domingo, 13 de junio de 2004


Pilar te mira y te sientes en paz -en calma con todo-, habla con voz bajita y dulce y te sientes cómo te envuelve con toda su ternura.

Quizás sea ese el motivo por el cual es capaz de resucitar flores y plantas. Desde siempre, desde muy niño, recuerdo que si venía a casa o visitaba a cualquiera de sus nietos se preocupaba de las macetas que peor aspecto tenían. Era capaz de devolverles la vida sólo con mirarlas, con hablarles con el mismo cariño que a nosotros, con cantar a media voz. Hoy recordábamos eso y sonreía cómplice, como no queriendo darse importancia.

Me hace la misma pregunta cada vez que me ve: que cómo voy de amores y siempre -sea cierto o no- le contesto lo mismo: "Pero Abuela, a mí quién me va a querer!..." , luego contesta que con lo bueno que soy seguro que me tienen que querer muchas buenas mozas. Pregunta por el trabajo y por la música, también por la magia y por las tatas.

Me coge la mano, y entonces jugamos al juego de siempre, le toco el pelo y se lo acaricio, como queriendo aplastar todo su volumen, para hacerla rabiar un poquito y que manifieste su coqueteria. Confiesa que siempre se acuerda de mí, pero que cuando se peina o se lava la cabeza, mucho más y adoro ese detalle porque esos son los lazos que uno crea con alguien, justo aquellos que hace que te recuerden por algo en concreto que nadie más asociaría contigo. Le pregunto si sabe lo que es Internet y me dice que sí y me lo explica, le digo que le escribo cuentos, que algunos hablan de ella y me pide que algún día se los lea.

Y también como casi siempre vuelve a la cantinela de querer irse con el abuelo, que sólo está aquí para molestar y para que le duelan las piernas o el alma, que tiene muchas ganas de encontrarse con su marido. Me pide, que cuando la entierren, ponga a su lado los cuentos que le estoy escribiendo, para que se los pueda leer con tranquilidad siempre que quiera, entonces que tendrá más tiempo. Le dejo hablar, le dejo que siga siendo ella misma y aunque me encantaría echarle una bronca cariñosa, sólo la miro y le digo que, de momento, sería buena cosa que se quedara aquí con nosotros, porque nos encanta que esté a nuestro lado. Le hago arañitas en la mano y un truco de magia: hago desaparecer una moneda que reaparece en su pelo.Es en ese momento que suele hacer el comentario de que seguramente a las chicas no les tocaré el pelo de la cabeza, le contesto que toco lo que se puede. Lo que se puede y lo que me dejan. Nos hace mucha gracia todo eso y sonreímos mientras me despido.

Se asoma por la ventana (todavía puede hacerlo) para ver cómo me alejo con el coche. Se queda agitando el brazo, llamándome con la misma dulzura con la que lo hacía cuando tenía apenas unos años. La sonrisa le alcanza hasta donde estoy.

Entonces se me mueve todo por dentro porque me vuelvo egoista y deseo en voz baja que aún no se vaya con el abuelo.

Publicado por Puzzle a las 1:06
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1 desvaríos:

Anónimo dijo...

Increíble, de verdad, increíble.

 
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