miércoles, 22 de octubre de 2008


Levantábamos el circo todas las tardes en tu dormitorio: la carpa y la doble pista central, las sillitas plegables y el puesto de algodón de azúcar, justo entre tus muslos —en el repecho final— y tus caderas. Luego llegaban los payasos muertecitos de la risa, los malabaristas y el hombre bala, el más envidiado de todos porque era el único al que se le permitía acariciar tu colección de lunares. Luego nos contaba historias de cosmonautas perdidos en el final de tu espalda, que nos hacían romper en llanto.

Tu número favorito era apilar los sueños y trepar hasta lo más alto de un balancín que coronaba la carpa, siempre dispuesta a dar piruetas imposibles, a mantener el equilibrio allí donde nadie era capaz, jugándote el tipo sólo por una risa o una exclamación. De ese modo se sucedieron las funciones una tras otra hasta que, un día de amanecida, la niña que llevabas dentro se marchó para siempre con el hombre bala, dejando una estela de aplausos y de bocas abiertas.

Publicado por Puzzle a las 23:10
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8 desvaríos:

Anónimo dijo...

¿y a dónde te marchaste tú?

Anónimo dijo...

Así dan ganas de ir al circo!. Lástima que no todos se queden hasta el final de la funcion.

Saludos Parchesianos.

Loca-mente femenina dijo...

El espectáculo tiene que continuar.
Se va una estrella por la puerta, aparece otra por tu ventana.

Anónimo dijo...

Sencillamente precioso.

He leído que presentáis otro libro de la editorial. Si me atrevo me paso.

Un beso

Anónimo dijo...

Precioso, me ha encantado volver y leer tu post. Saludos

Don Peperomio dijo...

no sé, no sé..

Anónimo dijo...

me encantan las vistas desde ese puestecito de algodón de azucar... si lo traspasan, aquí un interesado :)

Sara Mansouri "Saroide" dijo...

precioso: insisto, me encanta cómo escribes y te seguiré :)

 
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