miércoles, 1 de octubre de 2008


No sabría decir cómo llegó hasta arriba de la silla, pero le gusta estar bien lejos del suelo, para que los miedos no le coman los deditos de los pies. Por eso y porque la silla queda a la misma distancia del cielo, cuando en realidad el cielo no es otra cosa que el techo de la habitación decorado con estrellitas adhesivas, constelaciones enteras de estrellitas adhesivas que compra por catálogo y que suele poner, de vez en cuando, para tener dónde mirar cuando cae la noche. De todas las costumbres, la favorita siempre fue quedarse en la silla y esperar, esperar sin saber muy bien el qué, pero esperar, al fin y al cabo, hasta que le empiezan a doler las articulaciones y los pensamientos, y más tarde terminar encogida en la silla, llegando a la conclusión de que, a lo mejor, quién sabe, lo que espera queda al otro lado de la ventanita que hace de mirador de los sueños.

En frente de ella, la ventanita queda alta, alta y lejos, lejos como el suelo, lejos como los miedos, apartada de su mundo como aquella constelación de estrellas adhesivas. Entonces el corazón de esponja se le escapa por debajo del vestido, encaramándose al dobladillo y saltando luego desde uno de los pliegues, para tomar impulso en las rodillas y dejarse caer, casi aterrizar, en el suelo y salir corriendo, sorteando los miedos, las hebras de pelo, el polvo. El caso es que ella quiere quedarse, se cuida de mantener intactos los deditos de los pies y, al mismo tiempo, el corazón a hurtadillas que sabe de fotosíntesis y de jardinería, toma la forma de semilla y se hace planta, con idea de llegar a ser enredadera, platanera o malvavisco.

Desde la silla ella se pregunta cómo hacer para llegar hasta arriba, día tras otro, divisa el corazón que crece, que escapa, que ahora es un corazón aventurero que mira la ventana, como quien mira una caseta de feria llena de premios, y el corazón que se despide con el ánimo decidido y que promete que, en cuanto encuentre una oficina de correo, manda una postalita y algunas de líneas contando cómo es la vida allá afuera.

Publicado por Puzzle a las 9:39
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10 desvaríos:

Anónimo dijo...

una silla-isla que no sólo niños habitan...
hay sillones-isla para adultos,
cuerpos-isla para demasiados

gran cuento!

Anónimo dijo...

precioso...

Anónimo dijo...

Hay que ver cómo atenaza el miedo. Me gusta esa forma de cuento que le das al relato. Me he sentido como una niña a la que le están contando un cuento mientras ella espera en la silla a que ocurra el milagro, mientras los pies se balancean. Inspirador.
Un abrazo,
Carmen J.

Amalia dijo...

Esperando a que pase algo... lo que sea pero algo al fin...
Gracias por tu relato...
Ah! Y felicitaciones profe Jorge!

Un beso!

Edu Solano Lumbreras dijo...

Gracias.

Mónica Calvo dijo...

Dios mio! Soy yo!!! :D
Muy bonito (=^_^=)

Anónimo dijo...

Ojalá el corazón tuviera libertad para hacer su vida, intentando mantener a raya la realidad. Ojalá pudiera mandar postales y contar cómo es la vida allá afuera, puede que así resultara más fácil saltar a la ventana para comprobar que eso que esperas está allí, tan cerca...Quizás una parte podría quedarse en casa, para consolar al destrozado corazón cuando vuelva hecho añicos tras la excursión. Así no habría que escalar de nuevo a la silla, ni volver a empezar, ni volver a intentar tener esperanzas. Desgraciadamente no existe esa silla, ni ese corazón viajero. O saltas, o te quedas sentado. Lo malo que tiene saltar, es que puedes volver con alguna que otra costilla rota, pero la vida es eso y es así ¿o no?

R. dijo...

Yo creo que llegó a lo alto de la silla porque quería sujetar un globo con forma de corazón que se le había escapado hasta el techo de
la habitación.Lo que no sabía era que el globo (como corazón que era)
tambien tenía voluntad propia.Se subió por una escalera de dudas
hecha de palillos de esos de los bares que tienen plástico de colores.Una escalera de arcoiris,entonces.Una escalera aséptica.

Los miedos son el mayor monstruo que se puede esconder debajo de la cama,por eso pongo yo las estrellas (y una luna) fluorescentes en el techo.Tambien me tapo hasta arriba para que los sueños no se escapen.

Si ella supiera que si se pone de puntillas y estira los brazos un poquito solo llegaría al cielo,al Edén o al fin del mundo...Si supiera que le iban a inundar el corazón esponjoso en cuanto saltase al otro lado creo que no lo haría,pero de todas formas van a encharcarle la vida de sonrisas en cuanto se decida a levantarse y dar pasos pequeños,que Roma tampoco se hizo en tres días.Debe hacer antes una carrera de obstáculos donde su mayor lucha será la que tenga consigo misma,esa pelea casi-a-muerte de cabeza VS. latidos.Arrastraba cualquier obstáculo,y esta vez no iba a ser menos.El día que se decidiera cortaría la soga del ancla que la mantenía en el pasado.("* eres buena dando consejos,lo sabes.Lo que no entiendo,nunca lo haré,es por qué no los aplicas a tí misma.")

Seguro que se convierte en cactus,a las que tenemos el corazón de esponja nos hace falta poca agua para mantenernos en pie.A mal tiempo buena guerra.

Nunca había dejado un post tan largo desde que ando por este mundo de los blogs,como decía el último libro que tuve entre manos:
[...] "había aprendido a distinguir los tonos de las letras: era algo singular,pero siempre acertaba.Las letras tenían sentimientos; según se
escribían y aparecían en la pantalla.Sabía si eran tristes,alegres,o simplemente falsas"

Y las tuyas me gustan.Me suelo pasar por aquí cada poco tiempo a ver si tienes un nuevo ataque de creatividad y yo algo nuevo que leer.Creo que llevo leyéndote cosa de un año,pero nunca me había "atrevido" a firmar.


Au revoir,desconocido.Volveré a hacer intromisiones con la misma frecuencia con la que publique su arte. :)

Kristina Sabaite (krize) dijo...

me encanta ese relato...creo que muchos de nosotros preferimos las sillas altas y estrellitas pegadas en el techo..

yo tambien tengo estrellitas en mi cuarto, pero no en el techo, sino en la pared, será mi silla no tan alta? :))

saludos!

Anónimo dijo...

Y en la realidad, fuera de los cuentos, quienes se escapan son la voluntad y la razón... Y en su ausencia sólo queda eso, mirar por la ventana... Y desde ella, se permanece probablemente ausente... sonriendo... y más cerca de los sueños...

Prefiero este relato, que deja una ventanita abierta, al menos, al corazón...

 
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