El fenómeno se observó desde todos los rincones del planeta. La comunidad científica no salía de su asombro, y nadie fue capaz de explicar tanta falta de previsión. Todo el entramado de satélites y los más complejos cálculos de la gran supercomputadora habían quedado en evidencia ante la humanidad entera.
Los océanos quedaron en calma y las mareas se detuvieron. Nadie cometió ningún asesinato. Nadie hizo el amor. Nadie lloró. Centenares de bandadas de aves interrumpieron sus vuelos migratorios y los delfines dejaron de jugar. El consumo eléctrico de las ciudades se disparó y las parejas de amantes furtivos se escondieron bajo las sábanas del dormitorio. No hubo nacimientos ni accidentes. Un desconocido le declaró amor eterno a la cajera de una gasolinera y le pidió que se casara con el. Curiosamente ella aceptó. Se quedaron juntos esperando a que amaneciera. Los gatos callaron y ninguna mujer necesitó una farmacia de guardia.
En la televisión dejaron de emitir anuncios de reductores de abdomen y de Pilates, para mostrar las imágenes del cielo desierto de Luna. Los grandes mandatarios dieron la orden de búsqueda y declararon el estado de excepción. Un niño se inventó el cuento de la Luna que se enamoró del Sol, y lo difundió por Internet. 5 horas después, había dado la vuelta al mundo. Las centralitas se colapsaron y se encendieron millones de velas y linternas en parques , plazuelas y calles. Los elefantes blancos se extinguieron y los hombres-lobo perdieron su empleo.
Un telescopio al sur de Canarias encontró a la Luna dormida a medio camino entre un planeta y una estación espacial abandonada. Parecía haber estado llorando toda la noche, perdida y asustada.