viernes, 14 de julio de 2006



Todo iba bien. Nos queríamos de manera desmedida desde el primer instante, hacíamos el amor con la ferocidad de los hambrientos y nunca faltaron aquellas cajitas de música en las que guardaba alguna sonrisa recién horneada que hacía aparecer como un ilusionista intrépido. Todo el mundo estaría de acuerdo en afirmar que nuestra vida era un circo de tres pistas. Los demás iban asistiendo a las funciones, aplaudían y vitoreaban cada una de nuestras piruetas, admiraban aquella naturalidad tan nuestra de ser dos tan distintos pero tan bien ensamblados.

Enumerábamos las cosas que creíamos ser y que a lo mejor éramos: ...un castillo de Lego, un rompecabezas de dos piezas, un par de zapatos de charol... y toda la pista para nosotros. Nuestra favorita -la central- era la más grande y luminosa y allí caímos rendidos de tanto bailar bajo las luces que bañaban nuestras vidas como una cascada feliz.

Un balancín y un carrusel, dos caballitos de mar, ahora me domas tú ahora te domo yo. Y luego los aplausos y las reverencias bajo la lluvia de confeti. Nos quitábamos el sudor y volvíamos a empezar. Nunca nos hizo falta nada más.

Llegó el día en que empezó a germinar la idea de un nuevo número distinto a los demás, el más difícil todavía, al principio pensé en un triple salto mortal o en salir proyectados desde un cañón gigante. Dos proyectiles enamorados. Una dama y un alfil, un director de orquesta y una violinista rusa. Apenas hubo tiempo para ensayar la función, apareció en el centro de la pista con un anillo y una sonrisa de satisfacción casi indecente. Le tendí la mano improvisando algún movimiento grácil y quedé a la espera, con un gesto suyo de encantador terrible el anillo aumentó de tamaño, se escucharon algunas exclamaciones de asombro en la pista, entre ellas la mía, me detuve como un colibrí a punto de cambiar de dirección en el aire, un lanzallamas y una niña con trenzas infinitas, para entonces el anillo se estaba transformando en un gran aro metálico y la gente pataleaba en el suelo de tabla a modo de bramido hostil, por un momento (sólo por un momento) creí ver de nuevo su mirada-cervatillo, pero se desdibujó por completo y enseguida fuimos simplemente una mujer vestida de blanco y un completo desconocido en chaqué. Una serpiente y un ratón.

Hizo restallar las diez puntas de su azote y con una graciosa voltereta atravesé para siempre el grillete de metal.

Publicado por Puzzle a las 18:29
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4 desvaríos:

Anónimo dijo...

te leía pensando que posiblemente no sea una de tus mejores historias, puede que porque nos tienes mal acostumbrados a cosas realmente buenas. aun así, no quería dejar de decirte que me encanta el estilo y que estoy convencida de que tienes que publicar.

a ver para cuándo ese libro de cuentos.

besos

Anónimo dijo...

Y... ¿Fueron felices?

Anónimo dijo...

Los fragmentos tienen la molesta costumbre de regenerarse y cicatrizar, por eso a veces hay piezas nuevas que encajan mejor que las originales.
Saludos.

Pilar dijo...

Hola, Jorge !
de nuevo el día de mi cumpleaños, otro año más... y yo sin enterarme....
Muy bonita la historia, porque acaba como los cuentos de antes, con la boda, el "os declaro...",
felices y las perdices...
La esperanza como bandera !!
Gracias por las palabras tan bonitas.
un abrazo
Pilar

 
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