la cara de ternura, la misma ternura con la que se queda pensativa: entonces jugamos a adivinar lo que piensa.
A veces lo dice. A veces no.
"Echo de menos a tu abuelo". Y entonces es cuando quiere marcharse lo antes posible, para estar a su lado. Le pido que no diga tonterias, porque el abuelo le espera el tiempo que haga falta y que la queremos aquí con nosotros, todo lo que ella quiera estar.
Es sorprendente su memoria y su vitalidad, aunque la luz se le vaya apagando poco a poco. Voy a visitarla y le digo que tenemos que pasear. Me mira y se queja, dice que no puede y yo le animo, le apuesto un helado de limón a que sí que puede. Luego me pierdo con ella por el paseo a la orilla del canal. Me siento pleno y feliz. La misma felicidad que sentía cada fin de semana cuando el abuelo me llevaba al parque y pasábamos todo el día juntos. Mi abuelo era una de las personas más buenas que he conocido. Y me quería. Vaya si me quería. Estaba orgulloso de mí y yo de él.
Eso me hace pensar que cada vez que mi abuela Pilar llora o está triste, es porque seguramente alguien se ha olvidado de quienes son nuestros mayores y lo que representan. Pilar no se queja casi nunca y muchas veces tiene motivos. Cuando lo hace es porque le duelen los huesos, la cadera o se olvida de cosas. Y yo sé que le duelen otras cosas del alma y esas se las calla, como si aceptara el olvido al que a veces les destinamos.
No quiero que Pilar esté triste.
Hoy lo está, porque una de sus hijas se está consumiendo por un cancer.
Cuestión de días. Y Pilar está cansada de despedirse de la gente que ama. Y se cambiaría por ellos, por el abuelo, por mi tía, por cualquiera, porque no le cabe el corazón en su pequeño cuerpecito. Y se lo sacaría ella misma del pecho para dárselo a quien lo necesitara. Sin pensarlo dos veces.
Por eso, es la mujer más guapa del mundo. Por todo lo vivido, por su bondad y dulzura, por lo que ha dado sin esperar nada a cambio y porque a pesar de recoger una y mil veces todos los pedazos que se fueron quedando por el camino, siempre tiene una sonrisa para mí, una forma especial de cogerme la mano y decirme lo guapo que le parezco y que seguro que algún día, una buena moza me hará feliz, porque lo merezco.
Y yo no sé si lo merezco, pero cuando ella lo dice, me lo creo. Porque ella no miente.Como el abuelo. Y los imagino juntos, cuidándose el uno al otro.
Para siempre.
Me gusta ir a recogerla a casa y darle la mano para que se agarre fuerte a mí, andar a su paso y abrirle la puerta del coche como un perfecto caballero. Me gusta escuchar sus anécdotas y su sonrisa de tortuga venerable. Es fascinante cuando se anima a cantar.
Me gusta hacerle rabiar, tocándole el pelo y despeinándola, me dice que sólo a mí me lo deja hacer. Se ríe y se pinta la cara de ternura, la misma ternura con la que se queda pensativa: entonces jugamos a adivinar lo que piensa.
A veces lo dice. A veces no.
"Echo de menos a tu abuelo". Y entonces es cuando quiere marcharse lo antes posible, para estar a su lado. Le pido que no diga tonterias, porque el abuelo le espera el tiempo que haga falta y que la queremos aquí con nosotros, todo lo que ella quiera estar.
Es sorprendente su memoria y su vitalidad, aunque la luz se le vaya apagando poco a poco. Voy a visitarla y le digo que tenemos que pasear. Me mira y se queja, dice que no puede y yo le animo, le apuesto un helado de limón a que sí que puede. Luego me pierdo con ella por el paseo a la orilla del canal. Me siento pleno y feliz. La misma felicidad que sentía cada fin de semana cuando el abuelo me llevaba al parque y pasábamos todo el día juntos. Mi abuelo era una de las personas más buenas que he conocido. Y me quería. Vaya si me quería. Estaba orgulloso de mí y yo de él.
Eso me hace pensar que cada vez que mi abuela Pilar llora o está triste, es porque seguramente alguien se ha olvidado de quienes son nuestros mayores y lo que representan. Pilar no se queja casi nunca y muchas veces tiene motivos. Cuando lo hace es porque le duelen los huesos, la cadera o se olvida de cosas. Y yo sé que le duelen otras cosas del alma y esas se las calla, como si aceptara el olvido al que a veces les destinamos.
No quiero que Pilar esté triste.
Hoy lo está, porque una de sus hijas se está consumiendo por un cancer.
Cuestión de días. Y Pilar está cansada de despedirse de la gente que ama. Y se cambiaría por ellos, por el abuelo, por mi tía, por cualquiera, porque no le cabe el corazón en su pequeño cuerpecito. Y se lo sacaría ella misma del pecho para dárselo a quien lo necesitara. Sin pensarlo dos veces.
Por eso, es la mujer más guapa del mundo. Por todo lo vivido, por su bondad y dulzura, por lo que ha dado sin esperar nada a cambio y porque a pesar de recoger una y mil veces todos los pedazos que se fueron quedando por el camino, siempre tiene una sonrisa para mí, una forma especial de cogerme la mano y decirme lo guapo que le parezco y que seguro que algún día, una buena moza me hará feliz, porque lo merezco.
Y yo no sé si lo merezco, pero cuando ella lo dice, me lo creo. Porque ella no miente.Como el abuelo. Y los imagino juntos, cuidándose el uno al otro.
Para siempre.
1 desvaríos:
Me gusta regalarle una ilusión, en forma de visita, de colgante o de sonrisa, porque su cara se ilumina... y muestra esa ilusión de cría, A sus 70... se alegra como toda una personita...
Yo de mañor quiero ser como tú, mi niña...
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